Hebreos 12:1-6 RVC
1 Por lo tanto, también nosotros, que tenemos
tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante.
2 Fijemos la mirada en Jesús, el autor y
consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y
menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.
Hebreos 12:1 DHH
1 Por eso, nosotros, teniendo a nuestro
alrededor tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo
que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera
que tenemos por delante.
Si habláramos del pecado como estorbo en la
“carrera”, esto es, en la vida cristiana, no estaríamos diciendo nada demasiado
desconocido para ningún cristiano que desea mantenerse fiel; podríamos
profundizar en el tema del pecado durante meses y aún así seguiríamos teniendo
mucho más para hablar, pero no sería necesario aclarar que es un estorbo.
Sin embargo el autor pone al lado de la
palabra “pecado” la palabra que se traduce como “peso”, que en griego es ὄγκος,
“onkos”, y que el Diccionario Strong traduce como “masa (como doblándose o
encorvándose por su carga), i.e. carga (estorbo): peso”. Es una palabra
interesante porque aparece una sola vez en el texto bíblico, y además es
sugestiva en sí misma, “onkos” es la raíz del término “oncológico” y todo lo
que eso significa, es decir; cáncer.
“Peso” figura en el mismo texto al lado de
“pecado”, y no creo que debamos entenderlo en un sentido muy diferente a
“pecado”; sin embargo Pablo usa dos palabras aquí y no una, con lo que “peso”
debe tener una connotación distinta a “pecado”.
La palabra que está usando para lo segundo es
ἁμαρτία, “jamartía”, errar al blanco, distorsión moral, pecado propiamente
dicho. En contraposición con “jamartía”, “onkos” puede estar refiriéndose a lo
que no es claramente un pecado o una distorsión moral, algo que podríamos
considerar válido o “no malo”.
Aunque si lo profundizáramos encontraríamos
también raíces de pecado allí, dejemos por ahora el concepto de “peso” tal como
lo usa el escritor, algo que no podemos definir clara y rápidamente como
“pecado”, pero que tiene consecuencias nocivas para nuestra carrera.
Del pecado se dice que “nos asedia”, es
decir, nos rodea, nos obstruye, nos distrae con facilidad; pero no parecería
ser exactamente esa la imagen del “peso”.
Si el pecado resulta moralmente malo y nos
aleja de Dios, además de abrir puertas a los demonios; el “peso” nos frena en
la carrera; la imagen es obvia: Pablo habla de él pocas palabras antes de
hablar de la carrera, ¿a quién se le ocurriría entrar en una competencia tal
llevando peso extra? Hasta las zapatillas que usan hoy los corredores son especialmente
livianas.
“Corramos con paciencia la carrera” nos
remite más bien a una maratón que a una carrera de velocidad. Bueno, en
realidad la “maratón” es algo propio de los Juegos Olímpicos a partir de 1.896;
los griegos tenían carreras más cortas al principio, pero luego incorporaron
carreras más largas, no se sabe si de 1,3, 2,3 o 4,6 kilómetros; en todo caso,
había que correrlas “con paciencia”. Y además, había otra disciplina que
consistía en correr con armamento. Bueno, más allá de los juegos propiamente
dichos, correr por los caminos antiguos, con o sin carga, escapando o
apresurándose en llegar, debió ser una experiencia tan común entonces como lo
es (lamentablemente) acelerar más allá de la velocidad permitida para no llegar
tarde al trabajo hoy.
El peso que nos estorba en la carrera es algo
que llevamos, una carga que según el texto bíblico resulta particularmente
“pesada”, tanto como para “doblar” a la persona que la lleva. No es “pecado” en
un sentido más básico, pero tiene el mismo efecto de estorbarnos en la carrera
cristiana. ¿Qué puede ser?
Mateo 23:2-4 RVC
2 «Los escribas y los fariseos se apoyan en
la cátedra de Moisés.
3 Así que ustedes deben obedecer y hacer todo
lo que ellos les digan, pero no sigan su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen
otra.
4 Imponen sobre la gente cargas pesadas y
difíciles de llevar, pero ellos no mueven ni un dedo para levantarlas.
Las cargas religiosas, es decir, los mandatos
y leyes que no son bíblicos y que pretenden regular lo que Dios no ha regulado
y poner límites donde Dios no los puso, constituyen el más sutil engaño de
“carga innecesaria”. Notemos la sabiduría del Espíritu: en el mismo pasaje, una
al lado de otra, utiliza la palabra “peso” y “pecado”, ¿por qué? Porque al
querer librarnos de la “carga religiosa” es fácil que caigamos en una especie
de libertinaje que nos lleva a pecar. De hecho, el pecado puede ser visto como
un “alivianador”, lo contrario a “peso”; es decir, si peco no tengo que
esforzarme en controlar los impulsos de mi naturaleza impía, por lo tanto, no
tengo la “carga” de decirme que no y negarme lo que quiero. Eso es,
aparentemente, más “liviano”.
Hablando a creyentes de origen hebreo que
estaban cayendo nuevamente en las formas religiosas Pablo los previene del
“peso” de la religión, a la vez que de la “falsa liviandad” del pecado.
Marcos 7:3-8 RVC
3 (Los fariseos, y todos los judíos, viven
aferrados a la tradición de los ancianos, de modo que, si no se lavan las manos
muchas veces, no comen.
4 Cuando vuelven del mercado, no comen si
antes no se lavan. Y conservan también muchas otras tradiciones, como el lavar
los vasos en que beben, los jarros, los utensilios de metal, y las camas.)
5 Entonces los fariseos y los escribas le
preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los
ancianos, sino que comen pan con manos impuras?»
6 Jesús les respondió: «¡Hipócritas! Bien
profetizó de ustedes Isaías, cuando escribió: »“Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí.
7 No tiene sentido que me honren, si sus
enseñanzas son mandamientos humanos.”
8 Porque ustedes dejan de lado el mandamiento
de Dios, y se aferran a la tradición de los hombres.» [Es decir, al lavamiento
de jarros y de vasos para beber, y a muchas otras cosas semejantes.]
Hoy no diríamos que eso esté mal, y Jesús no
está criticando el hecho mismo de “lavar” las cosas, pero estaban ocurriendo
dos cosas: una que era pecado y consistía en poner eso en primer lugar antes
que los mandamientos de Dios; otra, que era “peso” porque ese montón de
reglamentos llegaban a ocupar mucho “espacio mental” y se convertían en un foco
principal de atención. Segundo, requerían mucho tiempo para ser realizado, lo
cual quitaba tiempo del descanso, de la meditación de la palabra, de la
familia; eso también era parte del “peso”.
Una de las prácticas religiosas más comunes
hoy consiste en exigir a los hermanos que asistan a determinada cantidad de
reuniones durante la semana. Eso puede estar bien para el pastor y los líderes,
si es que se dedican tiempo completo a la obra, o al menos, tiempo parcial.
Puede estar bien para los jóvenes o las personas que no tienen demasiadas
responsabilidades laborales o familiares. Puede estar bien en algunos momentos
de la vida espiritual, cuando necesitamos de manera especial la sanidad que
viene de la comunión de los hermanos. Puede estar bien cuando tenemos un
congreso o una enseñanza especial durante varios días. PERO NO ESTÁ NADA BIEN
para muchas personas ocupadas, generalmente cristianos consagrados, que son “explotados”
con esa exigencia hasta terminar agotados, desanimados e incluso cayendo en
pecados; además de haber descuidado su propia vida espiritual y la de su
familia.
¿Está mal ir tres o cuatro veces a la iglesia
en la semana? No necesariamente; puede ser muy bueno para algunos, pero un peso
innecesario, y a la larga catastrófico para otros. Hay otras prácticas que caen
dentro de la misma categoría y seguramente el lector está pensando en algunas.
Cualquiera sea, termina constituyéndose en un peso para la persona, algo
innecesario, no un pecado “a primera vista” (en el fondo lo es) pero si un
obstáculo en la carrera con la potencialidad de volverse muy pesado.
Eclesiastés 5:13-17 RVC
13 He visto un mal terrible bajo el sol, y es
que las riquezas acumuladas acaban por perjudicar a sus dueños,
14 pues se pueden perder en un mal negocio,
¡y a los hijos que tuvo no les deja nada!
15 Al final, se va tal como vino, es decir,
tan desnudo como cuando salió del vientre de su madre, ¡y nada se lleva de todo
su trabajo!
16 También esto es un mal terrible, que se
vaya tal como vino. ¿De qué le sirvió tanto trabajar para nada?
17 Para colmo, toda su vida la pasa comiendo
a oscuras, y en medio de muchos afanes, dolores y miseria.
Este pasaje se aplica a buena parte de los
occidentales hoy. Los latinoamericanos tenemos la costumbre de quejarnos
sistemáticamente y de estar mirando siempre lo que nos falta; al fin y al cabo,
así fuimos “constituidos” desde la época de la colonia cuando el ideal era la
“Madre Patria”. En ese lamento constante (el tango rioplatense como una de sus
máximas expresiones…) nos olvidamos de que muchos de nosotros en realidad
tenemos un montón de cosas materiales y actividades seculares. No somos ricos
si nos comparamos con el “primer mundo” (que también será el primero en recibir
los juicios que vendrán sobre la Tierra) pero tenemos muchas más cosas que
buena parte de la población del mundo hoy, y que la gente de hace menos de un
siglo, sin duda. Además de eso, hay muchas “distracciones” disponibles. Todo
eso nos puede colocar en una posición parecida a lo que dice Eclesiastés: aún
sin pretender grandes riquezas, el solo hecho de “mantener funcionando” todas
las cosas, de llevar a los hijos a sus actividades y encima pretender estar al
tanto de las últimas noticias y de los partidos que disputa nuestro equipo
favorito, ¡es mucho tiempo! ¿Adónde queda el tiempo para el Señor? Normalmente
olvidado en un polvoriento rincón de la casa.
Marcos 4:18-20 RVC
18 Otros son como los que fueron sembrados
entre espinos. Éstos son los que oyen la palabra,
19 pero las preocupaciones de este mundo, el
engaño de las riquezas, y la codicia por otras cosas, entran en ellos y ahogan
la palabra, por lo que ésta no llega a dar fruto.
20 Pero hay otros, que son como lo sembrado
en buena tierra. Son los que oyen la palabra y la reciben, y rinden fruto; ¡dan
treinta, sesenta y hasta cien semillas por cada semilla sembrada!»
Notemos algo: los espinos no crecen en los
caminos (obviamente), que es el primer terreno que menciona Jesús. Tampoco
crecen entre las rocas: son plantas perennes, o por lo menos de ciclo largo, no
pueden perdurar si se secan. Los espinos necesitan tierra relativamente
profunda, puede haber piedras entremedio, puede no ser la mejor tierra, pero
tiene que ser tierra. De ahí que entre los espinos y la “buena tierra” lo más
seguro es que tengamos una gradación, es decir que por un lado tenemos un
espinal, por otro la tierra limpia y en el medio una cantidad de arbustos
desparramados. No digo que ésta sea la interpretación correcta, pero es
probable que estos “arbustos desparramados” sean los responsables (en parte) de
la cosecha a “treinta, sesenta y hasta cien”. Alguien podría decir que
“treinta, sesenta y hasta cien” depende de la calidad de la tierra, y es cierto
en parte, pero también hay que notar que una tierra más mala sostiene malezas
más “agresivas” que una tierra mejor.
Estos “espinos” que obstaculizan la semilla
hasta ahogarla, pueden disminuir la cosecha esperada en otras oportunidades.
Este es el “peso secular”; las cosas “no
malas” que tenemos en nuestras vidas pero que nos restan tiempo y
concentración. ¿Cuánto de ello hay? No existe una respuesta única porque en
realidad depende del llamado de cada uno, a algunos Dios los ha puesto para que
hagan negocios y manifiesten el Reino así. A otros Dios les ha pedido que se
deshagan de la mayor cantidad de actividades posibles y se concentren en algún
servicio en Su iglesia. Los evangelistas necesitan estar muy al tanto de lo que
está pasando en el mundo y de las cosas “seculares”, ¿cómo podrían establecer
puentes con los no creyentes sino? Los profetas son llamados a pasar horas en
la intimidad con el Señor, ¿cómo podrían escuchar y discernir claramente Su
voz, sino?
“Peso” puede ser algo distinto para cada uno,
pero en esencia resulta lo mismo: una carga innecesaria, algo a lo que no hemos
sido llamados.
Gálatas 6:1-5 RVC
1 Hermanos, si alguno es sorprendido en
alguna falta, ustedes, que son espirituales, restáurenlo con espíritu de
mansedumbre. Piensa en ti mismo, no sea que también tú seas tentado.
2 Sobrelleven los unos las cargas de los
otros, y cumplan así la ley de Cristo.
3 Porque el que se cree ser algo, y no es
nada, a sí mismo se engaña.
4 Así que, cada uno ponga a prueba su propia
obra, y entonces tendrá motivo de jactarse, pero sólo respecto de sí mismo y no
por otro;
5 porque cada uno llevará su propia carga.
Pablo hace un juego de palabras con el
concepto de “carga” aquí, utilizando dos expresiones griegas distintas. Sin
profundizar, hay una carga que debemos llevar todos, un “peso” que nos es dado
y debemos evitar porque sino caemos en la “falsa liviandad” del pecado. Hay una
carga que no nos corresponde, en la carga a los Gálatas claramente es la carga
de la “religión” que les querían imponer (supuestamente la “Ley de Moisés”). Y
hay una carga que deberíamos ayudarnos unos a otros a llevar, es decir, que
finalmente no vamos a poder dejar por nosotros mismos pero que con la ayuda de
otros (y viceversa) se aliviana.
Una de las lecturas de Manantiales en el
Desierto lo expresa gráficamente:
“Soñó que caminaba por uno de los senderos
principales con una gran multitud que parecía estar muy cansada y cargada. Casi
todos llevaban pequeños paquetes negros, y notó que había un gran número de personas
repulsivas, las cuales creía que eran demonios que dejaban caer estos fardos
negros para que la gente los cogiese y los llevase.
“Lo mismo que los demás, ella también cogió
su carga innecesaria y fue cargada con los fardos del diablo. A poco rato, miró
hacia arriba y vio un Hombre con un rostro radiante y cariñoso que iba de un
lado para otro por medio de la multitud y consolando a la gente.
“Al fin, Él se acercó a ella y vio que era su
Salvador. Lo miró y le dijo lo cansadísima que estaba, y entonces con una
triste sonrisa, Él le respondió: "Hija mía, yo no te di esa carga; no
tienes necesidad alguna de ella. Esa es una carga del diablo, la cual está
atormentando toda tu vida. Arrójala, y rehúsa el tocarla aún con uno de tus dedos,
y encontrarás fácil tu camino y como si fueses llevada sobre las alas de un
águila."
¡Señor, ayudanos a identificar los pesos que
cargamos innecesariamente!
Danilo Sorti
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