Hechos 20:28-30 DHH
28 Por lo tanto, estén atentos y cuiden de toda
la congregación, en la cual el Espíritu Santo los ha puesto como pastores para
que cuiden de la iglesia de Dios, que él compró con su propia sangre.
29 Sé que cuando yo me vaya vendrán otros que,
como lobos feroces, querrán acabar con la iglesia.
30 Aun entre ustedes mismos se levantarán
algunos que enseñarán mentiras para que los creyentes los sigan.
No es secreto que en la iglesia aparecen
obreros fraudulentos. Es obvio por qué razón no suele predicarse en las
iglesias, y también hay una línea delicada entre predicar la verdad y caer en
la crítica sangrienta hacia tal o cual pastor (que me confrontó en algo…). Pero
toda la Palabra de Dios en realidad transita por una línea muy delgada, y solo
manteniéndonos bajo la guía del Espíritu podemos no desviarnos.
Como hablar sobre el tema no es agradable,
nos confronta y a veces exige que confrontemos a otros o que nos apartemos de
relaciones y organizaciones, naturalmente preferimos obviarlo y ocuparnos de
temas “más espirituales”.
Las doctrinas vividas dentro del cristianismo
(distintas a las doctrinas “oficialmente proclamadas”) han cubierto el tema con
velo tras velo de error y temor: error al juzgar, temor al juicio divino que
caerá sobre el que ose hablar contra el “ungido del Señor”. Esta es una
“superestructura doctrinaria” sostenida a veces conscientemente y otras tantas
“inconscientemente” que, como un manto, cubre a las iglesias, y es
perfectamente funcional a los obreros fraudulentos que aprovechan sus dones
genuinos (a veces) o falsificados (otras tantas) para manipular. Además, los
cristianos suelen ser entrenados para ser crédulos, que es algo muy distinto a
una fe profunda en el Dios Vivo.
Entonces, debemos estar siempre alertas,
porque hay dos fuentes, tal como dice Pablo: algunos que vienen de afuera y
otros que, estando adentro, se desvían. Siempre me da un poco de temor leer
esto, porque nosotros “estamos adentro” y por lo tanto, no exentos de
desviarnos. Por eso Pablo les exhorta: “Estén atentos y cuiden de toda la
congregación”; otra traducción dice: “Ustedes deben cuidarse a sí mismos, y
cuidar a los miembros de la iglesia de Dios”.
Hermanos, estar alertas sobre la desviación,
detectar a los infiltrados o al error naciente entre nosotros, no es una labor
agradable, pero no se supone que tenga que ser un trabajo para “policías”,
aunque lo parezca; es una labor de amor. Amor hacia el que está desviándose:
quizás pueda ser corregido, y si no, si debe ser disciplinado o eventualmente
echado de la comunidad, esa acción (en amor) es en sí misma un llamado de
advertencia. Para los hipócritas que se meten dentro de la iglesia,
detectarlos, exponerlos y expulsarlos es también una labor de amor, por más
desagradable y a veces dificultosa que sea; aunque están totalmente
endurecidos, quién sabe si la confrontación, en algún momento, los puede hacer
cambiar (por supuesto que no deben ser restaurados a la comunión hasta que el
Espíritu de claro testimonio de su sincero arrepentimiento).
Pero más que nada es una labor de amor hacia
los hermanos que pueden ser seriamente afectados por estos falsarios, y hacia
todos aquellos que aún no están adentro pero que lo estarán por el testimonio
de una iglesia sana … o que no lo estarán por el anti testimonio de una iglesia
enferma.
El tiempo que resta es muy breve, no podemos
ya más darnos el lujo de ser más misericordiosos que Dios con el error ni mucho
menos con los que entran encubiertamente. Que el Espíritu nos dé el valor y la
sabiduría para hacerlo.
Danilo Sorti
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