martes, 20 de junio de 2017

29. Adecuación misionera

1 Corintios 9:19-23 DHH
19  Aunque no soy esclavo de nadie, me he hecho esclavo de todos, a fin de ganar para Cristo el mayor número posible de personas.
20  Cuando he estado entre los judíos me he vuelto como un judío, para ganarlos a ellos; es decir, que para ganar a los que viven bajo la ley de Moisés, yo mismo me he puesto bajo esa ley, aunque en realidad no estoy sujeto a ella.
21  Por otra parte, para ganar a los que no viven bajo la ley de Moisés, me he vuelto como uno de ellos, aunque realmente estoy sujeto a la ley de Dios, ya que estoy bajo la ley de Cristo.
22  Cuando he estado con los que son débiles en la fe, me he vuelto débil como uno de ellos, para ganarlos también. Es decir, me he hecho igual a todos, para de alguna manera poder salvar a algunos.
23  Todo lo hago por el evangelio, para tener parte en el mismo.

En un artículo anterior hablamos sobre las diversas y profundas escisiones de la sociedad actual, que no van a ser subsanadas hasta que no venga Cristo, y que afectan también a la iglesia. Por lo pronto, digamos que gente que vive distintas realidades difícilmente pueda sentirse cómoda en la misma congregación, o pueda ser adecuadamente ministrada, o pueda tener un lugar acorde al que llevar a sus amigos inconversos.

Aunque Cristo nos une en un mismo Cuerpo y rompe las barreras de separación, esto no ocurre, obviamente, con los inconversos, y apenas está empezando a pasar con los nuevos creyentes… y a veces tampoco pasa en la práctica con los más viejos!

Una sociedad dividida requiere la capacidad de poder cruzar barreras culturales, sociales, económicas, históricas a fin de llevar un mensaje relevante del Evangelio a otro grupo. Esta realidad es algo cotidiano en la obra misionera transcultural, pero ha permanecido profundamente ignorada en nuestro ámbito local, porque generalmente hemos pensado que “nuestra” iglesia o que “cualquier” iglesia es lo suficientemente buena y entendible para cualquier persona de nuestra sociedad, ¡pero eso no es así!

Cruzar barreras, tal como lo describe Pablo en el pasaje de más arriba, requiere una plasticidad personal poco común, de hecho existe un don espiritual específico: el don espiritual de misionero, que permite expresar el Evangelio en otra cultura de una manera relevante, siendo aceptado como uno de ellos por esa gente. Existe otro don parecido en su función relacionado con lo económico: el don de la pobreza voluntaria, que permite acercarse a los más pobres de los pobres en una sociedad dada. Y aún hay otro don que tradicionalmente no se lo consideró en este sentido: el don del celibato; que, teniendo en cuenta la creciente cantidad de personas solas que no pueden formar familia o que han fracasado en el intento, permite acercarse a ellos hablándoles de igual a igual. Y podríamos hablar mucho más de esto pero valga como ejemplo de dones espirituales específicos.

En un mundo crecientemente dividido, con realidades de vida a veces muy diferentes entre personas que viven una al lado de la otra en la misma manzana, un enfoque “transcultural” y el fortalecimiento del don misionero (y los otros relacionados) se vuelve fundamental para extender el Reino de Dios a todas las personas. La iglesia no puede mantener la ingenua perspectiva de que “somos aceptables y entendibles por todos”, ni tampoco resignarse a determinados grupos de personas simplemente se pierdan; en parte será necesario hacer esfuerzos para llegar a los que son diferentes, y en parte apoyar y sostener a los hermanos con los dones que permiten cruzar las barreras, que antiguamente eran el océano, las selvas, los desiertos o las cordilleras; pero que hoy principalmente culturales y vivenciales.

¡Señor, levanta a los misioneros y levanta a una iglesia comprometida en enviarlos y apoyarlos!

Danilo Sorti




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