Santiago 5:3 RVC
3 Su oro y su plata están llenos de moho, y
ese mismo moho los acusará, y los consumirá como el fuego. Ustedes acumulan
riquezas, ¡hasta en los últimos tiempos!
Los primeros cristianos vivían en la
expectativa del regreso inmediato de Cristo; eso no pasó en su tiempo por lo
que aquella esperanza se enfrió a lo largo de los siglos. Sin embargo, ese
contexto de espera e inmediatez no fue un “error escatológico”, una falla en la
medición de los tiempos, sino que fue un “hecho profético” expresamente
diseñado por el Señor para que esa generación, la primera, pudiera recibir las
revelaciones que nosotros necesitaríamos precisamente hoy. Es claro que todo el
Nuevo Testamento fue la Palabra de Dios para todos los cristianos desde ese
entonces, pero también se nos hace sorprendentemente claro que sus palabras son
por demás de específicas para este tiempo, el último tiempo de que llamamos la
“era de la gracia”.
Y así nos encontramos con esta exhortación,
contrastando agudamente con el énfasis exagerado en las riquezas y el bienestar
material que abunda en muchas iglesias. Santiago, hablándoles a los ricos de su
época, los reprende duramente por acumular riquezas en un momento de crisis
inminente. De hecho tal crisis ocurrió, no la crisis mayor del fin de los
tiempo pero sí una persecución extendida por todo el imperio, una crisis “en
pequeño” que prefiguraría la última. Gráficamente lo diría en el versículo 5:
5 Aquí en la tierra, ustedes han vivido
rodeados de placeres, y lo único que han logrado es engordar para el día de la
matanza.
Repitiendo lo que ya había dicho en el
versículo 1:
1 Ahora, ustedes los ricos, escuchen con
cuidado. ¡Lloren a voz en cuello por las calamidades que les sobrevendrán!
Cuando todo el sistema mundial está por ser
profundamente alterado, y aún más, cuando la iglesia fiel está por ser llevada
en los aires, ¿qué sentido tiene acumular riquezas? ¿Qué sentido tiene tanto
afán y esfuerzo por algo que muy pronto desaparecerá o perderá en absoluto su
valor?
Vale aquí hacer una aclaración, especialmente
para aquellos que se convirtieron en los últimos 20 años. Hasta principios o
mediados del siglo XX, la esperanza escatológica se mantenía alta; los
avivamientos de fines del siglo XIX y el avivamiento pentecostal de principios
del siglo XX habían elevado la expectativa de la inminente venida de Cristo. En
base a esto, más de una comunidad de fe llevó eso al extremo, impidiendo que
sus miembros estudien o se desarrollen profesional y económicamente. Tenían la
visión correcta, pero se equivocaron en el tiempo.
Como consecuencia, surgió un fuerte
movimiento en contra, que en los peores casos relegó la realidad de la segunda
venida y en otros, la “pospuso” a un futuro indefinido. Hubo algo bueno porque
en cierto sentido eso ayudó a alimentar a las diversas corrientes del cristianismo
que penetraron con el mensaje en el mundo de los negocios, de la acción social,
de la ciencia, de la transformación de ciudades y naciones. Sin embargo, nada
de eso borra lo que está escrito en la Palabra.
Ahora bien, como consecuencia de esa protesta
en contra de un extremo, se cimentaron parte de los fundamentos que luego le
abrirían de par en par las puertas al evangelio de la prosperidad, centrado en
el bienestar material y el crecimiento económico, totalmente despreocupado de
algo tan radical como la segunda venida. Y cuando esto no ocurrió, quedó el
recelo en los cristianos más viejos, los líderes actuales, hacia el mensaje de
la segunda venida y sus consecuencias prácticas. ¡El problema con todo eso es
que nada cambia lo que está escrito ni el reloj de Dios!
Hoy sabemos sin dudas que la venida es
inminente, y que los juicios del fin de los tiempos que se desatarán antes del
arrebatamiento también lo son. ¿Cuál es la actitud? ¿Debemos dejar de estudiar,
trabajo y proyectos? Yo no me atrevería a afirmarlo, pero tampoco lo negaría;
simplemente diría que cada uno debe tener una clara palabra del Padre para
tomar tal decisión.
Hermanos, yo mismo he sido un ardiente
defensor de la necesidad que los cristianos estudien, se preparen, intervengan
socialmente, afecten su entorno; y creo que debemos seguir haciéndolo hasta el
último minuto que estemos sobre esta tierra. Pero también debemos saber los
tiempos y lo que le toca a cada uno. Los cristianos de principios del siglo XX
debían avivar la llama de la esperanza, pero no para ellos todavía. Sus hijos
debían mantener la antorcha encendida, pero casi que tampoco para ellos. Pero
sus nietos y bisnietos, los que estamos hoy, serían quienes verían el
cumplimiento.
Mientras Israel estuvo en Egipto, generación
tras generación debió mantener y transmitir la esperanza, pero no podían evitar
vivir como se vivía en Egipto. Pero llegó el día en que una generación tuvo que
hacer el cambio; eso no había ocurrido antes, nadie sabía cómo era ni con qué
se encontrarían, pero en un día todos los negocios, los contactos, las redes,
las amistades de Egipto se cortaron y empezaron una nueva vida, tanto para el
que estaba sirviendo en la más opulenta casa egipcia como el que pisaba los más
nauseabundos estiércoles. Eso, que fue prefigurado allí, se cumplirá de manera
mucho más radical en el arrebatamiento, ellos pudieron llevar sus cosas,
¡nosotros no nos llevaremos nada! … excepto las riquezas espirituales que
hayamos acumulado.
Entonces, ¿debemos seguir haciendo negocios y
afanándonos en crecer económicamente, en acumular propiedades y expandir
nuestros capitales? Yo no voy a decidir sobre eso y creo que tampoco es
exactamente eso lo que dice Santiago (de hecho el contexto se enfoca en los que
acumulan riquezas injustamente), pero sí quiero traer la exhortación del
escritor: ¿qué sentido tiene acumular riquezas materiales en los últimos
tiempos? ¿Qué sentido tiene afanarse tanto que lleguemos a descuidar nuestra
alma y nuestro ministerio?
Repito, Dios tiene llamados específicos para
cada uno, pero excepto que claramente Dios te haya mandado a hacerlo, mi
hermano, ¡no te enredes en los negocios de esta vida! El tiempo es por demás de
breve, sólo permanecerán las riquezas espirituales; toda la tierra será
sacudida, toda la tierra se tambaleará, las pérdidas económicas y de
infraestructura serán inconmensurables, ¿de qué te habrá servido lo que
acumulaste?
Vuelvo a decir que quiero ser cuidadoso con
esto porque Dios mismo está instruyendo a Sus hijos en todo el mundo a guardar
alimento, agua y demás artículos de primera necesidad para los tiempos del fin,
en el lapso de la caída del meteorito y del arrebatamiento; por lo que sigue
siendo necesario hacer dinero y crecer económicamente. Aún más, incluso Dios
está mostrando a algunos de sus hijos que deben guardar provisiones en
determinados lugares para aquellos que se queden. ¡No está mal crecer
económicamente y hacer buenos negocios aún en el umbral de Su venida!
Y además, todavía quedan muchas oportunidades
de testificar precisamente en el contexto de la actividad humana “normal”,
espacio en el que encontraremos muchísima gente que no irá a ninguna iglesia a
escuchar el mensaje. ¡El trabajo es una plataforma evangelística!
Lo que Santiago nos pide es que seamos sabios:
¿acumular para qué? Si hay propósito específico de Dios para ellos, una
dirección clara, y el dinero no va a estorbar nuestra vida espiritual, los
“negocios seculares” se transforman en un verdadero ministerio y debemos
hacerlo. Pero sino, seamos cuidadosos, no nos pasemos del límite, no vayamos
más allá de la cantidad que el Señor nos dio, Él suplirá el resto.
Fundamentalmente, cuidemos que el amor al dinero no nos haga tropezar en el
último tramo de la carrera.
Danilo Sorti
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