sábado, 30 de septiembre de 2017

276. El Evangelio y la misión de la Iglesia en el tiempo del fin: el “fracaso” de la transformación social y el resurgir de la misericordia en medio del juicio

1 Timoteo 2:1-4 RVC
1 Ante todo, exhorto a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres;
2 por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, para que vivamos con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y honestidad.
3 Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador,
4 el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen a conocer la verdad.

La postguerra trajo transformaciones muy profundas y cada vez más rápidas en todo el mundo, y la iglesia no fue una excepción. Comenzando como preocupación social, rápidamente se establecieron corrientes de pensamiento teológico dentro de las iglesias evangélicas enfocadas en la transformación social. Pero no estábamos haciendo nada nuevo, la Iglesia Católica ya lo venía intentando desde sus orígenes, allá por el siglo IV.

Hay una historia reciente muy rica en relación con esas corrientes teológicas, con mucha producción y debate. Persisten hasta el día de hoy en las corrientes de transformación social y política, integrando elementos propiamente espirituales y habiéndose despojado de buena parte del humanismo que las corrientes originales.

Sería injusto e incorrecto pretender meter a todos “dentro de la misma bolsa” pero de manera más o menos expresa todas están planteando que la acción de la Iglesia debe incluir el involucramiento en la transformación social, en lo cual creo que ya todos estamos de acuerdo. Pero como corolario suelen concluir, de manera generalmente tácita, negando los acontecimientos disruptivos y catastróficos del período tribulacional y el establecimiento del Reino Mesiánico, que propiamente no viene por la acción secuencial y progresiva de la Iglesia actual.

Obviamente que ha habido mucha discusión teológica al respecto, sin que resultara definitoria. Hoy nos encontramos con que este “Evangelio Social” no ha logrado transformar al mundo, que sí ha tenido éxitos parciales en algunos lugares, lo cual redundó en almas rescatadas para Cristo, pero la sociedad como todo se precipita con gran velocidad hacia el pecado y el rechazo de Dios en todas sus formas, que los ejemplos contrarios son sólo unas pocas luces en medio de la oscuridad, sin ninguna posibilidad razonable de extenderse por sus propios medios. Que incluso muchos proyectos no dieron los resultados esperados y el discurso de ese Evangelio no alcanzó para responder las urgentes preguntas de la actualidad. Los hechos están terminando de cerrar la discusión teológica que generó: el Evangelio Social, de la Transformación Social, del mejoramiento progresivo, con todo lo que tiene de valioso, no es la verdad definitiva y sus conclusiones son falsas; aunque todavía unos cuantos siguen aferrados a él, con un gran esfuerzo mental para aislarse cada vez más de la realidad y mantener un optimismo ingenuo.

¿Cómo llegamos a eso? Es un camino largo, no pretendo analizarlo, pero puedo decir que uno de los errores ha sido (como siempre) nuestra mala lectura de la Biblia. Vamos a las sencillas instrucciones que le dio Pablo a Timoteo; ¿hay aquí un germen de transformación social? Sí, por supuesto, de hecho, ¡toda la Biblia ES TRANSFORMACIÓN SOCIAL!, pero ¿eso significa que debíamos esperar que tal cosa ocurriera? No. La expectativa de Pablo aquí es que podamos vivir “con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y honestidad”, y eso, en la mayoría de los países, implica de por sí un enorme cambio, pero finalmente NO ES el establecimiento del Reino de Dios en la Tierra. Creo que hemos estirado la interpretación de aquellos pasajes que nos estaban exhortando a orar y trabajar para que la situación social sea tolerable hasta el punto de hacerles prometer que efectivamente lograríamos transformar toda la sociedad.

Hermanos, seamos claros: la Biblia nunca ha sido optimista en relación con el hombre no redimido, y nunca nos ha prometido que toda la humanidad sería salva antes del final del programa divino para tratar con el pecado. Quizás haya sido este “pesimismo” que fue exagerado en las iglesias evangélicas de tiempo atrás, y el desinterés social subsecuente, lo que provocó, como reacción, el surgimiento del (optimista) Evangelio Social.

La realidad del fin de los tiempos, claramente visible para todo aquel que analice con sinceridad las noticias, ha decretado el “fin” de ese modelo; pero sólo en el sentido de su escatología: definitivamente no traeremos el Reino nosotros y el mundo no mejorará progresivamente, y sí sucederá una destrucción y remoción masiva. ¡Pero exactamente la misma realidad ha vuelto imperioso poner en práctica sus postulados! Hoy, en medio de los juicios que se están desatando en este tiempo del fin, es necesario que la misericordia y el poder sanador y restaurador del Espíritu sean manifestados como nunca antes sobre la Tierra a través de la Iglesia fiel; no para transformar lo que ya está destinado a la destrucción y no tiene redención posible, sino para traer alivio en medio del dolor y mostrar que el Juez de toda la Tierra sigue teniendo misericordia de los que se arrepienten. Poder sanador, restaurador y transformador NO HUMANO, no con nuestras “buenas intenciones cristianas” porque eso no alcanzará ya para casi nada, sino profundamente divino. Hermanos, podemos hacer comedores si queremos, pero hoy hace falta literalmente que reproduzcamos muchas veces el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Podemos proveer asistencia médica, pero servirá de poco si no se manifiesta el poder de hacer milagros. Podemos dar alojamiento y refugio, pero si no manifestamos el poder de detener los vientos, serán muy pocos los beneficiados. Ese es el verdadero “Evangelio Social” que se requiere hoy.

No detendremos los juicios de Dios, pero como, precisamente, se trata de juicios DE DIOS, es decir, de NUESTRO PADRE, podemos interceder por misericordia, siempre y cuando esa misericordia evidencia la autoridad divina. Aún podremos evitar o disminuir algunos de Sus juicios, pero solo algunos; pensar más que eso es caer en un triunfalismo muy propio de los evangélicos pero muy poco real también.


Danilo Sorti




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