jueves, 1 de marzo de 2018

413. Lo malo, lo bueno y lo “pesado”

Hebreos 12:1-6 RVC
1 Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.
2 Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.

Hebreos 12:1 DHH
1 Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante.


Si habláramos del pecado como estorbo en la “carrera”, esto es, en la vida cristiana, no estaríamos diciendo nada demasiado desconocido para ningún cristiano que desea mantenerse fiel; podríamos profundizar en el tema del pecado durante meses y aún así seguiríamos teniendo mucho más para hablar, pero no sería necesario aclarar que es un estorbo.

Sin embargo el autor pone al lado de la palabra “pecado” la palabra que se traduce como “peso”, que en griego es ὄγκος, “onkos”, y que el Diccionario Strong traduce como “masa (como doblándose o encorvándose por su carga), i.e. carga (estorbo): peso”. Es una palabra interesante porque aparece una sola vez en el texto bíblico, y además es sugestiva en sí misma, “onkos” es la raíz del término “oncológico” y todo lo que eso significa, es decir; cáncer.

“Peso” figura en el mismo texto al lado de “pecado”, y no creo que debamos entenderlo en un sentido muy diferente a “pecado”; sin embargo Pablo usa dos palabras aquí y no una, con lo que “peso” debe tener una connotación distinta a “pecado”.

La palabra que está usando para lo segundo es ἁμαρτία, “jamartía”, errar al blanco, distorsión moral, pecado propiamente dicho. En contraposición con “jamartía”, “onkos” puede estar refiriéndose a lo que no es claramente un pecado o una distorsión moral, algo que podríamos considerar válido o “no malo”.

Aunque si lo profundizáramos encontraríamos también raíces de pecado allí, dejemos por ahora el concepto de “peso” tal como lo usa el escritor, algo que no podemos definir clara y rápidamente como “pecado”, pero que tiene consecuencias nocivas para nuestra carrera.

Del pecado se dice que “nos asedia”, es decir, nos rodea, nos obstruye, nos distrae con facilidad; pero no parecería ser exactamente esa la imagen del “peso”.

Si el pecado resulta moralmente malo y nos aleja de Dios, además de abrir puertas a los demonios; el “peso” nos frena en la carrera; la imagen es obvia: Pablo habla de él pocas palabras antes de hablar de la carrera, ¿a quién se le ocurriría entrar en una competencia tal llevando peso extra? Hasta las zapatillas que usan hoy los corredores son especialmente livianas.

“Corramos con paciencia la carrera” nos remite más bien a una maratón que a una carrera de velocidad. Bueno, en realidad la “maratón” es algo propio de los Juegos Olímpicos a partir de 1.896; los griegos tenían carreras más cortas al principio, pero luego incorporaron carreras más largas, no se sabe si de 1,3, 2,3 o 4,6 kilómetros; en todo caso, había que correrlas “con paciencia”. Y además, había otra disciplina que consistía en correr con armamento. Bueno, más allá de los juegos propiamente dichos, correr por los caminos antiguos, con o sin carga, escapando o apresurándose en llegar, debió ser una experiencia tan común entonces como lo es (lamentablemente) acelerar más allá de la velocidad permitida para no llegar tarde al trabajo hoy.

El peso que nos estorba en la carrera es algo que llevamos, una carga que según el texto bíblico resulta particularmente “pesada”, tanto como para “doblar” a la persona que la lleva. No es “pecado” en un sentido más básico, pero tiene el mismo efecto de estorbarnos en la carrera cristiana. ¿Qué puede ser?

Mateo 23:2-4 RVC
2 «Los escribas y los fariseos se apoyan en la cátedra de Moisés.
3 Así que ustedes deben obedecer y hacer todo lo que ellos les digan, pero no sigan su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra.
4 Imponen sobre la gente cargas pesadas y difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas.

Las cargas religiosas, es decir, los mandatos y leyes que no son bíblicos y que pretenden regular lo que Dios no ha regulado y poner límites donde Dios no los puso, constituyen el más sutil engaño de “carga innecesaria”. Notemos la sabiduría del Espíritu: en el mismo pasaje, una al lado de otra, utiliza la palabra “peso” y “pecado”, ¿por qué? Porque al querer librarnos de la “carga religiosa” es fácil que caigamos en una especie de libertinaje que nos lleva a pecar. De hecho, el pecado puede ser visto como un “alivianador”, lo contrario a “peso”; es decir, si peco no tengo que esforzarme en controlar los impulsos de mi naturaleza impía, por lo tanto, no tengo la “carga” de decirme que no y negarme lo que quiero. Eso es, aparentemente, más “liviano”.

Hablando a creyentes de origen hebreo que estaban cayendo nuevamente en las formas religiosas Pablo los previene del “peso” de la religión, a la vez que de la “falsa liviandad” del pecado.

Marcos 7:3-8 RVC
3 (Los fariseos, y todos los judíos, viven aferrados a la tradición de los ancianos, de modo que, si no se lavan las manos muchas veces, no comen.
4 Cuando vuelven del mercado, no comen si antes no se lavan. Y conservan también muchas otras tradiciones, como el lavar los vasos en que beben, los jarros, los utensilios de metal, y las camas.)
5 Entonces los fariseos y los escribas le preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos impuras?»
6 Jesús les respondió: «¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, cuando escribió: »“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
7 No tiene sentido que me honren, si sus enseñanzas son mandamientos humanos.”
8 Porque ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, y se aferran a la tradición de los hombres.» [Es decir, al lavamiento de jarros y de vasos para beber, y a muchas otras cosas semejantes.]

Hoy no diríamos que eso esté mal, y Jesús no está criticando el hecho mismo de “lavar” las cosas, pero estaban ocurriendo dos cosas: una que era pecado y consistía en poner eso en primer lugar antes que los mandamientos de Dios; otra, que era “peso” porque ese montón de reglamentos llegaban a ocupar mucho “espacio mental” y se convertían en un foco principal de atención. Segundo, requerían mucho tiempo para ser realizado, lo cual quitaba tiempo del descanso, de la meditación de la palabra, de la familia; eso también era parte del “peso”.

Una de las prácticas religiosas más comunes hoy consiste en exigir a los hermanos que asistan a determinada cantidad de reuniones durante la semana. Eso puede estar bien para el pastor y los líderes, si es que se dedican tiempo completo a la obra, o al menos, tiempo parcial. Puede estar bien para los jóvenes o las personas que no tienen demasiadas responsabilidades laborales o familiares. Puede estar bien en algunos momentos de la vida espiritual, cuando necesitamos de manera especial la sanidad que viene de la comunión de los hermanos. Puede estar bien cuando tenemos un congreso o una enseñanza especial durante varios días. PERO NO ESTÁ NADA BIEN para muchas personas ocupadas, generalmente cristianos consagrados, que son “explotados” con esa exigencia hasta terminar agotados, desanimados e incluso cayendo en pecados; además de haber descuidado su propia vida espiritual y la de su familia.

¿Está mal ir tres o cuatro veces a la iglesia en la semana? No necesariamente; puede ser muy bueno para algunos, pero un peso innecesario, y a la larga catastrófico para otros. Hay otras prácticas que caen dentro de la misma categoría y seguramente el lector está pensando en algunas. Cualquiera sea, termina constituyéndose en un peso para la persona, algo innecesario, no un pecado “a primera vista” (en el fondo lo es) pero si un obstáculo en la carrera con la potencialidad de volverse muy pesado.

Eclesiastés 5:13-17 RVC
13 He visto un mal terrible bajo el sol, y es que las riquezas acumuladas acaban por perjudicar a sus dueños,
14 pues se pueden perder en un mal negocio, ¡y a los hijos que tuvo no les deja nada!
15 Al final, se va tal como vino, es decir, tan desnudo como cuando salió del vientre de su madre, ¡y nada se lleva de todo su trabajo!
16 También esto es un mal terrible, que se vaya tal como vino. ¿De qué le sirvió tanto trabajar para nada?
17 Para colmo, toda su vida la pasa comiendo a oscuras, y en medio de muchos afanes, dolores y miseria.

Este pasaje se aplica a buena parte de los occidentales hoy. Los latinoamericanos tenemos la costumbre de quejarnos sistemáticamente y de estar mirando siempre lo que nos falta; al fin y al cabo, así fuimos “constituidos” desde la época de la colonia cuando el ideal era la “Madre Patria”. En ese lamento constante (el tango rioplatense como una de sus máximas expresiones…) nos olvidamos de que muchos de nosotros en realidad tenemos un montón de cosas materiales y actividades seculares. No somos ricos si nos comparamos con el “primer mundo” (que también será el primero en recibir los juicios que vendrán sobre la Tierra) pero tenemos muchas más cosas que buena parte de la población del mundo hoy, y que la gente de hace menos de un siglo, sin duda. Además de eso, hay muchas “distracciones” disponibles. Todo eso nos puede colocar en una posición parecida a lo que dice Eclesiastés: aún sin pretender grandes riquezas, el solo hecho de “mantener funcionando” todas las cosas, de llevar a los hijos a sus actividades y encima pretender estar al tanto de las últimas noticias y de los partidos que disputa nuestro equipo favorito, ¡es mucho tiempo! ¿Adónde queda el tiempo para el Señor? Normalmente olvidado en un polvoriento rincón de la casa.

Marcos 4:18-20 RVC
18 Otros son como los que fueron sembrados entre espinos. Éstos son los que oyen la palabra,
19 pero las preocupaciones de este mundo, el engaño de las riquezas, y la codicia por otras cosas, entran en ellos y ahogan la palabra, por lo que ésta no llega a dar fruto.
20 Pero hay otros, que son como lo sembrado en buena tierra. Son los que oyen la palabra y la reciben, y rinden fruto; ¡dan treinta, sesenta y hasta cien semillas por cada semilla sembrada!»

Notemos algo: los espinos no crecen en los caminos (obviamente), que es el primer terreno que menciona Jesús. Tampoco crecen entre las rocas: son plantas perennes, o por lo menos de ciclo largo, no pueden perdurar si se secan. Los espinos necesitan tierra relativamente profunda, puede haber piedras entremedio, puede no ser la mejor tierra, pero tiene que ser tierra. De ahí que entre los espinos y la “buena tierra” lo más seguro es que tengamos una gradación, es decir que por un lado tenemos un espinal, por otro la tierra limpia y en el medio una cantidad de arbustos desparramados. No digo que ésta sea la interpretación correcta, pero es probable que estos “arbustos desparramados” sean los responsables (en parte) de la cosecha a “treinta, sesenta y hasta cien”. Alguien podría decir que “treinta, sesenta y hasta cien” depende de la calidad de la tierra, y es cierto en parte, pero también hay que notar que una tierra más mala sostiene malezas más “agresivas” que una tierra mejor.

Estos “espinos” que obstaculizan la semilla hasta ahogarla, pueden disminuir la cosecha esperada en otras oportunidades.

Este es el “peso secular”; las cosas “no malas” que tenemos en nuestras vidas pero que nos restan tiempo y concentración. ¿Cuánto de ello hay? No existe una respuesta única porque en realidad depende del llamado de cada uno, a algunos Dios los ha puesto para que hagan negocios y manifiesten el Reino así. A otros Dios les ha pedido que se deshagan de la mayor cantidad de actividades posibles y se concentren en algún servicio en Su iglesia. Los evangelistas necesitan estar muy al tanto de lo que está pasando en el mundo y de las cosas “seculares”, ¿cómo podrían establecer puentes con los no creyentes sino? Los profetas son llamados a pasar horas en la intimidad con el Señor, ¿cómo podrían escuchar y discernir claramente Su voz, sino?

“Peso” puede ser algo distinto para cada uno, pero en esencia resulta lo mismo: una carga innecesaria, algo a lo que no hemos sido llamados.

Gálatas 6:1-5 RVC
1 Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, ustedes, que son espirituales, restáurenlo con espíritu de mansedumbre. Piensa en ti mismo, no sea que también tú seas tentado.
2 Sobrelleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo.
3 Porque el que se cree ser algo, y no es nada, a sí mismo se engaña.
4 Así que, cada uno ponga a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de jactarse, pero sólo respecto de sí mismo y no por otro;
5 porque cada uno llevará su propia carga.

Pablo hace un juego de palabras con el concepto de “carga” aquí, utilizando dos expresiones griegas distintas. Sin profundizar, hay una carga que debemos llevar todos, un “peso” que nos es dado y debemos evitar porque sino caemos en la “falsa liviandad” del pecado. Hay una carga que no nos corresponde, en la carga a los Gálatas claramente es la carga de la “religión” que les querían imponer (supuestamente la “Ley de Moisés”). Y hay una carga que deberíamos ayudarnos unos a otros a llevar, es decir, que finalmente no vamos a poder dejar por nosotros mismos pero que con la ayuda de otros (y viceversa) se aliviana.

Una de las lecturas de Manantiales en el Desierto lo expresa gráficamente:

“Soñó que caminaba por uno de los senderos principales con una gran multitud que parecía estar muy cansada y cargada. Casi todos llevaban pequeños paquetes negros, y notó que había un gran número de personas repulsivas, las cuales creía que eran demonios que dejaban caer estos fardos negros para que la gente los cogiese y los llevase.

“Lo mismo que los demás, ella también cogió su carga innecesaria y fue cargada con los fardos del diablo. A poco rato, miró hacia arriba y vio un Hombre con un rostro radiante y cariñoso que iba de un lado para otro por medio de la multitud y consolando a la gente.

“Al fin, Él se acercó a ella y vio que era su Salvador. Lo miró y le dijo lo cansadísima que estaba, y entonces con una triste sonrisa, Él le respondió: "Hija mía, yo no te di esa carga; no tienes necesidad alguna de ella. Esa es una carga del diablo, la cual está atormentando toda tu vida. Arrójala, y rehúsa el tocarla aún con uno de tus dedos, y encontrarás fácil tu camino y como si fueses llevada sobre las alas de un águila."
¡Señor, ayudanos a identificar los pesos que cargamos innecesariamente!


Danilo Sorti





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