Mateo 13:52 NTV
52 Entonces añadió: —Todo maestro de la ley
religiosa que se convierte en un discípulo del reino del cielo es como el
propietario de una casa, que trae de su depósito joyas de la verdad tanto
nuevas como viejas.
A veces la gente piensa que los maestros se
“conectan como por un tubo” con el Espíritu y baja de ahí la revelación
instantánea. ¡Pero no es así!
En realidad, un maestro (y todo aquel que
ministra las cosas santas) tiene un depósito de verdades y enseñanzas recibidas
a lo largo del tiempo; hay muchos libros guardados ahí, horas de mensajes, muchas
experiencias alegres y tristes, incontables reflexiones y, por encima de todo
eso, la Voz del Espíritu, que a veces funciona como una especie de
“Bibliotecario Divino” de nuestro depósito y otras tantas es el que continúa
escribiendo en nuestros registros.
Una cosa es la verdad revelada
instantáneamente, que es más bien del ministerio profético (aunque es imposible
que un cristiano lleno del Espíritu no tenga por lo menos algo del fluir
profético), otra cosa es la verdad preparada y madurada por el que enseña. No
es una mejor que la otra, tienen funciones distintas. Un amigo dice que el
maestro (y en general, la función de enseñar) es como el cocinero del ejército
santo.
La conclusión lógica es que, dependiendo del
acervo que tenga un maestro en su depósito serán sus enseñanzas, o lo que es lo
mismo, aquello que el Espíritu pueda sacar a través de él. Igual que el
cocinero: dependiendo de lo que haya en la alacena será lo que podrá cocinar.
A veces hay cosas que se echan a perder, hay
que tirarlas porque sino la comida puede provocar intoxicaciones. Todo cocinero
revisa cada tanto sus depósitos para desechar lo que está pasado de la fecha de
vencimiento. Y así, hay enseñanzas que alguna vez aceptamos como buenas, e
incluso sirvieron en su momento, pero que ya no sirven más o que fueron
superadas o que descubrimos que eran erróneas; hay que dejarlas de lado.
Cocinar siempre lo mismo lleva al
aburrimiento y, además, no aporta todos los nutrientes necesarios. De la misma
forma, el maestro no puede enseñar siempre lo mismo, al menos no a la misma
gente.
A los niños les gustan las cosas dulce,
coloridas, más elaboradas en los detalles. A los adultos… bueno, también, pero
saben que deben comer otras cosas, más sanas, menos llamativas. Las harinas
integrales, por ejemplo, no son tan agradables al paladar, pero son mucho
mejores. Aquellos que reciben las enseñanzas deben acostumbrarse
progresivamente a las palabras menos agradables al oído, pero mucho más
profundas.
Los alimentos orgánicos suelen ser más caros
y el aspecto a veces no es tan lindo, pero son más nutritivos; hay que pagar un
precio por tener alimentos más sanos. Los que enseñan deben pagar un precio
para “acumular en sus alacenas” las verdades más preciosas y potentes.
¡Señor, ven a limpiar nuestras alacenas!
¡Danos los alimentos nutritivos y sanos para preparar la mejor comida!
Danilo Sorti
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