miércoles, 6 de diciembre de 2017

332. La generosidad y la ayuda al pobre, ¿qué tengo para dar?

Lucas 12:33-34 RVC
33 Vendan lo que ahora tienen, y denlo como limosna. Consíganse bolsas que no se hagan viejas, y háganse en los cielos un tesoro que no se agote. Allí no entran los ladrones, ni carcome la polilla.
34 Porque donde ustedes tengan su tesoro, allí también estará su corazón.

Deuteronomio 15:7-8 RVC
7 »Cuando en alguna de tus ciudades, en la tierra que el Señor tu Dios te da, alguno de tus compatriotas se encuentre necesitado, no endurezcas tu corazón ni aprietes el puño para no ayudar a tu compatriota pobre.
8 Al contrario, abre tu mano con generosidad y préstale lo que le haga falta.

Santiago 1:27 RVC
27 Delante de Dios, la religión pura y sin mancha consiste en ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y en mantenerse limpio de la maldad de este mundo.

1 Juan 3:17-18 RVC
17 Pero ¿cómo puede habitar el amor de Dios en aquel que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano pasar necesidad, y le cierra su corazón?
18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.


Hay muchas referencias en la Biblia que nos hablan de ayudar al pobre y necesitado, a lo largo de todas sus páginas. Puede ser que lo hagamos o puede ser que no, pero creo que no es necesario hablar mucho del tema porque suele estar bastante presente en la agenda y el discurso cristiano, al menos, resulta “políticamente conveniente”, por lo que incluso aquellos que son claramente falsos hermanos pueden hablar del tema y hacer cosas al respecto (aunque con motivaciones incorrectas).

Somos llamados a compartir lo que tenemos con los más necesitados, sin embargo, muchos de los creyentes no son personas de dinero, y lo que les puede sobrar es realmente poco, ¿entonces qué?

Hechos 3:1-8 RVC
1 Un día, Pedro y Juan subían juntos al templo. Eran las tres de la tarde, es decir, el momento de la oración,
2 y vieron allí a un hombre cojo de nacimiento. Todos los días era puesto a la entrada del templo, en la puerta llamada «la Hermosa», para pedirles limosna a los que entraban en el templo.
3 Cuando el cojo vio que Pedro y Juan estaban por entrar, les rogó que le dieran limosna.
4 Entonces Pedro, que estaba con Juan, fijó la mirada en el cojo y le dijo: «¡Míranos!»
5 El cojo se les quedó mirando, porque esperaba que ellos le dieran algo,
6 pero Pedro le dijo: «No tengo oro ni plata, pero de lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!»
7 Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó, ¡y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos!
8 El cojo se puso en pie de un salto, y se echó a andar; luego entró con ellos en el templo, mientras saltaba y alababa a Dios.

A diferencia de muchos de los que se llaman apóstoles hoy día, Pedro y Juan no vivían en la abundancia, pero, también a diferencia de esos mismos, ellos tenían una riqueza espiritual que era muy superior: eran canales del poder de Dios. Y ese poder de Dios que actuó en el paralítico, y que les costó $ 0 a Pedro y Juan, transformó completamente la economía del pobre hombre, permitiéndole ahora trabajar y ganar su sustento con dignidad.

Puede ser muy frustrante ver tantas necesidades y contar las monedas para llegar a fin de mes, separando algunas para la obra de Dios. Y mucho más frustrante ahora cuando los medios de difusión nos muestran en tiempo real TODAS las carencias del mundo.

No quiero limitar con mis palabras el poder de Dios; hay gente que tiene dones para hacer dinero y dar con generosidad (pero no todos), hay gente que tiene dones para dar y vivir con muy poca plata (tampoco todos), hay hermanos que puede motivar a otros a que den y conseguir fondos para alguna causa, y hay hermanos que pueden hacer milagros y literalmente multiplicar alimentos, pero tampoco todos pueden hacer esto. Si eres llamado a alguna de estas cosas, ¡pues adelante! Pero si no, aún así tienes tesoros que son más valiosos que los materiales, y que, de paso, pueden suplir necesidades físicas.

2 Corintios 6:10 RVC
10 parecemos estar tristes, pero siempre estamos gozosos; parecemos pobres, pero enriquecemos a muchos; parecemos no tener nada, pero somos dueños de todo.

Esta paradoja vivía Pablo y sus compañeros de ministerio. Nunca sobraba un peso, pero con su mensaje cambiaban vidas, economías y sociedades.

Nuestras oraciones, nuestra proclamación del Evangelio, y también los milagros que podamos hacer en nombre del Señor constituyen una riqueza que primero y antes que nada trae salvación y recompensa eterna para las almas, y eso es lo principal; pero también permiten que el poder de Dios, Aquel que tiene todos los recursos, se mueva sobre personas y pueblos sumidos en pobreza y necesidad. El verdadero problema no es que el dinero del mundo esté cada vez más concentrado en cada vez menos gente, solo un puñado de familias, sino: ¿por qué razón el Señor permitiría que esos recursos se suelten? ¿por qué habría de permitir que una sociedad cada vez más pecadora reciba algo de bendición? Pero si la gente se vuelve a Dios, si se arrepiente de sus malos caminos, entonces el Señor no tiene absolutamente ningún problema en drenar esos recursos de unas pocas manos hacia muchos. Él sigue siendo Dios, y nunca dejará de serlo.

Tengamos mucho o poco dinero, por ser hijos de Dios tenemos un tesoro muchísimo más valioso que eso y es la riqueza espiritual que nos fue dada y, más que nada, el acceso al Trono de la Gracia para interceder por los necesitados.

A medida que buena parte del cristianismo, en todas sus vertientes, se va configurando claramente para ser la iglesia apóstata de los últimos días, las buenas obras y la ayuda material a los necesitados (o al menos algo que tenga apariencia de eso) va cobrando cada vez más relevancia; iglesias evangélicas que años atrás eran poderosas en señales y milagros, capaces de transformar radicalmente vidas y, por consecuencia, economías, hoy son “poderosas” (o algo parecido…) en buenas obras realizadas a través de fundaciones, que pueden ser un excelente negocio para no pagar impuestos o, a veces, blanquear dinero evadido. No estoy en contra de las buenas obras, son necesarias y toda la Biblia habla de ellas, ¿pero qué comparación hay entre dar un pedazo de pan y traer la salvación y el poder de Dios, que abre las ventanas de los cielos? Por supuesto que lo primero es necesario y Jesús hizo milagros al respecto, pero sin lo segundo, ¿de qué sirve? Hay muchas buenas organizaciones seculares que lo hacen, todos los estados tienen sistemas de ayuda social hoy.

Lo cierto es que la ayuda al pobre hoy se ha transformado muchas veces en una máscara para una religión apóstata, egoísta e interesada, que podrá aliviar algunas necesidades momentáneas de la enorme cantidad que existen, pero ¿qué más logra?

La hora del fin se aproxima, y muchos no sobrevivirán a los eventos por venir. Dios tiene preparadas moradas celestiales para recibirlos, en las cuales nunca más habrá necesidad de nada, por la eternidad, ¿cuánto sentido tiene entretenerse con ayudas materiales y olvidarse de lo espiritual? Exactamente eso les recriminó Jesús a los religiosos de Su época:

Mateo 23:23 DHH
23 “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que separan para Dios la décima parte de la menta, del anís y del comino, pero no hacen caso de las enseñanzas más importantes de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que deben hacer, sin dejar de hacer lo otro.

Ellos daban el diezmo que servía para sostener a los pobres, pero dejaban de lado lo más importante. Nunca se nos permite dejar de lado la ayuda material al necesitado, pero no es nuestro primer objetivo. Y dado que podemos tener una enorme abundancia de riquezas espirituales sin necesidad de contar con dinero para pagar por ellas (a pesar de que los predicadores de la prosperidad digan exactamente lo contrario), siempre tendremos mucho para dar. Pido que el Señor abra tus ojos espirituales para que veas las riquezas que posees y seas generoso en compartirlas con los más necesitados.


Danilo Sorti




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