Isaías 36:7-12 RVC
7 Pero si me dices que ustedes confían en el
Señor su Dios, ¿acaso no se trata de ese Dios cuyos lugares altos y altares tú,
Ezequías, mandaste quitar, y luego dijiste a Judá y a Jerusalén: ‘Adoren ante
este altar’?”
8 Yo te sugiero que hagas ahora este trato
con mi señor, el rey de Asiria: Yo te daré dos mil caballos, si tú puedes
hallar otros tantos jinetes para que cabalguen sobre ellos.
9 ¿Cómo vas a hacerle frente a un simple
capitán, al menor de los siervos de mi señor, aun cuando estés confiado en
Egipto y en sus carros y su caballería?
10 Si yo he venido a destruir esta tierra es
porque antes el Señor me dijo: “¡Ve a esa tierra y destrúyela!”»
11 Entonces Eliaquín, Sebna y Yoaj le dijeron
al primer oficial: «Por favor, habla a estos siervos tuyos en arameo, que
nosotros lo entendemos. No nos hables en la lengua de Judá, porque te oye toda
la gente que está sobre la muralla.»
12 Pero el primer oficial dijo: «¿Y acaso me
envió mi señor a decirles esto sólo a ti y a tu señor? ¡No! ¡Me envió también a
la gente que está sobre la muralla, y que junto con ustedes pronto van a
comerse su propio estiércol y a beberse su propia orina!»
En un artículo anterior hablamos sobre lo que
creo yo es la principal acción que busca ejercer el Imperio sobre los países
dominados y, en general, sobre todas las personas (también al interior de su
propia nación): destruir toda otra confianza para que acepte como inevitable la
dominación. Y vimos que, en el caso de Judá que estaba confiando en la ayuda de
Egipto, el argumento que utiliza es válido: ese no era el apoyo que debía
tener.
Sin embargo, en el fondo el Imperio busca
destruir la confianza en Dios. Por supuesto que eso no se dice hoy de la manera
tan clara en que podía decirlo Senaquerib entonces, pero el “espíritu” sigue
siendo el mismo.
Evidentemente los Asirios habían hecho una
“inteligencia previa” para tener una idea de lo que pasaba en Judá, y supieron
de la reforma religiosa de Ezequías. En ese punto ellos no pudieron entender
que en realidad era una purificación de la práctica de la fe, y que redundaría
en mayor fortaleza para la nación. Pero no todos los israelitas estaban
convencidos de ello y el enemigo procuraba crear una división interna, por eso
habla en hebreo y no en arameo, que era el lenguaje “diplomático” de aquel
entonces.
El éxito consistiría en crear duda y temor en
el sector más vulnerable de la población, precisamente el que menos confiaba en
Dios, el que todavía permanecía aferrado a prácticas idolátricas y no estaba
tan seguro de que las reformas de Ezequías fueran adecuadas. La estrategia es
conocida y creo que no hace falta explicarla demasiado: atacar por el “flanco”
más vulnerable; el asunto consistía en cómo había sido “reforzado” ese sector.
De todas formas, los asirios no pudieron
entender el verdadero significado espiritual de las reformas de Ezequías, y por
eso finalmente fracasaron: Judá había decidido apoyarse firmemente en su Dios,
y aunque esa confianza necesitaba ser perfeccionada, era suficiente como para
que ese Dios obrara en favor de ellos. Por eso también, unos siglos después,
Jerusalén caería en manos de Nabucodonosor, porque en ese tiempo ya no se
habría vuelto al Señor.
La aplicación es bastante clara: no puede
resistir una nación a la dominación del Imperio si no se afirma en Dios. Lo
mismo vale para cada uno de nosotros; si no estamos firmemente cimentados en
Dios no podremos resistir el mensaje ni del “imperio secular” ni del “imperio
eclesiástico”, es decir, aún creyendo en Dios terminaremos bajo alguna forma de
iglesia “imperial”.
“Yo te daré dos mil caballos, si tú puedes
hallar otros tantos jinetes para que cabalguen sobre ellos.” Aquí está hablando
de recursos militares y “tecnología”, es decir, está poniendo en evidencia que
la cantidad de recursos, y aún las personas preparadas para manejar esos
recursos, era muy superior. Pero claro, son recursos “humano”, materiales.
“¿Cómo vas a hacerle frente a un simple
capitán, al menor de los siervos de mi señor …” Es otra de las muestras de
mensajes intimidatorios, en un discurso plagado de ellos.
“Si yo he venido a destruir esta tierra es
porque antes el Señor me dijo: “¡Ve a esa tierra y destrúyela!” Aquí tenemos
uno de los mayores engaños, de los más difíciles de discernir: está poniendo en
boca de Dios una orden que, por supuesto, no existía, pero esto nos conecta,
perturbadoramente, con los mensajes que podemos escuchar en iglesias
“imperiales”, es decir, fundamentar su existencia y su estructura (y su
dominación) en base a un supuesto mandato divino.
Cuidado, este mensaje que a nosotros nos
puede parecer evidentemente ajeno a la voz de Dios no lo era tanto para ellos;
los israelitas mismos habían sido comisionados siglos antes para destruir las
corruptas naciones que estaban en el territorio, sabían que Dios podía mandar
una nación contra ellos y de hecho ya tenían suficiente historia “sobre sus
lomos” como para entenderlo muy bien. Las palabras del primer oficial eran
perfectamente lógicas y posibles para sus atemorizados oyentes.
De la misma forma podemos escuchar hoy otro
tipo de mensajes, muy “diferentes”, perfectamente lógicos y hasta “bíblicos”,
pero que son incorrectos y que tienen el objetivo de introducirnos en una
estructura “imperial”. Si en lo secular no estamos acostumbrados a discernir
los mensajes “imperiales” difícilmente los entendamos en lo espiritual.
“No nos hables en la lengua de Judá, porque
te oye toda la gente que está sobre la muralla.” Como dijimos, el discurso,
hábil mezcla de seducción, amedrentamiento y engaño, iba dirigido al “punto
débil” de la sociedad, a los que menos herramientas tenían para hacerle frente.
“… en la lengua de Judá…”; el Imperio sabe “hablar” en el idioma que la gente
puede escuchar, en el idioma de su corazón, y el engaño va montado sobre esa
vía rápida.
“Me envió también a la gente”, es decir,
tenemos un mensaje “para el pueblo” versus el mensaje selecto de los que
“hablaban arameo”.
No sé cuán poderoso era el ejército asirio
comparado con los otros ejércitos de la antigüedad, pero hasta ahora puedo
decir que tan poderoso como podía resultar en lo físico lo era en el discurso,
en las palabras. Y no es razonable suponer que habían armado toda esa
estrategia sólo para conquistar Jerusalén y Judá, debía ser ya algo común en
ellos.
Tenemos un discurso que constituye una
“tormenta perfecta”, en donde se combinan muchas estrategias de engaño, unidas
a una situación particularmente vulnerable, con una “historia” por detrás
atemorizante, y dirigido hacia el sector más vulnerable. Lo mismo hacen los
imperios seculares hoy, y están muy bien capacitados en eso, lo mismo hacen las
“iglesias del estilo imperial” hoy, y los creyentes “formateados” por el
Imperio no pueden resistir su mensaje.
Es cierto que Dios usó y sigue usando al
“Imperio”, ¡pero eso no significa que lo apruebe! En el mundo actual muchas
veces es “físicamente” imposible escapar del Imperio, y al fin y al cabo, si la
mayoría de la gente está ahí, ¿por qué deberíamos hacerlo? Necesitamos
ministrarles a ellos. Pero en la realidad eclesiástica sí podemos y debemos
escapar de él. De todas formas lo fundamental es no ser conformados mental y
espiritualmente a la estructura del Imperio. En realidad todo lo que venimos
diciendo no es más que la aplicación de las palabras de Jesús:
Juan 17:15-17 RVC
15 No ruego que los quites del mundo, sino
que los protejas del mal.
16 Ellos no son del mundo, como tampoco yo
soy del mundo.
17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es
verdad.
El mundo que entendían los primeros oyentes
era uno dominado por el imperio romano, ¡y claramente dominado! A ese mundo los
envió Jesucristo, pero nunca debían con-formarse a él.
¡Señor, libranos de la dominación mental y
espiritual!
Danilo Sorti
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