viernes, 30 de marzo de 2018

435. Los mensajeros que Dios manda dentro del Imperio: soportan los embates por sus hermanos


2 Corintios 4:8-12 RVC
8 que estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados;
9 perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos;
10 siempre llevamos en el cuerpo, y por todas partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros.
11 Porque nosotros, los que vivimos, siempre estamos entregados a la muerte por amor a Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal.
12 De manera que en nosotros actúa la muerte, y en ustedes la vida.

“En nosotros actúa la muerte, y en ustedes la vida” resulta una frase bastante paradójica, ¿cómo es posible que los mensajeros de Dios vivan “bajo muerte”? ¿No se supone que deben dar vida, la vida de lo Alto?

Con todo lo que estuvimos hablando sobre el principio del Imperio, que domina sobre la humanidad desde hace miles de años, al menos quedó claro que la gente no vive “bien” allí; y en realidad no hace falta mucho más que mirar alrededor nuestro, o incluso en nuestra propia vida para darnos cuenta de eso. A veces alguno puede tener un tiempo de dicha, pero solamente porque no está mirando adecuadamente la vida que Dios había originalmente preparado para nosotros, ni la que nos tiene reservada en los Cielos; aún nuestros mejores tiempos no se comparan con ellos, y algunos difícilmente han tenido algo que puedan llamar “mejores tiempos”.

Sin embargo, cuando leemos II Corintios vemos claramente que significa esta frase extraña “en nosotros actúa la muerte”: Pablo y su equipo apostólico estaban soportando los padecimientos que “iban dirigidos” a ellos. En otra carta lo dirá más claramente:

Colosenses 1:24 RVC
24 Ahora me alegro de lo que sufro por ustedes, y completo en mi cuerpo lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la iglesia, que es su cuerpo;

El Evangelio de la Prosperidad y toda su secuela de “prosperidad soft” ha metido la idea de que Cristo no solo pagó por nuestros pecados sino que también por todos nuestros sufrimientos y necesidades de tal forma que, al menos potencialmente, podríamos vivir una vida de “bendición y salud” si es que tuviéramos la suficiente fe o fuéramos lo suficientemente obedientes. Incluso muchas de las “mejores iglesias” que podemos encontrar hoy, que no son exageradas en lo doctrinal, predican alguna forma de esa enseñanza. Pero no leemos eso en las páginas del Nuevo Testamento.

El problema del sufrimiento es mucho más complejo que una simple fórmula, y aunque Cristo pagó por nuestros pecados y nos abrió de par en par la puerta de la salvación, Su Iglesia, en cuerpo que estamos formando aquí, AÚN REQUIERE de esfuerzo y sufrimiento. Pablo lo dijo claramente en Colosenses, ese mismo principio vale para todos los cristianos de todos los tiempos, y especialmente para los ministerios con más autoridad, especialmente los apóstoles.

Marcos 9:35 RVC
35 Jesús se sentó, llamó a los doce, y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y el servidor de todos.»

El “último” y el “servidor” de todos es también el que soporta las aflicciones que deberían soportar los otros, es decir, se hace “como Cristo”. Claro que ninguno de nosotros puede poder su vida en expiación por nada, pero sin embargo somos llamados a ofrecernos en “sacrificio vivo” en bien de nuestros hermanos y del nuevo pueblo que el Señor está formando.

“En nosotros actúa la muerte, y en ustedes la vida” significa que aquellos que somos llamados a servir al Señor sirviendo a nuestros hermanos debemos pelear sus batallas, enfrentar los enemigos que los acechan, hacernos cargo de sus debilidades, traer del Cielo las bendiciones preparadas para ellos, luchar contra los demonios y principados que quieren engañarlos… y no se supone que eso sea agradable ni se supone que podamos hacerlo “llevando la buena vida”.

Hay un nivel de guerra espiritual, de lucha que se manifiesta en todo ámbito, que los ministros deben enfrentar; los corintios, por ser cristianos nuevos en la fe, no podían entender correctamente eso y pensaban que “algo andaba mal” con los apóstoles debido a que no vivían “en bendición”. Pablo les explica que, en cambio, eso era “lo correcto”.

La misma verdad la repite tres veces, en un enfoque trinitario:

“siempre llevamos en el cuerpo, y por todas partes, la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nosotros.” La dimensión del sacrificio de Cristo se manifiesta en lo material, en el sufrimiento físico, en los ámbitos de vida que les tocaba transitar, en las necesidades de comida, ropa, refugio, como diría en otra parte.

“Porque nosotros, los que vivimos, siempre estamos entregados a la muerte por amor a Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal.” Se manifiesta en lo humano, “estamos entregados”, y es algo persistente, no se trata de episodios aislados, momentos especiales; es una lucha continua. Pero eso permite que la vida sobrenatural se manifieste, entre otras cosas, de manera de poder soportar los sufrimientos con gozo y avanzar en el propósito.

“De manera que en nosotros actúa la muerte, y en ustedes la vida.” Y es algo espiritual, un principio más allá de lo material y humano; hay una profunda dimensión de guerra espiritual, todo el infierno está muy interesado en que no lleven a cabo su labor.

Esta misma imagen que Pablo nos está mostrando la encontramos muchas veces en el Antiguo Testamento escrita de otra forma. ¿Por qué aparecen frecuentemente listas de guerreros, soldados valientes, capitanes? Entendemos que eso tenía mucho valor para Israel en aquellos tiempos, ¿pero qué nos dice hoy?

Precisamente nos dice lo “mismo” que Pablo aquí; los guerreros de antaño eran los que protegían al pueblo, aquellos que exponían sus vidas, que recibían los golpes y la muerte que hubiera estado destinada para sus familias y su nación. El Espíritu Santo dejó sus nombres escritos para que sean recordados siempre porque ellos fueron los que permitieron que el Pueblo de Dios, de donde vendría el Mesías para toda la humanidad, siguiera existiendo. Ellos se enfrentaron al enemigo y pusieron literalmente sus vidas como ofrenda en bien de sus hermanos.

No podemos ser efectivos para el Reino de Dios si no participamos en la batallas de Dios, y si lo hacemos inevitablemente atravesaremos por sufrimientos y ataques, tanto en lo material, como en lo anímico como en lo espiritual.

El “Evangelio del Imperio” nos hace creer que si servimos a Dios vamos a disfrutar de una buena vida terrenal, pero es exactamente lo contrario. Purifiquemos nuestras motivaciones por el Espíritu, como aquellos guerreros de siglos atrás, enfrentemos las luchas por nuestros hermanos y nuestra familia en la fe.


Danilo Sorti




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