Lucas 12:33-34 RVC
33 Vendan lo que ahora tienen, y denlo como
limosna. Consíganse bolsas que no se hagan viejas, y háganse en los cielos un
tesoro que no se agote. Allí no entran los ladrones, ni carcome la polilla.
34 Porque donde ustedes tengan su tesoro,
allí también estará su corazón.
Deuteronomio 15:7-8 RVC
7 »Cuando en alguna de tus ciudades, en la
tierra que el Señor tu Dios te da, alguno de tus compatriotas se encuentre
necesitado, no endurezcas tu corazón ni aprietes el puño para no ayudar a tu
compatriota pobre.
8 Al contrario, abre tu mano con generosidad
y préstale lo que le haga falta.
Santiago 1:27 RVC
27 Delante de Dios, la religión pura y sin
mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y
en mantenerse limpio de la maldad de este mundo.
1 Juan 3:17-18 RVC
17 Pero ¿cómo puede habitar el amor de Dios
en aquel que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano pasar necesidad, y le
cierra su corazón?
18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de
lengua, sino de hecho y en verdad.
Hay muchas referencias en la Biblia que nos
hablan de ayudar al pobre y necesitado, a lo largo de todas sus páginas. Puede
ser que lo hagamos o puede ser que no, pero creo que no es necesario hablar
mucho del tema porque suele estar bastante presente en la agenda y el discurso
cristiano, al menos, resulta “políticamente conveniente”, por lo que incluso
aquellos que son claramente falsos hermanos pueden hablar del tema y hacer
cosas al respecto (aunque con motivaciones incorrectas).
Somos llamados a compartir lo que tenemos con
los más necesitados, sin embargo, muchos de los creyentes no son personas de
dinero, y lo que les puede sobrar es realmente poco, ¿entonces qué?
Hechos 3:1-8 RVC
1 Un día, Pedro y Juan subían juntos al
templo. Eran las tres de la tarde, es decir, el momento de la oración,
2 y vieron allí a un hombre cojo de
nacimiento. Todos los días era puesto a la entrada del templo, en la puerta
llamada «la Hermosa», para pedirles limosna a los que entraban en el templo.
3 Cuando el cojo vio que Pedro y Juan estaban
por entrar, les rogó que le dieran limosna.
4 Entonces Pedro, que estaba con Juan, fijó
la mirada en el cojo y le dijo: «¡Míranos!»
5 El cojo se les quedó mirando, porque
esperaba que ellos le dieran algo,
6 pero Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata,
pero de lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate
y anda!»
7 Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó,
¡y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos!
8 El cojo se puso en pie de un salto, y se
echó a andar; luego entró con ellos en el templo, mientras saltaba y alababa a
Dios.
A diferencia de muchos de los que se llaman
apóstoles hoy día, Pedro y Juan no vivían en la abundancia, pero, también a
diferencia de esos mismos, ellos tenían una riqueza espiritual que era muy
superior: eran canales del poder de Dios. Y ese poder de Dios que actuó en el
paralítico, y que les costó $ 0 a Pedro y Juan, transformó completamente la
economía del pobre hombre, permitiéndole ahora trabajar y ganar su sustento con
dignidad.
Puede ser muy frustrante ver tantas
necesidades y contar las monedas para llegar a fin de mes, separando algunas
para la obra de Dios. Y mucho más frustrante ahora cuando los medios de
difusión nos muestran en tiempo real TODAS las carencias del mundo.
No quiero limitar con mis palabras el poder
de Dios; hay gente que tiene dones para hacer dinero y dar con generosidad
(pero no todos), hay gente que tiene dones para dar y vivir con muy poca plata
(tampoco todos), hay hermanos que puede motivar a otros a que den y conseguir
fondos para alguna causa, y hay hermanos que pueden hacer milagros y
literalmente multiplicar alimentos, pero tampoco todos pueden hacer esto. Si
eres llamado a alguna de estas cosas, ¡pues adelante! Pero si no, aún así
tienes tesoros que son más valiosos que los materiales, y que, de paso, pueden
suplir necesidades físicas.
2 Corintios 6:10 RVC
10 parecemos estar tristes, pero siempre
estamos gozosos; parecemos pobres, pero enriquecemos a muchos; parecemos no
tener nada, pero somos dueños de todo.
Esta paradoja vivía Pablo y sus compañeros de
ministerio. Nunca sobraba un peso, pero con su mensaje cambiaban vidas,
economías y sociedades.
Nuestras oraciones, nuestra proclamación del
Evangelio, y también los milagros que podamos hacer en nombre del Señor
constituyen una riqueza que primero y antes que nada trae salvación y
recompensa eterna para las almas, y eso es lo principal; pero también permiten
que el poder de Dios, Aquel que tiene todos los recursos, se mueva sobre
personas y pueblos sumidos en pobreza y necesidad. El verdadero problema no es
que el dinero del mundo esté cada vez más concentrado en cada vez menos gente,
solo un puñado de familias, sino: ¿por qué razón el Señor permitiría que esos
recursos se suelten? ¿por qué habría de permitir que una sociedad cada vez más
pecadora reciba algo de bendición? Pero si la gente se vuelve a Dios, si se
arrepiente de sus malos caminos, entonces el Señor no tiene absolutamente
ningún problema en drenar esos recursos de unas pocas manos hacia muchos. Él
sigue siendo Dios, y nunca dejará de serlo.
Tengamos mucho o poco dinero, por ser hijos
de Dios tenemos un tesoro muchísimo más valioso que eso y es la riqueza
espiritual que nos fue dada y, más que nada, el acceso al Trono de la Gracia para
interceder por los necesitados.
A medida que buena parte del cristianismo, en
todas sus vertientes, se va configurando claramente para ser la iglesia
apóstata de los últimos días, las buenas obras y la ayuda material a los
necesitados (o al menos algo que tenga apariencia de eso) va cobrando cada vez
más relevancia; iglesias evangélicas que años atrás eran poderosas en señales y
milagros, capaces de transformar radicalmente vidas y, por consecuencia,
economías, hoy son “poderosas” (o algo parecido…) en buenas obras realizadas a
través de fundaciones, que pueden ser un excelente negocio para no pagar
impuestos o, a veces, blanquear dinero evadido. No estoy en contra de las
buenas obras, son necesarias y toda la Biblia habla de ellas, ¿pero qué
comparación hay entre dar un pedazo de pan y traer la salvación y el poder de
Dios, que abre las ventanas de los cielos? Por supuesto que lo primero es
necesario y Jesús hizo milagros al respecto, pero sin lo segundo, ¿de qué
sirve? Hay muchas buenas organizaciones seculares que lo hacen, todos los
estados tienen sistemas de ayuda social hoy.
Lo cierto es que la ayuda al pobre hoy se ha
transformado muchas veces en una máscara para una religión apóstata, egoísta e
interesada, que podrá aliviar algunas necesidades momentáneas de la enorme
cantidad que existen, pero ¿qué más logra?
La hora del fin se aproxima, y muchos no
sobrevivirán a los eventos por venir. Dios tiene preparadas moradas celestiales
para recibirlos, en las cuales nunca más habrá necesidad de nada, por la
eternidad, ¿cuánto sentido tiene entretenerse con ayudas materiales y olvidarse
de lo espiritual? Exactamente eso les recriminó Jesús a los religiosos de Su
época:
Mateo 23:23 DHH
23 “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos, hipócritas!, que separan para Dios la décima parte de la menta, del
anís y del comino, pero no hacen caso de las enseñanzas más importantes de la
ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que deben
hacer, sin dejar de hacer lo otro.
Ellos daban el diezmo que servía para
sostener a los pobres, pero dejaban de lado lo más importante. Nunca se nos
permite dejar de lado la ayuda material al necesitado, pero no es nuestro
primer objetivo. Y dado que podemos tener una enorme abundancia de riquezas
espirituales sin necesidad de contar con dinero para pagar por ellas (a pesar
de que los predicadores de la prosperidad digan exactamente lo contrario),
siempre tendremos mucho para dar. Pido que el Señor abra tus ojos espirituales
para que veas las riquezas que posees y seas generoso en compartirlas con los
más necesitados.
Danilo Sorti
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