Romanos 7:24 RVC
24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de
este cuerpo de muerte?
Cuando somos confrontados con lo malo que hay
en nuestro ser interior pueden aparecer cuatro actitudes básicas:
·
Algunos simplemente “se olvidan” de eso y siguen con su programa de vida
teniendo en cuenta solo lo que les resulta positivo y estimulante
·
Algunos se concentran en eso pero sin expectativa de cambio o mejora
posible, por lo que son embargados por el desánimo y la depresión
·
Algunos se esfuerzan en luchar contra eso y viven en una “guerra interior”
y tensión permanentes
·
Algunos simplemente se dan por vencidos y se dejan llevar por eso sin
oponer demasiada resistencia
Quizás lo más probable es que oscilemos entre
alguna de esas actitudes, o que combinemos las cuatro dependiendo de “qué cosa
sea”. En definitiva, cualquiera de las cuatro está equivocada y es poco (o
nada) fructífera para lograr algún cambio porque estando fuera de la guía y el
poder del Espíritu. Y finalmente, si lográramos algún cambio (y es humanamente
posible hacerlo), ¿estamos seguros de que es el correcto? Cuando cambiamos
conforme nuestras propias fuerzas y nuestro propio criterio, ¿”hacia dónde”
estaríamos yendo? Es decir, ¿sería el “lugar” correcto? En la práctica, y más
aún en este tiempo, resulta muy difícil y frustrante intentar cambiar por
nuestras propias fuerzas.
Pero veámoslo desde un punto de vista más
positivo. Las cuatro actitudes tienen algo de bueno y necesario en sí mismas:
Nehemías 8:5-12 RVC
5 Esdras abrió el libro ante todo el pueblo,
y como él estaba por encima de los presentes, todos lo vieron y prestaron mucha
atención
6 Entonces Esdras bendijo la grandeza del
Señor, y el pueblo, con las manos hacia el cielo, respondió a una sola voz:
«¡Amén! ¡Amén!» Luego, todos se inclinaron hasta el suelo y adoraron al Señor.
7 Mientras la ley era leída, los levitas
Josué, Bani, Serebías, Jamín, Acub, Sabetay, Hodías, Maseías, Kelita, Azarías,
Yozabad, Janán y Pelaía explicaban al pueblo la lectura, y el pueblo estaba tan
interesado que no se movía de su lugar.
8 Y es que la lectura de la ley se hacía con
mucha claridad, y se recalcaba todo el sentido, de modo que el pueblo pudiera
entender lo que escuchaba.
9 Como todo el pueblo lloraba al escuchar las
palabras de la ley, el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y
los levitas que explicaban al pueblo el sentido de la ley, dijeron: «Este día
está consagrado al Señor, nuestro Dios. No hay razón para que lloren y se
pongan tristes.»
10 También dijeron: «Vayan y coman bien, y
tomen un buen vino, pero compartan todo con los que nada tienen. Éste día está
consagrado a nuestro Señor, así que no estén tristes. El gozo del Señor es
nuestra fuerza.»
11 También los levitas animaban al pueblo y
le decían: «Ya no lloren. No estén tristes, porque hoy es un día sagrado.»
12 Entonces todo el pueblo se fue a comer y a
beber, y a compartir su comida; y pasaron el día muy alegres, pues habían
entendido las explicaciones que les habían dado.
Hay un momento en que el Espíritu nos llama a
“olvidarnos” de nuestras cuestiones internas; nuestros conflictos, pecados,
cosas sin resolver. Es el momento de la celebración, cuando somos embargados
por el gozo de encontrarnos con la grandeza de Dios, por la alegría de ver Sus
obras realizadas, de estar en la comunión de los santos, de disfrutar de Su
presencia. ¡No hay que perder esa oportunidad!
Jeremías 15:16 RVC
16 Señor, Dios de los ejércitos, cuando hallé
tus palabras, literalmente las devoré; tus palabras son el gozo y la alegría de
mi corazón, porque tu nombre ha sido invocado sobre mí.
Además, y para ser absolutamente sinceros,
¿cuánto es lo que podemos hacer nosotros por nosotros mismos? No estoy diciendo
que simplemente debamos “dejar el agua correr”, pero es inevitable reconocer
que si le hemos entregado nuestra vida a Él, dependemos de Sus fuerzas y de Su
dirección, y de cómo nos vaya llevando paso por paso, trabajando en un momento
con determinada cuestión, luego con otra, y así sucesivamente. Este trabajo por
orden implica que habrá cuestiones que simplemente “las dejamos” por un tiempo,
en las cuales “no tenemos que preocuparnos”, no porque no haya que resolverlas,
sino porque no es el momento todavía para tratarlas.
¿Podemos cambiar solamente enfocándonos en lo
malo? No, solamente podemos llenarnos de resentimiento y frustración, y al
final, terminamos comportándonos como aquello en lo que concentramos nuestra
atención. Mirar los buenos modelos, esforzarse en el Espíritu por construir lo
bueno es algo indispensable.
2 Corintios 3:18 RVC
18 Por lo tanto, todos nosotros, que miramos
la gloria del Señor a cara descubierta, como en un espejo, somos transformados
de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
Hay un momento para el gozo y la celebración,
para olvidarnos de nuestros problemas y pecados. Pero también hay otros
momentos necesarios.
Romanos 3:9-18 RVC
9 ¿Entonces, qué? ¿Somos nosotros mejores que
ellos? ¡De ninguna manera! Porque ya hemos demostrado que todos, judíos y no
judíos, están bajo el pecado.
10 Como está escrito: «¡No hay ni uno solo
que sea justo!
11 No hay quien entienda; no hay quien busque
a Dios.
12 Todos se desviaron, a una se han
corrompido. No hay quien haga lo bueno, ¡no hay ni siquiera uno!
13 Su garganta es un sepulcro abierto, y con
su lengua engañan. ¡En sus labios hay veneno de serpientes!
14 Su boca está llena de maldición y de
amargura.
15 Sus pies son veloces para derramar sangre.
16 Destrucción y desgracia hay en sus
caminos,
17 Y no conocen el camino de la paz.
18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.»
También hay momentos en que debemos
concentrarnos en lo que hay en nuestro interior, enfrentar decididamente el mal
y la oscuridad que tenemos como raza caída. El Espíritu quiere trabajar con
ello, pero si yo no sé de qué se trata ni estoy consciente de que hay algo malo
allí, es difícil que pueda aceptar Su voz y obrar en consecuencia. Además,
¿cómo podría ayudar al que está pasando por algo parecido?
Somos decididamente pecadores y si no tenemos
una visión clara de la profundidad del pecado y la maldad que mora en nosotros
tampoco vamos a tener una visión clara del poder y el amor de Dios. Buena parte
de nuestro conocimiento de Dios viene de lo que Él ha hecho y hace en nosotros,
pero si no sabemos “quiénes somos” en realidad, tampoco podemos entender
claramente lo que Dios es. Hermanos, somos mucho más pecadores y corruptos de
lo que nos gusta pensar y de lo que entendemos actualmente. Así como somos
imperfectos para comprender lo que Dios es en toda su grandeza también somos
imperfectos para comprender lo que es el pecado en nosotros en toda su
profundidad.
Es difícil que cambiemos si primero no
sentimos tristeza y dolor por el pecado que mora en cada uno. Si no podemos
verlo en toda su dimensión, si no entendemos que nuestras mejores obras son “un
trapo inmundo”, que somos irremediablemente malos, si no sentimos el pesar y la
tristeza que provocan a Dios, ¿qué motivación tendríamos para el cambio? Esto
es lo que nos hace decir:
Salmos 51:1-3 RVC
Al músico principal. Salmo de David, cuando
Natán el profeta fue a hablar con David por causa de su adulterio con Betsabé.
1 Dios mío, por tu gran misericordia, ¡ten
piedad de mí!; por tu infinita bondad, ¡borra mis rebeliones!
2 Lávame más y más de mi maldad; ¡límpiame de
mi pecado!
3 Reconozco que he sido rebelde; ¡mi pecado
está siempre ante mis ojos!
Pero ese no es el “lugar para quedarse”, es
un lugar de paso necesario, indispensable, inevitable en el proceso de
santificación, pero finalmente “de paso”, no de permanencia. Solo quedándonos
en el lamento de lo que no somos ni seremos por nuestras propias fuerzas hay
cambio posible, porque es una etapa del camino, no todo.
Colosenses 3:5 RVC
5 Por lo tanto, hagan morir en ustedes todo
lo que sea terrenal: inmoralidad sexual, impureza, pasiones desordenadas, malos
deseos y avaricia. Eso es idolatría.
1 Corintios 15:33-34 RVC
33 No se dejen engañar: las malas compañías
corrompen las buenas costumbres;
34 así que vuelvan en sí y vivan con
rectitud, y no pequen, porque algunos de ustedes no conocen a Dios. Y esto lo
digo para que sientan vergüenza.
Efesios 4:26 RVC
26 Enójense, pero no pequen; reconcíliense
antes de que el sol se ponga,
¿Obtenemos algo luchando contra el pecado que
está en nosotros? Está claro que no es por nuestras propias fuerzas, el que nos
ha vencido es superior a nosotros, no podemos ganarle en poder, ni en
sabiduría, ni en astucia. No quiero decir que no podamos lograr “nada” por
nosotros mismos, sino que es una lucha muy ardua, que en realidad solo pocos
pueden librar (aquellos con una voluntad especialmente fuerte), y al final el
resultado es pobre… a menos que haya sido obtenido “asociándonos” con otro
espíritu que se camufla detrás de nuestro “esfuerzo propio”.
¿Pero es que no debemos luchar en absoluto?
¡No, decididamente, no! Dios no creó robots, voluntariamente decidimos
apartarnos de Dios y también voluntariamente decidimos creer en Su sacrificio
todosuficiente… y también voluntariamente caminamos en el proceso de
santificación. Así como Dios no creó robots en un principio, tampoco lo hizo al
hacernos nuevas criaturas en Cristo. Por lo tanto, con el poder y la sabiduría
que nos da el Espíritu, debemos pelear la buena batalla, tanto “hacia afuera”,
hacia el mundo donde debemos extender el Reino de Dios, como “hacia adentro”,
donde está la verdadera lucha.
2 Timoteo 2:1 RVC
1 Tú, hijo mío, esfuérzate en la gracia que
tenemos en Cristo Jesús.
Hay un momento para escuchar Su voz, para
estar tranquilos, para ser bendecidos y recibir espiritualmente de Él. Y hay un
momento en que debemos hacer algo con eso, en que tenemos que tomar decisiones,
resistir tentaciones, recordar promesas, confrontar voces internas que en
realidad provienen de otro lado, desarraigar raíces perversas… Y todo eso
implica un esfuerzo nuestro, potenciado por el Espíritu pero nuestro, decidido,
sostenido y sin concesiones.
Salmos 38:2-10 RVC
2 Tus flechas se han clavado en mí; ¡sobre mí
has dejado caer tu mano!
3 Por causa de tu enojo, nada sano hay en mi
cuerpo; por causa de mi maldad, no hay paz en mis huesos.
4 Mi pecado pesa sobre mi cabeza; ¡son una
carga que ya no puedo soportar!
5 Por causa de mi locura, mis heridas supuran
y apestan.
6 Estoy abrumado, totalmente abatido; ¡todo
el tiempo ando afligido.
7 La espalda me arde sin cesar: ¡no hay nada
sano en todo mi cuerpo!
8 Me siento débil y en gran manera agobiado;
¡mis quejas son las de un corazón atribulado!
9 Señor, tú conoces todos mis deseos; mis
anhelos no te son ocultos.
10 Mi corazón se agita, me faltan fuerzas, y
hasta mis ojos se van apagando.
Darse por vencido y dejarse llevar no es lo
mismo que simplemente ignorar, implica saber pero renunciar a la lucha.
Entonces, queda siempre el remordimiento en el fondo de saber que está mal. La
conciencia acaba cauterizándose por el fuego del pecado aceptado, porque en
definitiva “renunciar a la lucha” es aceptar el pecado y el destino ya “fijado”
por el Adversario, y dado que ese es el “guión” que le toca en la vida, procura
vivirlo “lo más divertido posible” porque sabe que después no hay nada
placentero. Esta es la peor actitud, pero en realidad es parte del juicio
divino, cuando Dios “entrega” a la gente al pecado, para que haga con ellos lo
que quiera.
Isaías 22:12-14 RVC
12 Ese día Dios, el Señor de los ejércitos,
los convocó al llanto y al lamento, a raparse el cabello y a vestirse de
cilicio;
13 pero ustedes prefirieron gozar y
divertirse, matar vacas y degollar ovejas, comer carne y beber vino. Y decían:
«Comamos y bebamos, que mañana moriremos.»
14 Por su parte, el Señor de los ejércitos me
dijo al oído: «Este pecado no les será perdonado, hasta que hayan muerto.» Lo
ha dicho Dios, el Señor de los ejércitos.
La consecuencia de este estilo de vida es
juicio, sufrimiento, dolor, en una medida mayor que en otras actitudes. Y esto
es para ver si así, en medio del dolor, la persona reconoce que debe cambiar y
decide buscar a Dios. Cuando nos damos cuenta de que en alguna área estamos
bajo juicio es cuando empezamos el proceso de vuelta.
No todos están en este nivel, un nivel
anterior es precisamente el de la consciencia, cuando todavía se es consciente
del pecado que lo está dominando sin poder hacer nada. Dios puede obrar allí,
llamándonos la atención, pero si no respondemos, lo que sigue es la
cauterización de ella.
Con todo, es necesario que lleguemos al punto
de reconocer nuestra absoluta insuficiencia para vencer el pecado, lo más
profundo de él, sus raíces. Cuando estamos atravesando esa etapa
inevitablemente llegamos al momento de desesperanza y “abandono”, que debe ser
abandono de nuestras propias fuerzas, pero no de la fe en Dios, que es la que
debe emerger de allí fortalecida y victoriosa. Precisamente es el momento en
que reconocemos y recibimos al Salvador en una dimensión más profunda, el Único
que puede salvarnos del Adversario y de nosotros mismos.
Cada una de estas actitudes puede ocupar un
lugar en el proceso de cambio, son incorrectas en sí mismas pero tienen una
base de verdad. Podemos trabajar con ellas aprovechando lo que tienen “de
bueno” y reconociendo que no hay “actitud humana” posible que sea en realidad buena
sin el poder y guía del Espíritu.
Mateo 11:16-19 RVC
16 Pero ¿con qué compararé a esta generación?
Se parece a los niños que se sientan en las plazas y les gritan a sus
compañeros:
17 “Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron;
entonamos cantos fúnebres, y ustedes no lloraron.”
18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y
dicen que tiene un demonio;
19 luego vino el Hijo del Hombre, que come y
bebe, y lo califican de glotón y borracho, y de ser amigo de cobradores de
impuestos y de pecadores. Pero a la sabiduría la reivindican sus hijos.»
Esto mismo pasó con los ministerios de Juan
el Bautista y de Jesús. Dentro del mismo plan, ambos correspondían a “momentos”
distintos: con el primero, la gente debía ser plenamente consciente de su
pecado y desear el cambio, con el segundo debía celebrar ese cambio. Los
religiosos de su época no entendieron esto y fueron siempre a destiempo. El
Espíritu intenta llevarnos por distintos momentos para trabajar con nosotros y
resulta que, o bien no lo entendemos y combatimos con lo que está tratando de
hacer en cada etapa, o bien nos quedamos estancados en una de ella, y como el
agua estancada que se pudre, así terminamos por “podrirnos” nosotros.
Por eso, la sabiduría más práctica de la
Biblia nos dice:
Eclesiastés 3:1-8 RVC
1 Todo tiene su tiempo. Hay un momento bajo
el cielo para toda actividad:
2 El momento en que se nace, y el momento en
que se muere; el momento en que se planta, y el momento en que se cosecha;
3 el momento en que se hiere, y el momento en
que se sana; el momento en que se construye, y el momento en que se destruye;
4 el momento en que se llora, y el momento en
que se ríe; el momento en que se sufre, y el momento en que se goza;
5 el momento en que se esparcen piedras, y el
momento en que se amontonan; el momento de la bienvenida, y el momento de la
despedida;
6 el momento de buscar, y el momento de
perder; el momento de guardar, y el momento de desechar;
7 el momento de romper, y el momento de
coser; el momento de callar, y el momento de hablar;
8 el momento de amar, y el momento de odiar;
el momento de hacer la guerra, y el momento de hacer la paz.
Notemos que todo lo que dice aquí puede
aplicarse perfectamente al hombre interior y a los procesos que le ocurren.
¡Señor, danos esa sabiduría!
Danilo Sorti
Ayúdanos a llevar el mensaje.
Oprime aquí para enviarnos tu ofrenda.
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