Efesios 4:29-32 RVC
29 No pronuncien ustedes ninguna palabra
obscena, sino sólo aquellas que contribuyan a la necesaria edificación y que
sean de bendición para los oyentes.
30 No entristezcan al Espíritu Santo de Dios,
con el cual ustedes fueron sellados para el día de la redención.
31 Desechen todo lo que sea amargura, enojo,
ira, gritería, calumnias, y todo tipo de maldad.
32 En vez de eso, sean bondadosos y
misericordiosos, y perdónense unos a otros, así como también Dios los perdonó a
ustedes en Cristo.
Efesios 4:29 DHH
29 No digan malas palabras, sino solo
palabras buenas y oportunas que edifiquen la comunidad y traigan beneficios a
quienes las escuchen.
Efesios 4:29 TLA
29 No digan malas palabras. Al contrario,
digan siempre cosas buenas, que ayuden a los demás a crecer espiritualmente,
pues eso es muy necesario.
Efesios 4:29 RV1995
29 Ninguna palabra corrompida salga de
vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar
gracia a los oyentes.
Efesios 4:29 BTX3
29 Ninguna palabra dañina salga de vuestra
boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, que comunique gracia
a los oyentes.
Es interesante que uno de los consejos de
Pablo a los hermanos de Éfeso es precisamente que no digan “malas palabras”. Es
interesante ver también como en las distintas versiones este pasaje es traducido
de diferentes formas, ampliando el significado del concepto.
De alguna manera creo que se ha vuelto
“popular” entre muchos círculos cristianos que las “malas palabras” son sólo
“malas” por convenciones sociales y no porque sean un pecado en sí mismas, por
lo que “no se dicen” en público para guardar las formas, pero no hay problema
con decirlas en privado o con los amigos, ni menos aún con pensar en ellas ya
que, al fin y al cabo, no se dice lo que no se piensa, y viceversa. Incluso
algunos predicadores dejan escapar de vez en cuando alguna obscena o insultante
“suave” como para generar risas en un auditorio con menos discernimiento que
una pulga en un frasquito de azafrán…
Ahora bien, seamos honestos, la Biblia misma
contiene palabras fuertes, el hecho de que la clásica traducción Reina Valera
1960 las haya puesto en castellano romance no quiere decir que su sentido
original no haya sido particularmente fuere e incluso insultante para el que lo
oía, sentido que se ha perdido muchas veces con la traducción y la predicación,
y que incluso en algunas traducciones sutilmente corruptas, como la Nueva
Versión Internacional, ha sido intencionalmente alterado.
En lo personal me gustaba la traducción de
Gálatas 3:1 en la versión Dios Habla Hoy 1983 en donde dice con toda la fuerza
“¡Gálatas estúpidos!”; en la versión 1994 lo suavizaron con un muy culto “¡Gálatas,
duros para entender!”.
Hermanos, muchas de las palabras originales
NO ERAN PARA NADA suaves ni “gentiles”, ¡todo lo contrario! ¿Por qué las hemos
alterado hoy en día suavizándolas? Y entonces tenemos la paradoja que no le
damos la fuerza que le tenemos que dar a las palabras de Dios y en cambio
utilizamos insultos y palabras obscenas para decir lo que no debemos.
Ahora bien, es absolutamente cierto que una
“mala palabra” lo es dependiendo del país o grupo social en el que se diga; es
decir, la mayoría de las palabras consideradas “malas” dependen de convenciones
culturales. En una época en la que se pretende “derribar” las barreras de las
convenciones culturales (sólo para crear otras nuevas y mucho más fuertes),
¿deberíamos respetar esas convenciones?
1 Corintios 11:16 DHH
16 En todo caso, si alguno quiere discutir
este asunto, debe saber que ni nosotros ni las iglesias de Dios conocemos otra
costumbre.
Aquí tenemos un principio: no debemos ser
unos “díscolos sociales” porque sí. Es claro que el Evangelio confronta duramente
a todas y cada una de las culturas del mundo, pero también es claro que hay
pautas y convenciones que no son malas en sí mismas y que no deben ser
enfrentadas en una “lucha cultural”. Ya con los muchos elementos
contraculturales del Evangelio nos basta y nos sobra como para que tengamos que
añadirles otros…
Dicho esto, queda claro que en toda sociedad
y cultura (digo “cultura” en el sentido antropológico del término, no en su
acepción más popular) tiene sus “malas” palabras. ¿Y por qué lo son? ¿Por qué
otras palabras, que son muy fuertes y que probablemente utilizaríamos menos que
las malas palabras, no son “malas”? Sin entrar en detalles lingüísticos y
sociológicos, creo que todos podemos estar de acuerdo en que las malas palabras
conllevan una denigración extrema y vergonzosa de la persona, una absoluta
“despersonalización” de la misma, un “desnudamiento público”, y generalmente
aparecen en un “contexto” inadecuado.
El verdadero problema con decir malas
palabras es que primero estuvieron en nuestro pensamiento, y allí anidan, crían
polluelos, crecen, establecen sus colonias y se expanden por los vastos campos
de la mente… contaminando todos los pensamientos con sus significados. Y
entonces, cuando queremos “hablar bien” necesitamos hacer un esfuerzo extra
porque no nos sale naturalmente hacerlo.
Las malas palabras, con su carga extrema de
denigración es el lenguaje de Satanás, es su forma de pensar de nosotros, y
cuando las decimos, estamos diciendo sus palabras y estableciendo su reino. Las
malas palabras, aunque varían en cada cultura y con el tiempo, tienen en común
que llevan la carga del reino de las tinieblas y la “escupen” sobre los otros,
de tal forma que al receptor le resulte muy difícil desprenderse de ese vómito
y él a su vez vomita sobre otro y así sucesivamente se llena todo el lugar de
asquerosidad.
¿Qué “hace” la mala palabra? Veamos lo que
dice Efesios.
No edifican, no logran nada, es decir, ningún
cambio, nada bueno; no traen bendición, no traen arrepentimiento ni logran que
el receptor cambie de actitud. Colabora con entristecer al Espíritu Santo
porque, ¿cómo se siente el Bendito Espíritu después de haber hecho fluir ríos
de aguas vivas dentro nuestro si decididamente “cerramos la canilla” y abrimos
la exclusa de la cloaca satánica? ¡Cuidado!, es el sello que nos garantiza ser
reconocidos por Dios para protección en medio del juicio e incluso para ser
rescatados por Él en el arrebatamiento.
Las malas palabras están íntimamente asociadas
a la amargura, el enojo, la ira, los gritos, las calumnias y toda especie de
maldad, porque o bien las generan o bien las retroalimentan. Y está claro que
donde hay malas palabras no puede florecer ni la bondad, ni la misericordia ni
el perdón, al contrario.
Hay raíces de pecado que no son fáciles de
arrancar, hay vicios y malas costumbres que nos pueden llevar años, y me
refiero a cosas tan “sutiles” como la incredulidad, la falta de domino propio
en la comida o los gastos, la pereza, y un largo y vergonzoso etcétera. Y eso
no se cambia fácil. Pero las malas palabras constituyen una “puertita” (o
portón…) hacia muchos de esos pecados, y se pueden cambiar mucho más
fácilmente. ¿Por qué no hacerlo?
Hermanos, no colaboremos con Satanás en
continuar arrojando inmundicia sobre las personas e incluso sobre nuestros
hermanos, por más que culturalmente parezca gracioso y esté incluso aceptado.
¿Desde cuándo se supone que debemos ser iguales en todo a la sociedad que nos
rodea? ¡Señor, ayudanos a bien pensar para bien hablar!
Hay algo más sobre las palabras incorrectas:
Santiago 1:26 RVC
26 Si alguno de ustedes cree ser religioso,
pero no refrena su lengua, se engaña a sí mismo y su religión no vale nada.
Y de paso, ¿cuál es la diferencia con las a
veces muy duras palabras de Dios? Simple, esas palabras confrontan, traen
arrepentimiento si son aceptadas o juicio divino si son rechazadas, tienen el
poder de cambiar vidas y vienen del Espíritu Santo. Pueden “sonar parecidas”
pero son muy distintas.
Danilo Sorti
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