viernes, 30 de marzo de 2018

429. ¿Cómo hace el Imperio que las personas piensen de sí mismas? – IV


Isaías 36:18-22 RVC
18 Tengan cuidado. Que no los engañe Ezequías con eso de que el Señor los salvará. ¿Acaso los dioses de las otras naciones pudieron salvar a sus países de la mano del rey de Asiria?
19 ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arfad? ¿Dónde está el dios de Sefarvayin? ¿Acaso pudieron salvar a Samaria de mi mano?
20 ¿Qué dios entre los dioses de esos países pudo librar de mi mano a su país, como para que el Señor libre de mi mano a Jerusalén?’”»
21 Pero ellos se quedaron callados, y no le respondieron una sola palabra, porque el rey les había ordenado que no le respondieran.
22 Luego el mayordomo Eliaquín hijo de Hilcías, el escriba Sebna y el canciller Yoaj hijo de Asaf se presentaron ante Ezequías, y allí se rasgaron los vestidos y le contaron lo que había dicho el primer oficial.

En los artículos anteriores pudimos ver como el Imperio introduce una desvalorización de las propias capacidades a la vez que se presenta como la solución ideal. Pero eso no es tan “artificial” como parecería porque realmente el Imperio logra concentrar mucho poder y recursos, y llega un momento en que es casi humanamente imposible enfrentarse a él. La clave para resistir al Imperio está en Dios y Su poder, por eso el mensaje imperial también necesita socavar esa confianza.

Los discursos que podemos escuchar hoy no son tan directos y claros como el mensaje que leemos en Isaías, pero vienen de la misma raíz y podemos esperar que tengan el mismo contenido. En realidad hoy es más fácil que antaño porque desde el momento que la civilización occidental primero, y el resto del mundo después, decidió dejar de tener en cuenta a Dios, ¿qué más queda sino la fortaleza humana? ¿Y qué puede hacer la fuerza humana del “pequeño” contra el “grande”?

Eso no pasaba en la antigüedad; cada nación tenía sus dioses, y aunque fueran falsos, les daban aunque sea la fuerza de voluntad para luchar. Por supuesto, eran falsos, débiles y podían ser “aplastados” por otro más fuerte llegado el momento. Y eso es lo que estaba pasando con Asiria; Dios mismo había permitido que se levantara como imperio durante un tiempo y en consecuencia había entregado en sus manos a las naciones de alrededor, para que de esa forma la gente de ese lugar empezara a entender que sus dioses eran falsos dioses.

No pasaba lo mismo con el Dios de Israel, pero Asiria consideraba a Yahweh como un dios local más, uno de tantos; ¿si habían podido con los otros por qué no con él? Y esto nos lleva a entender el cuidado que Dios está teniendo incluso por el Imperio en todo este episodio: el Señor no solamente tenía que proteger a Judá porque aún no había llegado su tiempo, sino que debía darse a conocer entre los paganos. ¡Así es! Todo el relato de Isaías 36 y 37 puede parecer un castigo para la soberbia de los asirios, y en parte lo es, pero por encima de ello, es una manifestación del poder de Dios, también para su testimonio.

Mientras tanto, la fe de Israel estaba siendo desafiada: “¿Qué dios entre los dioses de esos países pudo librar de mi mano a su país, como para que el Señor libre de mi mano a Jerusalén?” Entonces, ¿es nuestro Dios tan poderoso? Es decir, ¿tenemos un Dios local o un Dios “internacional”? ¿Realmente nos va a cuidar, a pesar de que seamos tan rebeldes? ¿Merecemos que Dios nos proteja….? Probablemente no. Bueno, en realidad no lo merecemos, ¡Dios no nos va a proteger! ¡Estamos fritos! Más vale nos entregamos al rey de Asiria…

“Pero ellos se quedaron callados, y no le respondieron una sola palabra, porque el rey les había ordenado que no le respondieran.” No sé si esta es la forma correcta de responder a discursos tan elaborados y tan bien preparados para engañar / amedrentar, pero probablemente sí, o al menos sí en la mayoría de los casos. No resulta sencillo responder ante argumentos bien armados de personas que dedican toda su vida a armarlos.

Es más, no vemos aquí al rey de Asiria en persona hablando sino a su oficial, y como dijimos, no es lógico pensar que este discurso lo hayan inventado por primera vez hablando con Ezequías, era lo que pensaban, ya lo tenían armado, ya había pasado la prueba de resistir contraargumentos, no eran unos improvisados. Además, las conquistas previas le daban un peso casi imbatible… “casi”.

Me parece que la mayoría de las veces es un error “sentarse a charlar” con el discurso imperial porque es una situación similar a la conversación entre la mujer y la serpiente en el huerto, ¿cómo podía llegar a rebatir argumentos elaborados por una inteligencia tan superior? Sí, debemos aceptar que el Imperio es “muy superior” en muchas cosas, entre ellas la habilidad para utilizar las palabras. Jerusalén no era más fuerte que el Imperio, y cualquier discurso “liberador” que nos haga creer que “somos más fuertes”, que “solos podemos”, viene de la misma raíz imperial. Jerusalén NO PODÍA y nosotros tampoco, ¡pero Dios sí!

Nadie puede decir que a Jesús le “faltaran” palabras, pudo rebatir todas las preguntas malintencionadas que con mucha habilidad armaron los religiosos de su época (que eran expertos en eso), pero ante la Junta y Pilato prefirió callar.

Bueno, pero “callar” no es la solución, es simplemente la forma de responder a este tipo de mensajes, pero hoy la mayoría de estos vienen a través de medios de comunicación unidireccionales, es decir, medios con los cuales uno no puede “hablar”. Entonces lo que tenemos que hacer es no “dialogar” con ellos en nuestra mente, pero no me refiero a un “autoconvencimiento” o una negación, eso es lo que hacen las sectas para cerrarse a la realidad, me refiero a que debemos hacer lo que hicieron en Jerusalén: primero lo escucharon, ¡no podemos ignorar la realidad!, pero después:

“…el mayordomo Eliaquín hijo de Hilcías, el escriba Sebna y el canciller Yoaj hijo de Asaf se presentaron ante Ezequías, y allí se rasgaron los vestidos y le contaron lo que había dicho el primer oficial.” Fueron a hablar con la autoridad, que si lo entendemos en un sentido individual, es el espíritu humano y no el alma. Es decir, el mensaje estaba perfectamente dirigido al alma, pero el alma no debía “decidir”, sino escuchar y llevar el mensaje al espíritu, en este caso representado por el rey de Judá. ¿Pero que hizo luego?

Isaías 37:1-5 RVC
1 Cuando el rey Ezequías oyó esto, se rasgó los vestidos y, cubierto de cilicio, fue a la casa del Señor.
2 Luego envió, también cubiertos de cilicio, al mayordomo Eliaquín, al escriba Sebna y a los ancianos de los sacerdotes, para que hablaran con el profeta Isaías hijo de Amoz
3 y le dijeran de su parte: «Hoy es un día de angustia, de reprensión y de blasfemia, porque ha llegado la hora de dar a luz, y la parturienta no tiene fuerzas.
4 Tal vez el Señor tu Dios habrá oído las palabras del primer oficial, que su señor, el rey de Asiria, envió para blasfemar contra el Dios vivo, tu Señor y Dios, y para ofenderlo con sus palabras. Eleva, pues, una oración por el remanente que todavía queda.»
5 Los siervos de Ezequías fueron a hablar con Isaías,

Fueron ante Dios, el espíritu va al Espíritu para buscar una respuesta. La respuesta más común y más errónea frente a la amenaza del Imperio es: “¡nosotros podemos!”. No, debemos reconocer que no podemos y eso hizo Jerusalén frente a la amenaza del ejército asirio, pero luego fue a buscar la ayuda del que sí puede.

Jerusalén se humilló ante Dios, no fue con sus propias fuerzas y el Señor no pudo “resistir”, ¡tuvo que responder! El orgullo nos hace reaccionar de la misma manera cuando recibimos el discurso imperial, entonces, o nos “conectamos” con él y nos unimos, o nos rebelamos, pero si es por orgullo en realidad estamos bajo el mismo principio del Imperio, que es “Leviatán”.

Para ellos fue fácil reconocer que el verdadero corazón del mensaje iba dirigido contra Dios, hoy son mucho más sutiles y prácticamente nunca podremos escuchar algo así, excepto de algún dictador que esté verdaderamente desquiciado; recién con la llegada del Anticristo el mundo volverá a oírlo de manera tan directa. Entonces, como no se nos aparece de manera evidente, no alcanzamos a discernir la raíz espiritual profunda de muchos mensajes que vienen con el espíritu del Imperio.

Jerusalén no pudo resolver el tema por sí sola, ni siquiera el rey, tuvieron que ir al profeta, no porque el profeta efectivamente pudiera, sino porque necesitaban escuchar directamente a Dios. De nuevo, esto debería darnos cuenta del verdadero poder del Imperio.

Notemos que el Imperio está haciendo que las personas piensen o bien que no pueden y que deben someterse, o bien que sí pueden y deben rebelarse. Debemos discernir la voz del Imperio y debemos llevar sus palabras a los pies de Cristo para escuchar la respuesta, ¡no es con nuestras propias fuerzas!


Danilo Sorti




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