Efesios 1:7-12 RVC
7 En él tenemos la redención por medio de su
sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia,
8 la cual desbordó sobre nosotros en toda
sabiduría y entendimiento,
9 y nos dio a conocer el misterio de su
voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
10 para que cuando llegara el tiempo señalado
reuniera todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las
que están en la tierra.
11 En él asimismo participamos de la
herencia, pues fuimos predestinados conforme a los planes del que todo lo hace
según el designio de su voluntad,
12 a fin de que nosotros, los primeros en
esperar en Cristo, alabemos su gloria.
El mundo espiritual que nos muestra Pablo es
imposible no entenderlo en contraste con el mundo espiritual al que sus
receptores estaban acostumbrados, especialmente en Éfeso, donde se encontraba
el lujoso y muy popular templo de Diana. Pero cuidado, ese mundo espiritual no
era para nada diferente al mundo espiritual de las tinieblas que tenemos hoy,
solo que en el presente se ha disfrazado “secularmente” para engañar a las
personas, aunque ya no por mucho más tiempo.
En esencia se trata de la cosmovisión
animista, que fue “pulida” luego por la filosofía griega, pero que, para la
gente común, seguía conservando sus características básicas: un mundo regido
por dioses caprichosos porque el Dios Creador lo había abandonado debido a las
faltas de los hombres (sí, aunque parezca sorprendente, todas las religiones
animistas tuvieron en su origen la creencia en un Dios superior que por alguna
razón abandonó a los hombres). Estos dioses y espíritus podían ofenderse
fácilmente y causar desgracias, por otro lado, exigían una serie de sacrificios
para conceder favores. Cada uno tenía un ámbito de acción más o menos
específico y frecuentemente podían surgir conflictos entre ellos. Ni el
concepto de santidad ni el de moral ni el de justicia según nuestro
entendimiento judeocristiano se aplica a ellos, mucho menos la revelación del
amor de un Padre.
No sorprende que cuando los gentiles
escucharan por primera vez la asombrosa historia de un Dios que los amaba tanto
como para entregar Su propio Hijo a la muerte en rescate, y por ese solo
sacrificio y por pura gracia les ofreciera todas las bendiciones que el Hijo
merecía por derecho propio, se volcaran con pasión ferviente hacia esa nueva
fe, aun entregando sus vidas. Mientras más “extraño” es el Evangelio más
perseguido resulta pero también más fidelidad genera en los conversos.
Entonces, el misterio que, habíamos visto,
estaba reservado solo para los iniciados, y no para todos, en las religiones
mistéricas de la época, las promesas de éxito y bendición que resultaban
siempre esquivas, estaban revelado y contenidas en un Dios que no tenía nada de
caprichoso e impredecible, que no era variable como sus dioses, que había
diseñado un plan de amor y lo había llevado a cabo, que Su voluntad era de perfecto
amor para con los seres humanos.
Exactamente esos mismos dioses existen hoy en
la sociedad secular (y otros más, pero quedémonos con ellos por ahora), veamos
un paralelo rápido y tentativo:
·
Zeus / Júpiter como el dios del poder, de los poderosos de la Tierra
·
Hera / Juno como la “Reina del Cielo”, en su faceta de religión y
dominación
·
Dionisio / Baco como el dios de las fiestas y el placer
·
Apolo / Febo, el dios del “cuerpo”, del conocimiento, de la medicina…
·
Atenea / Minerva, la diosa del conocimiento, de la ciencia
Bueno, hay más, no me interesa hacer un
detalle de todos, pero es claro que cada disciplina o campo de acción humano
tiene a su propio “dios”, para los griegos, los romanos y los pueblos
politeístas de la antigüedad y del presente, eso era y es muy evidente. El
mundo agnóstico borró a dichos seres espirituales del discurso, pero no del
trasfondo: siguen siendo los mismos que inspiran unas cuantas cosas por detrás
en esos campos de acción o de conocimiento.
¿Puede la ciencia prometer el amor y las
bendiciones que Dios nos da? Sólo algo parecido a “bendición”, pero obviamente
cuestionable. ¿Puede el moderno culto al cuerpo hacernos felices? No, solo por
un tiempo, y en realidad podemos quedar fácilmente “encerrados” en nosotros
mismos. ¿Puede la religión hacernos libres y darnos amor? De ninguna manera. Y
así seguiríamos: cada ámbito de labor humana, bien entendido y aplicado, puede
ser de gran utilidad, pero nada parecido al amor del Padre, que es muy superior
a cuanta cosa pueda hacer el hombre y a todos los dioses del pasado y del
presente.
Vemos en Dios a un Dios de planes: el amor no
es una simple emoción, que aparece y desaparece, tal como nos muestras hasta el
hartazgo las novelas, al contrario: “nos dio a conocer el misterio de su voluntad,
según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, para que cuando
llegara el tiempo señalado reuniera todas las cosas en Cristo”. Hubo primero
una decisión basada en el amor, que se materializó en un plan, que se cumplió
en un tiempo, que se dio a conocer luego y que tendrá una culminación (todavía
futura) al reunir todas las cosas en Cristo.
Hoy los hombres buscan desesperadamente
respuestas en la política, en la ciencia, en el placer, en el conocimiento, en
una vida de autoconocimiento o disciplina, en la naturaleza, etcétera.
Inevitablemente resultan frustrados. Por supuesto, no todos son conscientes de
la inutilidad deseos esfuerzos, tampoco en los tiempos de Pablo, pero para los
que sí, entonces y ahora, hay una maravillosa respuesta en Cristo que expresa
el plan perfecto e inmutable de Dios llevado a cabo por Su amor.
Danilo Sorti
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