Miqueas 6:6-8 DHH
6 ¿Con qué me presentaré a adorar
al Señor, Dios de las alturas?
¿Me presentaré ante él con becerros de un
año,
para ofrecérselos en holocausto?
7 ¿Se alegrará el Señor, si le ofrezco mil
carneros
o diez mil ríos de aceite?
¿O si le ofrezco a mi hijo mayor
en pago de mi rebelión y mi pecado?
8 El Señor ya te ha dicho, oh hombre,
en qué consiste lo bueno
y qué es lo que él espera de ti:
que hagas justicia, que seas fiel y leal
y que obedezcas humildemente a tu Dios.
Marcos 12:29-31 DHH
28 Al ver que Jesús les había contestado
bien, uno de los maestros de la ley, que los había oído discutir, se acercó a
él y le preguntó:
—¿Cuál es el primero de todos los
mandamientos?
29 Jesús le contestó:
—El primer mandamiento de todos es: Israel:
el Señor nuestro Dios es el único Señor.
30 Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.
31 Pero hay un segundo: a tu prójimo como a
ti mismo. Ningún mandamiento es más importante que estos.
1 Corintios 12:31-13:1 DHH
31 Ustedes deben ambicionar los mejores
dones.
Yo voy a enseñarles un camino mucho mejor.
1 Si hablo las lenguas de los hombres y aun
de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un
platillo que hace ruido.
En algún momento de la historia evangélica
del siglo XX la fe pasó a ocupar un lugar central en la doctrina y prédica
cristiana; de la mano de un fuerte movimiento evangelístico. Recuerdo, hace
unos cuantos años atrás, cuestionar a una líder de la iglesia a la que iba en
ese entonces respecto de por qué no se predicaba otra cosa más que la fe, y
haber obtenido una mirada de asombro como respuesta: “¡todo tiene que ver con
la fe!” Sí, bueno, claro, todo tiene que ver con la fe porque desde el
principio necesitamos creer que Dios existe, ¿pero no hay mucho más que “fe” en
la Biblia?
Un par de décadas después de esa historia,
sigue siendo frecuente en determinados ámbitos evangélicos, no en todos, hablar
casi exclusivamente de la fe, particularmente por aquellos pastores que
tuvieron su “momento de gloria” cuando fue el movimiento de la fe. Mientras que
algunas iglesias siguen discurriendo en la “doctrina correcta”, otras en el
“show perfecto”, una corriente permanece en la “fe perfecta”. ¿Qué dice la
Biblia?
La Palabra es muy coherente con eso: Dios nos
pide amor y fidelidad.
La pregunta de Miqueas tenía que ver con los
sacrificios: ¿Dios está enojado y tengo que contentarlo con mis sacrificios?
¿Necesita en esta tierra Dios que yo le ofrezca enormes sacrificios? ¿Acaso no
había pedido Dios mismo los sacrificios? Sacrificios se traduce hoy como
grandes obras, grandes ofrendas, mucho tiempo dedicado en servicio de la
iglesia (¿de Dios…?), etc.
Mateo 23:23 DHH
23 “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos, hipócritas!, que separan para Dios la décima parte de la menta, del
anís y del comino, pero no hacen caso de las enseñanzas más importantes de la
ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que deben
hacer, sin dejar de hacer lo otro.
Los sacrificios no estaban mal, pero eso no
era el centro de la vida que agrada a Dios, es algo de la periferia.
El maestro de la ley tenía un problema
teológico, estaba en busca de la doctrina correcta, y Jesús se la explica,
¡pero esa doctrina correcta tenía poco que ver con una compleja formulación
filosófica y mucho más que ver con la disposición correcta del corazón!
Los corintios estaban emocionados con los
dones, con el servicio y, podríamos decir, con el “show cristiano”; realmente
sus cultos tenían mucha manifestación del Espíritu. Pablo ocupa varios
capítulos hablando sobre el tema, pero finalmente lo pone en perspectiva: el
amor es más importante que todo eso.
El amor, la misericordia, la vida en
obediencia, la santidad, en definitiva, podríamos resumirlo en la palabra
“fidelidad” entendiendo como tal la obediencia a los mandatos de Dios a lo
largo del tiempo y en medio de las pruebas, mandatos que en primer lugar ponen
al amor hacia Dios y hacia el prójimo (no un amor indulgente y libertino, como
se predica hoy) pero que luego incluye todo lo que tiene que ver con la
santidad y la justicia divina.
“¿Fe o fidelidad?” es en cierto punto una
dicotomía falsa; porque lo que suelen predicar hoy las “iglesias de la fe”
tiene mucho más que ver con el don de fe que con la genuina fe para salvación.
El don de fe (I Corintios 13:2) es una capacitación funcional para lograr
grandes cosas, luce espectacular y es algo muy comúnmente predicado desde los
púlpitos, precisamente por su “espectacularidad”, pero no es algo al alcance de
todos (no todos tienen todos los dones en el mismo grado) y tampoco es lo
principal en el Reino de Dios. ¡Cuánta culpa que se pone sobre millones de
cristianos todos los domingos porque no alcanzan el “estándar de fe” del
predicador! Pero esa culpa es muy útil para la manipulación religiosa: la
“única” forma de “expiarla” es a través de jugosas ofrendas o mucho tiempo
dedicado al “servicio”. ¿Quién dijo que todos deben tener el don de la fe (es
decir, la fe para alcanzar grandes cosas, no se refiere a la fe para
salvación)? ¿Por qué no les pedimos a todos que sean eruditos teólogos? ¿O que
tengan el don de celibato? ¿O el don de martirio? ¿O incluso el don de artes o
de música?
Las grandes historias de fe (si son reales o
inventadas, es “otra historia”…) sirven para atraer y para dejarnos con las
“ganas de más”; en cierto sentido nos hacen creer que si nosotros “sorbemos del
jugo espiritual” del que predica, en algún momento vamos a alcanzar la misma fe
y vamos a lograr eso también (de nuevo, suponiendo que sea verdad todo lo que
se dice). Ahora, no digo que esté mal predicar de las grandes cosas genuinas
que se alcanzaron por el don de fe… siempre y cuando no se circunscriba la vida
cristiana solo a ese don ni sea exaltado por encima de los otros. Hermanos,
después de muchos años de ver como siguen las “grandes obras de fe” les aseguro
que muy poco me entusiasman ahora; no las niego, pero mucho más fruto
espiritual puede dar generalmente el servicio santo en el ámbito de la vida
diaria que buena parte de las “grandes obras” que conozco.
En definitiva, no nos toca juzgar a nosotros
lo que Dios da a algunos y lo que hace con ellos, pero si nos toca juzgar lo
que se pretende enseñar. No es la “fe que conquista grandes cosas” el nivel
máximo de la vida cristiana, es sólo una de sus múltiples expresiones posibles.
El nivel máximo es la fidelidad, ¡ahí sí que no hay opciones! Hay diversos
dones y muy diversos llamados y ministerios, ¡pero nadie está exento de la
misma fidelidad! Si algo vamos a pedir al Señor, si algo va a estar presente
TODOS LOS DÍAS EN NUESTRAS ORACIONES es que nos mantengamos fieles, nosotros y
los nuestros, y nuestros hermanos, hasta que Él venga. ¡Que así sea!
Danilo Sorti
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