martes, 19 de septiembre de 2017

241. ¿Codicioso yo? Repasando las raíces de iniquidad…

Proverbios 12:12 RVC
12 La codicia del impío es una trampa del mal, pero la raíz de los justos da fruto.

Proverbios 27:20 DHH
20 La muerte, el sepulcro y la codicia del hombre
jamás quedan satisfechos.

Proverbios 11:6 DHH
6 La justicia libera a los hombres rectos,
pero la codicia aprisiona a los traidores.

Marcos 4:18-19 RVC
18 Otros son como los que fueron sembrados entre espinos. Éstos son los que oyen la palabra,
19 pero las preocupaciones de este mundo, el engaño de las riquezas, y la codicia por otras cosas, entran en ellos y ahogan la palabra, por lo que ésta no llega a dar fruto.

Romanos 7:7-10 RVC
7 ¿Concluiremos entonces que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, de no haber sido por la ley, yo no hubiera conocido el pecado; porque si la ley no dijera: «No codiciarás», tampoco yo habría sabido lo que es codiciar.
8 Pero el pecado se aprovechó del mandamiento y despertó en mí toda clase de codicia, porque sin la ley el pecado está muerto.
9 En un tiempo, yo vivía sin la ley, pero cuando vino el mandamiento, el pecado cobró vida y yo morí.
10 Entonces me di cuenta de que el mismo mandamiento que debía darme vida, me llevó a la muerte,


Aparentemente no haría falta explicar mucho sobre la codicia, excepto que el falso evangelio de la prosperidad la ha disfrazado de tal forma que no llega a reconocerse porque queda disfrazada bajo las (supuestas) promesas divinas. Pero saliendo de este engaño queda claro qué es codicia y qué no… si es que estamos hablando de dinero y posesiones materiales.

Y es que “codicia” lo hemos aplicado normalmente al dinero y bienes materiales, pero en la definición del término, y en su sentido espiritual profundo, queda claro que abarca más que eso. Una definición dice “Deseo vehemente de poseer muchas cosas, especialmente riquezas o bienes”, otra: “ansiar, apetecer vehementemente una cosa”. Desde un punto de vista psicológico es “un deseo desmesurado por adquirir o poseer más de lo que uno necesita”, en todos los ámbitos de la vida.

Es claro que el actual sistema capitalista, que no es más que el sistema del príncipe que gobierna este mundo,  la codicia es el elemento fundamental para mantener la rueda de la economía funcionando (“rueda” no de un vehículo que avanza, sino la de un hámster…), por lo que es también por demás de obvio que las raíces de codicia se meten en lo más hondo de cada persona, imposibles de sacar sino por la acción profunda del Espíritu Santo.

Cualquier cristiano que haya sido instruido en la verdad y desee agradar a Dios va a cuidarse de la codicia material, es algo bastante obvio y relativamente fácil de reconocer, ¿pero qué hay de “codicias más espirituales”?

La raíz de la codicia, que no necesariamente fructifica en amor al dinero, puede expresarse en actitudes que no son malas en sí mismas sino todo lo contrario, pero que en la “exageración ambiciosa” se vuelven dañinas.

No está mal desear conocer, no está mal estudiar, no está mal servir al prójimo en el nombre del Señor, no está mal orar, no está mal extender el ministerio, y un largo etcétera. Pero cuando la raíz de la codicia infecta todas esas actividades espirituales terminan desvirtuándose y se transforman en puertas abiertas para el Adversario.

En el fondo, el problema de la codicia es no reconocer adecuadamente nuestros límites como seres humanos y pretender traspasarlos para conseguir algo, que, también en el fondo, es siempre la felicidad = paz interior = paz con Dios; pero eso no se consigue ni con posesiones materiales ni con “posesiones intelectuales” ni con “posesiones espirituales”.

Entonces, como dice el proverbio, la codicia es una trampa porque, deseando conseguir algo bueno terminamos recibiendo un daño. Cuando uno desea codiciosamente crecer en el ministerio termina dedicándole más tiempo del debido y su salud se resiente, la familia se resiente, terminamos incorporando gente en la iglesia y en el ministerio que nunca debieron estar (en nuestro afán de extender la obra) o nos exponemos a tentaciones innecesarias.

La codicia nunca se satisface porque no puede satisfacerse, porque está alimentada por el vacío del hombre sin Dios que no se llena nunca, si no es con Dios mismo; por lo que se transforma en una prisión: uno no puede salir de ella, nunca se tiene lo suficiente, siempre hay una sensación opresiva de que “falta algo”. No se pude disfrutar de lo que se alcanzó, no hay un crecimiento con gozo sino motivado por la culpa. El esfuerzo por alcanzar algo tiene una carga emocional negativa muy fuerte, lo que termina dejándonos agotados.

Jesús lo expresó bien en la parábola que narra Marcos 4; Satanás mismo se va a encargar de hacer crecer esos espinos, para llenarnos de cosas “agradables a los ojos”, como el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, pero que son espinas porque nos lastiman cuando nos acercamos a ellas.

Y Pablo lo expone dramáticamente en Romanos 7; ¿cómo es posible que un mandamiento bueno despierte en mí la codicia? Es cierto que, por un lado, el deseo de hacer lo malo se despierta en el hombre natural cuando se dice “eso es malo”. Pero también, en el hombre religioso, el que quiere hacer lo bueno pero no tiene el Poder del Espíritu para hacerlo, el “mandato” de aquellas cosas buenas que tiene que hacer se transforma en una “codicia espiritual”: se va a esforzar por hacer esas “cosas buenas” sin llegar nunca al fin ni sentirse satisfecho: es la codicia por “hacer”, por “acumular bienes espirituales” para alcanzar la aprobación divina = la paz interior.

La raíz de la codicia se disfraza de muchas y sutiles formas, y aquellos que no son particularmente codiciosos con el dinero o los bienes materiales pueden serlo de muchas otras formas, quizás más “nobles” pero también dañinas.

¿Por qué más horas de trabajo? ¿Por qué más esfuerzo de estudio? ¿Por qué más tiempo de servicio? ¡Cuidado! Yo no estoy poniendo ningún límite porque el límite para cada uno lo sabe perfectamente el Hacedor de cada uno, por lo que, cuando soy yo quién pongo el límite, fácilmente caigo en la codicia (o su aparente opuesto, la pereza), cuando es Dios (y yo sé cuál es ese límite) puede ser que me quede con “gusto a poco”, pero es más que suficiente.

No olvidemos que la codicia no tiene solamente que ver con pretender ir más allá del límite que Dios me dio, sino también con pretender llegar más rápido.

“Sin barreras y sin límites”, slogan favorito no solo del sistema mundo, sino también de muchas iglesias; ir siempre “más allá”, alcanzar más. ¡Caramba! ¿Cuál es el límite? ¡Qué línea tan sutil! Por un lado somos llamados a no perder ni un segundo de tiempo en estos últimos tiempos y extender el Evangelio a los muchos que aún no lo han oído, y por otro somos alertados contra la codicia de ambicionar desmedidamente. Sinceramente, no se me ocurre más que mantenernos adecuadamente ajustados con la voz del Espíritu para saber cuánto y cuándo avanzar.

Y mientras tanto, seguir orando: ¡Señor, límpiame de toda codicia oculta!



Danilo Sorti




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