1 Juan 5:16-18 RVC
16 Si alguno ve que su hermano está
cometiendo un pecado, que no sea de muerte, debe pedir por él, y Dios le dará
vida. Esto vale para los que cometen un pecado que no sea de muerte. Hay
pecados de muerte, y yo no digo que se pida por ellos.
17 Toda injusticia es pecado, pero hay pecado
que no es de muerte.
18 Sabemos que todo aquel que ha nacido de
Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios lo protege,
y el maligno no lo toca.
Si buscamos las palabras: “pecado”,
“pecados”, “pecador” y “pecadores” en la traducción Reina Valera 1960, aparecen
un total de 594 veces; si le agregamos las otras expresiones que se refieren directa
o indirectamente a los mismo tenemos mucho más. Si la realidad del pecado es
tan clara y tan presente en la Revelación Escrita, ¿por qué es tan poco
predicada en las iglesias hoy día? Bueno, creo que no es necesario responder
algo tan obvio…
Esta pérdida de enfoque hacia qué es lo
verdaderamente importante en la vida espiritual ha dado al cristiano y a la
Iglesia en general un andar errático. En tiempos modernos eso se ha
“perfeccionado” sobremanera con el surgimiento de programas integrales en las iglesias,
que son tan amados y alabados por los líderes, pero que en el fondo son
sostenidos por principios muchas veces erróneos, que no se enfocan en lo
principal, o por lo menos no lo hacen de manera completa o consistente, pero
que, fundamentalmente, al cambiar periódicamente van generando una confusión
programada. Bueno, no siempre hay tales programas, a veces es mucho más
sencillo: simple y puro desvío y cambio de camino constante, nada más.
La iglesia primitiva pretendió también tener
una visión comprehensiva de lo que era una de sus principales preocupaciones:
EL PECADO, porque ellos todavía mantenían una visión clara de la revelación. De
allí surge la necesidad de indagar sobre los “pecados capitales”, las raíces de
todos los pecados, porque si bien la Biblia habla mucho sobre el tema, no
tenemos “la lista definitiva” de pecados. Ese sólo hecho debería darnos una
señal de alerta, es decir, deberíamos ser cuidadosos antes de armar una lista
de pecados mencionados de acuerdo al entendimiento que se tiene de ellos en un
momento dado y considerar que eso solo “cierra” el asunto. Pero por otro lado,
no es sabio desechar todo el esfuerzo de nuestros hermanos de la antigüedad que
pretendieron dejarnos algunas herramientas para que pudiéramos avanzar más rápidamente
en la vida cristiana.
Veamos un poco de historia (estoy resumiendo
del artículo “pecados capitales” de Wikipedia):
Cipriano de Cartago (200 – 258) escribió
acerca de ocho pecados principales, posteriormente, Evagrio Póntico (345 – 399)
“escribió en griego Sobre los ocho vicios malvados, una lista de ocho vicios o
pasiones malvadas (logismoi en griego) fuentes de toda palabra, pensamiento o
acto impropio, contra los que sus compañeros monjes debían guardarse en
especial”. En el siglo V, Juan Casiano (360 – 435) actualizó y difundió la
lista. Columbano de Lexehuil (540 – 615) y alcuino de York (735 – 804)
continuaron la idea de los ocho pecados capitales.
La lista, según la expuso Juan Casiano, era:
·
Gula y
ebriedad
·
Avaricia
·
Lujuria
·
Vanagloria
·
Ira
·
Pereza
·
Soberbia
·
Tristeza
En el siglo VI el papa Gregorio Magno (540 –
604) revisó la lista y confeccionó la suya reduciendo los pecados a siete
(consideró que la tristeza era una forma de pereza). Buenaventura de Fidanza
(1218 – 1274) enumeró los mismos Tomás de Aquino cambió el orden, en la forma
que ha ganado más difusión:
·
Soberbia
·
Avaricia
·
Glotonería
·
Lujuria
·
Pereza
·
Envidia
·
Ira
Hasta aquí la historia.
Como este concepto de “pecado capital” ha
sido fuertemente tomado por la iglesia tradicional, las iglesias de la Reforma
no le dieron mucha relevancia. Sin embargo, hoy, con una perspectiva diferente,
podemos entender que en realidad esta lista de pecados no es “católica” sino
más bien el fruto de la iglesia primitiva, que luego fue tomado por la en ese entonces
naciente iglesia católica.
Aunque en el fondo “EL” pecado consiste en no
amar a Dios, y a partir de ese surge la rebelión y se desprenden luego todos
los pecados imaginables e inimaginables, repito, no deberíamos desestimar esta
conceptualización, de alguna manera está resumiendo las manifestaciones
externas básicas del pecado en el ser humano, y a los sendos espíritus que los
alientan.
Es interesante notar como la lista original
fue luego corrompida al quitar la “tristeza”, invisibilizando de esta manera
las motivaciones más internas de los pecados “externos” y obstaculizando
durante siglos el camino hacia la santificación.
Hoy podemos decir que son “capitales”
precisamente porque están en la raíz de todo hecho, pensamiento o deseo
pecaminoso; son alimentados por la rebelión original que en esencia implicó NO
AMAR a Dios y pretenden dar “solución” a las consecuencias del pecado: temor,
vergüenza y culpa. Algunos podrían decir que están encarnados en los “ocho
demonios asignados” para controlar a cada persona (según como algunos han
planteado), porque el poder legal de Satanás se basa en que los humanos
cometamos injusticia, es decir, pecado, por lo que solo puede controlarnos y
profundizar en ese control en la medida que profundicemos nuestro pecado.
La obra de Cristo NO ELIMINÓ la necesidad de
vivir una vida santa, sino más bien nos dio la herramienta definitiva para
lograrlo, solucionando el problema de nuestra original “falta de amor” con la
mayor expresión posible de amor en el universo; eso fue lo que satisfizo la
justicia divina y pagó toda nuestra deuda.
Llevar
esa santidad a la práctica ha sido un problema para todos los cristianos, sólo
puede hacerse con el poder del Espíritu Santo (¡quién es, precisamente, “SANTO”!)
pero NO sin nuestra voluntad consciente:
Colosenses 3:5-6 RVC
5 Por lo tanto, hagan morir en ustedes todo lo que
sea terrenal: inmoralidad sexual, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos
y avaricia. Eso es idolatría.
6 Por cosas como éstas les sobreviene la ira de
Dios a los desobedientes.
Ahora bien, ¿cómo podemos conscientemente
HACER MORIR aquello que no conocemos que TIENE QUE MORIR? Es difícil, yo no
estoy diciendo que el Espíritu no pueda actuar si no soy plenamente consciente
de mis pecados, sino que en ese caso Su obra será más difícil porque yo no
estaré colaborando mucho (más bien, casi nada…).
Satanás puede llegar a tolerar que unos
cuantos sean salvos, pero va a intentar que sean totalmente inefectivos en la
extensión del Reino de los Cielos, por lo que tratará de mantenerlos cargados
de pecados para que el Amado no pueda obrar a través de ellos. De esta forma
los cristianos no solamente no alcanzarán el “mandato original” de Dios para
todo ser humano: ser feliz conforme a la verdadera felicidad que viene de la
unión con el Trino Dios, sino que además evitarán que algún inconverso se
acerque siquiera a “ese nido de ratas llamado iglesia” en el que muchas
congregaciones se han convertido.
Así que, llegamos al punto de reconocer que
debemos tener algún “programa” o “lista” o algo por el estilo que nos permite
identificar la raíz de todo pecado y colaborar activamente con el Espíritu
Santo a la vez que rechazamos efectivamente las insinuaciones de los emisarios
de las tinieblas. Y la lista de los ocho pecados, convenientemente actualizada,
puede resultar una herramienta interesante, aunque en este siglo no sea popular
hablar sobre ellos.
·
ORGULLO,
SOBERBIA: tener un concepto más alto de sí que el correcto, y por lo tanto
pretender ocupar un lugar o tomar decisiones que no nos corresponden, o decidir
sobre cuestiones futuras aparte de las leyes divinas. Es el pecado que
identifica al mismo Satanás, se ve en el Edén cuando el hombre “decide” que no
le iba a pasar nada serio por comer del fruto prohibido. Responde al temor
enfrentando irracionalmente su objeto de miedo, a la vergüenza reafirmando su
posición, a la culpa anulando los cargos. Podría considerarse igual a la
VANAGLORIA.
·
AVARICIA,
AFÁN POR POSEER: deposita en algo, material o no, la seguridad que solo puede venir
de Dios, y por lo tanto necesita poseer en manera desmedida el objeto de su
seguridad. Se ve en Edén al desear tener todo el conocimiento, que no le
correspondía al hombre (al menos no de esa forma y en ese momento). Responde al
temor conjurándolo con el objeto de su posesión, a la vergüenza tapando lo
vergonzoso con cosas, a la culpa acumulando para pagar su expiación.
·
LUJURIA,
PASIONES DESORDENADAS: parecida a la avaricia, deposita su felicidad en
experiencias de satisfacción sin límites y sin orden de deseos naturales que,
en su medida y orden correcto, son buenos. La vemos en Edén en la lujuria por
comer un fruto que se les antojó apetitoso. Responde al temor con el olvido:
disfruta lo más posible hoy para estar lo suficientemente aturdido y no acordarse
de lo que tendrá que enfrentar mañana; a la vergüenza también con el olvido:
¡se olvida de que existe!, y establece un nuevo estándar de moralidad al
“redoblar la apuesta”; a la culpa con lo mismo, olvido y “redoblando” la
apuesta, si comete algo en exceso ya se vuelve normal y desaparece la culpa.
·
GULA,
APETITO VORAZ: deposita su felicidad en la “incorporación” a uno mismo sin
límites, se expresa en el deseo de comer sin medida y es parecido a la lujuria,
solo que en este caso lo que se come termina “formando parte” de uno. Tiene que
ver con algo legítimo y necesario pero exagerado. Responde al temor con el
almacenamiento interno: genero una “protección” de grasa para el tiempo malo,
como los animales que se preparar para hibernar. Responde a la vergüenza
tapándola con “capas” de yo y a la culpa de la misma manera, ahogándola en
comida y bebida.
·
ENVIDIA,
DESEO DE POSEER LO QUE TIENE EL OTRO: en este caso el problema no es “algo”
sino “alguien”, el “otro”; cuando se ve al “otro” feliz (o supuestamente feliz)
se desean dos cosas: poseer lo que tiene porque eso es la “garantía de
felicidad” y destruir al que está “feliz” para que mi infelicidad no quede en
evidencia. En Edén lo vemos cuando el hombre envidia la posición de Dios,
aunque en realidad esa “posición” era un recorte artificial hecho por la misma
Serpiente. Responde al temor destruyendo a quien tiene el objeto que lo
conjura, para poseerlo; a la vergüenza eliminando al que “me pone en evidencia”
para poseer aquello que lo libra a él de su vergüenza, a la culpa eliminando al
que me acusa con su propia justicia.
·
IRA,
ENOJO: tan propio del mundo actual y especialmente de muchas líneas políticas;
es el deseo de destruir al enemigo cuando porque ya no hay otra forma de
solución posible; en el fondo implica considerar la perversión absoluta del
objeto de mi ira, quien además me ha infligido un daño enorme,
desproporcionado. Aparece en Edén en la forma de un enojo encubierto contra ese
“Dios arbitrario” que les había prohibido el maravilloso placer de comer un
fruto en particular. Responde al temor con un estado de alerta extremo para
atacar lo que sea necesario apenas se asome, de tal forma que no llegue a
producir el daño supuesto; a la vergüenza pretendiendo eliminar al que nos
descubre desnudos; a la culpa ejecutando justicia sobre otro de tal forma que
mi propia culpa quede cubierta.
·
PEREZA,
INCAPACIDAD PARA EL SUFRIMIENTO Y EL ESFUERZO: en el fondo la pereza pretende
evitar todo tipo de sufrimiento provocado por cualquier esfuerzo, por lo que
simplemente “deja que las cosas ocurran”, sin intervenir sobre ellas. Se
justifica a sí misma diciendo que “de todas formas no podría lograr nada”. La
vemos en Edén cuando Adán simplemente hace lo que le dice su mujer, sin
cuestionarlo ni corregirlo, y en Eva cuando se deja llevar por la sugerencia de
la serpiente sin buscar el consejo de su esposo. Responde al temor “no
entrometiéndose”, es decir, no agita las aguas para que los poderes del mal no
se enojen y le causen daño; a la vergüenza no exponiéndose en situaciones que
podrían mostrar sus falencias; a la culpa procurando “no hacer nada” para no
llegar a hacer “nada malo”.
·
TRISTEZA,
INCAPACIDAD DE RECIBIR CONSUELO: “me hirieron y permanezco herido”, quizás muy
parecida al orgullo, pero hacia adentro. Claramente se enfoca en el mundo
interior y tiene que ver principalmente con la actitud hacia uno mismo, pero en
esencia es la incapacidad de recibir el consuelo que proviene del Padre (ya que
los traumas y conflictos son inevitables), implica desesperanza, que es lo
mismo, o sea, falta de esperanza en la bondad de Dios expresada a través del
mundo “natural”. La vemos en Edén en la conclusión “y yo comí”, es decir, no
hay expresión de arrepentimiento ni pedido de misericordia porque ya se
considera condenado. Responde al temor anticipándose al daño final y
definitivo, de tal forma que cuando este llegue, “no duela tanto”; a la
vergüenza reconociendo en su interior que es así, para que cuando sea expuesto,
tampoco “duela tanto”; a la culpa asumiéndola y manteniéndola sobre sí, para
que el Juez tenga misericordia al ver cuánto ya se ha castigado a sí mismo.
Bueno, debo reconocer que este artículo no
fue fácil de escribir. El que esté sin pecado, que tire la primera piedra… pero
el que tenga pecado, que se acerque confiadamente al Salvador Resucitado sentado
a la derecha del Juez, que ha ganado el poder para limpiarnos de toda maldad a
través del Bendito Espíritu.
Danilo Sorti
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