Gálatas 5:13-26 RVC
13 Hermanos, ustedes han sido llamados a la
libertad, sólo que no usen la libertad como pretexto para pecar; más bien,
sírvanse los unos a los otros por amor.
14 Porque toda la ley se cumple en esta sola
palabra: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
15 Pero si ustedes se muerden y se devoran
los unos a los otros, tengan cuidado de no consumirse también los unos a los
otros.
16 Digo, pues: Vivan según el Espíritu, y no
satisfagan los deseos de la carne.
17 Porque el deseo de la carne se opone al
Espíritu, y el del Espíritu se opone a la carne; y éstos se oponen entre sí
para que ustedes no hagan lo que quisieran hacer.
18 Pero si ustedes son guiados por el
Espíritu, no están ya sujetos a la ley.
19 Las obras de la carne se manifiestan en
adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
20 idolatría, hechicerías, enemistades,
pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías,
21 envidias, homicidios, borracheras, orgías,
y cosas semejantes a éstas. Acerca de ellas les advierto, como ya antes les he
dicho, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
22 Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre, templanza. Contra tales cosas
no hay ley.
24 Y los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos.
25 Si vivimos por el Espíritu, vivamos
también según el Espíritu.
26 No nos hagamos vanidosos, ni nos irritemos
unos a otros, ni sintamos envidia entre nosotros.
Cada una de las palabras que leemos aquí está
repleta de significado. En una serie anterior escribí sendos artículos sobre
los frutos del Espíritu mencionados en los versículos 22 y 23, y por supuesto,
se podría decir muchísimo más. Pero vamos a ver toda esta sección en
perspectiva relacionada con el tema principal de la epístola.
Pablo siempre tiene una sección práctica en
sus cartas; algunos dicen que Pablo enfatizó en la fe y “se olvidó” de las
obras, pero solo la lectura de los esquemas de sus epístolas basta para refutar
esa opinión. Uno podría pensar entonces que esta sección está al compás de las
otras y que no tiene mucho que ver con el Espíritu de la Religión, pero no creo
que sea así.
En estas palabras se establece un equilibrio:
tanto énfasis en la libertad muy bien podría ser entendido como libertinaje, y
a lo largo de la historia de la Iglesia ha ocurrido más de una vez. Tenemos hoy
iglesias evangélicas que, procurando que sus miembros lleven una vida santa,
establecen una serie de normas y reglamentos que terminan siendo una pesada
carga religiosa. No logran su cometido; o bien generan “buenos religiosos” sin
el Espíritu, o bien generan hijos rebeldes e hipócritas. Otras iglesias
enfatizan en la gracia y la libertad, normalmente las que están fundadas por
ministerios evangelísticos, pero no tienen una clara visión de la
santificación. Hay mucha gracia pero más vale que uno se cuide de los hermanos
porque lo van a morder apenas se dé vuelta… Tampoco logran el cometido.
Sin embargo, Pablo establece aquí un
equilibrio: luego de exaltar la gracia y la promesa, deja bien en claro que eso
no es libertad para pecar, sino más bien, libertad para ser verdaderamente
santos, esto es, para amar. Cuando hay un verdadero ambiente de libertad es
cuando los dones y ministerios que el Espíritu dio a cada uno pueden
manifestarse plenamente, y entonces el cuerpo se ordena y el amor fluye. Para
algunos esto resulta parecido al “liberalismo económico” pero en un sentido espiritual;
el hecho es que varias doctrinas del liberalismo en realidad surgieron en una
sociedad cristianizada, y tienen su impronta. Claro, hay una diferencia básica,
mientras que en el liberalismo económico la “mano invisible” del mercado regula
todo (y esa “mano invisible” resulta que ni es tan invisible ni es tan justa)
en el Cuerpo de Cristo es el Espíritu Santo el que acomoda todo, y Él sabe
hacer las cosas bien. Con el Espíritu se puede aplicar adecuadamente la “lógica
fractal”: el adecuado ordenamiento del individuo redundará en el ordenamiento
del todo.
Esto es un buen termómetro de “religiosidad”
para las iglesias: en la medida que haya genuina libertad para que los hermanos
sirvan según sus dones y llamados, hay verdadera gracia; si los puestos y
actividades están rigurosamente armados (y desarmados) por el pastor o
liderazgo, hay religión.
“Porque toda la ley se cumple en esta sola
palabra”, la frase que sigue es la favorita de muchos cristianos (no cuando
están enojados) pero esta primera expresión dice algo muy poderoso: está
enunciando un principio rector de la revelación bíblica. Hay, propiamente
dicho, un “principio” superior a partir del cual se derivan todas las
aplicaciones particulares. Y era sorprendente que todos los mandamientos relacionados
con el trato del hombre hacia su prójimo Pablo los resumiera en seis palabras
(según el texto griego). Es decir que, cualquier persona lo suficientemente
sabia, podría a partir de ese solo principio llegar a discernir el resto. Pero
eso resulta difícil, ¿por qué Dios habría sido tan específico con tantos
mandamientos? Para peor, Pablo no está hablando con los más sabios teólogos de
su época, sino con ex paganos sin mucho discernimiento. Más adelante se
referirá al fruto del Espíritu, y ahí se nos aclara todo: eso era posible
gracias al Espíritu, aquel que, entre otras cosas, puede hacer que tomemos ese
principio y lo apliquemos a multitud de situaciones, es decir, el que nos da la
mente de Cristo.
Una multitud de mandamientos difíciles de
recordar son enfrentados a un simple principio capaz de generar conductas
correctas en cualquier situación.
“Amarás a tu prójimo” es lo contrario a la
Ley, porque es un mandato centrado en el otro mientras que la Ley está centrada
en uno mismo: lo que tengo que hacer o evitar, “yo”, a pesar de que el
propósito de la Ley son las obras del amor. Es un cambio de enfoque, mirarme
continuamente a mí mismo no puede producir nada bueno, mirar al otro a través
de los lentes de Dios, sí.
¿Qué estaba produciendo esa “Ley” en la que
ellos querían vivir? “Pero si ustedes se muerden y se devoran los unos a los
otros, tengan cuidado de no consumirse también los unos a los otros. Digo,
pues: Vivan según el Espíritu, y no satisfagan los deseos de la carne.” La
enseñanza parecía muy bonita, pero los frutos resultaban espantosos.
Mateo 7:16-20 RVC
16 Ustedes los conocerán por sus frutos, pues
no se recogen uvas de los espinos, ni higos de los abrojos.
17 Del mismo modo, todo buen árbol da buenos
frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
18 El buen árbol no puede dar frutos malos,
ni el árbol malo dar frutos buenos.
19 Todo árbol que no da buen fruto, es
cortado y echado en el fuego.
20 Así que ustedes los conocerán por sus
frutos.
Notemos que Jesús está hablando de frutos
manifestados en personas, que podían ser buenos o malos. Ahora bien, ninguna
persona, excepto Cristo, ha podido ni puede manifestar frutos perfectos. Sin
embargo, dentro de los “límites humanos”, hay frutos buenos y malos. Es decir, el
cristiano fiel puede producir frutos lo suficientemente buenos como para ser
reconocido. De nuevo, no perfectos, pero sí buenos.
Muchas veces las teologías y las enseñanzas
se “divorcian” de los frutos, es decir, se transforman en maravillosas
declaraciones o proclamas, pero no se preocupan por demostrar resultados en
vidas transformadas, o bien excusan de alguna forma los pobres resultados que
obtienen. Pero son precisamente vidas transformadas lo que coloca el “sello” de
aprobación sobre cualquier doctrina o teología… y viceversa… Hermanos, no
importa cuántos libros o cuántos mensajes se hayan publicado sobre tal o cual
enseñanza, si sus seguidores no tienen vidas transformadas conforme los frutos
que menciona la Palabra, no sirven.
Lograr que en la congregación los hermanos se
“devoren” entre sí es el mayor éxito de Satanás, y entendamos que en Galacia lo
estaba consiguiendo a través de una enseñanza que para más de uno hoy día
podría ser muy “bíblica”. Hacer que los hermanos se peleen entre sí es el mayor
éxito del Adversario en este tiempo también, y eso se consigue del mismo modo
con falsas enseñanzas; no debemos procurar la “armonía y el entendimiento”
entre hermanos si primero no limpiamos la mentira y el erros, la unidad en el
Espíritu viene después.
“Vivan según el Espíritu” es un mandato, no
una promesa. La promesa es que recibiríamos el Espíritu, pero “vivir” conforme
Su guía es un mandato, por lo tanto, es algo en lo que tenemos que esforzarnos,
y que podemos lograr. Lo mismo vale para “no satisfagan los deseos de la
carne”, es decir, la naturaleza pecadora. Aquí tenemos dos mandatos, que son
uno en realidad; ambos posibles de cumplir y en los cuales tenemos que
esforzarnos. Tenemos la capacidad para hacerlo, podemos obedecerlos, pero se
nos exige dedicación.
Hay una lucha interna que a mí me gusta
imaginar como una “reconquista”: el territorio de nuestra alma estaba bajo
dominio enemigo, pero ahora el Espíritu Santo entró como capitán de la
reconquista, y nuestro espíritu renovado debe luchar para recuperar el
territorio.
Guiados por el Espíritu, no hace falta Ley,
porque ya la Ley está escrita en nuestros corazones (porque ahí está el
Espíritu) y no porque se nos exima de obedecerla. En los versículos siguientes
tenemos una descripción de las cosas que “hay que hacer” y las que “no hay que
hacer”, pero no como lo diría la Ley, es decir, mediante una lista de mandatos:
“no hagas esto, haz lo otro”, sino como el fruto de dos naturalezas: la
naturaleza carnal (el hombre contaminado por el pecado) y la naturaleza
espiritual (el Espíritu obrando en la persona).
En verdad, no es del todo correcto pensar que
tenemos una lista de cosas para hacer y no hacer, en realidad se nos está
diciendo qué produce cada una de las naturalezas, la carnal (caída, pecadora) y
la espiritual. Aquí tenemos una “lista de chequeo” que nos permite saber qué
naturaleza o espíritu está dominando en una persona o grupo de personas.
Lo que debe “hacer” la persona no es cumplir
con esa lista, sino obedecer a una de las “dos” voces que están en su interior.
Pero si no podemos distinguir la voz del Espíritu, ¿qué nos queda para “vivir”
la vida cristiana? Sólo obedecer mandatos.
Por eso, cuando las iglesias se esfuerzan en
imponer ordenanzas más allá de lo que dice la Biblia, están asumiendo por un
lado que los hermanos no pueden escuchar
adecuadamente al Espíritu, ¿por qué no le enseñaron a hacerlo?, y por otro, no
están haciendo nada para que aprendan.
Pablo, inspirado por el Espíritu, pudo
“recorrer” todo el camino desde los hechos de la historia reciente, la
teología, los falsos maestros, los erróneos argumentos del Espíritu Religioso
hasta llegar a la cuestión de fondo: no hay “nada más” que una expresión del
viejo conflicto entre las dos naturalezas, los dos espíritus que pugnan por
gobernar al hombre que se ha entregado a Cristo. La clave de la vida que agrada
a Dios no será, entonces, pretender obedecer una lista de reglamentos que de
todas formas nunca se podrá cumplir perfectamente, sino penetrar en la
dimensión espiritual interior para reconocer al Espíritu obrando allí y
utilizar la voluntad para obedecer Sus directivas, porque allí hay verdadero
poder para cambiar.
El “mundo espiritual” no es una opción para
carismáticos o pentecostales, es una necesidad para todo cristiano. Es decir,
tenemos que ir allí en donde está la lucha “cuerpo a cuerpo” entre el espíritu
humano fortalecido por el Espíritu Santo y los espíritus de mentira. ¡Señor,
ayudanos!
Danilo Sorti
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