Job 7:17-21 RVC
17 ¿Qué es el ser humano, que lo engrandeces,
y lo tienes tan cerca de tu corazón?
18 ¿Por qué lo visitas todos los días, y a todas
horas lo pones a prueba?
19 ¿Cuándo vas a dejar de vigilarme? ¿Cuándo
vas a dejarme siquiera tragar saliva?
20 Si he pecado, ¿qué daño puedo hacerte?
¡Deja ya de vigilar a los seres humanos! ¿Por qué te ensañas tanto conmigo?
¿Por qué me ves como una carga?
21 ¡Quítame esta rebeldía, y perdona mi
maldad! Así podré volver a ser polvo, y si mañana me buscas, ya no existiré.»
Siempre es un problema hablar de Job, porque
al final resulta muy fácil estar cómodamente sentado frente a una computadora,
con una taza de café al lado, en el hogar y rodeado de la familia mientras se
analiza la vida de alguien que pasó por una experiencia tremendamente distinta.
Pero la única razón por la que me atrevo a hacerlo es porque finalmente todo lo
que se escribió fue para nuestra enseñanza, y si no somos capaces de
desenterrar los tesoros de sabiduría que contiene la Palabra de Dios, ¿de qué
nos aprovecha? Así que, intentemos con mucha humildad ver algo de lo que estaba
pasando Job.
Como vivimos en la época donde predomina el
falso evangelio de la prosperidad, Job sigue siendo un problema, un libro que
preferirían borrar de la Biblia, a no ser para basarse en una sola frase, “lo
que más temía, me ha sucedido”, y armar una doctrina a partir de ella, lo cual
es una aberración teológica desde donde se lo mire.
Sin embargo, Job no era perfecto, ¡claro!,
era un hombre. Bueno, no digo esto para que procuremos compararnos con él
porque la mayoría estaríamos demasiado lejos como para verlo siquiera, pero sí
creo que hay algunas cosas que nos pueden servir, porque su experiencia, aunque
extrema, no es diferente (generalmente en menor grado) a la de todos los
hombres.
Y leyendo el libro, me parece entrever en sus
páginas un concepto más bien pobre del valor y el rol del ser humano. Es lógico
en cierto sentido que así sea, ellos no tenían todavía la revelación más plena
que nos vino con Jesucristo, por lo que probablemente no pudieran entender todo
el valor del ser humano. De todas formas, esa era su realidad y a partir de
ella interpretaban su mundo.
“¿Qué es el ser humano?” y frases parecidas
podían venir de este razonamiento: “Si el hombre es un ser de tan poco valor,
¿para qué tanta atención sobre él? ¿por qué no, más bien, dejarlo que sea feliz
con lo poco que tiene en la vida y listo?”
Es comprensible que ellos no tuvieran una
revelación mucho mayor que esa, pero no es tan comprensible que los creyentes
hoy día sigan manteniéndose allí. Aunque si vamos más en profundidad no podemos
olvidarnos que ellos ya tenían Génesis 1 y 2, por lo que sabían que el ser
humano era imagen de Dios, lo más importante de Su creación, por lo que “reducirse”
a un lugar inferior tampoco estaba del todo justificado.
¿Y qué ganamos cuando queremos convencernos
de que somos mucho menos de lo que en realidad somos? Fácil; menos
responsabilidad, menos preocupación por rendir cuentas, menos esfuerzo en
buscar el propósito del Creador para nosotros… y menos necesidad de
perfeccionamiento. ¿Quién se preocupa en mantener perfectamente pulida y lisa
una bandeja de plástico común? Nadie. En cambio, una bandeja de plata se
limpia, se pule y se cuida para que esté continuamente brillando. Cuando
tenemos un auto viejo, no nos afligimos demasiado si tiene alguna abolladura o
la pintura está saltada, pero si tenemos un cero kilómetro, corremos a tapar el
más pequeños arañazo.
Vamos un poco más. Si mis hijos son gente
común, unos más “del montón”, ¿para qué esforzarme en que tengan la mejor
educación que les pueda dar? ¿Para qué gastar demasiado tiempo y dinero en ellos?
En otro artículo hablé sobre el tema, Latinoamérica no se caracteriza por tener
buenos padres (me refiero a los varones) y los hijos muchas veces son vistos
como una carga o molestia que nos impide “desarrollarnos y disfrutar de la
vida”. Si ellos son “comunes”, sin propósito importante, sin destino de
grandeza, ¿para qué invertir allí?
Lo mismo pasa con nuestro cónyuge, y con
nuestra familia, y necesariamente con nuestra iglesia. Si yo soy líder y la
gente a la que sirvo son “unos más del montón”, ¿para qué esforzarme demasiado
por ellos? ¿llegar a dar mi vida? ¡de ninguna manera! Basta un programa
prearmado de crecimiento de iglesia, unos mensajes enlatados y simplemente
cumplir “el oficio” pastoral conforme a un modelo establecido, ¡nada de
involucrar el corazón, el alma y el espíritu en el ministerio!
Pero vamos un poco más allá. Al final de
cuentas, los seres humanos no somos tan creativos como nos gusta pensar ni
tenemos tanta capacidad de inventiva. El mandato: “Traten a los demás como
ustedes quieran ser tratados.” (Lucas 6:31 RVC) “esconde” una realidad:
inevitablemente estamos tratando a los demás como nos tratamos a nosotros
mismos, claro, no como realmente quisiéramos ser tratados, sino como
consideramos que debiera serlo. Y entonces, el que “no es importante” resulto
ser yo mismo, porque la separación de Dios me dañó y no he terminado de
reconciliarme con Él ni de aceptar mi posición en el cielo.
Pero cuando acepto mi nueva posición y todo
lo que ello implica, acepto que no soy cualquier cosa, que hay un destino
eterno glorioso, que el actual “yo” no puede entrar así como está y que es
necesario perfeccionarlo… ¡y ahí es cuando puedo aceptar el dolor y el
sufrimiento, como herramientas necesarias para mi transformación! Claro,
aceptar, no digo disfrutar!! Todos los alumnos aceptan los exámenes como parte
indispensable de su formación, pero no creo que muchos los disfruten, al menos
los míos no…
El tamaño de la prueba que el Señor nos manda
está en función del “tamaño” de lo que Él quiere lograr en nosotros, del tesoro
espiritual (para esta vida y la futura) que está logrando en nosotros. Así que,
ante la prueba, también tenemos que buscar la dimensión de revelación que se
nos quiere dar.
Nada menos que el mismo Satanás fue delante
de Dios para acusar a Job, no envió ningún emisario, ningún lugarteniente, ¡fue
el mismo jefe de las tinieblas! Vaya si era importante Job. Y así, el
Adversario se transformó en la misma herramienta de Dios para hacer de Job un
ejemplo de paciencia y recompensa divina que fortaleció a millones de personas
a lo largo de los siglos. Le salió “el tiro por la culata”…
El mayor éxito del ejército demoníaco es
borrar la imagen de valor que Dios ha puesto en nosotros, y nuestro mayor
desafío es recuperarla. Las pruebas son parte de la herramienta divina para
ello. No podemos evitarlas, pero si le pedimos voluntariamente al Señor que nos
revele quiénes somos de verdad, cuál es el maravilloso destino de grandeza que
tenemos reservado, podremos transitarlas de una forma muy distinta, y podremos
llegar a cumplir el propósito aquí de una mejor forma y no “a los tumbos”.
Evitemos esa aparente humildad de
menospreciar lo que Dios valoró por encima de todo, aún de la vida de Su propio
Hijo. ¿Quién tiene derecho a decir quién soy yo y cuánto valgo? No Satanás, por
supuesto. Tampoco las personas, ni mis padres, ni mis maestros, ni mi cónyuge,
ni nadie. ¡Pero tampoco yo mismo! Sólo Dios tiene el derecho exclusivo de
definir quién soy y cuánto valgo, y lo que dice es mucho, realmente mucho.
¿Estamos dispuestos a vivir en ese nivel? ¡Señor, ayúdanos!
Danilo Sorti
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