miércoles, 3 de octubre de 2018

600. “¡Examíname, Señor! ¡Ponme a prueba!”…. ¿seguro…?


Salmos 26:2 RVC
2 ¡Ponme a prueba, Señor! ¡Examíname! ¡Escudriña mis anhelos y mis pensamientos!

Hay un momento, cuando el Espíritu nos confronta y nos damos cuenta de que hay muchas cosas escondidas dentro de nosotros que necesitan salir a luz, que somos movidos a repetir la oración del salmista: sabemos que no sabemos lo que somos en lo profundo, pero sea lo que sea, necesita ser purificado por Cristo.

En la oración del Salmo 26 está implicada la Trinidad en el proceso de examen. Sin que lo siguiente signifique una clasificación excluyente (las tres Personas de la Trinidad están involucradas en todo el proceso en realidad), podemos ver los enfoques principales:

·         A prueba son sometidos nuestros hechos y tiene que ver con nuestra relación con Dios y con el semejante, lo cual es la demanda específica de Dios Padre.
·         Los pensamientos salen del alma, nuestra voluntad y son realizados en palabras, y ese es el campo propio de Dios Hijo.
·         Los anhelos corresponden a lo más hondo del alma y del espíritu, en donde interviene Dios Espíritu.

El salmista en realidad estaba pensando más bien en Dios Padre, de quien tenía una revelación mucho más clara en ese momento antes que de las otras Personas, y ese pedido de examen era en realidad un pedido de justicia: él estaba seguro de haber cumplido con las leyes del Señor, y por lo tanto le pide que lo evalúe y que por consiguiente haga justicia sobre sus adversarios.

Salmos 26:1-8 RVC
1 Señor, yo me conduzco con integridad, y en ti confío sin vacilar; ¡hazme justicia!
2 ¡Ponme a prueba, Señor! ¡Examíname! ¡Escudriña mis anhelos y mis pensamientos!
3 Siempre tengo presente tu misericordia, y jamás me aparto de tu verdad.
4 No convivo con gente falsa, ni me junto con gente hipócrita.
5 Aborrezco las reuniones de los malvados, y no tengo parte con ellos.
6 Señor, mis manos están limpias de pecado, así que puedo acercarme a tu altar
7 y prorrumpir en cantos de alabanza para contar todas tus maravillas.
8 Señor, yo amo la casa en que resides, la mansión donde se posa tu gloria.

Por ello es que puede pedir justicia.

Salmos 26:9-12 RVC
9 ¡No me arrebates la vida junto con los pecadores y asesinos!
10 ¡Tienen la maldad en la punta de los dedos! ¡Su diestra está llena de sobornos!
11 Yo, en cambio, me conduzco con integridad; ¡sálvame y ten compasión de mí!
12 Plantado estoy en terreno firme, y te bendigo, Señor, en las reuniones de tu pueblo.

Los hechos materiales del salmista, David, habían sido justos, por lo tanto podía pedir la misma justicia en su vida terrenal. El Nuevo Testamento nos mostrará que este principio no siempre se cumplirá en los hijos de Dios, y que la recompensa más perfecta no está en esta Tierra; sin embargo, para el nivel de revelación del Antiguo Pacto, era necesario expresarlo así. Con todo, el principio sigue siendo válido.

Pero cuando profundizamos en el sentido de las palabras del salmista, inspiradas por el Espíritu, entendemos que el examen de Dios te todas formas ocurriría, sea espiritualmente, porque el Señor mismo revisara su caso y dictara sentencia, o sea “materialmente” a través de los enemigos.

Salmos 119:69-71 DHH
69 Los insolentes me acusan falsamente,
pero yo cumplo tus preceptos de todo corazón.
70 Ellos tienen la mente entorpecida,
pero yo me alegro con tu enseñanza.
71 Me hizo bien haber sido humillado,
pues así aprendí tus leyes.

El escritor de este extenso salmo reconoce (no solamente en estos pasajes) que el haber sido humillado por esa gente insolente e impía (no sabemos en qué circunstancias específicas) le sirvió para aprender las leyes divinas. Fue juzgado por el Señor, y se le envió la dificultad necesaria para que fuera perfeccionado.

2 Corintios 1:8-10 DHH
8 Hermanos, queremos que sepan cuántas dificultades tuvimos en la provincia de Asia. Fue una prueba tan dura que ya no podíamos resistir más, y hasta perdimos la esperanza de salir con vida.
9 Nos sentíamos como condenados a muerte. Pero esto sirvió para enseñarnos a no confiar en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos.
10 Y Dios nos libró y nos librará de tan gran peligro de muerte. Confiamos en que seguirá librándonos,

De nuevo la misma verdad: la confianza de Pablo, aún después de su dramática conversión, del tiempo a solas con el Señor en Arabia, de los diversos sucesos que antecedieron al inicio de su apostolado, de los cuales no tenemos todo el registro, y de su ministerio en Corinto (alrededor de unos 20 años después de su conversión) no habían sido suficientes todavía para que la confianza en la provisión y protección de Dios se perfeccionara en Pablo (en función de la misión que debía realizar), por lo que la prueba fue necesaria para perfeccionarla.

Bueno, podríamos seguir mucho más. Cuando Dios nos examina, nos juzga y determina las instancias de perfeccionamiento.

1 Corintios 11:31-32 RVC
31 Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados;
32 pero si somos juzgados por el Señor, somos disciplinados por él, para que no seamos condenados con el mundo.

¿En qué consistía ese juicio, según expone a los corintios?

1 Corintios 11:30 RVC
30 Por eso hay entre ustedes muchos enfermos y debilitados, y muchos han muerto.

Las enfermedades nos obligan a confiar en Dios y esperar en Él, nos hacen darnos cuenta de nuestras propias limitaciones y fragilidad, trabajan fuertemente con nuestro orgullo. La debilidad nos hace ser muy precisos en las prioridades: cuando las fuerzas no sobran es necesario dejar lo superfluo y secundario y acercarnos a Dios. Nos obliga a buscar la fortaleza en Él, a pedir ayuda. Trabaja con nuestras motivaciones (por supuesto, también con el orgullo). La muerte, para los hijos de Dios rebeldes, es un “rescate de última hora”: si hemos sido tan cabezaduras que decididamente no vamos a aprender y más bien estamos en un camino que nos llevará a apartarnos de Dios, Él nos rescatará antes de que sea demasiado tarde. Aunque seamos salvos “por los pelos”, estaremos con Él por Su misericordia, ¡pero no era ese el propósito original! La muerte prematura de los hijos de Dios es una advertencia para los otros, ¡pero cuidado!, no solamente debido a un camino de pecado, sino también debido a un contexto de pecado (es decir, los que nos rodean, la comunidad o iglesia en la cual estamos) que finalmente habría asfixiado y oprimido a uno de los pequeñitos del Señor. Aclaremos: no son las únicas causas, sencillamente el Señor puede definir que está cumplida la misión y Él quiere tenernos en Su Hogar.

Pero Pablo introduce una nota distinta a la del salmista: “si nos examináramos a nosotros mismos…” ¿Cómo es posible?

Salmos 19:12 DHH
12 ¿Quién se da cuenta de sus propios errores?
¡Perdona, Señor, mis faltas ocultas!

Sin embargo:

1 Juan 2:27 DHH
27 Pero ustedes tienen el Espíritu Santo con el que Jesucristo los ha consagrado, y no necesitan que nadie les enseñe, porque el Espíritu que él les ha dado los instruye acerca de todas las cosas, y sus enseñanzas son verdad y no mentira. Permanezcan unidos a Cristo, conforme a lo que el Espíritu les ha enseñado.

Aquí tenemos el recurso que necesitamos para poder examinarnos en el plano espiritual y no con herramientas o criterios humanos.

Entonces, ¿cómo vamos a orar? “¡Señor, examina mi corazón!” Sí, pero que sea primero por la voz amable del Espíritu Santo… y más vale que le hagamos caso!!


Danilo Sorti




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