1 Corintios 9:19-23 DHH
19 Aunque no soy
esclavo de nadie, me he hecho esclavo de todos, a fin de ganar para Cristo el
mayor número posible de personas.
20 Cuando he estado
entre los judíos me he vuelto como un judío, para ganarlos a ellos; es decir,
que para ganar a los que viven bajo la ley de Moisés, yo mismo me he puesto
bajo esa ley, aunque en realidad no estoy sujeto a ella.
21 Por otra parte,
para ganar a los que no viven bajo la ley de Moisés, me he vuelto como uno de
ellos, aunque realmente estoy sujeto a la ley de Dios, ya que estoy bajo la ley
de Cristo.
22 Cuando he estado
con los que son débiles en la fe, me he vuelto débil como uno de ellos, para
ganarlos también. Es decir, me he hecho igual a todos, para de alguna manera poder
salvar a algunos.
23 Todo lo hago por
el evangelio, para tener parte en el mismo.
En un artículo anterior hablamos sobre las diversas y
profundas escisiones de la sociedad actual, que no van a ser subsanadas hasta
que no venga Cristo, y que afectan también a la iglesia. Por lo pronto, digamos
que gente que vive distintas realidades difícilmente pueda sentirse cómoda en
la misma congregación, o pueda ser adecuadamente ministrada, o pueda tener un
lugar acorde al que llevar a sus amigos inconversos.
Aunque Cristo nos une en un mismo Cuerpo y rompe las
barreras de separación, esto no ocurre, obviamente, con los inconversos, y
apenas está empezando a pasar con los nuevos creyentes… y a veces tampoco pasa
en la práctica con los más viejos!
Una sociedad dividida requiere la capacidad de poder cruzar
barreras culturales, sociales, económicas, históricas a fin de llevar un
mensaje relevante del Evangelio a otro grupo. Esta realidad es algo cotidiano
en la obra misionera transcultural, pero ha permanecido profundamente ignorada
en nuestro ámbito local, porque generalmente hemos pensado que “nuestra”
iglesia o que “cualquier” iglesia es lo suficientemente buena y entendible para
cualquier persona de nuestra sociedad, ¡pero eso no es así!
Cruzar barreras, tal como lo describe Pablo en el pasaje de
más arriba, requiere una plasticidad personal poco común, de hecho existe un
don espiritual específico: el don espiritual de misionero, que permite expresar
el Evangelio en otra cultura de una manera relevante, siendo aceptado como uno
de ellos por esa gente. Existe otro don parecido en su función relacionado con
lo económico: el don de la pobreza voluntaria, que permite acercarse a los más
pobres de los pobres en una sociedad dada. Y aún hay otro don que tradicionalmente
no se lo consideró en este sentido: el don del celibato; que, teniendo en
cuenta la creciente cantidad de personas solas que no pueden formar familia o
que han fracasado en el intento, permite acercarse a ellos hablándoles de igual
a igual. Y podríamos hablar mucho más de esto pero valga como ejemplo de dones
espirituales específicos.
En un mundo crecientemente dividido, con realidades de vida
a veces muy diferentes entre personas que viven una al lado de la otra en la
misma manzana, un enfoque “transcultural” y el fortalecimiento del don
misionero (y los otros relacionados) se vuelve fundamental para extender el
Reino de Dios a todas las personas. La iglesia no puede mantener la ingenua
perspectiva de que “somos aceptables y entendibles por todos”, ni tampoco
resignarse a determinados grupos de personas simplemente se pierdan; en parte
será necesario hacer esfuerzos para llegar a los que son diferentes, y en parte
apoyar y sostener a los hermanos con los dones que permiten cruzar las
barreras, que antiguamente eran el océano, las selvas, los desiertos o las
cordilleras; pero que hoy principalmente culturales y vivenciales.
¡Señor, levanta a los misioneros y levanta a una iglesia
comprometida en enviarlos y apoyarlos!
Danilo Sorti
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