2 Corintios 4:8-12 RVC
8 que estamos atribulados en todo, pero no
angustiados; en apuros, pero no desesperados;
9 perseguidos, pero no desamparados;
derribados, pero no destruidos;
10 siempre llevamos en el cuerpo, y por todas
partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nosotros.
11 Porque nosotros, los que vivimos, siempre
estamos entregados a la muerte por amor a Jesús, para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal.
12 De manera que en nosotros actúa la muerte,
y en ustedes la vida.
“En nosotros actúa la muerte, y en ustedes la
vida” resulta una frase bastante paradójica, ¿cómo es posible que los
mensajeros de Dios vivan “bajo muerte”? ¿No se supone que deben dar vida, la
vida de lo Alto?
Con todo lo que estuvimos hablando sobre el
principio del Imperio, que domina sobre la humanidad desde hace miles de años,
al menos quedó claro que la gente no vive “bien” allí; y en realidad no hace
falta mucho más que mirar alrededor nuestro, o incluso en nuestra propia vida
para darnos cuenta de eso. A veces alguno puede tener un tiempo de dicha, pero
solamente porque no está mirando adecuadamente la vida que Dios había
originalmente preparado para nosotros, ni la que nos tiene reservada en los
Cielos; aún nuestros mejores tiempos no se comparan con ellos, y algunos
difícilmente han tenido algo que puedan llamar “mejores tiempos”.
Sin embargo, cuando leemos II Corintios vemos
claramente que significa esta frase extraña “en nosotros actúa la muerte”:
Pablo y su equipo apostólico estaban soportando los padecimientos que “iban
dirigidos” a ellos. En otra carta lo dirá más claramente:
Colosenses 1:24 RVC
24 Ahora me alegro de lo que sufro por
ustedes, y completo en mi cuerpo lo que falta de los sufrimientos de Cristo por
la iglesia, que es su cuerpo;
El Evangelio de la Prosperidad y toda su
secuela de “prosperidad soft” ha metido la idea de que Cristo no solo pagó por
nuestros pecados sino que también por todos nuestros sufrimientos y necesidades
de tal forma que, al menos potencialmente, podríamos vivir una vida de
“bendición y salud” si es que tuviéramos la suficiente fe o fuéramos lo
suficientemente obedientes. Incluso muchas de las “mejores iglesias” que
podemos encontrar hoy, que no son exageradas en lo doctrinal, predican alguna
forma de esa enseñanza. Pero no leemos eso en las páginas del Nuevo Testamento.
El problema del sufrimiento es mucho más
complejo que una simple fórmula, y aunque Cristo pagó por nuestros pecados y
nos abrió de par en par la puerta de la salvación, Su Iglesia, en cuerpo que
estamos formando aquí, AÚN REQUIERE de esfuerzo y sufrimiento. Pablo lo dijo
claramente en Colosenses, ese mismo principio vale para todos los cristianos de
todos los tiempos, y especialmente para los ministerios con más autoridad, especialmente
los apóstoles.
Marcos 9:35 RVC
35 Jesús se sentó, llamó a los doce, y les
dijo: «Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el
servidor de todos.»
El “último” y el “servidor” de todos es
también el que soporta las aflicciones que deberían soportar los otros, es
decir, se hace “como Cristo”. Claro que ninguno de nosotros puede poder su vida
en expiación por nada, pero sin embargo somos llamados a ofrecernos en
“sacrificio vivo” en bien de nuestros hermanos y del nuevo pueblo que el Señor
está formando.
“En nosotros actúa la muerte, y en ustedes la
vida” significa que aquellos que somos llamados a servir al Señor sirviendo a
nuestros hermanos debemos pelear sus batallas, enfrentar los enemigos que los
acechan, hacernos cargo de sus debilidades, traer del Cielo las bendiciones
preparadas para ellos, luchar contra los demonios y principados que quieren
engañarlos… y no se supone que eso sea agradable ni se supone que podamos
hacerlo “llevando la buena vida”.
Hay un nivel de guerra espiritual, de lucha
que se manifiesta en todo ámbito, que los ministros deben enfrentar; los
corintios, por ser cristianos nuevos en la fe, no podían entender correctamente
eso y pensaban que “algo andaba mal” con los apóstoles debido a que no vivían
“en bendición”. Pablo les explica que, en cambio, eso era “lo correcto”.
La misma verdad la repite tres veces, en un
enfoque trinitario:
“siempre llevamos en el cuerpo, y por todas
partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nosotros.” La dimensión del sacrificio de Cristo se manifiesta en lo material,
en el sufrimiento físico, en los ámbitos de vida que les tocaba transitar, en
las necesidades de comida, ropa, refugio, como diría en otra parte.
“Porque nosotros, los que vivimos, siempre
estamos entregados a la muerte por amor a Jesús, para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal.” Se manifiesta en lo humano,
“estamos entregados”, y es algo persistente, no se trata de episodios aislados,
momentos especiales; es una lucha continua. Pero eso permite que la vida
sobrenatural se manifieste, entre otras cosas, de manera de poder soportar los
sufrimientos con gozo y avanzar en el propósito.
“De manera que en nosotros actúa la muerte, y
en ustedes la vida.” Y es algo espiritual, un principio más allá de lo material
y humano; hay una profunda dimensión de guerra espiritual, todo el infierno
está muy interesado en que no lleven a cabo su labor.
Esta misma imagen que Pablo nos está
mostrando la encontramos muchas veces en el Antiguo Testamento escrita de otra
forma. ¿Por qué aparecen frecuentemente listas de guerreros, soldados
valientes, capitanes? Entendemos que eso tenía mucho valor para Israel en
aquellos tiempos, ¿pero qué nos dice hoy?
Precisamente nos dice lo “mismo” que Pablo
aquí; los guerreros de antaño eran los que protegían al pueblo, aquellos que
exponían sus vidas, que recibían los golpes y la muerte que hubiera estado
destinada para sus familias y su nación. El Espíritu Santo dejó sus nombres
escritos para que sean recordados siempre porque ellos fueron los que
permitieron que el Pueblo de Dios, de donde vendría el Mesías para toda la
humanidad, siguiera existiendo. Ellos se enfrentaron al enemigo y pusieron
literalmente sus vidas como ofrenda en bien de sus hermanos.
No podemos ser efectivos para el Reino de
Dios si no participamos en la batallas de Dios, y si lo hacemos inevitablemente
atravesaremos por sufrimientos y ataques, tanto en lo material, como en lo
anímico como en lo espiritual.
El “Evangelio del Imperio” nos hace creer que
si servimos a Dios vamos a disfrutar de una buena vida terrenal, pero es
exactamente lo contrario. Purifiquemos nuestras motivaciones por el Espíritu,
como aquellos guerreros de siglos atrás, enfrentemos las luchas por nuestros
hermanos y nuestra familia en la fe.
Danilo Sorti
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