martes, 25 de julio de 2017

66. La discriminación en el pueblo de Dios

Gálatas 3:27-29 RVC
27  Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo.
28  Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo Jesús.
29  Y si ustedes son de Cristo, ciertamente son linaje de Abrahán y, según la promesa, herederos.

Romanos 10:12-13 RVC
12  Porque no hay diferencia entre el que es judío y el que no lo es, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que lo invocan,
13  porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.

Colosenses 3:9-11 RVC
9  No se mientan los unos a los otros, pues ya ustedes se han despojado de la vieja naturaleza y de sus hechos,
10  y se han revestido de la nueva naturaleza, la naturaleza del nuevo hombre, que se va renovando a imagen del que lo creó hasta el pleno conocimiento,
11  donde ya no importa el ser griego o judío, estar circuncidado o no estarlo, ser extranjero o inculto, siervo o libre, sino que Cristo es todo, y está en todos.


Hubo un tiempo hace algunas décadas en que la discriminación y el odio entre grupos humanos en el mundo parecía estar disminuyendo, o al menos no generaba hechos demasiado violentos y “visibles”. A medida que nos acercamos al final de los tiempos y el mal aumenta exponencialmente, es lógico que esta situación hubiera de cambiar.

Y así llegamos al día de hoy, en que a medida que la economía mundial se vuelve cada vez más caótica y la crisis ambiental causa cada vez más desastres y destruye los recursos productivos, las sociedades necesitan alguien a quien echarle la culpa, como en la tristemente célebre época de Hitler, los “judíos modernos” (y, de paso, digamos que también el antisemitismo está en aumento en el mundo actual).

¿Cómo se manifiesta este mismo espíritu dentro del Pueblo de Dios? De maneras más sutiles, pero que en el fondo tienen la misma raíz: empezando a valorar una “raza” por encima de otra debido a muchas razones que no vale la pena mencionar, de las que Pablo dijo:

Filipenses 3:7-8 DHH
7  Pero todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor.
8  Aún más, a nada le concedo valor si lo comparo con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por causa de Cristo lo he perdido todo, y todo lo considero basura a cambio de ganarlo a él


Todo lo que delante de Dios es menos importante que el polvo que se junta en los pisos de nuestras casas comienza a ser revestido de dignidad y espiritualidad. Sinceramente, para los muchos cristianos que conocen muy poco la Palabra de Dios, con “amontonar” unos cuantos versículos bíblicos alrededor de un tema, gritar y llorar un poco durante algunas predicaciones y hacer un poco de show escénico; se pude armar una doctrina creíble.

Sé que puede molestar esto que estoy diciendo, no es mi intención ofender, pero si es necesario que alguien sea “sacudido” un poco con estas palabras para despertar a las realidades espirituales, no lo lamento.

La realidad es que todos los pueblos tienen historias muy oscuras y hechos muy nobles en su pasado. Y no creo que esté mal valorar lo bueno que traemos en nuestra herencia, con la suficiente humildad como para no creernos mejor que nadie porque:

Romanos 3:9-12 RVC
9  ¿Entonces, qué? ¿Somos nosotros mejores que ellos? ¡De ninguna manera! Porque ya hemos demostrado que todos, judíos y no judíos, están bajo el pecado.
10  Como está escrito: «¡No hay ni uno solo que sea justo!
11  No hay quien entienda; no hay quien busque a Dios.
12  Todos se desviaron, a una se han corrompido. No hay quien haga lo bueno, ¡no hay ni siquiera uno!

Les comento algo personal: como descendiente cien por ciento de italianos, tengo “sobre mis espaldas” unas cuantas cosas nefastas: la Iglesia Romana y su historia de persecución a los protestantes y evangélicos, el juicio y crucifixión de nuestro Señor, la persecución de los primeros cristianos, la participación de Italia en la 2° Guerra Mundial junto con la Alemania Nazi… Bueno, no es para enorgullecerse.

Pero resulta que también mis antepasados fueron los que abrazaron el Evangelio cuando Israel, la nación a la que primero estaba destinado, lo rechazaba. Ellos fueron los que murieron como mártires durante varios siglos a lo largo de todo el Imperio Romano, los primeros que habrían de dar el testimonio a tantos y tantos otros hoy día que están ofreciendo sus vidas en Medio Oriente, Asia y África (muchísimos más en número que esos primeros). Fueron los romanos los que mantuvieron encendida la antorcha del Evangelio en una Europa desmembrada, durante más de 1.000 años; por cierto con muchos errores y graves pecados, ¡sin duda!, pero la mantuvieron. Y, aunque no nos guste admitirlo, un Lutero no hubiera podido surgir si no hubiera habido una estructura tal como la Iglesia Católica Romana. ¡Con esto no quiero de ninguna manera hacer una apología de la Iglesia Romana! ¡Ni tampoco de los italianos! Pero entender esto me sirvió para darme cuenta de que también mi pueblo tenía un rol muy importante en la historia.

Hermanos, es absurdo tratar de sobresalir por nuestra nacionalidad o incluso por nuestra “historia evangélica” (alguna vez estuve en una iglesia en donde más “rango” tenían los que venían de tres o cuatro generaciones de evangélicos…).

En la época de los primeros cristianos la sociedad estaba profundamente dividida, más de lo que lo está en este momento histórico, aunque es probable que más cerca del fin de los tiempos lleguemos a ese mismo nivel de “grieta” (pusimos de moda la palabra en nuestro país…), y esas divisiones “raciales” y culturales se trasladaban a la iglesia. El Espíritu exhortó fuertemente a los hermanos para que entendiera que nada de eso tenía ya valor.

Hermanos, ni participemos ni dejemos que “nos participen” en estas cuestiones. Y por sobre todo, cuidemos nuestras congregaciones para que tales espíritus no se infiltren, porque les aseguro que si no reforzamos las murallas no pasará mucho tiempo para que lo hagan.

¡Que el Señor nos dé Su gracia para construir una Novia unida, digna de su Prometido!


Danilo Sorti




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