Hechos 6:7 RVC
7 Conforme crecía el conocimiento de la
palabra del Señor, se multiplicaba también el número de los discípulos en
Jerusalén, y aun muchos de los sacerdotes llegaron a creer.
Leyendo un comentario bíblico me encontré con
una cuestión interesante. En el judaísmo de esa época los sacerdotes podían
tener una posición relativamente buena, y sin dudas gozar de un buen status
social. Eran los referentes obligados en materia de religión y, en buena parte,
los guías espirituales (los fariseos les disputaban ese lugar). Pero, ¿qué
pasaba cuando se convertían?
Por un lado perderían sus relaciones,
amistades, familia y trabajo, ¡eso era visto como una alta traición! Por otro,
¿cómo se insertarían en la comunidad de la fe?
Un sacerdote que toda su vida trabajara de su
oficio sacerdotal, ¿qué haría una vez convertido? Más aún si ya era una persona
mayor. Económica podía significar pasar de un nivel de vida acomodado a
depender de la caridad. De ser un líder y referente pasaría a ser despreciado y
rechazado. Y habría que ver hasta qué punto podía ser aceptado por la nueva
comunidad, en donde ya había líderes levantados por el Espíritu. A menos que el
sacerdote tuviera una suficiente cantidad de bienes como para arreglárselas el
resto de su vida o empezar algún negocio, no parece que las cosas le resultaran
fáciles, y la tentación para “volver atrás” era muy fuerte también.
Los sacerdotes tipifican a aquellos que
tienen un muy buen pasar económico y social en una comunidad dada, y para los
que la conversión implica un costo muy grande. No solamente en esos ámbitos,
social y económico, sino también dentro de la nueva fe; ¿cuán fácil resultaba
para un sacerdote “desaprender” lo que había vivido durante décadas? Podía
reconocer a Cristo como el Mesías, su religión lo anunciaba, pero, ¿insertarse
en la nueva fe? ¿dejar sus viejas costumbres? ¿aceptar a los judíos helenistas,
incluso a los paganos conversos…? Exactamente lo mismo podríamos decir de estos
líderes sociales cuando se convierten.
Tenemos ejemplos conocidos de lo que digo si
pensamos, por ejemplo, en algunos cantantes seculares convertidos (o al menos,
algo por el estilo…). Y ya no nos sorprende que cada tanto alguno se vuelva
atrás. Ni qué hablar de cuando se convierten brujos o líderes de alguna otra
religión. No es fácil, sin dudas.
Para ellos, cruzar la brecha se vuelve un
camino difícil y costos, pero la recepción que encuentran adentro no siempre es
la mejor, y en parte tiene que ver con la “envidia de los pobres”. Por más
políticamente incorrecto que sea esto que escribo, lo cierto es que los
“pobres” (y no me refiero únicamente al aspecto económico), cuando son puestos
en una posición alta no van a aceptar fácilmente que uno de sus antiguos
“opresores” (aunque lo sean en sentido simbólico y no literal) aparezca de
repente y asuma un rol de liderazgo. En las iglesias pentecostales suele verse
esto, ya que el sustrato original es precisamente de gente de bajos recursos y
sin estudios. Pero cuando el Señor los levanta al liderazgo, los prospera y les
da una posición y un nombre (y gloria a Dios por ello, porque Dios es justo y
misericordioso para levantar a Sus hijos del polvo), no suelen tolerar que
alguien de un nivel social superior haga “carrera” rápidamente entre ellos.
Perdón si ofendo a alguien, pero creo que no estoy diciendo nada que no hayamos
visto o vivido en persona muchos de nosotros. Así es la naturaleza humana, y no
la vamos a cambiar con “buenismos” sino con verdad, arrepentimiento y
conversión.
Es cierto que con aquellos que vienen de una
posición social o económica importante el Señor debe tratar (a veces durante
mucho tiempo) con el tema del orgullo, aunque la verdad es que el orgullo
resulta un problema de absolutamente todas las personas. El pobre no está
exento de él. Pero también es verdad que una de estas personas convertidas
puede ser una joya muy valiosa, de las cuales la iglesia (especialmente las
iglesias pentecostales) ha perdido a muchas. Podríamos decir que ninguno de los
apóstoles vino de un contexto social de pobreza, incluso algunos vinieron de la
riqueza. El mismo Jesús no era pobre (tampoco rico). Tampoco eran pobres los
personajes que vemos en Hechos y en las epístolas. Todos fueron transformados y
usados grandemente para la obra.
Entonces, estos sacerdotes convertidos podían
ser desechados por la comunidad y por los jóvenes líderes que querían hacer
carrera, o podían ser adecuadamente incorporados y aprovechar su sabiduría y
experiencia, y la mayor capacidad de comprensión de las verdades espirituales
que podían llegar a adquirir. Podían ser despreciados o podían ser reconocidos
en su valor para dejar todo y asumir una pérdida tan grande para seguir a
Cristo.
Esto no es historia pasada, tenemos hoy
muchos de ellos cercanos, otros tantos convertidos y olvidados en sus iglesias,
algunos heridos y apartados, pero como son “sacerdotes” normalmente no son
tenidos en cuenta. Y con eso, la iglesia se pierde las bendiciones que Dios ha
dispuesto a través de ellos. Que el Espíritu Santo nos dé la sabiduría y la
humildad necesaria como para incorporarlos en la comunión y el servicio del
Reino.
Danilo Sorti
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