viernes, 30 de marzo de 2018

445. “¿A ti qué? Tú sígueme.”


Juan 21:20-23 RVC
20 Al volverse Pedro, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y que le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te entregará?»
21 Cuando Pedro lo vio, le dijo a Jesús: «Señor, ¿y éste, qué?»
22 Jesús le dijo: «Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
23 De allí surgió la idea entre los hermanos de que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría. Sólo le dijo: «Si yo quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?»


Generalmente hemos interpretado estas palabras del Señor como una exhortación a ocuparnos de nuestros propios asuntos y no entrometernos en los planes divinos para nuestros hermanos, y creo que es una interpretación muy adecuada. Pero también creo que podemos sacar algo más de este pasaje, porque aquí tenemos un interrogante respecto del futuro y una respuesta que también tiene que ver con el porvenir.

Pedro acababa de ser restaurado por el Señor luego de su triple negación, y es maravilloso como Jesucristo buscó el momento adecuado y se tomó el tiempo necesario para hacerlo; no tenemos muchos registros de lo que pasó en el tiempo entre Su resurrección y ascensión, en realidad, hay demasiado poco para un hecho tan sorprendente como hablar con el Vencedor Resucitado, y por eso los breves relatos que sí están registrados se vuelven tan importantes.

Entre ellos figura la restauración de Pedro, enmarcada en un fuerte contexto “temporal”, ¿por qué? Primero, sabemos que Pedro había sido comisionado como líder del grupo y pionero en abrir las puertas del Evangelio a judíos, samaritanos y gentiles, aunque él todavía no lo sabía con claridad. El desarrollo más temprano de la Iglesia dependía, por así decirlo, de Pedro, y junto con él, ¡el resto de la historia! Sin Pedro no tendríamos Iglesia, y aunque la iglesia católica exagere su rol a un lugar de autoridad que nunca leemos en las Escrituras, no debemos dejar de reconocerlo.

Pero ese Pedro frustrado y arrepentido ya había “dictado sentencia” sobre sí mismo, se había declarado culpable e indigno, y había “vuelto” al pasado: su viejo oficio de pescador. Pedro había cambiado su futuro.

Pero Jesucristo apareció, y con mucho tacto y a la vez claridad le permitió retractarse públicamente: ¡le devolvió el futuro que una vez le había prometido, cuando por primera vez lo encontró en la barca! Y claro, Dios es Dios, ¡no hay nada imposible para Él!

Pero en ese futuro que le devuelve el Señor también le aclara la forma en que habría de morir; finalmente Pedro tendría la oportunidad de demostrar su amor y fidelidad al Señor siguiéndolo por el mismo camino: el sentimiento de su corazón era genuino, sólo que no tenía todavía el poder para cumplirlo, pero más adelante sí, aunque, según cuenta la historia, cuando al final llegó el momento, había logrado tal nivel de humildad que hasta se consideró indigno de morir de la misma forma que su Señor y pidió ser crucificado cabeza para abajo.

Pero volvamos a esa escena tan pacífica en la playa; habiendo recibido y entendido la noticia de su futura muerte, tiene curiosidad por saber lo que pasaría con otro de sus compañeros más cercanos, Juan: «Señor, ¿y éste, qué?». Esa era una pregunta respecto del futuro, en realidad del “último” futuro de su amigo, del momento de su muerte. Lo cierto es que Juan tendría el ministerio más largo de todos los doce y partiría de muerte natural, pero no era la oportunidad de revelar eso, ¿podría entender y aceptar Pedro que Juan no siguiera el mismo camino? ¿Por qué él tendría que sufrir y el otro no? Sin dudas que Dios es quien tiene el derecho pleno de decidir sobre nuestro destino, pero en la práctica resulta difícil aceptar destinos muy diferentes para nuestros hermanos.

Pedro fue comisionado en los versículos anteriores a cuidar de sus hermanos, y resultó el primer pastor de la naciente iglesia. Se le reveló algo de su futuro, no todo, y no se le reveló nada de lo que ocurriría con otro de los líderes más importantes del grupo, Juan. Sencillamente, debía cumplir su trabajo “sin preocuparse” por qué pasaría al final.

Un poco después, en una circunstancia muy distinta, nos encontramos con algo parecido:

Hechos 1:6-8 RVC
6 Entonces los que estaban reunidos con él le preguntaron: «Señor, ¿vas a devolverle a Israel el reino en este tiempo?»
7 Y él les respondió: «No les toca a ustedes saber el tiempo ni el momento, que son del dominio del Padre.
8 Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.»

¿Qué hubieran pensado ellos si Jesús les hubiera anunciados las vicisitudes, sufrimientos y angustias que habría de pasar su pueblo durante los dos mil años siguientes? ¿Cómo habrían podido recibir esas noticias? Pero, ¿no habrían alterado su ministerio y fundamentalmente su enfoque durante los próximos y decisivos años? Yo creo que sí. Ellos no podían recibir, ni siquiera entender, la historia que hasta resulta difícil para nosotros, que la tenemos escrita en los libros.

¿Jesús los engañó por ocultarles esa verdad? No, Él tiene el derecho de decirnos lo que necesitamos y podemos saber, y tiene el derecho de ocultarnos lo que no necesitamos saber, no podríamos entender o tolerar. Y Él tiene también el derecho de decirlos lo que tenemos que hacer, POR MÁS QUE, al no saber todo el panorama completo ni todo lo que vendrá, estemos haciéndolo con algunas ideas o motivaciones erradas. Yo creo que muchas cosas no se hubieran hecho si los cristianos hubieran conocido “toda” la verdad.

Los cristianos del primer siglo esperaban que Jesucristo regresara durante ese tiempo, y aunque el Señor nunca dijo que vendría en, por ejemplo, diez o veinte años, tampoco lo negó. Esa esperanza probablemente fue uno de los motores de la expansión del cristianismo durante ese tiempo y debió tener una connotación política: Jesucristo no solo los había liberado del poder espiritual del pecado, transformado sus vidas y dado una esperanza para la vida eterna, sino que también les prometía un reino terrenal de justicia y paz. Este “nuevo” kyrios fue visto como un competidor por el emperador, que entendió la dimensión política del cristianismo.

Pero esa esperanza no fue cumplida para ellos, aunque el cristianismo siguió expandiéndose y llegó a conquistar el mismo corazón del imperio. Mientras tanto, sirvió en parte de “motor” de la evangelización. ¿Los engañó Dios? Más bien, Sus planes están por encima de lo que podemos ver y entender, a veces, por más que nos esforcemos en esta vida.

¿Y qué si Dios nos manda a construir algo que sólo durará un breve tiempo? ¿O a trabajar con objetivos últimos que solo Él conoce? “Tú sígueme” le dijo a Pedro, y nada más. Lo cierto es que, con el correr del tiempo, más le fue revelado, en la medida que caminó con Cristo, pero llegó al fin de sus días sin tener todas las respuestas ni mucho menos haber visto el resultado completo de su trabajo. Con todo, cumplió su labor fielmente.

¿Qué va a pasar en el futuro? Dios nos muestra, y mucho más en estos tiempos, pero no necesariamente todo lo que quisiéramos saber, nos basta con lo que nos es dado, no menos que eso ni tampoco más.


Danilo Sorti




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