1 Tesalonicenses 4:15-18 RVC
15 Les decimos esto como una enseñanza del
Señor: Nosotros, los que vivimos, los que habremos quedado hasta que el Señor
venga, no nos adelantaremos a los que murieron,
16 sino que el Señor mismo descenderá del
cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los
muertos en Cristo resucitarán primero.
17 Luego nosotros, los que aún vivamos y
hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, para
recibir en el aire al Señor, y así estaremos con el Señor siempre.
18 Por lo tanto, anímense unos a otros con
estas palabras.
El mensaje de Cristo tuvo desde el principio
una esperanza muy clara. En realidad son dos, aunque muy relacionada. La
primera es la esperanza del Reino Milenial o Reino Davídico Restaurado, y esa
es la que más aparece en los textos que se refieren al futuro. La segunda,
superior a la primera, es el cielo, la vida eterna con Cristo, aunque no está
separada de la primera.
Esa esperanza es la que hoy muchísimos
pastores han borrado de sus predicaciones, reemplazándola por las promesas de
prosperidad para la vida presente o, en el mejor de los casos, por el deber de
vivir una buena vida cristiana, pero sin una recompensa clara.
2 Juan 1:8 RVC
8 Tengan cuidado de no perder el fruto de su
trabajo, a fin de que reciban el galardón completo.
Nuestro servicio en esta tierra tiene una
recompensa en el cielo, no necesariamente aquí y ahora.
Lucas 16:25 DHH
25 Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, acuérdate
que en vida tú recibiste tu parte de bienes, y Lázaro su parte de males. Ahora
él recibe consuelo aquí, y tú sufres.
Las promesas de prosperidad son contextuales,
no constituyen una verdad absoluta, y aunque es absolutamente cierto que el
corazón del Padre desea darnos toda clase de bienes en esta tierra, es más
cierto que desea conformarnos antes que nada a la imagen de Su Hijo, para
recibir los bienes futuros, que no tienen comparación con los presentes, que no
dejarán de existir nunca y que serán para gozo perpetuo.
Hay una vida glorificada esperando por nosotros,
hay tesoros en el cielo cuando acabemos la jornada en esta tierra. Esa fue la
mayor esperanza de los antiguos, es la misma esperanza que sostiene a los
mártires hoy, es la única que puede realmente purificarnos, ¡y es el principal
deseo del Padre para nosotros!
¿En dónde está puesta tu esperanza, hermano?
¿Realmente tenés una sólida confianza en la vida venidera, tanto como para
regocijarte por anticipado de estar en Su presencia por la eternidad? ¿O el
cielo es para vos como una especie de “premio consuelo” si no recibís los
millones que los apostolobos te prometieron en esta tierra? ¿Realmente el cielo
ocupa un lugar central en tu pensamiento y en tu corazón?
Analizando nuestros pensamientos,
sencillamente “sacando cuentas” de qué cosas ocupan la mayor parte de ellos,
sabremos dónde está nuestro tesoro. Y si nuestro tesoro está en la tierra, pues
bien, el Señor, que es perfectamente justo, nos va a dejar justamente donde
siempre quisimos estar, ¡en la tierra!, para que la “disfrutemos”… si es que podemos,
cuando reine el Anticristo. Pero si nuestro verdadero tesoro está en los
cielos, en estar junto con Él en Su Reino, y no nos afanamos por ninguno de los
bienes terrenales, ¡pues nos llevará con Él!
La abrumadora corriente de materialismo que
se ha metido en la Iglesia nos hizo perder de vista la realidad de los tesoros
celestiales, es hora de que recuperemos la visión clara. Hay una recompensa
maravillosa, hay un futuro eterno con Él, disfrutando de la Trinidad y de la
comunión con los santos transformados de todos los tiempos, hay una nueva
creación, un mundo perfecto, sin ningún rastro de pecado, sin nada “fuera de
lugar”, de perfecto amor y perfecto gozo, un lugar de perfecta sanidad del alma
en el cual Dios mismo secará todas nuestras lágrimas, un lugar en donde
tendremos cuerpos perfectos, nunca más sujetos a la enfermedad o el dolor. Un
lugar en donde no habrá más separación, en donde tendremos millones de personas
para conocer y establecer nuevas relaciones, en donde aún podremos terminar incluso
de estudiar o desarrollar los proyectos que dejamos inconclusos en esta tierra,
en un contexto muy diferente. Un lugar en el que viviremos por la eternidad.
¿Hay alguna comparación con lo mejor que
podamos tener aquí? Aquel que se atreve a “borrar” esta promesa de la
proclamación evangélica, ¿no está cometiendo un pecado terrible? Literalmente,
se trata de una doctrina de demonios, surgida del mismo infierno. Mensajeros
con predicaciones muy bonitas que se “olvidan” del cielo son DIABÓLICOS. Lo
digo de nuevo, predicadores muy “bíblicos y desafiantes” que dejan de hablar de
la recompensa eterna son SATÁNICOS, no importa lo lindo que suenen. ¿No
tendremos algo de eso nosotros también…?
¡Señor, revélanos las recompensas que nos
esperan en el cielo, junto a ti!
Danilo Sorti
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