Gálatas 5:22-25 RVC
22 Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
23 mansedumbre, templanza. Contra tales cosas
no hay ley.
24 Y los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos.
25 Si vivimos por el Espíritu, vivamos
también según el Espíritu.
El fruto del Espíritu es lo que el Espíritu
produce en nosotros. ¿Cuán importante es esto?
El enfoque de buena parte del cristianismo
hoy está contaminado con el evangelio de la prosperidad “duro” o “suave”, que
de todas formas es lo mismo y consiste en “cuánto” Dios me pueda dar a mí,
mientras ocultamos todos los pasajes que impliquen exigencia o juicio. En mayor
o menor medida, esto contamina un buen porcentaje de los que se llaman
cristianos. La relación con Dios aquí es de “uso”, muy en consonancia con el
espíritu de la época en la que todos somos consumidores del mercado que se
expandió hasta abarcarlo todo, y en el cual también consumimos; y todo este
proceso motivado por lo que en economía clásica se llama “satisfacción de
necesidades” que generalmente oculta al más despiadado egoísmo.
El egoísmo “entroniza” al “yo” por encima de
todo, y eso funciona en el marketing actual, pero nada tiene que ver con el
Evangelio.
Colosenses 3:1-3 RVC
1 Puesto que ustedes ya han resucitado con
Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de
Dios.
2 Pongan la mira en las cosas del cielo, y no
en las de la tierra.
3 Porque ustedes ya han muerto, y su vida
está escondida con Cristo en Dios.
Para resucitar primero hay que morir, y eso
quiere decir que ya no vivimos según los intereses y deseos de este mundo, ni
con sus criterios; aunque es mucho más que eso. Nuestra alma muere a sí misma,
a sus propios criterios y pensamientos, aún a su propio deseo de supervivencia
en esta tierra, literalmente:
Romanos 8:36 RVC
36 Como está escrito: «Por causa de ti
siempre nos llevan a la muerte, Somos contados como ovejas de matadero.»
Esto no es metafórico, aunque no todos los
cristianos deban entregar sus vidas en esta tierra, todos debemos pasar por
sufrimientos, y eso es imposible si estamos “vivos” en este mundo.
Ahora bien, todo ese discurso cristiano que
mantiene demasiado “viva” al alma carnal (la “carne”, según traduce Reina
Valera) parte de motivaciones correctas que incluso son prometidas en la misma
Palabra; hay promesas de bendición pero no son absolutas para este tiempo en
esta tierra.
Si le “quitamos” al cristianismo hoy la
motivación de bendición, sanidad, resolución de conflictos, prosperidad,
propósito en la vida, no nos queda mucho. Por supuesto que no hay nada malo en
eso, y el mismo Jesucristo desarrolló buena parte de su ministerio sanando a
los enfermos; Dios no desconoce nuestras necesidades y a Él le place
proveernos. El asunto es que eso no es el centro, y los que ya hemos conocido
debemos “corrernos” de la periferia del “dame, dame”, hacia el “centro”. ¿Cuál
es ese centro? Pues el “doy porque me estás dando”.
Dios nos ha dado Su Espíritu y eso puede
parecer un simple “hecho teológico” con pocas implicaciones prácticas, pero si
entendemos lo que en profundidad significa debemos reconocer que:
Juan 4:14 RVC
14 pero el que beba del agua que yo le daré,
no tendrá sed jamás. Más bien, el agua que yo le daré será en él una fuente de
agua que fluya para vida eterna.»
Esta fuente se manifiesta de muchas formas,
pero en la vida cristiana lo hace en forma del “fruto” o “frutos” del Espíritu,
tal como dice Gálatas. Estos frutos son los mismos que el Señor había ido a
buscar a Su huerto y no los encontró. La Iglesia es su “nuevo huerto” hoy, y
los frutos que busca son espirituales.
¿En qué consiste la vida cristiana? Es la
pregunta que todos se hacen y que pocos responden con claridad porque, por
defecto, están diciendo que consiste en “recibir bendiciones y ser feliz” lo
cual atrae y mantiene a la gente dentro de las iglesias.
Habiendo sido rescatados del pecado y del
infierno, la vida cristiana consiste en servir a Dios y ofrecer nuestras vidas
en sacrificio vivo, y aún si es necesario, entregarlas literalmente, para
agradar a Aquel que nos salvó. Si estamos enseñando o viviendo otra cosa,
estamos terriblemente equivocados.
En qué consiste la vida cristiana no es más
que responder a la pregunta ¿qué quiere de nosotros El que nos rescató, El que
nos compró del pecado? Y la Biblia es consistente en responder a esta pregunta,
que NO ES dinero como se esfuerzan en predicar los apostolobos,
Miqueas 6:6-8 RVC
6 Tú, Israel, preguntas: «¿Con qué me
presentaré ante el Señor? ¿Cómo adoraré al Dios Altísimo? ¿Debo presentarme
ante él con holocaustos, o con becerros de un año?
7 ¿Le agradará al Señor recibir millares de
carneros, o diez mil ríos de aceite? ¿Debo darle mi primogénito a cambio de mi
rebelión? ¿Le daré el fruto de mis entrañas por los pecados que he cometido?»
8 ¡Hombre! El Señor te ha dado a conocer lo
que es bueno, y lo que él espera de ti, y que no es otra cosa que hacer
justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.
Marcos 12:28-30 RVC
28 Uno de los escribas, que había estado
presente en la discusión y que vio lo bien que Jesús les había respondido, le
preguntó: «De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?»
29 Jesús le respondió: «El más importante es:
“Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno.”
30 Y “amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.”
1 Pedro 2:24 DHH
24 Cristo mismo llevó nuestros pecados en su
cuerpo sobre la cruz, para que nosotros muramos al pecado y vivamos una vida de
rectitud. Cristo fue herido para que ustedes fueran sanados.
Filipenses 1:9-11 RVC
9 Y esto le pido en oración: que el amor de
ustedes abunde aún más y más en ciencia y en todo conocimiento,
10 para que aprueben lo mejor, a fin de que
sean sinceros e irreprensibles para el día de Cristo,
11 llenos de los frutos de justicia que
vienen por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.
Dios no necesita nada de nosotros, pero Él
quiere que le ofrezcamos “frutos de justicia”, que provienen del amor. En eso
consiste la vida cristiana y eso es la ofrenda que el Señor está buscando. Si
ocupamos nuestro tiempo en enseñar cómo solucionar problemas, cómo
comunicarnos, cómo ser bendecidos, cómo encontrar propósito en la vida,
estaremos errando terriblemente al blanco mientras enseñamos cosas buenas, ¡qué
tremenda ironía!
Lo anterior no está mal, pero si lo ponemos
en primer lugar se vuelve satánico. Primero son los frutos de vida que agradan
a Dios, y luego el resto (según sea la voluntad del Padre) discurre fácilmente,
con muy poco esfuerzo. ¡Cuán desviados hemos estado!
En otro artículo hable sobre aquello que la
iglesia primitiva llamó los “siete pecados capitales”, que en realidad eran
ocho, en contraposición con los frutos del Espíritu, que también son ocho si
consideramos que el amor propiamente dicho es “el” fruto por excelencia,
aquello que resume a los otros y que los origina. De esta manera la Biblia
misma nos da un “programa” de crecimiento cristiano, qué debemos trabajar
primero en nuestras vidas, sobre qué enfocarnos.
·
Gozo:
es la alegría profunda, del espíritu, que se sobrepone a la situación más
difícil y desesperante. Se expresa en forma de felicidad contagiosa, no
necesariamente “estruendosa”, en especial cuando se atraviesan dificultades, de
tal forma que la persona no entra en desesperación ni se sume en la
autocompasión. Se contrapone con el pecado de la tristeza, la incapacidad de
recibir consuelo.
·
Paz: viene
del “shalom”, que es un sentido más profundo que simple ausencia de guerra
porque implica aquello que hay cuando se está en paz: seguridad, prosperidad,
provisión. El alma está en paz cuando se puso en paz con Dios y eso se
manifiesta hacia el exterior viviendo en paz, no en peleas ni discusiones, y
haciendo la paz en la medida de lo posible. Se contrapone claramente con el
pecado de la ira.
·
Paciencia:
también traducido como longanimidad, tolerancia, clemencia, esto es, no estar
continuamente reclamando que se cumplan “mis derechos”, tal como gritan los
diversos colectivos sociales, tolerar al otro, pero fundamentalmente, tolerarlo
en cuanto está “violentando” algún derecho mío, aunque sea de palabra o en
manera simbólica. El opuesto es el orgullo, aunque no exactamente la raíz más
profunda de orgullo de Satanás con la cual contagió al hombre, sino más bien el
orgullo en el sentido de que “mi dignidad” y “mi valor” sea expresamente
reconocido por todos, quizás más propiamente cercano al concepto de vanagloria.
·
Benignidad:
esta palabra, que puede confundirse con bondad, se puede traducir también como
gentileza, benevolencia y misericordia, e implica la acción más tierna del amor,
el cuidado por el otro, la delicadeza en el trato; aquello que conforta,
restaura, sana heridas y genera un ambiente cálido. Es la forma en que el
Espíritu nos trata y naturalmente se manifiesta en el trato entre hermanos,
pero es algo muy ajeno al espíritu de la religión. Tiene que ver con dar: amor,
cuidado, bienes materiales, y es opuesta en cierto sentido a la avaricia.
·
Bondad:
es parecida a la benignidad, pero implica las acciones que se hacen por el bien
de otro aunque sean duras y violentas a veces. El opuesto es la pereza, que
implica no hacer lo que es bueno, lo que es necesario pero significa un
esfuerzo.
·
Fe:
esta fe no es propiamente la fe para salvación, aquella por la cual creímos y
nos mantenemos firmes y creciendo, sino más bien una fe “práctica”, es decir,
la fe que nos permite creer que recibiremos la ayuda y provisión divinas en el
momento exactamente necesario, y que aún no recibiéndolas, Dios tiene algo
mejor para nosotros. Claramente se contrapone con la lujuria, que busca la satisfacción
inmediata de todos los deseos y por sus propios medios, porque no puede ni
creer ni esperar que Dios provea.
·
Mansedumbre:
apacibilidad, humildad, dulzura; y puede ser parecido a la paz pero implica más
bien “aceptar el yugo”, es decir, aquella medida de sufrimiento o esfuerzo que
se nos requiere hacer, pero aceptarla sin protestas ni resentimiento. Se
contrapone a la envidia, que implica desear aquello que no se tiene, es decir,
aquello que nos fue “negado” y que significa nuestra “cuota” de sufrimiento.
·
Templanza:
es el autocontrol, el dominio propio, la moderación en la satisfacción de las
necesidades y el uso de los bienes de este mundo. Claramente el sistema
económico actual no podría funcionar si la gente tuviera templanza. Se le
contrapone la gula.
Trabajar sobre esto como prioridad creo que
está más cerca del programa de Dios para nuestro crecimiento que enfocarnos en
otra cosa. Cada uno de estos frutos en contraposición con los pecados
respectivos tiene tanto una “dimensión” interna como externa, individual y
colectiva, presente e histórica. Se expresan o no en las instituciones humanas,
enmarcan toda actividad científica, tecnológica, económica, política, social.
Las implicancias de cada uno son enormes, y no debemos verlos simplemente como
uno de los tantos temas a tratar en un discipulado, que se “agotan” en sí
mismos rápidamente, sino como ejes de todo el desarrollo cristiano.
Cuando nuestras vidas “fructifican” entonces,
y solo entonces, las bendiciones vendrán sobre nosotros y nos alcanzarán, como
añadidura, no como objetivo principal. Creo que a la luz de esto, deberíamos
repensar muy bien qué estamos enseñando y cómo estamos armando nuestros
discipulados y capacitaciones de líderes.
Danilo Sorti
No hay comentarios:
Publicar un comentario