Cantares 8:5-7 RVC
5 ¿Quién es ésta, que por el desierto viene
recostada en el hombro de su amado? Bajo un manzano te desperté; Fue allí donde
tu madre tuvo dolores y te dio a luz.
6 Ponme como un sello sobre tu corazón; ponme
como una marca sobre tu brazo. Inquebrantable como la muerte es el amor; inflexibles
como el sepulcro son los celos. ¡Candentes brasas son, candente fuego!
7 Las muchas aguas no pueden apagar el amor,
ni pueden tampoco sofocarlo los ríos. Si por el amor diera el hombre todos los
bienes de su casa, ciertamente sería despreciado.
¡Cómo necesitamos siempre recordar el amor
del Señor! Todo el libro de Cantares, aunque breve, nos da una muestra de Su
amor a través de su paralelo más cercano en la tierra: el amor entre los
esposos. No hay otro modelo de amor, compromiso y responsabilidad, que es en
realidad lo mismo, más cercano que un matrimonio conforme al propósito del
Señor.
Dios es muchas cosas, no podemos abarcarlo,
no podemos entenderlo en su plenitud; y aunque esta sea una verdad de escuelita
dominical, el ABC del cristianismo, con todo, nunca se agota. Así es la
sabiduría divina: sus principios son muy simples, pero la profundidad que
abarcan es insondable para nosotros. Aprendemos algunas cosas básicas y creemos
que “ya las sabemos”, pero esas mismas “cosas básicas” nos siguen hablando y
enseñando siempre.
Y entonces, Dios puede mostrar alguna de Sus
facetas en un momento, o mejor dicho, puede mostrar preferentemente algo de lo
que es, y nosotros terminamos pensando que es solo eso. Y ahí surgen
prácticamente todas las herejías de la historia, al “ver” solamente alguna
parte de Dios y “borrar” o distorsionar las otras.
Dios es nuestro Padre que nos ama, y es
también nuestro Esposo, y la Iglesia es Su Novia. Su amor es el de un Padre y
también es el de un Esposo. Es ardiente en Su celo; el Padre sabe que nutre y
educa a sus hijos para luego “lanzarlos” a la vida, y aunque siempre permanezca
cerca, sabe finalmente que los hijos no son “suyos”. El esposo, en cambio, es
el que está tan unido a la esposa que la “tiene”, en el mejor sentido de la
palabra. Es “suya” porque es una parte de él, literalmente.
Proverbios 18:22 DHH
22 Encontrar esposa es encontrar lo mejor:
es recibir una muestra del favor de Dios.
Proverbios 18:22 TLA
22 Si ya tienes esposa,
ya tienes lo mejor:
¡Dios te ha demostrado su amor!
Y aunque algunos no tienen esta vocación,
porque Dios ha repartido en ellos el don de celibato, para el resto de los
hombres, y lo mismo para las mujeres, encontrar a su cónyuge dado por el Señor
es lo mejor que le puede pasar en la vida. Así piensa Dios de nosotros. Eso
somos para el Amado.
No somos obreros que deben completar
esforzadamente su trabajo, aunque es una parte de nuestra identidad. No somos
servidores siempre dispuestos a sacrificarse por su Señor, aunque también es
una parte. Tampoco somos colaboradores en la obra de Dios, aunque en algún
lugar se nos llama así. ¡Ni muchísimo menos somos lo proveedores materiales en
este mundo para construir cosas en Su nombre, aunque hay algo de eso cierto!
Somos primero y antes que nada, Su Esposa amada, literalmente una parte de Sí
Mismo, Su deleite, Su alegría, Su gozo, y, aunque suene a herejía, aquello que
lo “completa”, no porque Dios necesite ser completado o necesite algo de alguna
de Sus creaturas, sino porque así Él lo ha querido porque “abrió” en Su corazón
un espacio para que lo completemos nosotros.
No había necesidad de ello, es eterno, viene
desde la eternidad y permanecerá por la eternidad, no hay límites a lo que
pueda crear, no tiene que estar “renegando” con ninguna criatura díscola y
rebelde. No necesita que nadie le dé nada ni tampoco “debe” dar nada a nadie,
no fue creado y no es “incompleto” como los seres humanos, creados a propósito
así para que necesitemos uno del otro. Pero nos hizo un espacio en Él, en lo más
profundo de Su Santo Ser, para que allí recibamos todo el amor que ya había
destinado para Su Esposa.
Podemos acercarnos a Él como siervos, como
obreros, como colaboradores, incluso como hijos o hermanos, porque el Señor
mismo nos ha llamado “hermanos”, y está bien, pero nada de eso da de lleno en
el blanco. Son partes, se aproxima al centro, pero no es el centro. En el
centro, propiamente en el punto central, somos Su Esposa, y no podremos
entender lo que Él quiere de nosotros si no lo sabemos.
“Inquebrantable como la muerte es el amor;
inflexibles como el sepulcro son los celos. ¡Candentes brasas son, candente
fuego!”
Esto explica la magnitud de los juicios que
están por manifestarse primeramente sobre la Iglesia, y que ya están aquí.
¿Cómo el Esposo podría soportar que Su Amada se fuera tras otros amores? Si los
hombres pueden aceptarlo y resignarse (a veces) por cierto que Dios no; no lo
ha hecho y nunca lo hará. En Él se cumple perfectamente esta palabra profética:
“inflexibles como el sepulcro son los celos”. NUNCA permitirá que Su Novia sea
profanada; es solo Su paciencia que ha dado un tiempo a la multitud de
apóstatas y burladores que se han introducido entre los santos, pero ese tiempo
ya llegó a su fin.
Pablo alcanzó a sentir algo de eso cuando dijo:
2 Corintios 11:2 RVC
2 El celo que muestro por ustedes proviene de
Dios; ustedes son como una doncella pura, a la que he comprometido en
matrimonio con un solo esposo, que es Cristo.
Hoy está de moda que muchos que a sí mismos
se llaman apóstoles, usen el título de “padres”. Supongo que no han leído
realmente la Biblia porque sino temblarían de solo pensar en usar esa palabra
como la usan. Con todo, asumamos que el verdadero sentido de la “paternidad”
(palabra que también se puso de moda y se vació de verdadero significado), que
viene de Dios, puede llegar a manifestarse en los santos hombres y mujeres de
Dios. ¡SÍ, TAMBIÉN MUJERES, EN SU ROL MATERNAL, QUE ES PARTE DE LA NATURALEZA
DE DIOS! Y malditos serán en este tiempo los líderes que no acepten el rol que
Dios les ha dado a las mujeres dentro de Su obra y entorpezcan el ministerio
femenino excusándose con la Biblia. Ya Dios no permitirán que sigan teniendo
éxito en construir Su obra.
Pero aunque la paternidad y la maternidad
puedan manifestarse, el rol del “amigo del novio” es más difícil aún. Juan el
bautista también lo entendió:
Juan 3:29 RVC
29 El que tiene la esposa, es el esposo; pero
el amigo del esposo, que está a su lado y lo oye, se alegra mucho al oír la voz
del esposo. Así que esta alegría mía ya se ha cumplido.
El Espíritu Santo nos llama a:
1) Aceptar y entender (luego de aceptar) el
amor de Dios como Esposo, ya no como Creador, como Salvador o como Padre, sino
como ESPOSO.
2) Vivir en ese amor para que inunde nuestro
ser y nos con-forme a esa imagen.
3) Mantenernos dentro de ese amor conociendo
Su celo por nosotros.
4) Asumir, como siervos de nuestros hermanos,
el rol del “amigo del esposo” y ministrar con ese espíritu en la comunidad de
los santos.
Ese amor por Su pueblo no será apagado. No
todos los llamados “pueblo” lo son, y al final del tiempo habrá una clara
separación. Por eso, emergiendo de los terribles juicios que vendrán, aún habrá
una Novia en esta Tierra para alegría y gozo del Amado. Y eso también es una
profecía.
Danilo Sorti
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