viernes, 30 de marzo de 2018

441. Los enemigos dentro de la propia familia


Mateo 10:35-36 DHH
35 He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra;
36 de modo que los enemigos de cada cual serán sus propios parientes.

Resulta relativamente fácil entender de donde viene la persecución en los países cerrados al Evangelio, donde la religión oficial es contraria al cristianismo y donde la corrupción política y social es muy fuerte. Es también fácil darse cuenta, en nuestros contextos, que de tal o cual persona, opuesta a la fe, uno puede esperar enfrentamientos y antagonismos; lo mismo pasa con diversas instituciones y organismos oficiales, dependiendo del partido político que gobierne.

Esas son situaciones “evidentes”, o al menos, reconocibles con relativa facilidad, y hasta “entendibles”, por lo que podemos estar relativamente preparados, a veces evitar la confrontación o por lo menos resistirla en oración.

EL PROBLEMA es cuando la gente que en algún momento dijo que nos amaba, y en quienes confiamos, se vuelven nuestros enemigos: cónyuges, padres, hijos… No esperamos que de ellos venga la persecución, y por eso nos toma desprevenidos, ¡y por lo tanto resulta la manera más efectiva de Satanás para estorbarnos!

¿Qué mejor ataque puede haber que el realizado por sorpresa, desde donde no se lo espera? Así es la oposición que sufrimos dentro de nuestra propia familia. A veces tenemos familiares que se vuelven claramente antagonistas nuestros y terminamos por “aceptar” que lo único que recibiremos de ellos son ataques. Pero otras tantas veces nuestra familia toma una actitud ambigua; no son abiertamente nuestros enemigos, incluso pueden ayudarnos y hasta expresarnos su cariño; pero en momentos claves, especialmente cuando hay una gran victoria espiritual por delante, los “agarra el demonio” y nos atacan por sorpresa.

Generalmente somos muy entristecidos por estas situaciones, porque el Señor nos enseñó a amar al prójimo y especialmente a nuestras familias, pero resulta que aquellos a los que más queremos se vuelven nuestros más astutos enemigos. Esperamos ayuda y hay abandono, esperamos estima y hay desprecio, esperamos comprensión y hay desinterés. Pues bien, las palabras de Jesús fueron claras desde el principio:

Mateo 10:37 RVC
37 El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El que ama a su hijo o hija más que a mí, no es digno de mí.

Y tengamos en cuenta que estas palabras fueron dirigidas por primera vez a judíos, miembros del Pueblo de Dios, por lo que “padre, madre, hijo, hija” se refería a personas pertenecientes al mismo pacto, de quienes debía esperarse una conducta justa y amorosa. Por lo tanto, no tiene nada de extraño que nuestros familiares más cercanos, que van a la iglesia con nosotros, se nos vuelvan en contra, o nos traten con indiferencia cuando procuramos servir al Señor.

Apenarse por esta situación, aunque es una reacción muy común y hasta esperable, no es lo que Jesús quiere: ¡Él ya nos advirtió!

A muchos de nuestros familiares les encanta recordarnos nuestros errores en los momentos en que estamos tratando de conectarnos con el Señor; otros tienen un amplísimo repertorio de descalificaciones y menosprecios para aplicar durante todo el tiempo que nos tengan en la mira. Otros tienen la daga escondida para clavarla apenas nos tengan cerca y con las defensas bajas. En fin, hay una amplia variedad de estrategias, y algunas familias combinan muchas de ellas.

Por supuesto que debemos crecer en santidad y corregir nuestros errores, sin embargo debemos diferencias “error” de “capricho”: corrijamos lo que estemos haciendo mal, pero no es necesario ceder ante caprichos o pedidos ilógicos, ni sentirnos mal por ello. Y, más allá de los defectos que seguramente tenemos, y que nuestra familia también los tiene, la gracia del Señor es la que nos permite servir y traer Su presencia a esta Tierra, por lo que frente al repertorio digno del Acusador que a veces escuchamos, respondamos con la gracia redentora de Cristo y sigamos adelante.

Hermanos, ¿de qué nos sorprendemos? Hemos sido llamados a un amor más alto: Cristo; y por supuesto que tenemos que amar a nuestra familia, pero el Señor está por encima de ellos. Podemos acceder a reclamos que sean lógicos y posibles de cumplir, pero la voluntad del Señor sigue estando primero.

Uno de los ataques más frecuentes tiene que ver con situaciones que escapan a nuestro control, pero de las que se supone que somos responsables, normalmente la economía. Lo mismo sufrió Moisés camino por el desierto: las condiciones eran difíciles y la rebeldía israelita las había empeorado, sin embargo el pueblo muy rápidamente se olvidaba de hecho y hacía a su líder responsable de todas y cada una de las dificultades que sufría.

La familia puede ser un verdadero estorbo a veces, se supone que debemos tener a nuestra casa “sujeta”, especialmente los hombres, sin embargo eso no necesariamente ocurre, y no podemos hacer una doctrina de unos pocos pasajes: nosotros individualmente somos los que tenemos que vivir conforme la voluntad del Señor y nuestra responsabilidad para con los nuestros es limitada:

Romanos 12:18 RVC
18 Si es posible, y en cuanto dependa de nosotros, vivamos en paz con todos.

“En cuanto dependa de nosotros”, pero no podemos hacernos responsables de lo que no podemos ni debemos controlar.

Romanos 12:19 RVC
19 No busquemos vengarnos, amados míos. Mejor dejemos que actúe la ira de Dios, porque está escrito: «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.»

Y les aseguro que este pasaje también se aplica a nuestra propia familia, ¡es terrible estorbar la obra de Dios!

A veces vemos las familias “maravillosas” de grandes pastores y líderes; no digo que en algunos casos no sea cierto, pero es igual de cierto que cuando hay dinero de por medio la esposa se “sujetan voluntariamente” y los hijos se portan “fantásticamente”. No se los deseo, pero me da curiosidad saber cómo serían algunas familias pastorales si tuvieran que estar peleando día a día por conseguir el sustento.

Hermanos, es obvio que hay mucha apariencia en las imágenes públicas, y poca realidad. No podemos tomar esos ejemplos, ni prestarles atención. Prefiero las familias reales, que tienen problemas reales, oposición interna de vez en cuando, y lo pueden resolver en Cristo.

Dicho todo esto, ¡no sea cosa que en mi familia el que está generando oposición sea yo!

Hay una gran dosis de vergüenza que sufre el cristiano cuando tiene oposición en su casa, especialmente cuando los que se oponen “van a la iglesia”. Quizás sea inevitable que en muchas iglesias se le cierren las puertas, o que muchos hermanos lo miren sospechosamente; pero al fin y al cabo lo verdaderamente importante es lo que Dios dice, y si el Señor no nos condena, ¿qué autoridad tienen los hombres para hacerlo?

La oposición en nuestra propia familia, normalmente constante y dolorosa, debería servir para que nos acerquemos más al Señor, pero siempre que procuremos actuar bien delante de Dios (que no es lo mismo que responder a los caprichos o pedidos incorrectos de los nuestros) podemos estar en paz y confiar en el respaldo divino.

Claro, no debemos amar más a los nuestros que a Dios, y esa es la lección más dolorosa pero importante que el Señor nos quiere transmitir cuando permite que se levante oposición en nuestro círculo más cercano.

¡Jesús mismo tuvo dura oposición de los suyos! No fue sino hasta su resurrección que su madre y sus hermanos creyeron en él. ¿Qué mal podían haber visto en su vida? Ninguno, pero aún así se opusieron, ¿no harán lo mismo con nosotros? Sí, pero como Él ya pasó por eso, es poderoso para consolarnos y fortalecernos en el proceso.


Danilo Sorti




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