1 Timoteo 2:1-4 RVC
1 Ante todo, exhorto a que se hagan
rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres;
2 por los reyes y por todos los que ocupan
altos puestos, para que vivamos con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y
honestidad.
3 Porque esto es bueno y agradable delante de
Dios nuestro Salvador,
4 el cual quiere que todos los hombres sean
salvos y lleguen a conocer la verdad.
La postguerra trajo transformaciones muy
profundas y cada vez más rápidas en todo el mundo, y la iglesia no fue una
excepción. Comenzando como preocupación social, rápidamente se establecieron
corrientes de pensamiento teológico dentro de las iglesias evangélicas
enfocadas en la transformación social. Pero no estábamos haciendo nada nuevo,
la Iglesia Católica ya lo venía intentando desde sus orígenes, allá por el
siglo IV.
Hay una historia reciente muy rica en
relación con esas corrientes teológicas, con mucha producción y debate.
Persisten hasta el día de hoy en las corrientes de transformación social y
política, integrando elementos propiamente espirituales y habiéndose despojado
de buena parte del humanismo que las corrientes originales.
Sería injusto e incorrecto pretender meter a
todos “dentro de la misma bolsa” pero de manera más o menos expresa todas están
planteando que la acción de la Iglesia debe incluir el involucramiento en la
transformación social, en lo cual creo que ya todos estamos de acuerdo. Pero
como corolario suelen concluir, de manera generalmente tácita, negando los
acontecimientos disruptivos y catastróficos del período tribulacional y el
establecimiento del Reino Mesiánico, que propiamente no viene por la acción
secuencial y progresiva de la Iglesia actual.
Obviamente que ha habido mucha discusión
teológica al respecto, sin que resultara definitoria. Hoy nos encontramos con
que este “Evangelio Social” no ha logrado transformar al mundo, que sí ha
tenido éxitos parciales en algunos lugares, lo cual redundó en almas rescatadas
para Cristo, pero la sociedad como todo se precipita con gran velocidad hacia
el pecado y el rechazo de Dios en todas sus formas, que los ejemplos contrarios
son sólo unas pocas luces en medio de la oscuridad, sin ninguna posibilidad
razonable de extenderse por sus propios medios. Que incluso muchos proyectos no
dieron los resultados esperados y el discurso de ese Evangelio no alcanzó para
responder las urgentes preguntas de la actualidad. Los hechos están terminando
de cerrar la discusión teológica que generó: el Evangelio Social, de la
Transformación Social, del mejoramiento progresivo, con todo lo que tiene de
valioso, no es la verdad definitiva y sus conclusiones son falsas; aunque
todavía unos cuantos siguen aferrados a él, con un gran esfuerzo mental para aislarse
cada vez más de la realidad y mantener un optimismo ingenuo.
¿Cómo llegamos a eso? Es un camino largo, no
pretendo analizarlo, pero puedo decir que uno de los errores ha sido (como
siempre) nuestra mala lectura de la Biblia. Vamos a las sencillas instrucciones
que le dio Pablo a Timoteo; ¿hay aquí un germen de transformación social? Sí,
por supuesto, de hecho, ¡toda la Biblia ES TRANSFORMACIÓN SOCIAL!, pero ¿eso
significa que debíamos esperar que tal cosa ocurriera? No. La expectativa de
Pablo aquí es que podamos vivir “con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y
honestidad”, y eso, en la mayoría de los países, implica de por sí un enorme
cambio, pero finalmente NO ES el establecimiento del Reino de Dios en la
Tierra. Creo que hemos estirado la interpretación de aquellos pasajes que nos
estaban exhortando a orar y trabajar para que la situación social sea tolerable
hasta el punto de hacerles prometer que efectivamente lograríamos transformar
toda la sociedad.
Hermanos, seamos claros: la Biblia nunca ha
sido optimista en relación con el hombre no redimido, y nunca nos ha prometido
que toda la humanidad sería salva antes del final del programa divino para
tratar con el pecado. Quizás haya sido este “pesimismo” que fue exagerado en
las iglesias evangélicas de tiempo atrás, y el desinterés social subsecuente,
lo que provocó, como reacción, el surgimiento del (optimista) Evangelio Social.
La realidad del fin de los tiempos,
claramente visible para todo aquel que analice con sinceridad las noticias, ha decretado
el “fin” de ese modelo; pero sólo en el sentido de su escatología:
definitivamente no traeremos el Reino nosotros y el mundo no mejorará
progresivamente, y sí sucederá una destrucción y remoción masiva. ¡Pero
exactamente la misma realidad ha vuelto imperioso poner en práctica sus
postulados! Hoy, en medio de los juicios que se están desatando en este tiempo
del fin, es necesario que la misericordia y el poder sanador y restaurador del
Espíritu sean manifestados como nunca antes sobre la Tierra a través de la
Iglesia fiel; no para transformar lo que ya está destinado a la destrucción y
no tiene redención posible, sino para traer alivio en medio del dolor y mostrar
que el Juez de toda la Tierra sigue teniendo misericordia de los que se
arrepienten. Poder sanador, restaurador y transformador NO HUMANO, no con
nuestras “buenas intenciones cristianas” porque eso no alcanzará ya para casi
nada, sino profundamente divino. Hermanos, podemos hacer comedores si queremos,
pero hoy hace falta literalmente que reproduzcamos muchas veces el milagro de
la multiplicación de los panes y los peces. Podemos proveer asistencia médica,
pero servirá de poco si no se manifiesta el poder de hacer milagros. Podemos
dar alojamiento y refugio, pero si no manifestamos el poder de detener los
vientos, serán muy pocos los beneficiados. Ese es el verdadero “Evangelio
Social” que se requiere hoy.
No detendremos los juicios de Dios, pero
como, precisamente, se trata de juicios DE DIOS, es decir, de NUESTRO PADRE,
podemos interceder por misericordia, siempre y cuando esa misericordia
evidencia la autoridad divina. Aún podremos evitar o disminuir algunos de Sus
juicios, pero solo algunos; pensar más que eso es caer en un triunfalismo muy
propio de los evangélicos pero muy poco real también.
Danilo Sorti
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