Jeremías 23:28 RV1995
28 El profeta que tenga un sueño, que cuente
el sueño; y aquel a quien vaya mi palabra, que cuente mi palabra verdadera.
¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?, dice Jehová.
En la Biblia, “paja” usada en sentido
simbólico se refiere a algo despreciable o, por lo menos, de muy poco valor.
Reflexionando sobre nuestras propias palabras y aún sobre lo que enseñamos
acerca de la Biblia, o mejor dicho, conociendo cada día un poco más la Palabra
del Señor, entiendo que la mejor comparación que le cabe a nuestras (humanas)
palabras es la de “paja”, o “rastrojo”, como le decimos por acá.
Hoy se ha puesto de moda citar las frases de
pastores o líderes de renombre en el Evangelio y tomarlas como “guía
espiritual”. En esto no tenemos nada que criticar a los católicos. Pero no creo
que debamos ser tan duros con esta costumbre presente, porque desde hace mucho
tiempo se citan y repiten las palabras de los líderes cristianos del pasado.
Claro que puede haber sabiduría e inspiración divina ahí, y las hay; de la
misma forma que puede haberla en las palabras de los líderes hoy. Finalmente,
Dios no tiene ningún problema en hablar por medio de quién sea. Pero eso nos
lleva a la peligrosísima costumbre de “desplazar” las palabras bíblicas por
palabras “humanas”.
La Biblia es posible de entender, pero Dios
también ha dejado dones que nos ayudan a comprenderla en profundidad. Mejor
dicho, cada uno de los dones que el Espíritu ha dado a la Iglesia, además de
los millones de las diferentes historias individuales de los cristianos, tiene
algo, aunque sea pequeño, que aportar. Por supuesto, hay ministerios que
específicamente se dedican a “trabajar” con la Palabra y podemos esperar más de
ellos.
Sin desmerecer todo lo que el Espíritu hace a
través de las palabras “humanas” para que Su Palabra se haga viva y eficaz para
cada persona en el mundo, en cada uno de sus contextos culturales, personales,
históricos, económicos, ecológicos, y más, ¿a qué nivel ponemos unas y otras
palabras?
Nehemías 8:8 RV1995
8 Y leían claramente en el libro de la ley de
Dios, y explicaban su sentido, de modo que entendieran la lectura.
Ya en las mismas páginas bíblicas encontramos
situaciones en las que debió ser interpretada, a pesar de que los oyentes se
encontraban en una situación contextual mucho más cercana que nosotros. No es
diferente hoy: la Palabra de Dios necesita ser “actualizada” en cientos de
miles de formas distintas, en miles de idiomas, para que cada persona tenga la
oportunidad de escucharla y entenderla significativamente, para que cada
cristiano reciba el alimento que pueda digerir. Pero de nuevo, ¿qué “límite”
debemos poner entre estas palabras nuestras que interpretan la Biblia y la
misma Biblia?
El que no conoce, o el nuevo creyente,
probablemente no encuentre demasiada diferencia entre una y otra. Eso es la
“leche” de la que habla Pablo: aquello que la madre produce para su hijo.
Cuando el hijo crece, ya puede nutrirse con los alimentos como un adulto, no
necesita que el cuerpo materno los reelabore.
El problema es que al “crecer”
espiritualmente corremos el riesgo de que las palabras bíblicas nos parezcan
demasiado “sencillas”, demasiado poco elaboradas. Cuando el nuevo cristiano se
nutre de estudios bíblicos en vez de hacer el esfuerzo de interpretar y aplicar
la Palabra de Dios, difícilmente adquiera el gusto por la Biblia “en crudo”
cuando sea grande. Es el mismo problema que tenemos con los chicos: cuando las
abuelas nos malcrían a los hijos de pequeños, ¿cómo hacemos para que coman
verduras de grandes…?
A medida que pasa el tiempo, estoy
aprendiendo a valorar cada vez más las palabras “sencillas” de la Biblia y
sospechar de las palabras “demasiado elaboradas”. ¿Qué es más sano, un alimento
orgánico con poca o ninguna elaboración, o un producto súper elaborado con
conservantes, colorantes, saborizantes, espesantes, acidulantes y un montón más
de “antes”? Hoy sabemos que el primero, por más que el segundo sea más “rico”.
Gracias a Dios que pude entender en mis
primeros años de creyente que había una gran diferencia entre estudiar estudios
sobre la Biblia y estudiar la misma Biblia; pero eso iba de la mano de mis
dones particulares, por lo que creyentes con otros dones espirituales
probablemente no lo comprendan así de rápido, y los que enseñamos debamos hacer
especial énfasis en llevar a los hombres a la Palabra de Dios y no a nuestras
propias palabras. ¡Eso es difícil!
Además de nuestro propio orgullo en
sobresalir con la “excelencia” de las “verdades que nos han sido reveladas” y
nuestra “elocuencia poética”, es muy humano que los lectores traten de
referenciarse con una persona que puedan ver y tocar. A veces, uno se
“emociona” con lo que el Espíritu le está mostrando y las ideas fluyen, pero no
hay muchas citas bíblicas entremedio. Ese es uno de mis errores “favoritos”.
¿Pero qué tienen que ver nuestras mejores
palabras de enseñanza, escritas bajo la mayor inspiración posible en esta época
(en la que no estamos escribiendo “otra” Biblia) con LA PALABRA?
La mejor comparación que se me ocurre, si
metiera todos juntos los análisis teológicos más sesudos que encontrara (no mis
artículos, claro…) es: ¿qué tiene que ver la paja con el trigo? Y la respuesta
es: prácticamente nada.
¿Estoy diciendo que no sirven para nada las
montañas de libros que se han escrito? Bueno, algunas montañas de ellos
servirían para una buena fogata, aunque generarían mucho efecto invernadero,
así que mejor los usamos para hacer compost… Pero aún nos quedan otras cuantas montañas
de libros cristianos realmente útiles, ¿acaso son “paja”? ¡Sí! Pero veamos con
un poco más de “cariño” a la paja…
La paja es el tallo que sostiene a la espiga;
sirve para aportar materia orgánica a la tierra o para que lo coman los
animales, obviamente no para que lo comamos nosotros. El valor económico de la
paja de trigo, o rastrojo, es muy escaso, pero si miramos la planta entera, con
la espiga en el extremo del tallo, nos damos cuenta de que esa “paja” tiene una
utilidad: mantener la espiga en alto.
El tallo, la “paja”, es el que sostiene a la
espiga en formación, y una vez seco, a los granos. ¿Qué pasa si un hongo afecta
a la paja? Pues la espiga se cae. ¿Dejan los granos de ser granos cuando caen?
No, por supuesto, pero están a merced de insectos y enfermedades, que
fácilmente pueden dañarlos. En cambio, cuando el tallo está firme, la espiga
está por encima del suelo, puede ser vista y cosechada fácilmente; las espigas
que se caen generalmente se pierden. La “paja” no se puede comer y no tiene
casi valor para nosotros, pero cumple la función de sostener a los granos. Lo
mismo debería pasar con nuestras palabras.
Ninguno de nosotros puede alimentarse con
paja, y de hecho tampoco para los rumiantes es el mejor alimento, aunque puedan
digerirla. Así, no deberíamos alimentarnos con palabras humanas, por más que
sean lo mejor que podamos escribir hoy; estas palabras deberían servir para que
LA PALABRA sea mantenida en alto y colocada en una posición accesible para su
“cosecha”. Eso es lo que deberíamos esperar de lo que escribimos y enseñamos, y
así deberían considerar los hombres nuestras palabras.
Bueno, y la verdad es que esta comparación
que estoy haciendo probablemente no sea muy bíblica, pero al menos sirve para
animarnos a reflexionar acerca del rol de nuestras palabras. A veces discutimos
acerca de maestros de la Biblia y confrontamos las enseñanzas de unos y de
otros; creo que el Señor, desde Su Trono, cuando nos oye está escuchando algo
más o menos como esto: “¡El rastrojo de Fulano es mejor que el de Mengano!”
¿Verdad que es ridículo?
1 Corintios 4:1 DHH
1 Ustedes deben considerarnos simplemente
como ayudantes de Cristo, encargados de enseñar los designios secretos de Dios.
Eso dijeron los apóstoles, y aunque defiendo
el ministerio apostólico hoy, ninguno de los así llamados puede poner sus
palabras al mismo nivel que las palabras de los apóstoles en la Biblia, ni
cerca.
¡Nuestras palabras tienen un rol muy
importante! Los granos de trigo desparramados por el suelo no sirven de mucho,
se los comen las aves o las ratas, tal como vemos en los costados de las
carreteras durante la época de cosecha, o en los campos donde las cosechadoras
están mal reguladas y dejan caer muchos granos. La Palabra debe ser puesta bien
en alto, y hace falta un “tallo” que sostenga la espiga.
Antiguamente, el trigo tenía tallos largos, y
de esa forma podía resistir mucho mejor la presencia de malezas. El
“mejoramiento” genético hizo trigos enanos, con tallos cortos, que necesitan
muchos agroquímicos para el control de malezas. En el diseño original de Dios,
las espigas debían estar bien en alto. Así debe ser hoy, nuestro rastrojo, la
“paja de trigo” que constituyen nuestras palabras, deben servir para levantar
bien en alto LA PALABRA. ¡Señor, danos la gracia para hacerlo!
Danilo Sorti
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Este estudio me resultó muy útil en mi deseo por estudiar más de la Palabra de Dios
ResponderEliminarGracia y bendiciones por las palabras, es muy inspirador
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