martes, 12 de diciembre de 2017

339. Cuatro actitudes ante el pecado de nuestro corazón

Romanos 7:24 RVC

24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

Cuando somos confrontados con lo malo que hay en nuestro ser interior pueden aparecer cuatro actitudes básicas:

·         Algunos simplemente “se olvidan” de eso y siguen con su programa de vida teniendo en cuenta solo lo que les resulta positivo y estimulante
·         Algunos se concentran en eso pero sin expectativa de cambio o mejora posible, por lo que son embargados por el desánimo y la depresión
·         Algunos se esfuerzan en luchar contra eso y viven en una “guerra interior” y tensión permanentes
·         Algunos simplemente se dan por vencidos y se dejan llevar por eso sin oponer demasiada resistencia

Quizás lo más probable es que oscilemos entre alguna de esas actitudes, o que combinemos las cuatro dependiendo de “qué cosa sea”. En definitiva, cualquiera de las cuatro está equivocada y es poco (o nada) fructífera para lograr algún cambio porque estando fuera de la guía y el poder del Espíritu. Y finalmente, si lográramos algún cambio (y es humanamente posible hacerlo), ¿estamos seguros de que es el correcto? Cuando cambiamos conforme nuestras propias fuerzas y nuestro propio criterio, ¿”hacia dónde” estaríamos yendo? Es decir, ¿sería el “lugar” correcto? En la práctica, y más aún en este tiempo, resulta muy difícil y frustrante intentar cambiar por nuestras propias fuerzas.

Pero veámoslo desde un punto de vista más positivo. Las cuatro actitudes tienen algo de bueno y necesario en sí  mismas:


Nehemías 8:5-12 RVC
5 Esdras abrió el libro ante todo el pueblo, y como él estaba por encima de los presentes, todos lo vieron y prestaron mucha atención
6 Entonces Esdras bendijo la grandeza del Señor, y el pueblo, con las manos hacia el cielo, respondió a una sola voz: «¡Amén! ¡Amén!» Luego, todos se inclinaron hasta el suelo y adoraron al Señor.
7 Mientras la ley era leída, los levitas Josué, Bani, Serebías, Jamín, Acub, Sabetay, Hodías, Maseías, Kelita, Azarías, Yozabad, Janán y Pelaía explicaban al pueblo la lectura, y el pueblo estaba tan interesado que no se movía de su lugar.
8 Y es que la lectura de la ley se hacía con mucha claridad, y se recalcaba todo el sentido, de modo que el pueblo pudiera entender lo que escuchaba.
9 Como todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley, el gobernador Nehemías, el sacerdote y escriba Esdras, y los levitas que explicaban al pueblo el sentido de la ley, dijeron: «Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios. No hay razón para que lloren y se pongan tristes.»
10 También dijeron: «Vayan y coman bien, y tomen un buen vino, pero compartan todo con los que nada tienen. Éste día está consagrado a nuestro Señor, así que no estén tristes. El gozo del Señor es nuestra fuerza.»
11 También los levitas animaban al pueblo y le decían: «Ya no lloren. No estén tristes, porque hoy es un día sagrado.»
12 Entonces todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a compartir su comida; y pasaron el día muy alegres, pues habían entendido las explicaciones que les habían dado.


Hay un momento en que el Espíritu nos llama a “olvidarnos” de nuestras cuestiones internas; nuestros conflictos, pecados, cosas sin resolver. Es el momento de la celebración, cuando somos embargados por el gozo de encontrarnos con la grandeza de Dios, por la alegría de ver Sus obras realizadas, de estar en la comunión de los santos, de disfrutar de Su presencia. ¡No hay que perder esa oportunidad!

Jeremías 15:16 RVC
16 Señor, Dios de los ejércitos, cuando hallé tus palabras, literalmente las devoré; tus palabras son el gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre ha sido invocado sobre mí.

Además, y para ser absolutamente sinceros, ¿cuánto es lo que podemos hacer nosotros por nosotros mismos? No estoy diciendo que simplemente debamos “dejar el agua correr”, pero es inevitable reconocer que si le hemos entregado nuestra vida a Él, dependemos de Sus fuerzas y de Su dirección, y de cómo nos vaya llevando paso por paso, trabajando en un momento con determinada cuestión, luego con otra, y así sucesivamente. Este trabajo por orden implica que habrá cuestiones que simplemente “las dejamos” por un tiempo, en las cuales “no tenemos que preocuparnos”, no porque no haya que resolverlas, sino porque no es el momento todavía para tratarlas.

¿Podemos cambiar solamente enfocándonos en lo malo? No, solamente podemos llenarnos de resentimiento y frustración, y al final, terminamos comportándonos como aquello en lo que concentramos nuestra atención. Mirar los buenos modelos, esforzarse en el Espíritu por construir lo bueno es algo indispensable.

2 Corintios 3:18 RVC
18 Por lo tanto, todos nosotros, que miramos la gloria del Señor a cara descubierta, como en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Hay un momento para el gozo y la celebración, para olvidarnos de nuestros problemas y pecados. Pero también hay otros momentos necesarios.


Romanos 3:9-18 RVC
9 ¿Entonces, qué? ¿Somos nosotros mejores que ellos? ¡De ninguna manera! Porque ya hemos demostrado que todos, judíos y no judíos, están bajo el pecado.
10 Como está escrito: «¡No hay ni uno solo que sea justo!
11 No hay quien entienda; no hay quien busque a Dios.
12 Todos se desviaron, a una se han corrompido. No hay quien haga lo bueno, ¡no hay ni siquiera uno!
13 Su garganta es un sepulcro abierto, y con su lengua engañan. ¡En sus labios hay veneno de serpientes!
14 Su boca está llena de maldición y de amargura.
15 Sus pies son veloces para derramar sangre.
16 Destrucción y desgracia hay en sus caminos,
17 Y no conocen el camino de la paz.
18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.»

También hay momentos en que debemos concentrarnos en lo que hay en nuestro interior, enfrentar decididamente el mal y la oscuridad que tenemos como raza caída. El Espíritu quiere trabajar con ello, pero si yo no sé de qué se trata ni estoy consciente de que hay algo malo allí, es difícil que pueda aceptar Su voz y obrar en consecuencia. Además, ¿cómo podría ayudar al que está pasando por algo parecido?

Somos decididamente pecadores y si no tenemos una visión clara de la profundidad del pecado y la maldad que mora en nosotros tampoco vamos a tener una visión clara del poder y el amor de Dios. Buena parte de nuestro conocimiento de Dios viene de lo que Él ha hecho y hace en nosotros, pero si no sabemos “quiénes somos” en realidad, tampoco podemos entender claramente lo que Dios es. Hermanos, somos mucho más pecadores y corruptos de lo que nos gusta pensar y de lo que entendemos actualmente. Así como somos imperfectos para comprender lo que Dios es en toda su grandeza también somos imperfectos para comprender lo que es el pecado en nosotros en toda su profundidad.

Es difícil que cambiemos si primero no sentimos tristeza y dolor por el pecado que mora en cada uno. Si no podemos verlo en toda su dimensión, si no entendemos que nuestras mejores obras son “un trapo inmundo”, que somos irremediablemente malos, si no sentimos el pesar y la tristeza que provocan a Dios, ¿qué motivación tendríamos para el cambio? Esto es lo que nos hace decir:

Salmos 51:1-3 RVC

Al músico principal. Salmo de David, cuando Natán el profeta fue a hablar con David por causa de su adulterio con Betsabé.

1 Dios mío, por tu gran misericordia, ¡ten piedad de mí!; por tu infinita bondad, ¡borra mis rebeliones!
2 Lávame más y más de mi maldad; ¡límpiame de mi pecado!
3 Reconozco que he sido rebelde; ¡mi pecado está siempre ante mis ojos!

Pero ese no es el “lugar para quedarse”, es un lugar de paso necesario, indispensable, inevitable en el proceso de santificación, pero finalmente “de paso”, no de permanencia. Solo quedándonos en el lamento de lo que no somos ni seremos por nuestras propias fuerzas hay cambio posible, porque es una etapa del camino, no todo.


Colosenses 3:5 RVC
5 Por lo tanto, hagan morir en ustedes todo lo que sea terrenal: inmoralidad sexual, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia. Eso es idolatría.

1 Corintios 15:33-34 RVC
33 No se dejen engañar: las malas compañías corrompen las buenas costumbres;
34 así que vuelvan en sí y vivan con rectitud, y no pequen, porque algunos de ustedes no conocen a Dios. Y esto lo digo para que sientan vergüenza.

Efesios 4:26 RVC
26 Enójense, pero no pequen; reconcíliense antes de que el sol se ponga,

¿Obtenemos algo luchando contra el pecado que está en nosotros? Está claro que no es por nuestras propias fuerzas, el que nos ha vencido es superior a nosotros, no podemos ganarle en poder, ni en sabiduría, ni en astucia. No quiero decir que no podamos lograr “nada” por nosotros mismos, sino que es una lucha muy ardua, que en realidad solo pocos pueden librar (aquellos con una voluntad especialmente fuerte), y al final el resultado es pobre… a menos que haya sido obtenido “asociándonos” con otro espíritu que se camufla detrás de nuestro “esfuerzo propio”.

¿Pero es que no debemos luchar en absoluto? ¡No, decididamente, no! Dios no creó robots, voluntariamente decidimos apartarnos de Dios y también voluntariamente decidimos creer en Su sacrificio todosuficiente… y también voluntariamente caminamos en el proceso de santificación. Así como Dios no creó robots en un principio, tampoco lo hizo al hacernos nuevas criaturas en Cristo. Por lo tanto, con el poder y la sabiduría que nos da el Espíritu, debemos pelear la buena batalla, tanto “hacia afuera”, hacia el mundo donde debemos extender el Reino de Dios, como “hacia adentro”, donde está la verdadera lucha.

2 Timoteo 2:1 RVC
1 Tú, hijo mío, esfuérzate en la gracia que tenemos en Cristo Jesús.

Hay un momento para escuchar Su voz, para estar tranquilos, para ser bendecidos y recibir espiritualmente de Él. Y hay un momento en que debemos hacer algo con eso, en que tenemos que tomar decisiones, resistir tentaciones, recordar promesas, confrontar voces internas que en realidad provienen de otro lado, desarraigar raíces perversas… Y todo eso implica un esfuerzo nuestro, potenciado por el Espíritu pero nuestro, decidido, sostenido y sin concesiones.


Salmos 38:2-10 RVC
2 Tus flechas se han clavado en mí; ¡sobre mí has dejado caer tu mano!
3 Por causa de tu enojo, nada sano hay en mi cuerpo; por causa de mi maldad, no hay paz en mis huesos.
4 Mi pecado pesa sobre mi cabeza; ¡son una carga que ya no puedo soportar!
5 Por causa de mi locura, mis heridas supuran y apestan.
6 Estoy abrumado, totalmente abatido; ¡todo el tiempo ando afligido.
7 La espalda me arde sin cesar: ¡no hay nada sano en todo mi cuerpo!
8 Me siento débil y en gran manera agobiado; ¡mis quejas son las de un corazón atribulado!
9 Señor, tú conoces todos mis deseos; mis anhelos no te son ocultos.
10 Mi corazón se agita, me faltan fuerzas, y hasta mis ojos se van apagando.

Darse por vencido y dejarse llevar no es lo mismo que simplemente ignorar, implica saber pero renunciar a la lucha. Entonces, queda siempre el remordimiento en el fondo de saber que está mal. La conciencia acaba cauterizándose por el fuego del pecado aceptado, porque en definitiva “renunciar a la lucha” es aceptar el pecado y el destino ya “fijado” por el Adversario, y dado que ese es el “guión” que le toca en la vida, procura vivirlo “lo más divertido posible” porque sabe que después no hay nada placentero. Esta es la peor actitud, pero en realidad es parte del juicio divino, cuando Dios “entrega” a la gente al pecado, para que haga con ellos lo que quiera.

Isaías 22:12-14 RVC
12 Ese día Dios, el Señor de los ejércitos, los convocó al llanto y al lamento, a raparse el cabello y a vestirse de cilicio;
13 pero ustedes prefirieron gozar y divertirse, matar vacas y degollar ovejas, comer carne y beber vino. Y decían: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos.»
14 Por su parte, el Señor de los ejércitos me dijo al oído: «Este pecado no les será perdonado, hasta que hayan muerto.» Lo ha dicho Dios, el Señor de los ejércitos.

La consecuencia de este estilo de vida es juicio, sufrimiento, dolor, en una medida mayor que en otras actitudes. Y esto es para ver si así, en medio del dolor, la persona reconoce que debe cambiar y decide buscar a Dios. Cuando nos damos cuenta de que en alguna área estamos bajo juicio es cuando empezamos el proceso de vuelta.

No todos están en este nivel, un nivel anterior es precisamente el de la consciencia, cuando todavía se es consciente del pecado que lo está dominando sin poder hacer nada. Dios puede obrar allí, llamándonos la atención, pero si no respondemos, lo que sigue es la cauterización de ella.

Con todo, es necesario que lleguemos al punto de reconocer nuestra absoluta insuficiencia para vencer el pecado, lo más profundo de él, sus raíces. Cuando estamos atravesando esa etapa inevitablemente llegamos al momento de desesperanza y “abandono”, que debe ser abandono de nuestras propias fuerzas, pero no de la fe en Dios, que es la que debe emerger de allí fortalecida y victoriosa. Precisamente es el momento en que reconocemos y recibimos al Salvador en una dimensión más profunda, el Único que puede salvarnos del Adversario y de nosotros mismos.

Cada una de estas actitudes puede ocupar un lugar en el proceso de cambio, son incorrectas en sí mismas pero tienen una base de verdad. Podemos trabajar con ellas aprovechando lo que tienen “de bueno” y reconociendo que no hay “actitud humana” posible que sea en realidad buena sin el poder y guía del Espíritu.

Mateo 11:16-19 RVC
16 Pero ¿con qué compararé a esta generación? Se parece a los niños que se sientan en las plazas y les gritan a sus compañeros:
17 “Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y ustedes no lloraron.”
18 Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen que tiene un demonio;
19 luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y lo califican de glotón y borracho, y de ser amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. Pero a la sabiduría la reivindican sus hijos.»

Esto mismo pasó con los ministerios de Juan el Bautista y de Jesús. Dentro del mismo plan, ambos correspondían a “momentos” distintos: con el primero, la gente debía ser plenamente consciente de su pecado y desear el cambio, con el segundo debía celebrar ese cambio. Los religiosos de su época no entendieron esto y fueron siempre a destiempo. El Espíritu intenta llevarnos por distintos momentos para trabajar con nosotros y resulta que, o bien no lo entendemos y combatimos con lo que está tratando de hacer en cada etapa, o bien nos quedamos estancados en una de ella, y como el agua estancada que se pudre, así terminamos por “podrirnos” nosotros.

Por eso, la sabiduría más práctica de la Biblia nos dice:

Eclesiastés 3:1-8 RVC
1 Todo tiene su tiempo. Hay un momento bajo el cielo para toda actividad:
2 El momento en que se nace, y el momento en que se muere; el momento en que se planta, y el momento en que se cosecha;
3 el momento en que se hiere, y el momento en que se sana; el momento en que se construye, y el momento en que se destruye;
4 el momento en que se llora, y el momento en que se ríe; el momento en que se sufre, y el momento en que se goza;
5 el momento en que se esparcen piedras, y el momento en que se amontonan; el momento de la bienvenida, y el momento de la despedida;
6 el momento de buscar, y el momento de perder; el momento de guardar, y el momento de desechar;
7 el momento de romper, y el momento de coser; el momento de callar, y el momento de hablar;
8 el momento de amar, y el momento de odiar; el momento de hacer la guerra, y el momento de hacer la paz.

Notemos que todo lo que dice aquí puede aplicarse perfectamente al hombre interior y a los procesos que le ocurren. ¡Señor, danos esa sabiduría!


Danilo Sorti




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