jueves, 1 de marzo de 2018

418. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?

Jeremías 23:28 RV1995
28 El profeta que tenga un sueño, que cuente el sueño; y aquel a quien vaya mi palabra, que cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?, dice Jehová.

En la Biblia, “paja” usada en sentido simbólico se refiere a algo despreciable o, por lo menos, de muy poco valor. Reflexionando sobre nuestras propias palabras y aún sobre lo que enseñamos acerca de la Biblia, o mejor dicho, conociendo cada día un poco más la Palabra del Señor, entiendo que la mejor comparación que le cabe a nuestras (humanas) palabras es la de “paja”, o “rastrojo”, como le decimos por acá.

Hoy se ha puesto de moda citar las frases de pastores o líderes de renombre en el Evangelio y tomarlas como “guía espiritual”. En esto no tenemos nada que criticar a los católicos. Pero no creo que debamos ser tan duros con esta costumbre presente, porque desde hace mucho tiempo se citan y repiten las palabras de los líderes cristianos del pasado. Claro que puede haber sabiduría e inspiración divina ahí, y las hay; de la misma forma que puede haberla en las palabras de los líderes hoy. Finalmente, Dios no tiene ningún problema en hablar por medio de quién sea. Pero eso nos lleva a la peligrosísima costumbre de “desplazar” las palabras bíblicas por palabras “humanas”.

La Biblia es posible de entender, pero Dios también ha dejado dones que nos ayudan a comprenderla en profundidad. Mejor dicho, cada uno de los dones que el Espíritu ha dado a la Iglesia, además de los millones de las diferentes historias individuales de los cristianos, tiene algo, aunque sea pequeño, que aportar. Por supuesto, hay ministerios que específicamente se dedican a “trabajar” con la Palabra y podemos esperar más de ellos.

Sin desmerecer todo lo que el Espíritu hace a través de las palabras “humanas” para que Su Palabra se haga viva y eficaz para cada persona en el mundo, en cada uno de sus contextos culturales, personales, históricos, económicos, ecológicos, y más, ¿a qué nivel ponemos unas y otras palabras?

Nehemías 8:8 RV1995
8 Y leían claramente en el libro de la ley de Dios, y explicaban su sentido, de modo que entendieran la lectura.

Ya en las mismas páginas bíblicas encontramos situaciones en las que debió ser interpretada, a pesar de que los oyentes se encontraban en una situación contextual mucho más cercana que nosotros. No es diferente hoy: la Palabra de Dios necesita ser “actualizada” en cientos de miles de formas distintas, en miles de idiomas, para que cada persona tenga la oportunidad de escucharla y entenderla significativamente, para que cada cristiano reciba el alimento que pueda digerir. Pero de nuevo, ¿qué “límite” debemos poner entre estas palabras nuestras que interpretan la Biblia y la misma Biblia?

El que no conoce, o el nuevo creyente, probablemente no encuentre demasiada diferencia entre una y otra. Eso es la “leche” de la que habla Pablo: aquello que la madre produce para su hijo. Cuando el hijo crece, ya puede nutrirse con los alimentos como un adulto, no necesita que el cuerpo materno los reelabore.

El problema es que al “crecer” espiritualmente corremos el riesgo de que las palabras bíblicas nos parezcan demasiado “sencillas”, demasiado poco elaboradas. Cuando el nuevo cristiano se nutre de estudios bíblicos en vez de hacer el esfuerzo de interpretar y aplicar la Palabra de Dios, difícilmente adquiera el gusto por la Biblia “en crudo” cuando sea grande. Es el mismo problema que tenemos con los chicos: cuando las abuelas nos malcrían a los hijos de pequeños, ¿cómo hacemos para que coman verduras de grandes…?

A medida que pasa el tiempo, estoy aprendiendo a valorar cada vez más las palabras “sencillas” de la Biblia y sospechar de las palabras “demasiado elaboradas”. ¿Qué es más sano, un alimento orgánico con poca o ninguna elaboración, o un producto súper elaborado con conservantes, colorantes, saborizantes, espesantes, acidulantes y un montón más de “antes”? Hoy sabemos que el primero, por más que el segundo sea más “rico”.

Gracias a Dios que pude entender en mis primeros años de creyente que había una gran diferencia entre estudiar estudios sobre la Biblia y estudiar la misma Biblia; pero eso iba de la mano de mis dones particulares, por lo que creyentes con otros dones espirituales probablemente no lo comprendan así de rápido, y los que enseñamos debamos hacer especial énfasis en llevar a los hombres a la Palabra de Dios y no a nuestras propias palabras. ¡Eso es difícil!

Además de nuestro propio orgullo en sobresalir con la “excelencia” de las “verdades que nos han sido reveladas” y nuestra “elocuencia poética”, es muy humano que los lectores traten de referenciarse con una persona que puedan ver y tocar. A veces, uno se “emociona” con lo que el Espíritu le está mostrando y las ideas fluyen, pero no hay muchas citas bíblicas entremedio. Ese es uno de mis errores “favoritos”.

¿Pero qué tienen que ver nuestras mejores palabras de enseñanza, escritas bajo la mayor inspiración posible en esta época (en la que no estamos escribiendo “otra” Biblia) con LA PALABRA?

La mejor comparación que se me ocurre, si metiera todos juntos los análisis teológicos más sesudos que encontrara (no mis artículos, claro…) es: ¿qué tiene que ver la paja con el trigo? Y la respuesta es: prácticamente nada.

¿Estoy diciendo que no sirven para nada las montañas de libros que se han escrito? Bueno, algunas montañas de ellos servirían para una buena fogata, aunque generarían mucho efecto invernadero, así que mejor los usamos para hacer compost… Pero aún nos quedan otras cuantas montañas de libros cristianos realmente útiles, ¿acaso son “paja”? ¡Sí! Pero veamos con un poco más de “cariño” a la paja…

La paja es el tallo que sostiene a la espiga; sirve para aportar materia orgánica a la tierra o para que lo coman los animales, obviamente no para que lo comamos nosotros. El valor económico de la paja de trigo, o rastrojo, es muy escaso, pero si miramos la planta entera, con la espiga en el extremo del tallo, nos damos cuenta de que esa “paja” tiene una utilidad: mantener la espiga en alto.

El tallo, la “paja”, es el que sostiene a la espiga en formación, y una vez seco, a los granos. ¿Qué pasa si un hongo afecta a la paja? Pues la espiga se cae. ¿Dejan los granos de ser granos cuando caen? No, por supuesto, pero están a merced de insectos y enfermedades, que fácilmente pueden dañarlos. En cambio, cuando el tallo está firme, la espiga está por encima del suelo, puede ser vista y cosechada fácilmente; las espigas que se caen generalmente se pierden. La “paja” no se puede comer y no tiene casi valor para nosotros, pero cumple la función de sostener a los granos. Lo mismo debería pasar con nuestras palabras.

Ninguno de nosotros puede alimentarse con paja, y de hecho tampoco para los rumiantes es el mejor alimento, aunque puedan digerirla. Así, no deberíamos alimentarnos con palabras humanas, por más que sean lo mejor que podamos escribir hoy; estas palabras deberían servir para que LA PALABRA sea mantenida en alto y colocada en una posición accesible para su “cosecha”. Eso es lo que deberíamos esperar de lo que escribimos y enseñamos, y así deberían considerar los hombres nuestras palabras.

Bueno, y la verdad es que esta comparación que estoy haciendo probablemente no sea muy bíblica, pero al menos sirve para animarnos a reflexionar acerca del rol de nuestras palabras. A veces discutimos acerca de maestros de la Biblia y confrontamos las enseñanzas de unos y de otros; creo que el Señor, desde Su Trono, cuando nos oye está escuchando algo más o menos como esto: “¡El rastrojo de Fulano es mejor que el de Mengano!” ¿Verdad que es ridículo?

1 Corintios 4:1 DHH
1 Ustedes deben considerarnos simplemente como ayudantes de Cristo, encargados de enseñar los designios secretos de Dios.

Eso dijeron los apóstoles, y aunque defiendo el ministerio apostólico hoy, ninguno de los así llamados puede poner sus palabras al mismo nivel que las palabras de los apóstoles en la Biblia, ni cerca.

¡Nuestras palabras tienen un rol muy importante! Los granos de trigo desparramados por el suelo no sirven de mucho, se los comen las aves o las ratas, tal como vemos en los costados de las carreteras durante la época de cosecha, o en los campos donde las cosechadoras están mal reguladas y dejan caer muchos granos. La Palabra debe ser puesta bien en alto, y hace falta un “tallo” que sostenga la espiga.

Antiguamente, el trigo tenía tallos largos, y de esa forma podía resistir mucho mejor la presencia de malezas. El “mejoramiento” genético hizo trigos enanos, con tallos cortos, que necesitan muchos agroquímicos para el control de malezas. En el diseño original de Dios, las espigas debían estar bien en alto. Así debe ser hoy, nuestro rastrojo, la “paja de trigo” que constituyen nuestras palabras, deben servir para levantar bien en alto LA PALABRA. ¡Señor, danos la gracia para hacerlo!


Danilo Sorti




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2 comentarios:

  1. Este estudio me resultó muy útil en mi deseo por estudiar más de la Palabra de Dios

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  2. Gracia y bendiciones por las palabras, es muy inspirador

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