1 Corintios 9:16 RVC
16 Pues si anuncio el evangelio, no tengo por
qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el
evangelio!
“¡Ay de mí!” es una expresión poco frecuente
en la Biblia, es decir, no la encontramos muchas veces. En la traducción Reina
Valera 60 aparece en 10 versículos y solamente una vez en el Nuevo Testamento,
precisamente en ese pasaje. Se encuentra como el anuncio de un desastre
inminente, muy probablemente la muerte o una gran calamidad.
La palabra que traducimos por “Ay” en hebreo
es אויי “oi” y aparece 24 veces, principalmente en
los profetas y dentro de ellos, más en Jeremías. En griego es la palabra οὐαί “ouaí”
y la encontramos 47 veces, la mayoría en los Evangelios, un par de referencias
en las Epístolas y el resto en Apocalipsis.
“Ay” es el anuncio de un gran juicio por venir y para los que piensan
que la revelación del Nuevo Pacto es de amor y misericordia casi infinita,
debemos recordar que, proporcionalmente a su extensión, el Nuevo Testamento
utiliza esa expresión de gran juicio y tribulación, casi 5 veces más que el
Antiguo Testamento.
Sorprende que Pablo use una frase que él,
como fariseo versado en las Escrituras, conocía bien aplicándosela en la
predicación del Evangelio. ¿Tan serio es no compartir los dones que el Señor
nos ha dado para Su Reino? Veamos donde aparece “¡Ay de mí!”:
Job 10:15-16 RVC
15 ¡Ay de mí, si hubiera pecado! ¡Pero soy
inocente, y no puedo dar la cara! ¡Estoy cansado de verme deshonrado y
afligido!
16 Recurres a tus maravillas y me acechas
como león; ¡apenas levanto la cabeza, y tú me destruyes!
Salmos 120:5-7 RVC
5 ¡Ay de mí! ¡Soy un extranjero en Mesec!
¡Habito entre las tiendas de Cedar!
6 ¡Ya he convivido mucho tiempo con los que
no pueden vivir en paz!
7 Aunque soy un hombre de paz, cuando les
hablo, me declaran la guerra.
Isaías 6:5 RVC
5 Entonces dije yo: «¡Ay de mí! ¡Soy hombre
muerto! ¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos, aun cuando soy
un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios también
impuros!»
Isaías 24:16-17 RVC
16 Desde lo último de la tierra oímos que se
canta: «¡Gloria al Justo!» Y yo digo: «¡Ay de mí! ¡Qué desdicha, qué desdicha!
¡Los traidores traicionan! ¡Y sólo saben traicionar!»
17 Contra ti, habitante del país, hay terror,
foso y trampa.
Jeremías 4:31 RVC
31 Ya escucho el clamor de una que está en
labor de parto. Es como la voz angustiosa de una primeriza. Es la voz de la
hija de Sión, que llora y extiende las manos. Y dice: «¡Ay de mí! ¡Mi ánimo
decae por causa de los que quieren matarme!»
Jeremías 10:19 RVC
19 ¡Ay de mí! ¡Estoy hecho pedazos! ¡Mi
herida no va a sanar! Aunque tengo que admitir que este mal es mío, y tengo que
sufrirlo.
Jeremías 15:10 RVC
10 ¡Ay de mí, madre mía! ¡Me engendraste como
un hombre de contienda y de discordia para toda la tierra! ¡Nunca he pedido
ningún préstamo, ni tampoco me lo han dado, y sin embargo todos me maldicen!
Miqueas 7:1-4 RVC
1 ¡Ay de mí! Estoy como el que, en su
apetito, desea comerse los primeros frutos y se encuentra con que ya se han
recogido los frutos del verano, con que ya se han rebuscado las últimas uvas de
la vendimia.
2 Ya no hay en el país gente misericordiosa.
Ya no hay una sola persona honrada. Todos están a la espera de matar a otros;
todos le tienden trampas a su prójimo.
3 Para colmo de su maldad, los gobernantes
extorsionan y los jueces dictan sentencia a cambio de sobornos; los poderosos
no disimulan sus malos deseos, sino que los confirman.
4 El mejor de ellos es peor que un espino; el
más recto es más torcido que una zarza. ¡Pero ya viene el día de su castigo, el
día que anunciaron sus vigilantes, y entonces se verán confundidos.
Pues bien, “¡Ay de mí!” significa eso que
hemos leído, esa es la profundidad de la angustia y del peligro inminente que
se viene y que ya está sobre ella. Eso mismo se aplicaba Pablo a sí mismo si no
cumplía su ministerio.
Entonces, ¿por qué enterramos la riqueza que
el Señor nos dio? En parte es porque realmente no hemos comprendido el tremendo
valor de lo que recibimos, menospreciamos los dones de Dios, pensando que son
pequeños, especialmente si no se trata de ministerios visibles o
multitudinarios.
Ahora se nos hace más clara la actitud del
señor de la parábola:
Mateo 25:24-30 RVC
24 Pero el que había recibido mil monedas
llegó y dijo: “Señor, yo sabía que tú eres un hombre duro, que siegas donde no
sembraste y recoges lo que no esparciste.
25 Así que tuve miedo y escondí tu dinero en
la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.”
26 Su señor le respondió: “Siervo malo y
negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde no
esparcí,
27 debías haber dado mi dinero a los
banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío más los intereses.
28 Así que, ¡quítenle esas mil monedas y
dénselas al que tiene diez mil!”
29 Porque al que tiene se le dará, y tendrá
más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará.
30 En cuanto al siervo inútil, ¡échenlo en las
tinieblas de afuera! Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Mil monedas, aunque menor que cinco mil, era
mucho, el sueldo de tres años de trabajo (multipliquemos un sueldo básico por
36). Era el que menos había recibido, pero eso “menos” era mucho más de lo que
un obrero podía ahorrar quizás en toda su vida. Esa es una imagen del valor del
más pequeño de los dones que hemos recibido, aunque en realidad su verdadero
valor eterno es todavía mucho más que eso. ¿Qué castigo merecerá el que
voluntariamente no lo comparte? Al siervo inútil solo se le había pedido hacer
lo mínimo: llevarlo al banco, algo que prácticamente ningún inversor o persona
que maneje fondos de inversión haría por rendir tan poco, la operación
financiera más simple y básica de todas, aquello que cualquier persona mayor y
en uso de sus facultades podría hacer aunque no conociera absolutamente nada de
economía.
El pasaje de Mateo 25 está dicho en el
contexto escatológico de la segunda venida de Cristo, y las “tinieblas de
afuera” puede ser interpretado no como el infierno sino como la Tierra en el
período de la tribulación, es decir, el siervo negligente no se fue con Su
Señor a las Bodas del Cordero. Aunque puede haber más significado en este
pasaje, ese solo es lo suficientemente aterrador…
El encargo que había recibido Pablo era mucho
mayor que el que recibimos la mayoría de nosotros, pero ya hemos visto que aún
el menor encargo ministerial es enormemente valioso para la eternidad, ¿por
qué, entonces, nos quedamos callados? ¿Por qué no compartimos lo que el Señor
nos dio, sea una palabra de salvación, de enseñanza, de ánimo, de corrección?
¿Por qué no ayudamos al necesitado en nombre de Cristo, o damos testimonio con
nuestros hechos en el trabajo, o servimos a los hermanos en lo que necesiten, o
lo que sea que el Señor nos haya dado como dones espirituales?
¿Porque tenemos pereza? ¿Por miedo o
vergüenza? ¿Porque el pastor nos dijo que teníamos que hacer primero los tres
niveles de discipulado básico, luego los otros tres del avanzado, después el
ministerial, luego el tiempo de prueba y finalmente podíamos subir al púlpito
para leer un versículo? ¿Porque nos echaron de una iglesia, y a lo mejor de
otra… y de otra…? ¿Porque hemos fracasado un montón de veces en el ministerio?
¿Porque hemos pecado y pudimos arrepentirnos, pero nos persigue la culpa?
¿Porque solamente me van a escuchar tres o cuatro viejitas que en realidad
entienden la cuarta parte de lo que digo? Bueno, cada uno puede completar la
lista de excusas, todas muy válidas y perfectamente justificables… aunque no sé
si delante del Señor…
Hechos 4:20 RVC
20 Porque nosotros no podemos dejar de hablar
acerca de lo que hemos visto y oído.»
Esto dijo Pedro delante de un grupo de
religiosos furiosos, y probablemente sea lo mismo que algunos deban decir
delante de un mismo grupo de pastores igualmente furiosos, pero mientras
estemos en la verdad del Evangelio, sin desviarnos por nada, sin agregar ni
quitar, ¡ay de nosotros si no predicamos el Evangelio!
Danilo Sorti
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