Juan 20:30-21:1 RVC
30 Jesús hizo muchas otras señales en
presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro.
31 Pero éstas se han escrito para que ustedes
crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer, tengan vida
en su nombre.
1 Después de esto, Jesús se manifestó otra
vez a sus discípulos, junto al lago de Tiberias; y lo hizo de esta manera:
El Evangelio de Juan fue el último de los
cuatro en ser escrito y uno de los últimos libros del Nuevo Testamento también.
Resulta evidente cuando lo leemos que no intentó contar toda la historia de Jesús
como Marcos o Lucas, sino más bien seleccionó determinados episodios y
profundizó en ellos, agregando información nueva. Para ese momento, Juan había
recordado y narrado esas historias muchas veces. No fueron otras, fueron
aquellas que el Espíritu había fijado especialmente en su mente, porque tenían
que ver con el mensaje que Él quería transmitir a través de Juan, que era a su
vez el que Juan mejor podía entender.
Algunos intérpretes (incrédulos) de la Biblia
se basan en este hecho para relativizar la veracidad de los relatos, pero en
realidad lo que vemos aquí es la Verdad Eterna siendo transmitida por
recipientes humanos limitados. Y podemos sacar algunas enseñanzas interesantes
cuando comparamos esto con los otros Evangelios, especialmente Marcos y Lucas,
que se esforzaron por desarrollar una secuencia histórica completa del
ministerio de Jesús (no de toda Su vida).
Lo primero es que “Jesús hizo muchas otras
señales”. ¿Qué hizo el Señor en nuestras vidas? ¿Qué hizo en la historia?
Mucho, muchísimo, pero no nos acordamos de todo, tampoco tenemos la capacidad
para “ver” o entender todo. Sin embargo, de algo nos acordamos, o quizás
deberíamos decir que de algo el Espíritu se ha ocupado que nos acordemos, y que
ese recuerdo permanezca vivo, y que además continúe generando nuevo sentido,
nuevo aprendizaje, es decir, que el mismo Espíritu que nos hace mantener eso
vivo en la mente también se está encargando de que reflexionemos y aprendamos
sobre lo que ocurrió.
Bueno, nosotros diríamos simplemente que “nos
ponemos a pensar en” tal cosa, y es así, pero ese pensar son los pensamientos
que el mismo Espíritu nos guía a desarrollar. Claro que la mente es un “campo
de batalla”, en donde puede haber otras voces e interferencias, no del Espíritu
precisamente, sino de los espíritus de oscuridad y de nuestra propia mente.
Idealmente, deberíamos escuchar la voz del Espíritu nada más, como nuestro
perfecto profesor particular. Sin embargo, la infaltable voz de los otros
espíritus también puede tener su utilidad cuando la discernimos claramente,
porque nos van mostrando el camino equivocado.
El hablar en lenguas, a veces mentalmente,
ayuda en todo el proceso, porque permite una comunicación entre nuestro
espíritu con el Espíritu, a través de conceptos y palabras que no conocemos ni
dominamos, es decir, permite trascender en mucho nuestro lenguaje humano, y eso
luego fluye hacia nuestra mente.
Volvamos a los “recuerdos”. Tenemos entonces
una serie de cosas que el Espíritu nos trae a la mente y con las cuales quiere
trabajar, a través de las cuales nos quiere enseñar determinadas verdades y a
las que va a usar para que también enseñemos a otros. Siempre es mucho más
vívida la enseñanza a través de historias y anécdotas que a través de
contenidos teóricos (aunque los maestros solemos hacer eso…). No tenemos que
menospreciar esos recuerdos o esas anécdotas “deslumbrados” por algunos otros
grandes relatos que escuchamos, no se supone que debamos dejar de lado esas
experiencias personales (recordadas por el Espíritu) en función de hermosas
ilustraciones para predicadores o anécdotas de otros. Por supuesto, no hay nada
malo con ellas y puede ser bueno recordarlas y usarlas, pero no deberíamos
menospreciar nuestras propias experiencias. Al contrario, deberíamos permitir
que el Espíritu Santo nos las traiga a la mente y “trabaje” con ellas, para
extraer importantes aprendizajes y herramientas de enseñanza a su vez.
Estas experiencias deberían ir “creciendo”
con el tiempo, no porque inventemos nuevas cosas (como algunos suelen hacer,
por cierto) sino porque alcancemos más comprensión sobre lo que allí sucedió.
Se me ocurre que algo así pasó con Job, no vemos que haya tenido la revelación
del conflicto espiritual que se desarrolló antes de sus desgracias, pero eso
aparece en el libro, así que, haya sido él o haya sido alguno después de él,
finalmente se entendió.
Estos recuerdos “pulidos” por el Espíritu
forman parte de nuestro acervo, nuestro tesoro para dar a otros, tal como lo
vemos en Juan. No son una historia sistemática, no son toda la verdad, y sería
un tremendo error si nuestra predicación o nuestra teología se basa
exclusivamente en ellos. SON UNA PARTE, pero son importantes. No debemos
menospreciarlos, debemos permitir que el Espíritu Santo trabaje con ellos,
debemos usarlos cuando sea necesario.
Pero eso no se termina de una vez, volvamos
al texto que escribimos al principio. Algunos comentaristas sugieren que hubo
un conflicto entre Pedro y Juan. Todos los apóstoles progresivamente se fueron
separando, cada uno hacia un lugar determinado para cumplir su objetivo allí y
finalmente morir como mártir (excepto Juan, según la tradición, porque fue
rescatado milagrosamente). No es nada extraño que con el tiempo hubieran
surgido malentendidos o incluso conflictos (Pablo y Pedro son el ejemplo más
claro, también entre Pablo y Marcos). Como sea, el Evangelio de Juan tiene
“extrañamente” dos finales.
Los versículos 30 y 31 del capítulo 20
constituyen claramente un final, y probablemente haya sido la conclusión de la
primera versión. Pero había algo más. Algo quedó pendiente, y ninguno de los
otros Evangelios (que para ese entonces ya habían sido escritos) lo consignó
adecuadamente: ¿qué pasó con Pedro? Era obvio que Pedro se transformó en el
líder de la primerísima iglesia, y que fue el que “oficialmente” abrió las
puertas del Reino a los judíos, los samaritanos y los gentiles (con lo que,
efectivamente, usó “las llaves” para abrir la puerta a todo el mundo). Pero el
asunto de la negación no había quedado formalmente resuelto… sin embargo, entre
todos los recuerdos del anciano Juan apareció algo más, quizás algo olvidado,
pero bueno, dicen que cuando uno es anciano recuerda mejor los hechos del
pasado que los del presente, y para algo es.
Y allí apareció el capítulo 21, como un
apéndice, un remanso de paz casi celestial en medio de las dificultades que
estaban enfrentando los cristianos, y con eso quedaba concluida la historia de
Pedro, de cómo el Señor había restaurado su negación y lo había comisionado
como pastor de Su naciente rebaño. Otro recuerdo que había pasado
desapercibido, pero que resultó fundamental para la Iglesia de todos los
tiempos.
Que el Señor nos ayude a mantener vivos esos
recuerdos santos, llenos de aprendizaje, herramientas útiles no solo para que
aprendamos nosotros, sino también para compartir con otros. Al fin y al cabo,
nada más y nada menos que el testimonio en nuestra historia personal del obrar
de Dios, de un Dios de la historia, y por lo tanto, del presente; no un Dios
filosófico o abstracto, sino un Dios absolutamente involucrado con Su Creación
y con Sus criaturas, por lo tanto, un Dios que nos puede amar, un Dios al que
podemos también amar y con el que podemos relacionarnos. Todo eso, que es el
mismo corazón de la Revelación, está contenido en esas “anécdotas” del poder de
Dios obrando en nuestras vidas.
Danilo Sorti
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