sábado, 23 de diciembre de 2017

355. No es cuestión de “solamente” tener fe…

Hechos 13:28-32 RVC
28 Y aunque no encontraron en él nada que mereciera su muerte, le pidieron a Pilato que lo matara.
29 Cuando se cumplió todo lo que estaba escrito acerca de él, lo bajaron del madero y lo sepultaron.
30 Pero Dios lo resucitó de los muertos,
31 y durante muchos días Jesús se apareció a los que lo habían acompañado desde Galilea hasta Jerusalén. Y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo.
32 Nosotros también les anunciamos a ustedes las buenas noticias de la promesa que Dios hizo a nuestros padres:

1 Corintios 15:1-11 RVC
1 Además, hermanos, les anuncio el evangelio que les prediqué, que es el mismo que ustedes recibieron y en el cual siguen firmes.
2 Por medio de este evangelio serán salvados, siempre y cuando retengan la palabra que les he predicado. De no ser así, habrán creído en vano.
3 En primer lugar, les he enseñado lo mismo que yo recibí: Que, conforme a las Escrituras, Cristo murió por nuestros pecados;
4 que también, conforme a las Escrituras, fue sepultado y resucitó al tercer día;
5 y que se apareció a Cefas, y luego a los doce.
6 Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos aún viven, y otros ya han muerto.
7 Luego se apareció a Jacobo, después a todos los apóstoles;
8 y por último se me apareció a mí, que soy como un niño nacido fuera de tiempo.
9 A decir verdad, yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol porque perseguí a la iglesia de Dios.
10 Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano, pues he trabajado más que todos ellos, aunque no lo he hecho yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
11 Pero ya sea que lo haga yo, o que lo hagan ellos, esto es lo que predicamos y esto es lo que ustedes han creído.


Uno de los grandes éxitos que ha tenido el Enemigo es hacernos creer que creer es cuestión de fe… ¿parece un trabalenguas, no? Y al fin y al cabo, ¿no es cuestión de “fe”? Sí, claro, pero ¿qué fe?

El testimonio de los primeros cristianos no estaba basado en una linda filosofía, ni mucho menos en la tradición; ellos no podían decir: “creemos porque las generaciones anteriores a nosotros creyeron y fueron bendecidas”. Era todo nuevo, no había “historia” más que las promesas del Antiguo Pacto.

Ellos no creyeron porque el Evangelio resultaba un sistema de doctrinas y creencias moral y ético que podía superar la “barbarie” de ese entonces (que tampoco era tal). No creyeron porque predicaran bonito o fueran lo suficientemente convincentes, de hecho, más bien lo contrario:

2 Corintios 10:10 RVC
10 Hay quienes dicen que mis cartas son duras y fuertes, pero que mi presencia física es débil y que mis palabras no valen nada.

Bueno, Pablo no era un elocuente y carismático predicador, no sé por qué hoy precisamente buscamos esos predicadores “elocuentes y carismáticos”…

Por supuesto que no todo el cristianismo primitivo era como lo describí más arriba, pero el ejemplo que nos dejó el Espíritu Santo en Su Palabra es ese y ese es el que aprueba.

¿Por qué creyeron ellos? Porque había testigos de los hechos y palabras de Jesús, pero más que nada, de Su resurrección. Precisamente fue la resurrección la “piedra angular” del testimonio cristiano primitivo, todo lo que Jesús dijo e hizo quedó “supeditado” a la prueba máxima de Su autoridad y Su santidad inmaculada: la resurrección. Si no resucitaba, era solo un buen maestro. Si no resucitaba había dicho lindas palabras, quizás las mejores que se hubieran escuchado sobre la Tierra, pero nada más.

Lo mismo vale hoy. Dios es el Dios de la historia, y las palabras de Jesucristo, que son nuestra guía máxima y a partir de las cuales leemos luego el resto de la Biblia, fueron selladas con el máximo testimonio, no el de los milagros y señales, sino el de la resurrección del Justo, del que no podía ser retenido por la muerte, del Único sobre quien el Hades no tenía autoridad. Eso no había pasado antes, y no pasó luego.

Los milagros no eran algo absolutamente extraño, los profetas los hicieron, y entre los paganos podían ocurrir a veces; incluso algún hombre santo podía resucitar a un muerto reciente. Pero nadie había vuelto de la muerte por sí mismo.

La victoria sobre la muerte era la señal definitiva de la propia justicia y el propio poder, así como de la magnitud de ese poder que alcanzaba a vencer la muerte. En una época donde los emperadores se proclamaban “dioses” a sí mismos, estaba claro para todos que eran “dioses” con pies de barro, porque morían como cualquier mortal y terminaban como festín de gusanos.

Pero el testimonio de Su resurrección quedó depositado en vasos de barro, en testigos humanos, gente que vivió en ese entonces, que iba a morir, gente como cualquiera de los que luego oirían el testimonio. En base a ese testimonio es que se construyó el cristianismo, y es en base al mismo testimonio en que se debe construir hoy.

No queda siempre claro por qué la gente cree hoy día o en base a qué se los convoca a la iglesia. ¿Bendiciones, promesas, moral, vida sin problemas, escapar del infierno, solucionar la culpa, el temor o la vergüenza? Estamos de acuerdo en que puede haber diferentes caminos que acerquen a las personas al Mensaje del Evangelio, pero hay una sola puerta y el umbral de ella lo constituye el testimonio de los testigos de la resurrección. Cualquier juez o abogado entendería esto a la perfección.

A nosotros llegó el testimonio escrito de los que primero caminaron con Él y luego lo vieron resucitado. Fueron los doce apóstoles, las mujeres del grupo (en realidad primero ellas), quinientos hermanos, el hermano de Jesús, Jacobo, y Pablo. No son los únicos, tenemos el relato por ejemplo de Ananías en Hechos 9; y tenemos hoy y ahora el testimonio de cientos o miles de personas, normalmente musulmanes, a los que el mismo Señor se les aparece para llamarlos hacia sí, y también de muchos otros hermanos o profetas que ven al Señor en visiones y reciben mensajes de Él… y todos los cristianos fieles que podemos escuchar Su voz en nuestro corazón.

Pero el primer testimonio es el de esos hermanos, y sobre él es que se edificó la fe. Pablo termina esa sección de 1 Corintios diciendo: “esto es lo que predicamos y esto es lo que ustedes han creído.” Y ahora volvemos al tema de la “fe”.

¿En qué creemos y por qué creemos? No está claro para muchos cristianos al día de hoy, a veces parece que la fe está basada en una gran iglesia, un impresionante show dominical y un súper poderoso apóstol que viaja por todo el mundo (vaya uno a saber haciendo qué, se supone que predicando). Otros creen por “emoción” o por tradición.

Ahora bien, creer es en el fondo un hecho espiritual, es decir, del espíritu del hombre y para muchas personas que no tienen su mente “trabajando desaforadamente”, es decir, que son más sensibles a la voz del Espíritu, creer puede ser un hecho natural simplemente por el testimonio que da el Espíritu a nuestro espíritu. Bueno, se supone que todos los que hemos creído recibimos ese testimonio y por eso creímos, creer “mentalmente” no nos lleva a ningún lado… Pero creer “sin” la mente que Dios mismo creó y puso dentro nuestro para que la usemos también es un problema.

Y esa mente no necesita ser una experta en historia antigua, gramática griega, filosofía, lógica, religiones comparadas o algo por el estilo para poder creer. Es tan simple como leer y discernir el testimonio de los testigos.

Por supuesto, no es la única evidencia que tenemos para nuestra fe, pero creo que es la fundamental, como dije antes, el “umbral de bienvenida” de la puerta que es Cristo mismo. Y no está mal que de vez en cuando repasemos esos cimientos, ¿seguimos basándonos en los hechos que el Dios de la historia nos dejó o bien creemos “porque sí”?

El Adversario ha tenido mucho éxito al hacernos creer que “creemos porque tenemos fe”, una forma elegante de decir que creemos porque “se nos da la gana creer”. De esa forma logró que nosotros nos quedemos “refugiados” con nuestra fe porque, al fin y al cabo, si creo porque quiero creer (lo cual no deja de ser cierto, solo que a medias), ¿por qué habría de querer cambiar la creencia del otro? Y el otro, ateo o agnóstico o simplemente indiferente, también acepta que “uno cree porque quiere creer en algo” y está convencido de lo que cree y con las “evidencias” que en algún momento buscó (si es que las buscó) ya está y listo.

No, no es simplemente creer porque sí, sino basarse en hechos históricos. Y si esos hechos existieron, todos deben saberlos y tomar una posición ante ellos. ¡Debemos derribar ese argumento satánico de “creer porque sí, porque lo siento, porque me hace bien”! ¡Señor, ayúdanos!


Danilo Sorti




Ayúdanos a llevar el mensaje.
Oprime aquí para enviarnos tu ofrenda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario