miércoles, 6 de diciembre de 2017

336. “El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna”, pero ¿el que solo tiene una?

Lucas 3:7-14 RVC
7 A las multitudes que acudían para ser bautizadas, Juan les decía: «¡Generación de víboras! ¿Quién les enseñó a huir de la ira venidera?
8 Produzcan frutos dignos de arrepentimiento, y no comiencen a decirse: “Tenemos a Abrahán por padre”, porque yo les digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abrahán.
9 El hacha ya está lista para derribar de raíz a los árboles; por tanto, todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado en el fuego.»
10 La gente le preguntaba: «Entonces, ¿qué debemos hacer?»
11 Y Juan les respondía: «El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo.»
12 También unos cobradores de impuestos llegaron para ser bautizados, y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?»
13 Él les dijo: «No cobren más de lo que deban cobrar.»
14 Unos soldados también le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» Y Juan les respondió: «No extorsionen ni calumnien a nadie, y confórmense con su salario.»


Veamos el panorama de los oyentes de Juan: ellos sabían que estaban un tiempo especial, “algo” estaba en camino, el Mesías prometido del que tenían, sin embargo, una expectativa errónea. Recibir el testimonio de Juan implicaba una dramática conversión, significaba entender que venía un terrible juicio (la destrucción de Jerusalén, 40 años después, pero más que eso, el infierno eterno) y que ellos iban derechito por ese camino.

Volver de ese camino nos dejaba temblando de miedo y muy abiertos a aceptar lo que se les dijera. «Entonces, ¿qué debemos hacer?» «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?» «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?» ¡Eso sí que era un auditorio arrepentido y dispuesto a cambiar de vida! A ver, mis hermanos pastores y líderes, díganme, ¿cuántas veces tuvieron un grupo de gente con esta actitud del corazón? Creo que la mayoría diría que nunca.

Pues bien, esa gente que estaba en un momento de apertura espiritual sin precedentes (y que no había pasado desde los tiempos del retorno del Exilio, cinco siglos atrás) estaba dispuesta a hacer lo que se les dijera. “¡Papita pal loro!” hubieran dicho algunos de nuestros modernos apostolobos…

Pero Juan no hizo eso. Hubiera podido decirles lo que quisiera y le hubieran hecho caso, pero el Espíritu no lo preparó durante 30 años para que eso ocurriera, y de paso, ¿por qué tanto tiempo para un ministerio tan breve? Por varias razones, pero creo que una de ellas fue para que, llegado ese momento, sus palabras fueran las adecuadas. En pocos versículos, del 10 al 14, tenemos una sabiduría y prudencia magníficas.

«El que tenga dos túnicas, comparta una con el que no tiene ninguna, y el que tenga comida, haga lo mismo.» «No cobren más de lo que deban cobrar.» «No extorsionen ni calumnien a nadie, y confórmense con su salario.»

Esto es una muestra de santidad real, de generosidad posible, de espiritualidad sensata. Juan no les está pidiendo que hagan nada exagerado sino algo real, no debían avanzar más allá de mantener la dignidad personal o realizar su trabajo adecuadamente. Si habían sido bendecidos, entonces podían compartir esa bendición. Si con su trabajo podían vivir adecuadamente, no debían pretender vivir mejor a costa de extorsionar o ser deshonestos.

Sin embargo, esto no está ocurriendo todavía en el tiempo de la Iglesia, por lo que alguien podría objetar que “bajo la gracia” la exigencia es mayor y entonces presentar el ejemplo de la iglesia de Jerusalén:

Hechos 2:44-45 RVC
44 y todos los que habían creído se mantenían unidos y lo compartían todo;
45 vendían sus propiedades y posesiones, y todo lo compartían entre todos, según las necesidades de cada uno.

Pero el asunto es: ¿qué era lo que vendían? ¿era todo? ¿tenían la obligación de hacerlo? Pedro nos da la respuesta un poco más adelante:

Hechos 5:4 RVC
4 ¿Acaso el terreno no era tuyo? Y, si lo vendías, ¿acaso no era tuyo el dinero? ¿Por qué decidiste hacer esto? No les has mentido a los hombres, sino a Dios.»

Es decir, ellos no tenían la obligación ni de venderlo ni de traer todo el dinero a los apóstoles, por lo que la generosidad de Hechos 2 no tenemos que pensarla ni como algo compulsivo y obligatorio, ni como algo que implicaba necesariamente vender todos los bienes, o algo que todos hicieran.

Y si quedan dudas al respecto podemos leer lo que escribió Pablo más adelante:

2 Corintios 8:13-14 RVC
13 No digo esto para que otros tengan demasiado mientras ustedes sufren de escasez,
14 sino para que en este tiempo la abundancia de ustedes supla, con igualdad, la escasez de ellos, y para que la abundancia de ellos supla la necesidad de ustedes. De este modo habrá igualdad,

2 Corintios 9:7-11 RVC
7 Cada uno debe dar según se lo haya propuesto en su corazón, y no debe dar con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama a quien da con alegría.
8 Y Dios es poderoso como para que abunde en ustedes toda gracia, para que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo necesario, y abunde en ustedes toda buena obra;
9 como está escrito: «Repartió, dio a los pobres, y su justicia permanece para siempre.»
10 Y aquel que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá los recursos de ustedes y los multiplicará, aumentándoles así sus frutos de justicia,
11 para que sean ustedes enriquecidos en todo, para toda generosidad, que por medio de nosotros produce acción de gracias a Dios.

Los apostolobos modernos estiran la interpretación de algunos de estos versículos y hacen malabares homiléticos para hacerles decir lo que no dicen, pero el mensaje es claro: mientras somos llamados a la generosidad, no se nos pide que demos más allá de lo que razonablemente podamos, y no se nos dice “cuánto” es eso razonable, por lo que queda al buen juicio (inspirado por el Espíritu) de cada uno.

“Dios es poderoso como para que abunde en ustedes” es un pasaje clave: en la medida que la bendición de Dios abunda en nosotros es que podemos dar. Cuando eso no ocurre, por la razón que sea, no se nos exige dar. Jesús alabó la generosidad de la viuda pobre y la puso como ejemplo, pero no les exigió nunca a Sus discípulos que hicieran exactamente lo mismo: el ejemplo movilizaría los corazones, para que las oraciones subieran y las bendiciones bajaran de tal forma que se pudiera concretar la generosidad.

Como suelo decir en estos casos, no pretendo con mis palabra limitar ni la generosidad ni la voluntad de Dios, hay gente que es llamada a dar, hay gente que es llamada incluso a dar más allá de sus fueras, y cuando esto ocurre, Dios bendice sobrenaturalmente y provee más allá de lo humano. ¡Gloria a Dios por eso! Pero no todos tienen esos ministerios, y para ellos, la palabra es muy clara: dar conforme sus fuerzas, conforme lo que sea lógico para mantener una vida digna para ellos y para los suyos:

1 Timoteo 5:8 RVC
8 porque si alguno no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, niega la fe y es peor que un incrédulo.

Quitarle el pan a nuestros hijos y nuestras esposas para dárselo a pastores de dudosa reputación no tiene nada de meritorio delante de Dios, al contrario, es una gran estupidez.

Hermanos, vuelvo a decirlo: cuando el Señor nos llama a hacer un esfuerzo especial y dar lo que lógicamente no podríamos dar, el mismo Señor se encarga de bendecirnos luego. Pero si eso no ocurre, si damos y luego estamos sufriendo para pagar las deudas o tenemos interminables problemas en nuestra casa, es que no hicimos lo correcto.

A libertad nos llamó el Señor, no nos sometamos a los mensajes de explotación de hipócritas ávidos de dinero.


Danilo Sorti




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