martes, 19 de septiembre de 2017

242. ¿Cuán grave es mi pecado? ¿Debo ocuparme de eso…?

Deuteronomio 18:13 DHH
13 Ustedes deben ser perfectos en su relación con Dios.

Mateo 5:48 DHH
48 Sean ustedes perfectos, como su Padre que está en el cielo es perfecto.

1 Pedro 1:16 DHH
16 pues la Escritura dice: ustedes santos, porque yo soy santo.


La santidad en la vida ha sido siempre un tema complicado para los cristianos, pasando de un aparente extremo a otro, difícilmente alcanzando el equilibrio que viene de la verdad bíblica.

Si algo debe quedar en claro antes de empezar siquiera a hablar del tema es que no hay ningún “término medio aceptable”. No hay ninguna “segunda norma” ni tampoco “cristianos de segunda selección”. La norma de un Dios santo y perfecto, para las criaturas que fueron hechas conforme Su propia esencia, es la misma santidad y perfección.

Como eso resultaba imposible, desde el mismo principio Dios anunció el sacrificio perfecto que limpiaría nuestros pecados, de tal forma que pudiéramos acercarnos a Él con total libertad y seguridad, sacrificio que es Cristo.

Con esto, la prédica cristiana oscilaría entre quitar más o menos relevancia a la cruz de Cristo para introducir una cierta cantidad de prácticas a fin de “ganar” la salvación o “subir algunos escalones” para el cielo o “evitar perderla” por determinados pecados; y la “gracia indulgente” que nos evita la necesidad de santificarnos en la vida diaria. Entremedio, la santidad muchas veces fue “recortada” a determinadas prácticas y creencias, de tal forma que sea una “santidad” fácilmente alcanzable.

Siempre resulta difícil para el hombre vivir entre la tensión de la santidad posicional (por el sacrificio de Cristo) y la santidad vivida (una vida transformada), en el fondo porque depende puramente de la gracia divina pero exige nuestra participación decidida, lo que es “vivir en la gracia” y no simplemente “hacer la plancha en la gracia” ni “caer de la gracia”… ¡en la desgracia!

Lo cierto es que cuando hay un llamado a la santidad o a la perfección tiene que ver con la vida práctica y no con la santidad posicional.

En el Antiguo Pacto, Dios le da a Israel el sistema de sacrificios para limpiarse de pecados (mirando hacia la futura obra de Cristo) y cuando leemos la exhortación de Deuteronomio 18:13 está hablando de las prácticas de las naciones paganas; eso no tenía nada de “posicional”, ¡era perfectamente “vivencial”! El mandato de Mateo 5:48 se encuentra, precisamente, “en medio” del Sermón del Monte, ¡nada filosófico ni místico, todo perfectamente concreto! La referencia de 1 Pedro 1:16 da inicio a una sección sobre la vida práctica del cristiano.

De más está decir que TODA LA PALABRA DE DIOS está llena de exhortaciones y recomendaciones a VIVIR en santidad y no solamente a RECIBIR la santificación de Dios, aunque hoy se ha vuelto muy común “olvidar” esos pasajes de la predicación cristiana y reemplazarlos por las promesas y el éxito, de tal forma que la vida que agrada a Dios es aquella que alcanza el “éxito” (en algo, vaya uno a saber en qué; normalmente riquezas, salud y fama) por creer en Sus promesas. Nada de santidad, nada de carácter transformado (a no ser en el ámbito de la fe).

A veces la santidad es mezclada con una abundante dosis de psicología cristiana, y no estoy hablando en contra de ella pero sí contra la tentación de reemplazar el verdadero poder que nos lleva a la santidad por el (muy escaso) poder de la mente humana. La psicología puede ser una herramienta muy interesante, pero aún la mejor herramienta, sin la mano que la mueva, sirve solo de pisapapeles.

2 Corintios 13:9 DHH
9 Por eso nos alegramos cuando somos débiles, con tal de que ustedes sean fuertes; y seguiremos orando para que lleguen a ser perfectos.

Colosenses 1:28-29 DHH
28 Nosotros anunciamos a Cristo, aconsejando y enseñando a todos en toda sabiduría, para presentarlos perfectos en Cristo.
29 Para esto trabajo y lucho con toda la fuerza y el poder que Cristo me da.

Hebreos 13:20-21 DHH
20 Que el Dios de paz, que resucitó de la muerte a nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, quien con su sangre confirmó su alianza eterna,
21 los haga a ustedes perfectos y buenos en todo, para que cumplan su voluntad; y que haga de nosotros lo que él quiera, por medio de Jesucristo. ¡Gloria para siempre a Cristo! Amén.

Filipenses 3:12-16 DHH
12 No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto; pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo, puesto que Cristo Jesús me alcanzó primero.
13 Hermanos, no digo que yo mismo ya lo haya alcanzado; lo que sí hago es olvidarme de lo que queda atrás y esforzarme por alcanzar lo que está delante,
14 para llegar a la meta y ganar el premio celestial que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús.
15 Todos los que ya poseemos una fe madura, debemos pensar de esta manera. Si en alguna cosa ustedes piensan de otro modo, Dios les hará ver esto también.
16 Pero, eso sí, debemos vivir de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado.

De los pasajes anteriores nos queda claro que esta santificación es un proceso, no un hecho instantáneo (como sí lo es la santidad posicional), y aquí surgen unos cuantos conflictos.

En el fondo, no es tan difícil aceptar que debemos crecer en una vida santa (aunque es más difícil hacerlo), pero ¿cómo se hace en el día a día?

La “ambición espiritual” nos puede llevar a querer ser “absolutamente santos” enseguida, y eso no es posible, por lo que la frustración asoma a la vuelta de la esquina, y detrás de ella viene la desesperanza y el abandono, o la hipocresía y el cinismo. La realidad implica aceptar el pecado que sigue morando en mí y que, aunque creo en Cristo, en realidad, como le pasó a Pedro en Juan 21, lo “quiero” pero no lo “amo” con amor perfecto. Quiero seguir a Dios pero no del todo, creo pero no al cien por ciento, deseo hacer el bien pero todavía me atrae algo del mal, y aunque estoy en el camino de la salvación y voy a ir al cielo cuando muera (si el Señor no viene antes) todavía me gusta dar un paseíto por el camino ancho, de vez en cuando.

Esta posición de continua tensión no es fácil, mucho menos para el cristianismo supersimplificado de fórmulas cortas y efectistas.

Dios está trabajando conmigo, y lo mejor que puedo hacer es colaborar con Él, ¡no armar mi propio programa de santificación! Me atrevería a decir que Dios siempre va “trabajando por partes” con nosotros, probablemente en este momento esté trabajando con algunas áreas de mi vida y lo va a hacer durante un tiempo, hasta alcanzar determinadas metas que Él sabe; una vez alcanzadas, pasará a otras áreas y / o a otros niveles. En todo caso, Su obra siempre será “por partes” y gradual; eso quiere decir que mientras estoy creciendo en determinados aspectos, otros están todavía bastante mal, pero por ahora van a seguir así, hasta que llegue el momento en que el Espíritu se ocupe de ellos.

¿Qué voy a hacer? ¿Me afligiré por lo que me falta en vez de celebrar lo que Dios ya ha logrado en mí? ¿O más vale doy gracias por lo que alcancé y me mantengo humilde sabiendo que aún me falta mucho?

La santificación del creyente es un tema presente desde los mismos orígenes del cristianismo. Es también uno de los más atacados hoy porque Satanás sabe que si pecamos voluntariamente estamos desprotegidos contra sus ataques, ¡y hasta ahora ha tenido un éxito enorme! No somos salvos por nuestra vida santa (que nunca lo será perfectamente) sino por el sacrificio de Cristo, pero sin una vida santa seremos absolutamente miserables e improductivos, y a lo mejor terminamos deslizándonos de la gracia (sí, también es posible, aunque no “fácil”, llegar al punto de perder la salvación).

La predicación cristiana, especialmente la masiva, evita furiosamente una correcta enseñanza sobre la santidad práctica. Aún muchos de los mensajeros que sinceramente buscan al Señor se entretienen en diversos temas sin darle suficiente importancia a la santificación: profecías, proyectos de extensión del Reino, la salvación de las almas, bendecir a los necesitados, etc. Necesitamos rogar al Señor que nos perdone este “descuido”, que nos enfoque correctamente, ¡y que nos santifique en todo nuestro ser!



Danilo Sorti




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