sábado, 30 de septiembre de 2017

267. La paz como fruto del Espíritu

Romanos 16:20 RVC
20 Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes.


El concepto de paz aquí, que retoma el “shalom” del Antiguo Testamento, tiene más que ver con relaciones armónicas, ausencia de agresión, un estado de bienestar y progreso que surge de la paz. Primariamente es paz con Dios:

Efesios 2:14-18 RVC
14 Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación
15 y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz,
16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades.
17 Él vino y a ustedes, que estaban lejos, les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca.
18 Por medio de él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu.

La paz interior solo es posible cuando estamos en paz con Dios, pero como estamos “en guerra” por habernos rebelado como raza, sólo Dios puede ofrecernos una “embajada de paz”, que es el sacrificio de Cristo. Recibiendo y creciendo en esa paz es que podemos tener paz y transmitir paz. Es la revelación de la reconciliación, expuesta en la cruz, la que nos da paz; son las mismas palabras del Padre que nos asegura que ya no nos demandará por nuestras faltas porque fueron pagadas.

La paz del espíritu viene de saber ciertísimamente que no tendrá que “enfrentarse” contra Dios, por lo que el resto de los seres espirituales no son verdadero problema. Al no tener que prepararse para esa “guerra”, puede utilizar sus recursos en construir, edificar, crecer. El alma recibe paz y el cuerpo vive saludablemente.

“Shalom”, antes y ahora, el saludo hebreo al que luego Pablo unió la expresión “gracia”, es una ingeniosa forma de ministrarse mutuamente esta paz, aunque poco efectiva si no está dinamizada por el Espíritu. Sin embargo, podríamos considerar seriamente esta costumbre como una forma de “animarnos unos a otros”;

Hebreos 3:13 RVC
13 Más bien, anímense unos a otros día tras día, mientras se diga «Hoy», para que el engaño del pecado no endurezca a nadie.

La ira es lo opuesto a la paz, y en el mundo de hoy lo vemos cada vez más. La persona dominada por la ira realmente no razona, y esto lo he visto intentando razonar con ateos airados, difícilmente uno logre que analicen un argumento. Cada vez más, las expresiones humanas están dominadas por la ira, que explota aquí y allá por razones mínimas, o a veces sin razón. El hombre está enojado contra un “Dios” que lo ha rechazado, que sigue en guerra. Por lo tanto, no enseñar adecuadamente sobre la obra de la cruz y la reconciliación en Cristo a los cristianos es mantener un cierto nivel de enojo en lo oculto.

Hay que hacer una diferencia aquí, porque también claramente la Biblia nos habla de la ira de Dios. Una búsqueda rápida en la Biblia nos arroja bastantes pasajes en donde ambos términos aparecen juntos. Como no tenemos en uso suficientes palabras para expresar esta diferencia, se nos confunde, pero quizás el término que mejor se aplique sea el de “ira santa” que no es más que una forma de bondad o justicia. Entonces, hay una diferencia entre la ira pecaminosa del hombre y la ira santa de Dios, que también puede expresarse justamente en el hombre, y a veces de manera violenta, tal como la conocida imagen de Jesús expulsando a los comerciantes del Templo (y uno no puede evitar preguntarse qué pasaría si entrara hoy…).

Apocalipsis 15:1 RVC
1 En el cielo vi otra señal, grande y asombrosa: Eran siete ángeles, que tenían las siete últimas plagas, con las cuales la ira de Dios quedaba satisfecha.

La ira de Dios tiene un límite y un propósito, es terrible sin lugar a dudas, pero está perfectamente “circunscripta” a Sus propósitos justos, muy diferente a la ira pecaminosa que se sale de control, que no tiene un propósito de justicia sino de venganza. Una vez que creímos en Cristo, podemos estar en paz con Dios, pero la paz con los hombres (hechos a imagen de ese mismo Dios) no llega tan fácil, por lo que, para seguir manteniendo la paz, necesitamos recordar:

Romanos 12:19 DHH
19 Queridos hermanos, no tomen venganza ustedes mismos, sino dejen que Dios sea quien castigue; porque la Escritura dice: mí me corresponde hacer justicia; yo pagaré, dice el Señor.

El deseo de venganza viene por un daño infligido, real o simbólico, pasado o futuro, efectivo o potencial, hacia nosotros o hacia los que queremos; es decir, un “acto de guerra”. Y tiene que ver con el “tamaño” de ese daño, y lo “irreversible” de la situación generada, es decir, con una valoración del daño creado; pero cuando tenemos la correcta perspectiva de quién en Dios, de lo superfluo y pasajero de esta vida, de las recompensas eternas de un Dios perfectamente justo, ¿qué daño es verdaderamente grande?

El pasaje que citamos al principio tiene una aparente contradicción; mientras Pablo habla del “Dios de paz” está declarando que ese mismo Dios aplastará al Enemigo, lo cual es claramente un acto de guerra. La paz como fruto del Espíritu, no obscurece la realidad de la guerra espiritual, ni deberíamos caer en una “pacificación pecaminosa” y políticamente conveniente, tal como se manejan muchos líderes hoy, haciendo gala de un falso fruto de paz. La verdadera paz es saber que estamos en paz con el Santo y Todopoderoso, a la vez que sabemos que eso significa una guerra abierta y declarada contra el Adversario. Sólo puede existir la perfecta paz de Dios si estamos combatiendo decididamente en la guerra espiritual, ¿paradójico, no?

Por último, una recomendación en relación con la madurez espiritual:

Hebreos 3:7-8 RVC
7 Por eso, como dice el Espíritu Santo: «Si ustedes oyen hoy su voz,
8 no endurezcan su corazón, como lo hicieron en el desierto, en el día de la tentación, cuando me provocaron.

“No endurezcan” se repite seis veces en la traducción Reina Valera 1960, lo cual es simbólico por ser número de hombre. El Espíritu nos habla, es la voz del Señor, nosotros podemos aceptar o rechazar esa voz, si la aceptamos somos sanados y ministrados, pero si nuestra alma sigue demasiado viva y gritando fuerte, poco podemos hacer. Si una vez aceptamos la embajada de Paz del Señor y fuimos reconciliados, continuemos permitiendo que Sus palabras de paz penetren y se establezcan, que Su perspectiva de las cosas nos haga ver la inutilidad de nuestra ira, y que la fe en Su justicia nos permita descansar en Su venganza. Que los testimonios de los que así lo hicieron nos alimenten, y que unos a otros nos ministremos paz. Así brillaremos de una manera incomprensible para un mundo que está preso cada vez de más ira, exactamente la misma que siente el Adversario porque sabe que le resta muy poco tiempo ya.


Danilo Sorti




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