viernes, 30 de marzo de 2018

438. Un panorama de los que no creen


2 Tesalonicenses 2:8-12 RVC
8 Entonces se manifestará ese malvado, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida.
9 La llegada de este malvado, que es obra de Satanás, vendrá acompañada de gran poder y de señales y prodigios engañosos,
10 y con toda falsedad e iniquidad para los que se pierden, por no haber querido recibir el amor de la verdad para ser salvados.
11 Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean a la mentira,
12 a fin de que sean condenados todos los que, lejos de creer a la verdad, se deleitaron en la injusticia.


Aquí tenemos un pantallazo del momento “máximo” de la rebeldía humana, el escenario adecuado para la llegada del Anticristo, pero en este “extremo” de la historia el Espíritu nos muestra el corazón de los que no quisieron creer, que al final de cuentas, es el mismo principio que obra hoy en los incrédulos y que también está activo en nuestros propios corazones cuando no creemos todo lo que Dios quiere decirnos.

“…por no haber querido recibir el amor de la verdad para ser salvados.” Es interesante que Pablo no dice “por no haber querido recibir el mensaje del Evangelio”, aunque eso sería perfectamente cierto, en cambio, ahonda un poco más: “el amor de la verdad”. No se trata solamente de la verdad, se trata del “contenido” de esa verdad, del espíritu que trae. La verdad de Dios es equivalente a Su amor, podemos separar ambos conceptos para estudiarlos, pero en el fondo es una división artificial.

La verdad del Evangelio es igual a Su amor, aún cuando esa verdad duela, aún cuando no resulte agradable al oído, o incluso cuando anuncie juicio. Podemos pensar que transmitir “amor” es decir cosas lindas o recortar del mensaje las promesas y bendiciones, el consuelo divino, lo más “agradable” que tiene. Sin embargo, TODO el mensaje es Su amor, evidentemente cuando Pablo se refiere aquí a la “verdad” no se refiere a nuestro evangelio moderno y desviado, se refiere al Evangelio que él predicaba, y allí encontramos lo más agradable de las promesas divina y lo más “desagradable” de la disciplina del Padre.

Predicar el Evangelio es anunciar Su amor, y exponer la muestra máxima de amor, por más que el mundo no lo entienda así e incluso muchos cristianos tampoco.

Cuando se recibe el mensaje se recibe Su amor, tampoco son dos cosas separadas, y en realidad el problema no es intelectual en el fondo, no se trata de razonamientos, y ni siquiera de la exposición correcta y atractiva, por más que eso sea importante. Es un encuentro espiritual en donde el necesitado espíritu humano reconoce, o no, el amor que tanto está buscando.

Dicho así suena ilógico, ¿quién en sus cabales rechazaría el amor que se le ofrece y que es suficiente para solucionar sus problemas? Pues lo cierto es que la mayoría de la humanidad lo rechaza, entonces, o la mayoría no está en “sus cabales”, o “estando en sus cabales” decide voluntariamente rechazarlo.

Pero este rechazo no queda “así nomás”; “Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean a la mentira, a fin de que sean condenados todos los que, lejos de creer a la verdad, se deleitaron en la injusticia.”

Lo terrible es que nadie que rechace el Evangelio se queda en “ese” estado. Notemos que estas palabras de Pablo están dichas en el contexto escatológico del fin de los tiempos, que son estos tiempos donde vemos que todo se prepara para ese personaje. El Anticristo es enviado como el máximo exponente del poder engañoso en el que creerán los que voluntariamente rechazaron la verdad, que es el amor de Dios.

Ese principio “anticristiano” estaba obrando ya en los tiempos de los apóstoles, hasta su consumación en un futuro muy cercano, por lo que ese principio de creer en la mentira también estuvo operando desde entonces. Mentiras que Dios mismo permitió que surjan y prosperen, para que sean atraídos y juzgados todos los que rechazan la verdad.

No aceptar el amor implica no aceptar las palabras de Dios, y eso inevitablemente nos lleva a aceptar y creer en un error, que al final termina en juicio y condenación. Esa es la realidad de los que no creen y eso explica la proliferación del error. En el fondo, no se trata de que nos esforcemos en luchar contra el error, se trata de que nos esforcemos en alumbrar con la Verdad; el error inevitablemente prosperará cuando hay terreno fértil, y Dios lo permite hasta que llegue el fin.

Ahora bien, entendamos que el mismo principio obra en nosotros los cristianos: aunque hemos aceptado el Evangelio y hemos creído, no se resolvió todo “de una vez y para siempre”, porque hay muchos “escalones” en el camino que nos exigen un nuevo esfuerzo de fe, que en realidad significa aceptar una palabra de fe que nos da el Señor, recordemos, la “fe” no es “creer lo que quiero creer y porque lo creo Dios está obligado a hacerlo”. “Fe” es creer lo que Dios me dice que quiere hacer, y porque yo creo lo que primero Dios dijo, entonces Dios puede hacerlo en mí. Todos los días hay un nuevo desafío de fe que viene de parte de Dios, creerlo implica también recibir una medida de amor que va de la mano del desafío de fe que nos es dado, ¡pero nadie nos obliga a aceptar eso!

Cada día, aceptar o rechazar las palabras de Dios, el nuevo “desafío de fe” que Él nos pone, requiere un acto de nuestra voluntad, e implica recibir Su amor. Pero rechazar esa palabra también implica abrir una puerta, pequeña o grande, al engaño. Es decir, por cada palabra de Dios que rechazamos estamos abriendo espacio al engaño, y así podemos desarrollarnos, siendo cristianos, con áreas de error, en donde estamos creyendo una mentira o siguiendo a un líder engañoso, que en el fondo opera bajo un principio “anticristiano” aún cuando esté dentro de la iglesia. Y el final eso va a traer juicio sobre nosotros.

Por supuesto, el juicio sobre los hijos de Dios no es para destrucción o perdición, es para corrección, ¡pero es juicio! No se trata de nada agradable, por cierto.

En el fondo es algo tan simple como aceptar o rechazar el amor de Dios, y es una decisión del espíritu humano pero el alma pretende tomar el control, y ella no quiere el amor de Dios porque implica su humillación.

Así que, ante nuevos desafíos o palabras de Dios, discernamos la porción de amor que hay por detrás que Dios quiere darnos, y entonces será mucho más fácil aceptar Sus palabras.


Danilo Sorti




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