Lucas 17:7-10 RVC
7 »Si alguno de ustedes tiene un siervo que
ara o apacienta el ganado, ¿acaso cuando él vuelve del campo le dice: “Pasa y
siéntate a la mesa”?
8 ¡No! Más bien, le dice: “Prepárame la cena,
y arréglate la ropa para servirme mientras yo como y bebo. Después podrás comer
y beber tú.”
9 ¿Y acaso se le agradece al siervo el hacer
lo que se le ordena?
10 Así también ustedes, cuando hayan hecho
todo lo que se les ha ordenado, digan: “Somos siervos inútiles, no hemos hecho
más que cumplir con nuestro deber.”»
Esta enseñanza Jesús la da “en su camino a
Jerusalén”, como aclara el versículo 11; y ese contexto nos resulta
particularmente instructivo.
En este tiempo de tanta especulación, la
“negociación” se nos ha metido en el Evangelio y ni nos damos cuenta: la
ofrenda se pide como un intercambio de dinero por bendición, y lo mismo pasa
con el servicio. Pero no nos asustemos
tanto, tampoco era tan diferente en la época de Jesús, y el Señor tiene que
aclarar el asunto.
Ahora bien, todos estamos acostumbrados a las
promesas de bendición y prosperidad por el servicio, y el Espíritu se encargó
de dejarlo bien en claro en la Palabra. Pero no es todo lo que dice, también
nos encontramos con un pasaje como el de más arriba, ¿una cosa contradice la
otra? En realidad no, si entendemos bien las promesas de recompensa y la
exhortación del Señor aquí veremos que se trata de dos puntos de vista diferentes
aunque complementarios.
1 Corintios 9:16-17 RVC
16 Pues si anuncio el evangelio, no tengo por
qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el
evangelio!
17 Así que, si lo hago de buena voluntad,
recibiré mi recompensa; pero si lo hago de mala voluntad, no hago más que
cumplir con la misión que me ha sido encomendada.
“Recompensa” no es pago, no es salario, quien
la otorga lo hace por gracia y el monto no tiene que ver con una retribución
exacta por la labor realizada. Por ejemplo, ante un hecho sensible el gobierno
puede decir: “Se ofrece una recompensa de $ X al que aporte información sobre
tal hecho”. Ahora bien, ¿no se supone que todo ciudadano tendría el deber moral
de denunciar o aportar información sobre algún ilícito? Claro que sí. ¿Eso
merece una recompensa? No, es un deber cívico. Pero bueno, normalmente no
ocurre y al final de cuentas es más importante que se aclare el asunto. Algo
parecido pasa con la figura del “arrepentido”, al que se le reduce la pena por
aportar información importante, ¿es justo eso? No, debería cumplir toda la
condena, pero por “gracia” se le otorga la recompensa de la reducción pena. La
recompensa es algo que da alguien que está en posición de hacerlo y es POR
GRACIA. Nadie puede exigirla, solo se otorga.
¿Pero cuál es la actitud del siervo? Si fuera
argentino estaría disconforme con la recompensa inevitablemente y exigiría más…
perdón, fue una digresión… Volvamos a la Palabra. Camino a Jerusalén, el Siervo
estaba por cumplir la mayor labor de servicio que jamás había existido ni
existirá, ¿no merecería acaso una recompensa, la mayor recompensa posible? De
hecho fue exaltado por encima de todo nombre y recibió toda la autoridad sobre
el Universo, pero no lo vemos especulando con eso sino todo lo contrario.
Cuando Jesús les dice a Sus discípulos: Así también ustedes, cuando hayan hecho
todo lo que se les ha ordenado, digan: “Somos siervos inútiles, no hemos hecho
más que cumplir con nuestro deber.” En realidad está expresando lo que había en
Su corazón. Si nos cuesta entenderlo, veamos la misa actitud en Pablo:
1 Corintios 9:18-19 RVC
18 ¿Cuál es, pues, mi recompensa? La de
predicar el evangelio de Cristo de manera gratuita, para no abusar de mi
derecho en el evangelio.
19 Porque, aunque soy libre y no dependo de
nadie, me he hecho esclavo de todos para ganar al mayor número posible.
Ahora bien, Pablo está hoy disfrutando de su
recompensa en el Cielo, y muy especial por cierto, pero no era eso lo que le
preocupaba sino cumplir su ministerio sin abusar de sus derechos, y ni siquiera
parecer como si lo estuviera haciendo, y ganar el mayor número posible de
almas. Y si sólo eso cumplía y en el Cielo solamente tenía una cama debajo de
un árbol, él hubiera estado igual de feliz: sabía que no merecía nada, y nadie
más que él resultaba consciente de cuán grande gracia se había derramado para
transformarlo en un poderoso apóstol, ¿qué recompensa estaba en derecho de
exigir? ¡Ninguna!
¿Qué estamos en derecho de exigir nosotros?
¿Qué recompensa en el Cielo o qué bendición en la Tierra? Ninguna. ¿Qué estamos
esperando? ¿Fuegos artificiales en el firmamento en nuestro honor? Un soldado
puede pelear la batalla más difícil, ganar en las peores circunstancias y
obtener la victoria de una guerra… pero cuando se terminó la pelea vuelve a su
barraca, no a un palacio.
¿Qué más habremos de hacer que cumplir con lo
que se nos ha encomendado? Solo alcanzar eso es muchísimo.
Entonces, cuando los esbirros satánicos
vienen a susurrarnos nuestra incapacidad, nuestra inutilidad, lo inadecuados
que somos, la cantidad de fracasos que hemos tenido, lo pobre que resulta
nuestra labor en comparación con la necesidad que hay o con la dimensión del
trabajo de otros, lo ignorantes y débiles que somos, ¡¡tienen toda la razón y
no hay ningún problema en reconocerlo!! Que escuchen los demonios de desánimo:
¡por supuesto que somos incompetentes! ¡chocolate por la noticia! ¡vinieron con
el diario del año pasado!
2 Corintios 3:4-6 RVC
4 Ésta es la confianza que tenemos ante Dios
por medio de Cristo.
5 Y no es que nos creamos competentes por
nosotros mismos, como si esta competencia nuestra surgiera de nuestra propia
capacidad. Nuestra competencia proviene de Dios,
6 pues él nos hizo ministros competentes de
un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero
el Espíritu vivifica.
Una vez que entendemos esta verdad, que somos
absolutamente incompetentes para cualquier obra espiritual, que a lo máximo que
podemos aspirar una vez que terminemos la labor es a recibir un hermoso
certificado que diga: “Siervo inútil”, pero que toda nuestra capacidad y
competencia vienen por gracia de Dios, ¿cuánto espacio queda para esos
pensamientos depresivos? Muy poco. En cambio, somos libres para disfrutar de la
gracia de lo Alto, y esa gracia nos promete una gran recompensa, por gracia,
inmerecida, absolutamente segura.
Reconocernos como “siervos inútiles” no
resulta una acción humillante ni falsa humildad, es una herramienta de sanidad
que nos permite alcanzar la recompensa plena.
Danilo Sorti
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