Lucas 3:7-14 RVC
7 A las multitudes que acudían para ser
bautizadas, Juan les decía: «¡Generación de víboras! ¿Quién les enseñó a huir
de la ira venidera?
8 Produzcan frutos dignos de arrepentimiento,
y no comiencen a decirse: “Tenemos a Abrahán por padre”, porque yo les digo que
aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abrahán.
9 El hacha ya está lista para derribar de raíz
a los árboles; por tanto, todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado
en el fuego.»
10 La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué
debemos hacer?»
11 Y Juan les respondía: «El que tenga dos
túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga
lo mismo.»
12 También unos cobradores de impuestos
llegaron para ser bautizados, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer
nosotros?»
13 Él les dijo: «No cobren más de lo que
deban cobrar.»
14 Unos soldados también le preguntaron: «Y
nosotros, ¿qué debemos hacer?» Y Juan les respondió: «No extorsionen ni
calumnien a nadie, y confórmense con su salario.»
Veamos el panorama de los oyentes de Juan:
ellos sabían que estaban un tiempo especial, “algo” estaba en camino, el Mesías
prometido del que tenían, sin embargo, una expectativa errónea. Recibir el
testimonio de Juan implicaba una dramática conversión, significaba entender que
venía un terrible juicio (la destrucción de Jerusalén, 40 años después, pero
más que eso, el infierno eterno) y que ellos iban derechito por ese camino.
Volver de ese camino nos dejaba temblando de
miedo y muy abiertos a aceptar lo que se les dijera. «Entonces, ¿qué debemos
hacer?» «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?» «Y nosotros, ¿qué debemos
hacer?» ¡Eso sí que era un auditorio arrepentido y dispuesto a cambiar de vida!
A ver, mis hermanos pastores y líderes, díganme, ¿cuántas veces tuvieron un
grupo de gente con esta actitud del corazón? Creo que la mayoría diría que
nunca.
Pues bien, esa gente que estaba en un momento
de apertura espiritual sin precedentes (y que no había pasado desde los tiempos
del retorno del Exilio, cinco siglos atrás) estaba dispuesta a hacer lo que se
les dijera. “¡Papita pal loro!” hubieran dicho algunos de nuestros modernos apostolobos…
Pero Juan no hizo eso. Hubiera podido
decirles lo que quisiera y le hubieran hecho caso, pero el Espíritu no lo
preparó durante 30 años para que eso ocurriera, y de paso, ¿por qué tanto
tiempo para un ministerio tan breve? Por varias razones, pero creo que una de
ellas fue para que, llegado ese momento, sus palabras fueran las adecuadas. En
pocos versículos, del 10 al 14, tenemos una sabiduría y prudencia magníficas.
«El que tenga dos túnicas, comparta una con
el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo.» «No cobren más
de lo que deban cobrar.» «No extorsionen ni calumnien a nadie, y confórmense
con su salario.»
Esto es una muestra de santidad real, de
generosidad posible, de espiritualidad sensata. Juan no les está pidiendo que
hagan nada exagerado sino algo real, no debían avanzar más allá de mantener la
dignidad personal o realizar su trabajo adecuadamente. Si habían sido
bendecidos, entonces podían compartir esa bendición. Si con su trabajo podían
vivir adecuadamente, no debían pretender vivir mejor a costa de extorsionar o
ser deshonestos.
Sin embargo, esto no está ocurriendo todavía
en el tiempo de la Iglesia, por lo que alguien podría objetar que “bajo la
gracia” la exigencia es mayor y entonces presentar el ejemplo de la iglesia de
Jerusalén:
Hechos 2:44-45 RVC
44 y todos los que habían creído se mantenían
unidos y lo compartían todo;
45 vendían sus propiedades y posesiones, y
todo lo compartían entre todos, según las necesidades de cada uno.
Pero el asunto es: ¿qué era lo que vendían?
¿era todo? ¿tenían la obligación de hacerlo? Pedro nos da la respuesta un poco
más adelante:
Hechos 5:4 RVC
4 ¿Acaso el terreno no era tuyo? Y, si lo
vendías, ¿acaso no era tuyo el dinero? ¿Por qué decidiste hacer esto? No les
has mentido a los hombres, sino a Dios.»
Es decir, ellos no tenían la obligación ni de
venderlo ni de traer todo el dinero a los apóstoles, por lo que la generosidad
de Hechos 2 no tenemos que pensarla ni como algo compulsivo y obligatorio, ni
como algo que implicaba necesariamente vender todos los bienes, o algo que
todos hicieran.
Y si quedan dudas al respecto podemos leer lo
que escribió Pablo más adelante:
2 Corintios 8:13-14 RVC
13 No digo esto para que otros tengan
demasiado mientras ustedes sufren de escasez,
14 sino para que en este tiempo la abundancia
de ustedes supla, con igualdad, la escasez de ellos, y para que la abundancia
de ellos supla la necesidad de ustedes. De este modo habrá igualdad,
2 Corintios 9:7-11 RVC
7 Cada uno debe dar según se lo haya
propuesto en su corazón, y no debe dar con tristeza, ni por necesidad, porque
Dios ama a quien da con alegría.
8 Y Dios es poderoso como para que abunde en
ustedes toda gracia, para que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo
necesario, y abunde en ustedes toda buena obra;
9 como está escrito: «Repartió, dio a los
pobres, y su justicia permanece para siempre.»
10 Y aquel que da semilla al que siembra, y
pan al que come, proveerá los recursos de ustedes y los multiplicará,
aumentándoles así sus frutos de justicia,
11 para que sean ustedes enriquecidos en
todo, para toda generosidad, que por medio de nosotros produce acción de
gracias a Dios.
Los apostolobos modernos estiran la
interpretación de algunos de estos versículos y hacen malabares homiléticos
para hacerles decir lo que no dicen, pero el mensaje es claro: mientras somos
llamados a la generosidad, no se nos pide que demos más allá de lo que
razonablemente podamos, y no se nos dice “cuánto” es eso razonable, por lo que
queda al buen juicio (inspirado por el Espíritu) de cada uno.
“Dios es poderoso como para que abunde en
ustedes” es un pasaje clave: en la medida que la bendición de Dios abunda en
nosotros es que podemos dar. Cuando eso no ocurre, por la razón que sea, no se
nos exige dar. Jesús alabó la generosidad de la viuda pobre y la puso como
ejemplo, pero no les exigió nunca a Sus discípulos que hicieran exactamente lo
mismo: el ejemplo movilizaría los corazones, para que las oraciones subieran y
las bendiciones bajaran de tal forma que se pudiera concretar la generosidad.
Como suelo decir en estos casos, no pretendo
con mis palabra limitar ni la generosidad ni la voluntad de Dios, hay gente que
es llamada a dar, hay gente que es llamada incluso a dar más allá de sus
fueras, y cuando esto ocurre, Dios bendice sobrenaturalmente y provee más allá
de lo humano. ¡Gloria a Dios por eso! Pero no todos tienen esos ministerios, y
para ellos, la palabra es muy clara: dar conforme sus fuerzas, conforme lo que
sea lógico para mantener una vida digna para ellos y para los suyos:
1 Timoteo 5:8 RVC
8 porque si alguno no provee para los suyos,
y especialmente para los de su casa, niega la fe y es peor que un incrédulo.
Quitarle el pan a nuestros hijos y nuestras
esposas para dárselo a pastores de dudosa reputación no tiene nada de meritorio
delante de Dios, al contrario, es una gran estupidez.
Hermanos, vuelvo a decirlo: cuando el Señor
nos llama a hacer un esfuerzo especial y dar lo que lógicamente no podríamos
dar, el mismo Señor se encarga de bendecirnos luego. Pero si eso no ocurre, si
damos y luego estamos sufriendo para pagar las deudas o tenemos interminables
problemas en nuestra casa, es que no hicimos lo correcto.
A libertad nos llamó el Señor, no nos
sometamos a los mensajes de explotación de hipócritas ávidos de dinero.
Danilo Sorti
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