miércoles, 3 de octubre de 2018

599. Luego de ganar la batalla, el soldado vuelve a su barraca


Lucas 17:7-10 RVC
7 »Si alguno de ustedes tiene un siervo que ara o apacienta el ganado, ¿acaso cuando él vuelve del campo le dice: “Pasa y siéntate a la mesa”?
8 ¡No! Más bien, le dice: “Prepárame la cena, y arréglate la ropa para servirme mientras yo como y bebo. Después podrás comer y beber tú.”
9 ¿Y acaso se le agradece al siervo el hacer lo que se le ordena?
10 Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha ordenado, digan: “Somos siervos inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.”»


Esta enseñanza Jesús la da “en su camino a Jerusalén”, como aclara el versículo 11; y ese contexto nos resulta particularmente instructivo.

En este tiempo de tanta especulación, la “negociación” se nos ha metido en el Evangelio y ni nos damos cuenta: la ofrenda se pide como un intercambio de dinero por bendición, y lo mismo pasa con el servicio. Pero no  nos asustemos tanto, tampoco era tan diferente en la época de Jesús, y el Señor tiene que aclarar el asunto.

Ahora bien, todos estamos acostumbrados a las promesas de bendición y prosperidad por el servicio, y el Espíritu se encargó de dejarlo bien en claro en la Palabra. Pero no es todo lo que dice, también nos encontramos con un pasaje como el de más arriba, ¿una cosa contradice la otra? En realidad no, si entendemos bien las promesas de recompensa y la exhortación del Señor aquí veremos que se trata de dos puntos de vista diferentes aunque complementarios.

1 Corintios 9:16-17 RVC
16 Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!
17 Así que, si lo hago de buena voluntad, recibiré mi recompensa; pero si lo hago de mala voluntad, no hago más que cumplir con la misión que me ha sido encomendada.

“Recompensa” no es pago, no es salario, quien la otorga lo hace por gracia y el monto no tiene que ver con una retribución exacta por la labor realizada. Por ejemplo, ante un hecho sensible el gobierno puede decir: “Se ofrece una recompensa de $ X al que aporte información sobre tal hecho”. Ahora bien, ¿no se supone que todo ciudadano tendría el deber moral de denunciar o aportar información sobre algún ilícito? Claro que sí. ¿Eso merece una recompensa? No, es un deber cívico. Pero bueno, normalmente no ocurre y al final de cuentas es más importante que se aclare el asunto. Algo parecido pasa con la figura del “arrepentido”, al que se le reduce la pena por aportar información importante, ¿es justo eso? No, debería cumplir toda la condena, pero por “gracia” se le otorga la recompensa de la reducción pena. La recompensa es algo que da alguien que está en posición de hacerlo y es POR GRACIA. Nadie puede exigirla, solo se otorga.

¿Pero cuál es la actitud del siervo? Si fuera argentino estaría disconforme con la recompensa inevitablemente y exigiría más… perdón, fue una digresión… Volvamos a la Palabra. Camino a Jerusalén, el Siervo estaba por cumplir la mayor labor de servicio que jamás había existido ni existirá, ¿no merecería acaso una recompensa, la mayor recompensa posible? De hecho fue exaltado por encima de todo nombre y recibió toda la autoridad sobre el Universo, pero no lo vemos especulando con eso sino todo lo contrario. Cuando Jesús les dice a Sus discípulos: Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha ordenado, digan: “Somos siervos inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.” En realidad está expresando lo que había en Su corazón. Si nos cuesta entenderlo, veamos la misa actitud en Pablo:

1 Corintios 9:18-19 RVC
18 ¿Cuál es, pues, mi recompensa? La de predicar el evangelio de Cristo de manera gratuita, para no abusar de mi derecho en el evangelio.
19 Porque, aunque soy libre y no dependo de nadie, me he hecho esclavo de todos para ganar al mayor número posible.

Ahora bien, Pablo está hoy disfrutando de su recompensa en el Cielo, y muy especial por cierto, pero no era eso lo que le preocupaba sino cumplir su ministerio sin abusar de sus derechos, y ni siquiera parecer como si lo estuviera haciendo, y ganar el mayor número posible de almas. Y si sólo eso cumplía y en el Cielo solamente tenía una cama debajo de un árbol, él hubiera estado igual de feliz: sabía que no merecía nada, y nadie más que él resultaba consciente de cuán grande gracia se había derramado para transformarlo en un poderoso apóstol, ¿qué recompensa estaba en derecho de exigir? ¡Ninguna!

¿Qué estamos en derecho de exigir nosotros? ¿Qué recompensa en el Cielo o qué bendición en la Tierra? Ninguna. ¿Qué estamos esperando? ¿Fuegos artificiales en el firmamento en nuestro honor? Un soldado puede pelear la batalla más difícil, ganar en las peores circunstancias y obtener la victoria de una guerra… pero cuando se terminó la pelea vuelve a su barraca, no a un palacio.

¿Qué más habremos de hacer que cumplir con lo que se nos ha encomendado? Solo alcanzar eso es muchísimo.

Entonces, cuando los esbirros satánicos vienen a susurrarnos nuestra incapacidad, nuestra inutilidad, lo inadecuados que somos, la cantidad de fracasos que hemos tenido, lo pobre que resulta nuestra labor en comparación con la necesidad que hay o con la dimensión del trabajo de otros, lo ignorantes y débiles que somos, ¡¡tienen toda la razón y no hay ningún problema en reconocerlo!! Que escuchen los demonios de desánimo: ¡por supuesto que somos incompetentes! ¡chocolate por la noticia! ¡vinieron con el diario del año pasado!

2 Corintios 3:4-6 RVC
4 Ésta es la confianza que tenemos ante Dios por medio de Cristo.
5 Y no es que nos creamos competentes por nosotros mismos, como si esta competencia nuestra surgiera de nuestra propia capacidad. Nuestra competencia proviene de Dios,
6 pues él nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica.

Una vez que entendemos esta verdad, que somos absolutamente incompetentes para cualquier obra espiritual, que a lo máximo que podemos aspirar una vez que terminemos la labor es a recibir un hermoso certificado que diga: “Siervo inútil”, pero que toda nuestra capacidad y competencia vienen por gracia de Dios, ¿cuánto espacio queda para esos pensamientos depresivos? Muy poco. En cambio, somos libres para disfrutar de la gracia de lo Alto, y esa gracia nos promete una gran recompensa, por gracia, inmerecida, absolutamente segura.

Reconocernos como “siervos inútiles” no resulta una acción humillante ni falsa humildad, es una herramienta de sanidad que nos permite alcanzar la recompensa plena.


Danilo Sorti




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