martes, 19 de septiembre de 2017

235. ¿Y qué diremos de los insultos?

Efesios 4:29-32 RVC
29 No pronuncien ustedes ninguna palabra obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación y que sean de bendición para los oyentes.
30 No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual ustedes fueron sellados para el día de la redención.
31 Desechen todo lo que sea amargura, enojo, ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad.
32 En vez de eso, sean bondadosos y misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a ustedes en Cristo.

Efesios 4:29 DHH
29 No digan malas palabras, sino solo palabras buenas y oportunas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a quienes las escuchen.

Efesios 4:29 TLA
29 No digan malas palabras. Al contrario, digan siempre cosas buenas, que ayuden a los demás a crecer espiritualmente, pues eso es muy necesario.

Efesios 4:29 RV1995
29 Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.

Efesios 4:29 BTX3
29 Ninguna palabra dañina salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia a los oyentes.

Es interesante que uno de los consejos de Pablo a los hermanos de Éfeso es precisamente que no digan “malas palabras”. Es interesante ver también como en las distintas versiones este pasaje es traducido de diferentes formas, ampliando el significado del concepto.

De alguna manera creo que se ha vuelto “popular” entre muchos círculos cristianos que las “malas palabras” son sólo “malas” por convenciones sociales y no porque sean un pecado en sí mismas, por lo que “no se dicen” en público para guardar las formas, pero no hay problema con decirlas en privado o con los amigos, ni menos aún con pensar en ellas ya que, al fin y al cabo, no se dice lo que no se piensa, y viceversa. Incluso algunos predicadores dejan escapar de vez en cuando alguna obscena o insultante “suave” como para generar risas en un auditorio con menos discernimiento que una pulga en un frasquito de azafrán…

Ahora bien, seamos honestos, la Biblia misma contiene palabras fuertes, el hecho de que la clásica traducción Reina Valera 1960 las haya puesto en castellano romance no quiere decir que su sentido original no haya sido particularmente fuere e incluso insultante para el que lo oía, sentido que se ha perdido muchas veces con la traducción y la predicación, y que incluso en algunas traducciones sutilmente corruptas, como la Nueva Versión Internacional, ha sido intencionalmente alterado.

En lo personal me gustaba la traducción de Gálatas 3:1 en la versión Dios Habla Hoy 1983 en donde dice con toda la fuerza “¡Gálatas estúpidos!”; en la versión 1994 lo suavizaron con un muy culto “¡Gálatas, duros para entender!”.

Hermanos, muchas de las palabras originales NO ERAN PARA NADA suaves ni “gentiles”, ¡todo lo contrario! ¿Por qué las hemos alterado hoy en día suavizándolas? Y entonces tenemos la paradoja que no le damos la fuerza que le tenemos que dar a las palabras de Dios y en cambio utilizamos insultos y palabras obscenas para decir lo que no debemos.

Ahora bien, es absolutamente cierto que una “mala palabra” lo es dependiendo del país o grupo social en el que se diga; es decir, la mayoría de las palabras consideradas “malas” dependen de convenciones culturales. En una época en la que se pretende “derribar” las barreras de las convenciones culturales (sólo para crear otras nuevas y mucho más fuertes), ¿deberíamos respetar esas convenciones?

1 Corintios 11:16 DHH
16 En todo caso, si alguno quiere discutir este asunto, debe saber que ni nosotros ni las iglesias de Dios conocemos otra costumbre.

Aquí tenemos un principio: no debemos ser unos “díscolos sociales” porque sí. Es claro que el Evangelio confronta duramente a todas y cada una de las culturas del mundo, pero también es claro que hay pautas y convenciones que no son malas en sí mismas y que no deben ser enfrentadas en una “lucha cultural”. Ya con los muchos elementos contraculturales del Evangelio nos basta y nos sobra como para que tengamos que añadirles otros…

Dicho esto, queda claro que en toda sociedad y cultura (digo “cultura” en el sentido antropológico del término, no en su acepción más popular) tiene sus “malas” palabras. ¿Y por qué lo son? ¿Por qué otras palabras, que son muy fuertes y que probablemente utilizaríamos menos que las malas palabras, no son “malas”? Sin entrar en detalles lingüísticos y sociológicos, creo que todos podemos estar de acuerdo en que las malas palabras conllevan una denigración extrema y vergonzosa de la persona, una absoluta “despersonalización” de la misma, un “desnudamiento público”, y generalmente aparecen en un “contexto” inadecuado.

El verdadero problema con decir malas palabras es que primero estuvieron en nuestro pensamiento, y allí anidan, crían polluelos, crecen, establecen sus colonias y se expanden por los vastos campos de la mente… contaminando todos los pensamientos con sus significados. Y entonces, cuando queremos “hablar bien” necesitamos hacer un esfuerzo extra porque no nos sale naturalmente hacerlo.

Las malas palabras, con su carga extrema de denigración es el lenguaje de Satanás, es su forma de pensar de nosotros, y cuando las decimos, estamos diciendo sus palabras y estableciendo su reino. Las malas palabras, aunque varían en cada cultura y con el tiempo, tienen en común que llevan la carga del reino de las tinieblas y la “escupen” sobre los otros, de tal forma que al receptor le resulte muy difícil desprenderse de ese vómito y él a su vez vomita sobre otro y así sucesivamente se llena todo el lugar de asquerosidad.

¿Qué “hace” la mala palabra? Veamos lo que dice Efesios.

No edifican, no logran nada, es decir, ningún cambio, nada bueno; no traen bendición, no traen arrepentimiento ni logran que el receptor cambie de actitud. Colabora con entristecer al Espíritu Santo porque, ¿cómo se siente el Bendito Espíritu después de haber hecho fluir ríos de aguas vivas dentro nuestro si decididamente “cerramos la canilla” y abrimos la exclusa de la cloaca satánica? ¡Cuidado!, es el sello que nos garantiza ser reconocidos por Dios para protección en medio del juicio e incluso para ser rescatados por Él en el arrebatamiento.

Las malas palabras están íntimamente asociadas a la amargura, el enojo, la ira, los gritos, las calumnias y toda especie de maldad, porque o bien las generan o bien las retroalimentan. Y está claro que donde hay malas palabras no puede florecer ni la bondad, ni la misericordia ni el perdón, al contrario.

Hay raíces de pecado que no son fáciles de arrancar, hay vicios y malas costumbres que nos pueden llevar años, y me refiero a cosas tan “sutiles” como la incredulidad, la falta de domino propio en la comida o los gastos, la pereza, y un largo y vergonzoso etcétera. Y eso no se cambia fácil. Pero las malas palabras constituyen una “puertita” (o portón…) hacia muchos de esos pecados, y se pueden cambiar mucho más fácilmente. ¿Por qué no hacerlo?

Hermanos, no colaboremos con Satanás en continuar arrojando inmundicia sobre las personas e incluso sobre nuestros hermanos, por más que culturalmente parezca gracioso y esté incluso aceptado. ¿Desde cuándo se supone que debemos ser iguales en todo a la sociedad que nos rodea? ¡Señor, ayudanos a bien pensar para bien hablar!

Hay algo más sobre las palabras incorrectas:

Santiago 1:26 RVC
26 Si alguno de ustedes cree ser religioso, pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada.

Y de paso, ¿cuál es la diferencia con las a veces muy duras palabras de Dios? Simple, esas palabras confrontan, traen arrepentimiento si son aceptadas o juicio divino si son rechazadas, tienen el poder de cambiar vidas y vienen del Espíritu Santo. Pueden “sonar parecidas” pero son muy distintas.


Danilo Sorti




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