domingo, 3 de septiembre de 2017

221. El problema de Job: apenas un ser humano o nada menos que un ser humano

Job 7:17-21 RVC
17 ¿Qué es el ser humano, que lo engrandeces, y lo tienes tan cerca de tu corazón?
18 ¿Por qué lo visitas todos los días, y a todas horas lo pones a prueba?
19 ¿Cuándo vas a dejar de vigilarme? ¿Cuándo vas a dejarme siquiera tragar saliva?
20 Si he pecado, ¿qué daño puedo hacerte? ¡Deja ya de vigilar a los seres humanos! ¿Por qué te ensañas tanto conmigo? ¿Por qué me ves como una carga?
21 ¡Quítame esta rebeldía, y perdona mi maldad! Así podré volver a ser polvo, y si mañana me buscas, ya no existiré.»


Siempre es un problema hablar de Job, porque al final resulta muy fácil estar cómodamente sentado frente a una computadora, con una taza de café al lado, en el hogar y rodeado de la familia mientras se analiza la vida de alguien que pasó por una experiencia tremendamente distinta. Pero la única razón por la que me atrevo a hacerlo es porque finalmente todo lo que se escribió fue para nuestra enseñanza, y si no somos capaces de desenterrar los tesoros de sabiduría que contiene la Palabra de Dios, ¿de qué nos aprovecha? Así que, intentemos con mucha humildad ver algo de lo que estaba pasando Job.

Como vivimos en la época donde predomina el falso evangelio de la prosperidad, Job sigue siendo un problema, un libro que preferirían borrar de la Biblia, a no ser para basarse en una sola frase, “lo que más temía, me ha sucedido”, y armar una doctrina a partir de ella, lo cual es una aberración teológica desde donde se lo mire.

Sin embargo, Job no era perfecto, ¡claro!, era un hombre. Bueno, no digo esto para que procuremos compararnos con él porque la mayoría estaríamos demasiado lejos como para verlo siquiera, pero sí creo que hay algunas cosas que nos pueden servir, porque su experiencia, aunque extrema, no es diferente (generalmente en menor grado) a la de todos los hombres.

Y leyendo el libro, me parece entrever en sus páginas un concepto más bien pobre del valor y el rol del ser humano. Es lógico en cierto sentido que así sea, ellos no tenían todavía la revelación más plena que nos vino con Jesucristo, por lo que probablemente no pudieran entender todo el valor del ser humano. De todas formas, esa era su realidad y a partir de ella interpretaban su mundo.

“¿Qué es el ser humano?” y frases parecidas podían venir de este razonamiento: “Si el hombre es un ser de tan poco valor, ¿para qué tanta atención sobre él? ¿por qué no, más bien, dejarlo que sea feliz con lo poco que tiene en la vida y listo?”

Es comprensible que ellos no tuvieran una revelación mucho mayor que esa, pero no es tan comprensible que los creyentes hoy día sigan manteniéndose allí. Aunque si vamos más en profundidad no podemos olvidarnos que ellos ya tenían Génesis 1 y 2, por lo que sabían que el ser humano era imagen de Dios, lo más importante de Su creación, por lo que “reducirse” a un lugar inferior tampoco estaba del todo justificado.

¿Y qué ganamos cuando queremos convencernos de que somos mucho menos de lo que en realidad somos? Fácil; menos responsabilidad, menos preocupación por rendir cuentas, menos esfuerzo en buscar el propósito del Creador para nosotros… y menos necesidad de perfeccionamiento. ¿Quién se preocupa en mantener perfectamente pulida y lisa una bandeja de plástico común? Nadie. En cambio, una bandeja de plata se limpia, se pule y se cuida para que esté continuamente brillando. Cuando tenemos un auto viejo, no nos afligimos demasiado si tiene alguna abolladura o la pintura está saltada, pero si tenemos un cero kilómetro, corremos a tapar el más pequeños arañazo.

Vamos un poco más. Si mis hijos son gente común, unos más “del montón”, ¿para qué esforzarme en que tengan la mejor educación que les pueda dar? ¿Para qué gastar demasiado tiempo y dinero en ellos? En otro artículo hablé sobre el tema, Latinoamérica no se caracteriza por tener buenos padres (me refiero a los varones) y los hijos muchas veces son vistos como una carga o molestia que nos impide “desarrollarnos y disfrutar de la vida”. Si ellos son “comunes”, sin propósito importante, sin destino de grandeza, ¿para qué invertir allí?

Lo mismo pasa con nuestro cónyuge, y con nuestra familia, y necesariamente con nuestra iglesia. Si yo soy líder y la gente a la que sirvo son “unos más del montón”, ¿para qué esforzarme demasiado por ellos? ¿llegar a dar mi vida? ¡de ninguna manera! Basta un programa prearmado de crecimiento de iglesia, unos mensajes enlatados y simplemente cumplir “el oficio” pastoral conforme a un modelo establecido, ¡nada de involucrar el corazón, el alma y el espíritu en el ministerio!

Pero vamos un poco más allá. Al final de cuentas, los seres humanos no somos tan creativos como nos gusta pensar ni tenemos tanta capacidad de inventiva. El mandato: “Traten a los demás como ustedes quieran ser tratados.” (Lucas 6:31 RVC) “esconde” una realidad: inevitablemente estamos tratando a los demás como nos tratamos a nosotros mismos, claro, no como realmente quisiéramos ser tratados, sino como consideramos que debiera serlo. Y entonces, el que “no es importante” resulto ser yo mismo, porque la separación de Dios me dañó y no he terminado de reconciliarme con Él ni de aceptar mi posición en el cielo.

Pero cuando acepto mi nueva posición y todo lo que ello implica, acepto que no soy cualquier cosa, que hay un destino eterno glorioso, que el actual “yo” no puede entrar así como está y que es necesario perfeccionarlo… ¡y ahí es cuando puedo aceptar el dolor y el sufrimiento, como herramientas necesarias para mi transformación! Claro, aceptar, no digo disfrutar!! Todos los alumnos aceptan los exámenes como parte indispensable de su formación, pero no creo que muchos los disfruten, al menos los míos no…

El tamaño de la prueba que el Señor nos manda está en función del “tamaño” de lo que Él quiere lograr en nosotros, del tesoro espiritual (para esta vida y la futura) que está logrando en nosotros. Así que, ante la prueba, también tenemos que buscar la dimensión de revelación que se nos quiere dar.

Nada menos que el mismo Satanás fue delante de Dios para acusar a Job, no envió ningún emisario, ningún lugarteniente, ¡fue el mismo jefe de las tinieblas! Vaya si era importante Job. Y así, el Adversario se transformó en la misma herramienta de Dios para hacer de Job un ejemplo de paciencia y recompensa divina que fortaleció a millones de personas a lo largo de los siglos. Le salió “el tiro por la culata”…

El mayor éxito del ejército demoníaco es borrar la imagen de valor que Dios ha puesto en nosotros, y nuestro mayor desafío es recuperarla. Las pruebas son parte de la herramienta divina para ello. No podemos evitarlas, pero si le pedimos voluntariamente al Señor que nos revele quiénes somos de verdad, cuál es el maravilloso destino de grandeza que tenemos reservado, podremos transitarlas de una forma muy distinta, y podremos llegar a cumplir el propósito aquí de una mejor forma y no “a los tumbos”.

Evitemos esa aparente humildad de menospreciar lo que Dios valoró por encima de todo, aún de la vida de Su propio Hijo. ¿Quién tiene derecho a decir quién soy yo y cuánto valgo? No Satanás, por supuesto. Tampoco las personas, ni mis padres, ni mis maestros, ni mi cónyuge, ni nadie. ¡Pero tampoco yo mismo! Sólo Dios tiene el derecho exclusivo de definir quién soy y cuánto valgo, y lo que dice es mucho, realmente mucho. ¿Estamos dispuestos a vivir en ese nivel? ¡Señor, ayúdanos!


Danilo Sorti




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