jueves, 1 de marzo de 2018

416. ¿Por qué Dios mandó a destruir naciones? – II

Juan 18:36 RVC
36 Respondió Jesús: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»

En un artículo anterior intenté analizar por qué el “Dios del Antiguo Testamento” mandó destruir naciones a Israel, en la conquista de Canaán. Y concluimos diciendo que se lo “juzga” en base a nuestra perspectiva moderna, que hoy para nosotros es “secular” pero que un análisis histórico sincero revela como cristiana, es decir, que los valores que dominan hoy la sociedad, o mejor dicho, que son considerados como “valores” por la sociedad (en realidad la dominan los antivalores) nacieron históricamente con el cristianismo, no porque no estuvieran parcialmente en todos los pueblos antiguos del mundo, sino en su fuerza y conjunto.

Hoy juzgamos a un “Dios sanguinario”, pero difícilmente alguien pensara así en los tiempos del Antiguo Testamento; cualquier nación pagana, en ese entonces, al conocer las historias de ese Dios de Israel, hubiera pensado lo contrario.

El asunto es que las cosas cambiaron a partir de Cristo. Por empezar, no estableció ninguna “nación cristiana”, por más que a lo largo de los siglos muchos hayan dicho eso; ha habido naciones más o menos influidas por el cristianismo. ¿Podemos asumir hoy el mismo “Dios guerrero”? Sí y no.

Dios no ha cambiado, y sus principios de actuar son iguales. Pero hay una diferencia a partir de Cristo y es a partir de entonces la humanidad ha tenido otras herramientas para resolver su corrupción interna y sus conflictos externos.

Mateo 28:18 RVC
18 Jesús se acercó y les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra.

Isaías 9:6 RVC
6 Porque un niño nos ha nacido, ¡un hijo nos ha sido concedido! Sobre sus hombros llevará el principado, y su nombre será «Consejero admirable», «Dios fuerte», «Padre Eterno» y «Príncipe de paz».

El poder que Cristo nos dejó, que no tiene que ver con ejércitos o economía, ha sido y es suficiente para traer paz a la Tierra y resolver todo problema. Eso no estaba disponible en los tiempos del Antiguo Testamento, por lo menos no tan fácilmente.

Dios no quiere la destrucción de las personas que Él ha creado. Los cristianos que tan alegremente celebran cuando el Imperio invade a tal o cual país desconocen el valor extremo que tiene una vida para Su Creador, el mismo que ha tenido tanto cuidado y detalle aún con los seres más pequeños.

Mateo 10:29-31 RVC
29 ¿Acaso no se venden dos pajarillos por unas cuantas monedas? Aun así, ni uno de ellos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita,
30 pues aun los cabellos de ustedes están todos contados.
31 Así que no teman, pues ustedes valen más que muchos pajarillos.

Vimos en el artículo anterior que la destrucción de una nación es un suceso extremo, cuando la corrupción ha llegado al límite, pero aún así muchas veces ha habido escapatoria, como el caso de los Gabaonitas, o el de los Filisteos, eternos enemigos de Israel de los que sin embargo unos cuantos quedaron incorporados a la nación, y tantas otras personas de pueblos que supuestamente debían ser destruidos por completo.

El poder, tanto espiritual como “humano”, desatado a partir de Cristo ha sido siempre más que suficiente para evitar toda guerra.

1 Timoteo 2:1-4 RVC
1 Ante todo, exhorto a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres;
2 por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, para que vivamos con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y honestidad.
3 Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador,
4 el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen a conocer la verdad.

Realmente la oración de los santos tiene mucho poder, ¡muchísimo!

Pero la verdad es que, desde el siglo primero hasta ahora, muy pocos han puesto ese poder en funcionamiento, pocas naciones se han vuelto a la Ley de la Vida de Dios, y para la mayoría Cristo es una estatuilla más colgada en una madera, o nada más que un nombre en algún olvidado libro de historia.

Dios esperaba justicia y solo encontró corrupción; mira desde Su lugar y ve mentira, muerte, orgullo, descuido del necesitado, destrucción de Su creación. Para referirse a los pueblos que habían de ser destruidos en Canaán Dios usa el ejemplo extremo de la muerte de los niños sacrificados a los dioses, ¡eso es claramente una de las cosas más repulsivas que puede haber para Dios, por encima de muchos otros pecados! ¿Y qué vemos ahora en la sociedad? El aborto es proclamado como un derecho y las naciones se felicitan entre sí cuando logran “doblarles el brazo” a los “retrógradas conservadores” y aprobar esas leyes. Los niños son abandonados, usados como esclavos en trabajos forzados, para el sexo de adultos pervertidos más allá de toda humanidad, para sacarles los órganos o simplemente para los muchos sacrificios humanos que hoy se están haciendo. Y podríamos seguir haciendo una interminable lista de aberraciones que son cada vez más comunes.

¿Nos asustamos de un Dios que mandó destruir aquellas naciones? No hermanos, no nos asustemos de eso, guardemos más vale el susto para lo que está por acontecer con este mundo. Porque ellos, aunque tenían el testimonio de la verdad, eran principalmente ignorantes. Pero nosotros sabemos, sabemos muy bien, mucho mejor que ninguna sociedad en algún otro momento de la historia, y estamos haciendo peor; ellos “al menos” estaban “obligados” por sus dioses, nosotros no, no tenemos ya ningún “dios” por encima nuestro, así que lo que hacemos como sociedad, lo hacemos porque queremos y lo justificamos con todas las teorías habidas y por haber.

Lo que estamos viviendo hoy es la misma realidad en la que se encontraban esas naciones que debían ser destruidas poco antes de la invasión de Canaán, solo que hoy no va a venir un “Israel” sobre nosotros, sino cosas mucho peores.

Apocalipsis 14:7 RVC
7 Ese ángel decía con fuerte voz: «Teman a Dios, y denle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. Adoren al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua.»


Danilo Sorti




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