viernes, 30 de marzo de 2018

423. La seducción del Imperio: superar la maldición de Génesis 3… sin Dios


Génesis 3:17-19 RVC
17 Al hombre le dijo: «Puesto que accediste a lo que te dijo tu mujer, y comiste del árbol de que te ordené que no comieras, maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.
18 Te producirá espinos y cardos, y comerás hierbas del campo.
19 Comerás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste tomado; porque polvo eres, y al polvo volverás.»

En la Biblia encontramos muchas afirmaciones “sencillas”, en el sentido de que en pocas palabras se determina una cuestión. La maldición sobre la tierra y sus frutos, es decir, todo lo que está regulado por la “economía” son alrededor de 20 palabras en el texto hebreo, 37 en la versión que citamos. Esto parece sencillo, pero las implicancias recorren la historia de la humanidad, han generado multitud de escritos, teorías económicas y políticas, guerras, controversias y razonamientos. Probablemente no haya otro tema “sobre la tierra” que más haya producido, tanto en la teoría como en la “práctica”, como la problemática de la escasez de recursos y su administración… o la mejor estrategia para quitárselos al vecino. ¿Cuánto de lo que está escrito en la Biblia no tiene que ver, directa o indirectamente, con este tema? También muchísimo.

La respuesta que los hombres dan a esta problemática está directamente ligada a su destino eterno. Algunos reconocen a Dios como su proveedor y esperan en Él, procurando su sustento dentro de las leyes que estableció. Otros muchos hacen lo contrario (¿por qué habrían de confiar en un Dios que los maldijo “injustamente”…?) y ponen su confianza en sus propias fuerzas, su inteligencia, algún otro “dios”, una persona o cualquier otra cosa que no sea el Creador. Es difícil que los tales hayan puesto consistentemente su fe en Cristo para salvación, aun si lo manifiestan con sus bocas. Multitud de pecados nacen de las respuestas incorrectas a esta maldición, y multitud de virtudes de la correcta.

Con esta simple frase “perdida” en las páginas de las Escrituras, Dios está definiendo el marco en el cual se moverían las personas y las naciones durante los siguiente miles de años. A primera vista diríamos que la visión de las personas oscila entre el fatalismo, la negación ilusoria, el esfuerzo por resolver el problema con sus propios recursos o, menos común, confiar en la provisión divina y obedecer Sus principios.

“Negar” este principio implica asumir que podemos vivir en riqueza y prosperidad, que podemos superar todas las limitaciones y que hay un camino relativamente fácil para alcanzarlo sin Dios. Nada encarna mejor este ideal que el Imperio, aquel sistema de gobierno que “lo logró”, que vive en la superabundancia y que tiene todo el poder que terrenalmente se puede imaginar. El Imperio, sea en la forma de una nación, de una mega corporación o fondo de inversión, o de una de las familias más ricas de la Tierra, o de todo eso junto, es “el vencedor” del sistema mundo, el que superó la maldición impuesta por Dios con sus propias fuerzas, y por ello se convierte en el polo de atracción a la vez temido y admirado por todos; aún sus más enconados detractores desean secretamente alcanzar su propia posición de “imperio”, para hacer “lo bueno” claro…

Por eso el Espíritu del Imperio ejerce tal atracción. Bueno, podríamos llamarlo de otra forma: las riquezas, el poder o lo que se le parezca; pero en función de lo que venimos charlando “Imperio” representa su máxima expresión y que supera incluso el concepto más básico de riquezas materiales.

Ya vimos que los imperios tienen su lugar en la historia de la humanidad y que es Dios quien los permite y le fija límites, tanto a los pasados como a los presentes; ninguna de las mega corporaciones ni de las familias más poderosas del mundo se “le escapó” a Dios y ninguna de ellas va a seguir más allá del tiempo que les ha prefijado. Mientras tanto opera el Espíritu de Nimrod, aplastando naciones pero, creo yo, actuando principalmente a través de la codicia, del deseo de superar la maldición económica por otro camino que no sea el de Dios.

Normalmente las naciones no tienen ningún problema con su cultura, su lenguaje, sus creencias y su cosmovisión. Es más, son cosas que ardientemente se defienden en casi todo lugar. Pero cuando llegamos al tema del sustento material las cosas son distintas. Ningún gobierno se sostiene por mucho tiempo cuando falta la comida, tal como el famoso general Sun Tzu lo escribía al tiempo que se estaba cerrando el canon del Antiguo Testamento: “Los habitantes constituyen la base de un país, los alimentos son la felicidad del pueblo. El príncipe debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos públicos. En consecuencia, un general inteligente lucha por desproveer al enemigo de sus alimentos. Cada porción de alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te suministras a ti mismo.” (El Arte de la Guerra).

Frente a la amenaza real o imaginaria de una hambruna, de escasez, de enfermedad, de pasar necesidad, o, más modernamente, de no contar con los celulares de última generación (que para algunas personas en mi país tienen más valor que la vida del prójimo), ¿qué nación no busca la protección del Imperio? Lo mismo frente a la amenaza de un enemigo, del terrorismo, de otra potencia. Y no hablemos de abultar las cuentas offshore de los políticos de turno o cosas por el estilo…

Hace unas décadas el FMI, como emisario del Imperio, salió a recorrer el mundo proclamando las bondades de su sistema… fruto del cual atravesamos las terribles crisis de las décadas del ’90 y 2000 en diversos países del mundo. Joseph Stiglitz se convirtió por esos tiempos en la “piedra en el zapato” exponiendo públicamente sus estrategias. En una extensa entrevista de agosto del 2002 Greg Palast preguntó: “¿Alguna nación se salvó de este destino?... Sí, dijo Stiglitz, identificando a Botswana. ¿Su truco mágico?: "Ellos ordenaron al FMI hacer las valijas e irse."” Y no se trata de una nación grande, con recursos ni mucho menos que haya podido solucionar todos sus graves problemas.

En un artículo anterior leímos el texto de Deuteronomio 28 en el que se detallan las condiciones para la bendición de las naciones, cumpliendo esos mandatos no sería necesario pedir ayuda a ningún Imperio. Pero aún si no fuera así, aún si hubiera escasez, las promesas del Imperio son cantos de sirena.

Deuteronomio 17:14-16 RVC
14 »Cuando entres en la tierra que el Señor tu Dios te da, y tomes posesión de ella y la habites, tal vez digas: “Quiero tener un rey, como lo tienen todas las naciones que me rodean.”
15 Si es así, nombrarás como tu rey a quien el Señor tu Dios escoja. Pero no pondrás como rey tuyo a ningún extranjero, sino que pondrás como rey tuyo a uno de tus compatriotas.
16 Ese rey no deberá aumentar el número de sus caballos, ni hará que ustedes como pueblo vuelvan a Egipto sólo para adquirir más caballos, porque el Señor les ha dicho que nunca más vuelvan por ese camino.

“el Señor les ha dicho que nunca más vuelvan por ese camino” no es, obviamente, una expresión para entender de forma estrictamente literal; de hecho José llevó al niño Jesús a Egipto, escapando de Herodes. Quiere decir: no vayas a pedir ayuda al Imperio.

Israel, como vimos, no era una nación grande ni poderosa por sí misma, dependía en todo de Dios y cuando confió en Él fue invencible, pero cuando se apartó quedó reducida a servidumbre. Dios iba a ser el proveer de esta nación agrícola y técnicamente subdesarrollada.

Isaías 30:1-3 RVC
1 ¡Ay de los hijos rebeldes, que hacen planes sin tomarme en cuenta; que buscan cobijarse pero no bajo mi espíritu, con lo que añaden pecado tras pecado! —Palabra del Señor.
2 Sin consultarme antes se dirigen a Egipto para buscar apoyo en el poder del faraón, y poner su esperanza en la protección de los egipcios.
3 Pero ese poder del faraón se les cambiará en vergüenza; el amparo y protección de Egipto se les volverá confusión.

Ezequiel 23:5-7 RVC
5 »Aholá me fue infiel. Todavía era mi mujer cuando se enamoró de los asirios, que eran vecinos suyos, y los hizo sus amantes
6 al ver que todos ellos eran jóvenes y atractivos, gobernadores y capitanes vestidos de púrpura, soldados de caballería.
7 ¡Se prostituyó con todos aquellos de quienes se enamoró! ¡Se prostituyó con la flor y nata de los asirios! ¡Se contaminó con todos sus ídolos!

Ezequiel 23:14-16 RVC
14 Pero Aholibá se corrompió más todavía. Cuando en las paredes vio pintadas coloridas imágenes de caldeos
15 ceñidos con cinturones y con la cabeza cubierta de turbantes de colores, todos ellos con apariencia de capitanes, como la de los babilonios nacidos en Caldea,
16 se enamoró de ellos a primera vista y les envió mensajeros a su tierra.

En lenguaje poético Ezequiel describe la atracción de los imperios Asirio y Babilonio.

Dios mismo estableció un sistema mundo de escasez, pero Él prometió ser el proveedor de la persona y la nación (por extensión) que lo busque. ¿Debemos conformarnos con la pobreza? No lo creo. ¿Debemos buscar recursos y bienestar a cualquier costo? Decididamente no. ¿Otras naciones lo están pasando mejor? Sin dudas. Pero el lugar donde debemos estar es, precisamente, donde Dios nos ha puesto, y puede ser que no resulte el más próspero ni el más “bendecido” económicamente, pero es el más seguro EN ÉL.

Lamentablemente hoy todas las naciones han sucumbido ante alguna de las formas de un Imperio que cristalizará en el futuro gobierno del Anticristo, para ser definitivamente destruido. No creo que sea tiempo ya de pretender una libertad de las naciones pero sí de no ser engañados nosotros.

Danilo Sorti




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