sábado, 30 de septiembre de 2017

265. El fruto del Espíritu y las raíces de pecado: ¿cuál es el programa del discipulado cristiano?

Gálatas 5:22-25 RVC
22 Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley.
24 Y los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.
25 Si vivimos por el Espíritu, vivamos también según el Espíritu.

El fruto del Espíritu es lo que el Espíritu produce en nosotros. ¿Cuán importante es esto?

El enfoque de buena parte del cristianismo hoy está contaminado con el evangelio de la prosperidad “duro” o “suave”, que de todas formas es lo mismo y consiste en “cuánto” Dios me pueda dar a mí, mientras ocultamos todos los pasajes que impliquen exigencia o juicio. En mayor o menor medida, esto contamina un buen porcentaje de los que se llaman cristianos. La relación con Dios aquí es de “uso”, muy en consonancia con el espíritu de la época en la que todos somos consumidores del mercado que se expandió hasta abarcarlo todo, y en el cual también consumimos; y todo este proceso motivado por lo que en economía clásica se llama “satisfacción de necesidades” que generalmente oculta al más despiadado egoísmo.

El egoísmo “entroniza” al “yo” por encima de todo, y eso funciona en el marketing actual, pero nada tiene que ver con el Evangelio.

Colosenses 3:1-3 RVC
1 Puesto que ustedes ya han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.
2 Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra.
3 Porque ustedes ya han muerto, y su vida está escondida con Cristo en Dios.

Para resucitar primero hay que morir, y eso quiere decir que ya no vivimos según los intereses y deseos de este mundo, ni con sus criterios; aunque es mucho más que eso. Nuestra alma muere a sí misma, a sus propios criterios y pensamientos, aún a su propio deseo de supervivencia en esta tierra, literalmente:

Romanos 8:36 RVC
36 Como está escrito: «Por causa de ti siempre nos llevan a la muerte, Somos contados como ovejas de matadero.»

Esto no es metafórico, aunque no todos los cristianos deban entregar sus vidas en esta tierra, todos debemos pasar por sufrimientos, y eso es imposible si estamos “vivos” en este mundo.

Ahora bien, todo ese discurso cristiano que mantiene demasiado “viva” al alma carnal (la “carne”, según traduce Reina Valera) parte de motivaciones correctas que incluso son prometidas en la misma Palabra; hay promesas de bendición pero no son absolutas para este tiempo en esta tierra.

Si le “quitamos” al cristianismo hoy la motivación de bendición, sanidad, resolución de conflictos, prosperidad, propósito en la vida, no nos queda mucho. Por supuesto que no hay nada malo en eso, y el mismo Jesucristo desarrolló buena parte de su ministerio sanando a los enfermos; Dios no desconoce nuestras necesidades y a Él le place proveernos. El asunto es que eso no es el centro, y los que ya hemos conocido debemos “corrernos” de la periferia del “dame, dame”, hacia el “centro”. ¿Cuál es ese centro? Pues el “doy porque me estás dando”.

Dios nos ha dado Su Espíritu y eso puede parecer un simple “hecho teológico” con pocas implicaciones prácticas, pero si entendemos lo que en profundidad significa debemos reconocer que:

Juan 4:14 RVC
14 pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás. Más bien, el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que fluya para vida eterna.»

Esta fuente se manifiesta de muchas formas, pero en la vida cristiana lo hace en forma del “fruto” o “frutos” del Espíritu, tal como dice Gálatas. Estos frutos son los mismos que el Señor había ido a buscar a Su huerto y no los encontró. La Iglesia es su “nuevo huerto” hoy, y los frutos que busca son espirituales.

¿En qué consiste la vida cristiana? Es la pregunta que todos se hacen y que pocos responden con claridad porque, por defecto, están diciendo que consiste en “recibir bendiciones y ser feliz” lo cual atrae y mantiene a la gente dentro de las iglesias.

Habiendo sido rescatados del pecado y del infierno, la vida cristiana consiste en servir a Dios y ofrecer nuestras vidas en sacrificio vivo, y aún si es necesario, entregarlas literalmente, para agradar a Aquel que nos salvó. Si estamos enseñando o viviendo otra cosa, estamos terriblemente equivocados.

En qué consiste la vida cristiana no es más que responder a la pregunta ¿qué quiere de nosotros El que nos rescató, El que nos compró del pecado? Y la Biblia es consistente en responder a esta pregunta, que NO ES dinero como se esfuerzan en predicar los apostolobos,

Miqueas 6:6-8 RVC
6 Tú, Israel, preguntas: «¿Con qué me presentaré ante el Señor? ¿Cómo adoraré al Dios Altísimo? ¿Debo presentarme ante él con holocaustos, o con becerros de un año?
7 ¿Le agradará al Señor recibir millares de carneros, o diez mil ríos de aceite? ¿Debo darle mi primogénito a cambio de mi rebelión? ¿Le daré el fruto de mis entrañas por los pecados que he cometido?»
8 ¡Hombre! El Señor te ha dado a conocer lo que es bueno, y lo que él espera de ti, y que no es otra cosa que hacer justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.

Marcos 12:28-30 RVC
28 Uno de los escribas, que había estado presente en la discusión y que vio lo bien que Jesús les había respondido, le preguntó: «De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?»
29 Jesús le respondió: «El más importante es: “Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno.”
30 Y “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.”

1 Pedro 2:24 DHH
24 Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado y vivamos una vida de rectitud. Cristo fue herido para que ustedes fueran sanados.

Filipenses 1:9-11 RVC
9 Y esto le pido en oración: que el amor de ustedes abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento,
10 para que aprueben lo mejor, a fin de que sean sinceros e irreprensibles para el día de Cristo,
11 llenos de los frutos de justicia que vienen por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

Dios no necesita nada de nosotros, pero Él quiere que le ofrezcamos “frutos de justicia”, que provienen del amor. En eso consiste la vida cristiana y eso es la ofrenda que el Señor está buscando. Si ocupamos nuestro tiempo en enseñar cómo solucionar problemas, cómo comunicarnos, cómo ser bendecidos, cómo encontrar propósito en la vida, estaremos errando terriblemente al blanco mientras enseñamos cosas buenas, ¡qué tremenda ironía!

Lo anterior no está mal, pero si lo ponemos en primer lugar se vuelve satánico. Primero son los frutos de vida que agradan a Dios, y luego el resto (según sea la voluntad del Padre) discurre fácilmente, con muy poco esfuerzo. ¡Cuán desviados hemos estado!

En otro artículo hable sobre aquello que la iglesia primitiva llamó los “siete pecados capitales”, que en realidad eran ocho, en contraposición con los frutos del Espíritu, que también son ocho si consideramos que el amor propiamente dicho es “el” fruto por excelencia, aquello que resume a los otros y que los origina. De esta manera la Biblia misma nos da un “programa” de crecimiento cristiano, qué debemos trabajar primero en nuestras vidas, sobre qué enfocarnos.

·         Gozo: es la alegría profunda, del espíritu, que se sobrepone a la situación más difícil y desesperante. Se expresa en forma de felicidad contagiosa, no necesariamente “estruendosa”, en especial cuando se atraviesan dificultades, de tal forma que la persona no entra en desesperación ni se sume en la autocompasión. Se contrapone con el pecado de la tristeza, la incapacidad de recibir consuelo.

·         Paz: viene del “shalom”, que es un sentido más profundo que simple ausencia de guerra porque implica aquello que hay cuando se está en paz: seguridad, prosperidad, provisión. El alma está en paz cuando se puso en paz con Dios y eso se manifiesta hacia el exterior viviendo en paz, no en peleas ni discusiones, y haciendo la paz en la medida de lo posible. Se contrapone claramente con el pecado de la ira.

·         Paciencia: también traducido como longanimidad, tolerancia, clemencia, esto es, no estar continuamente reclamando que se cumplan “mis derechos”, tal como gritan los diversos colectivos sociales, tolerar al otro, pero fundamentalmente, tolerarlo en cuanto está “violentando” algún derecho mío, aunque sea de palabra o en manera simbólica. El opuesto es el orgullo, aunque no exactamente la raíz más profunda de orgullo de Satanás con la cual contagió al hombre, sino más bien el orgullo en el sentido de que “mi dignidad” y “mi valor” sea expresamente reconocido por todos, quizás más propiamente cercano al concepto de vanagloria.

·         Benignidad: esta palabra, que puede confundirse con bondad, se puede traducir también como gentileza, benevolencia y misericordia, e implica la acción más tierna del amor, el cuidado por el otro, la delicadeza en el trato; aquello que conforta, restaura, sana heridas y genera un ambiente cálido. Es la forma en que el Espíritu nos trata y naturalmente se manifiesta en el trato entre hermanos, pero es algo muy ajeno al espíritu de la religión. Tiene que ver con dar: amor, cuidado, bienes materiales, y es opuesta en cierto sentido a la avaricia.

·         Bondad: es parecida a la benignidad, pero implica las acciones que se hacen por el bien de otro aunque sean duras y violentas a veces. El opuesto es la pereza, que implica no hacer lo que es bueno, lo que es necesario pero significa un esfuerzo.

·         Fe: esta fe no es propiamente la fe para salvación, aquella por la cual creímos y nos mantenemos firmes y creciendo, sino más bien una fe “práctica”, es decir, la fe que nos permite creer que recibiremos la ayuda y provisión divinas en el momento exactamente necesario, y que aún no recibiéndolas, Dios tiene algo mejor para nosotros. Claramente se contrapone con la lujuria, que busca la satisfacción inmediata de todos los deseos y por sus propios medios, porque no puede ni creer ni esperar que Dios provea.

·         Mansedumbre: apacibilidad, humildad, dulzura; y puede ser parecido a la paz pero implica más bien “aceptar el yugo”, es decir, aquella medida de sufrimiento o esfuerzo que se nos requiere hacer, pero aceptarla sin protestas ni resentimiento. Se contrapone a la envidia, que implica desear aquello que no se tiene, es decir, aquello que nos fue “negado” y que significa nuestra “cuota” de sufrimiento.

·         Templanza: es el autocontrol, el dominio propio, la moderación en la satisfacción de las necesidades y el uso de los bienes de este mundo. Claramente el sistema económico actual no podría funcionar si la gente tuviera templanza. Se le contrapone la gula.


Trabajar sobre esto como prioridad creo que está más cerca del programa de Dios para nuestro crecimiento que enfocarnos en otra cosa. Cada uno de estos frutos en contraposición con los pecados respectivos tiene tanto una “dimensión” interna como externa, individual y colectiva, presente e histórica. Se expresan o no en las instituciones humanas, enmarcan toda actividad científica, tecnológica, económica, política, social. Las implicancias de cada uno son enormes, y no debemos verlos simplemente como uno de los tantos temas a tratar en un discipulado, que se “agotan” en sí mismos rápidamente, sino como ejes de todo el desarrollo cristiano.

Cuando nuestras vidas “fructifican” entonces, y solo entonces, las bendiciones vendrán sobre nosotros y nos alcanzarán, como añadidura, no como objetivo principal. Creo que a la luz de esto, deberíamos repensar muy bien qué estamos enseñando y cómo estamos armando nuestros discipulados y capacitaciones de líderes.


Danilo Sorti





Ayúdanos a llevar el mensaje.
Oprime aquí para enviarnos tu ofrenda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario