Isaías 36:18-22 RVC
18 Tengan cuidado. Que no los engañe Ezequías
con eso de que el Señor los salvará. ¿Acaso los dioses de las otras naciones
pudieron salvar a sus países de la mano del rey de Asiria?
19 ¿Dónde están los dioses de Jamat y de
Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvayin? ¿Acaso pudieron salvar a Samaria de
mi mano?
20 ¿Qué dios entre los dioses de esos países
pudo librar de mi mano a su país, como para que el Señor libre de mi mano a Jerusalén?’”»
21 Pero ellos se quedaron callados, y no le
respondieron una sola palabra, porque el rey les había ordenado que no le
respondieran.
22 Luego el mayordomo Eliaquín hijo de
Hilcías, el escriba Sebna y el canciller Yoaj hijo de Asaf se presentaron ante
Ezequías, y allí se rasgaron los vestidos y le contaron lo que había dicho el
primer oficial.
En los artículos anteriores pudimos ver como
el Imperio introduce una desvalorización de las propias capacidades a la vez
que se presenta como la solución ideal. Pero eso no es tan “artificial” como
parecería porque realmente el Imperio logra concentrar mucho poder y recursos,
y llega un momento en que es casi humanamente imposible enfrentarse a él. La
clave para resistir al Imperio está en Dios y Su poder, por eso el mensaje
imperial también necesita socavar esa confianza.
Los discursos que podemos escuchar hoy no son
tan directos y claros como el mensaje que leemos en Isaías, pero vienen de la
misma raíz y podemos esperar que tengan el mismo contenido. En realidad hoy es
más fácil que antaño porque desde el momento que la civilización occidental
primero, y el resto del mundo después, decidió dejar de tener en cuenta a Dios,
¿qué más queda sino la fortaleza humana? ¿Y qué puede hacer la fuerza humana
del “pequeño” contra el “grande”?
Eso no pasaba en la antigüedad; cada nación
tenía sus dioses, y aunque fueran falsos, les daban aunque sea la fuerza de
voluntad para luchar. Por supuesto, eran falsos, débiles y podían ser
“aplastados” por otro más fuerte llegado el momento. Y eso es lo que estaba
pasando con Asiria; Dios mismo había permitido que se levantara como imperio
durante un tiempo y en consecuencia había entregado en sus manos a las naciones
de alrededor, para que de esa forma la gente de ese lugar empezara a entender
que sus dioses eran falsos dioses.
No pasaba lo mismo con el Dios de Israel,
pero Asiria consideraba a Yahweh como un dios local más, uno de tantos; ¿si
habían podido con los otros por qué no con él? Y esto nos lleva a entender el
cuidado que Dios está teniendo incluso por el Imperio en todo este episodio: el
Señor no solamente tenía que proteger a Judá porque aún no había llegado su
tiempo, sino que debía darse a conocer entre los paganos. ¡Así es! Todo el
relato de Isaías 36 y 37 puede parecer un castigo para la soberbia de los
asirios, y en parte lo es, pero por encima de ello, es una manifestación del
poder de Dios, también para su testimonio.
Mientras tanto, la fe de Israel estaba siendo
desafiada: “¿Qué dios entre los dioses de esos países pudo librar de mi mano a
su país, como para que el Señor libre de mi mano a Jerusalén?” Entonces, ¿es
nuestro Dios tan poderoso? Es decir, ¿tenemos un Dios local o un Dios
“internacional”? ¿Realmente nos va a cuidar, a pesar de que seamos tan rebeldes?
¿Merecemos que Dios nos proteja….? Probablemente no. Bueno, en realidad no lo
merecemos, ¡Dios no nos va a proteger! ¡Estamos fritos! Más vale nos entregamos
al rey de Asiria…
“Pero ellos se quedaron callados, y no le
respondieron una sola palabra, porque el rey les había ordenado que no le
respondieran.” No sé si esta es la forma correcta de responder a discursos tan
elaborados y tan bien preparados para engañar / amedrentar, pero probablemente
sí, o al menos sí en la mayoría de los casos. No resulta sencillo responder
ante argumentos bien armados de personas que dedican toda su vida a armarlos.
Es más, no vemos aquí al rey de Asiria en
persona hablando sino a su oficial, y como dijimos, no es lógico pensar que
este discurso lo hayan inventado por primera vez hablando con Ezequías, era lo
que pensaban, ya lo tenían armado, ya había pasado la prueba de resistir
contraargumentos, no eran unos improvisados. Además, las conquistas previas le
daban un peso casi imbatible… “casi”.
Me parece que la mayoría de las veces es un
error “sentarse a charlar” con el discurso imperial porque es una situación
similar a la conversación entre la mujer y la serpiente en el huerto, ¿cómo
podía llegar a rebatir argumentos elaborados por una inteligencia tan superior?
Sí, debemos aceptar que el Imperio es “muy superior” en muchas cosas, entre
ellas la habilidad para utilizar las palabras. Jerusalén no era más fuerte que
el Imperio, y cualquier discurso “liberador” que nos haga creer que “somos más
fuertes”, que “solos podemos”, viene de la misma raíz imperial. Jerusalén NO
PODÍA y nosotros tampoco, ¡pero Dios sí!
Nadie puede decir que a Jesús le “faltaran”
palabras, pudo rebatir todas las preguntas malintencionadas que con mucha
habilidad armaron los religiosos de su época (que eran expertos en eso), pero
ante la Junta y Pilato prefirió callar.
Bueno, pero “callar” no es la solución, es
simplemente la forma de responder a este tipo de mensajes, pero hoy la mayoría
de estos vienen a través de medios de comunicación unidireccionales, es decir,
medios con los cuales uno no puede “hablar”. Entonces lo que tenemos que hacer
es no “dialogar” con ellos en nuestra mente, pero no me refiero a un
“autoconvencimiento” o una negación, eso es lo que hacen las sectas para
cerrarse a la realidad, me refiero a que debemos hacer lo que hicieron en
Jerusalén: primero lo escucharon, ¡no podemos ignorar la realidad!, pero
después:
“…el mayordomo Eliaquín hijo de Hilcías, el
escriba Sebna y el canciller Yoaj hijo de Asaf se presentaron ante Ezequías, y
allí se rasgaron los vestidos y le contaron lo que había dicho el primer
oficial.” Fueron a hablar con la autoridad, que si lo entendemos en un sentido
individual, es el espíritu humano y no el alma. Es decir, el mensaje estaba
perfectamente dirigido al alma, pero el alma no debía “decidir”, sino escuchar
y llevar el mensaje al espíritu, en este caso representado por el rey de Judá.
¿Pero que hizo luego?
Isaías 37:1-5 RVC
1 Cuando el rey Ezequías oyó esto, se rasgó
los vestidos y, cubierto de cilicio, fue a la casa del Señor.
2 Luego envió, también cubiertos de cilicio,
al mayordomo Eliaquín, al escriba Sebna y a los ancianos de los sacerdotes,
para que hablaran con el profeta Isaías hijo de Amoz
3 y le dijeran de su parte: «Hoy es un día de
angustia, de reprensión y de blasfemia, porque ha llegado la hora de dar a luz,
y la parturienta no tiene fuerzas.
4 Tal vez el Señor tu Dios habrá oído las
palabras del primer oficial, que su señor, el rey de Asiria, envió para
blasfemar contra el Dios vivo, tu Señor y Dios, y para ofenderlo con sus
palabras. Eleva, pues, una oración por el remanente que todavía queda.»
5 Los siervos de Ezequías fueron a hablar con
Isaías,
Fueron ante Dios, el espíritu va al Espíritu
para buscar una respuesta. La respuesta más común y más errónea frente a la
amenaza del Imperio es: “¡nosotros podemos!”. No, debemos reconocer que no
podemos y eso hizo Jerusalén frente a la amenaza del ejército asirio, pero
luego fue a buscar la ayuda del que sí puede.
Jerusalén se humilló ante Dios, no fue con
sus propias fuerzas y el Señor no pudo “resistir”, ¡tuvo que responder! El
orgullo nos hace reaccionar de la misma manera cuando recibimos el discurso
imperial, entonces, o nos “conectamos” con él y nos unimos, o nos rebelamos,
pero si es por orgullo en realidad estamos bajo el mismo principio del Imperio,
que es “Leviatán”.
Para ellos fue fácil reconocer que el
verdadero corazón del mensaje iba dirigido contra Dios, hoy son mucho más
sutiles y prácticamente nunca podremos escuchar algo así, excepto de algún
dictador que esté verdaderamente desquiciado; recién con la llegada del
Anticristo el mundo volverá a oírlo de manera tan directa. Entonces, como no se
nos aparece de manera evidente, no alcanzamos a discernir la raíz espiritual profunda
de muchos mensajes que vienen con el espíritu del Imperio.
Jerusalén no pudo resolver el tema por sí
sola, ni siquiera el rey, tuvieron que ir al profeta, no porque el profeta
efectivamente pudiera, sino porque necesitaban escuchar directamente a Dios. De
nuevo, esto debería darnos cuenta del verdadero poder del Imperio.
Notemos que el Imperio está haciendo que las
personas piensen o bien que no pueden y que deben someterse, o bien que sí
pueden y deben rebelarse. Debemos discernir la voz del Imperio y debemos llevar
sus palabras a los pies de Cristo para escuchar la respuesta, ¡no es con
nuestras propias fuerzas!
Danilo Sorti
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