Génesis 4:1-11 RVC
1 Adán conoció a Eva, su
mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «Por la voluntad del Señor
he adquirido un varón.»
2 Después dio a luz a Abel,
hermano de Caín. Abel era pastor de ovejas, y Caín cultivaba la tierra.
3 Andando el tiempo,
sucedió que Caín llevó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra.
4 Y Abel también llevó
algunos de los primogénitos de sus ovejas, de los mejores entre ellas. Y el
Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda,
5 pero no miró con agrado a
Caín ni a su ofrenda. Y Caín se enojó mucho, y decayó su semblante.
6 Entonces el Señor le dijo
a Caín: «¿Por qué estás enojado? ¿Por qué ha decaído tu semblante?
7 Si haces lo bueno, ¿acaso
no serás enaltecido? Pero, si no lo haces, el pecado está listo para dominarte.
Sin embargo, su deseo lo llevará a ti, y tú lo dominarás.»
8 Dijo entonces Caín a su
hermano Abel: «Vayamos al campo.» Y sucedió que, mientras estaban ellos en el
campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató.
9 Y el Señor le dijo a
Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» Y él respondió: «No lo sé. ¿Acaso soy yo
el guardián de mi hermano?»
10 Y el Señor le dijo:
«¿Qué es lo que has hecho? Desde la tierra, la voz de la sangre de tu hermano
me pide que le haga justicia.
11 Ahora, pues, ¡maldito
serás por parte de la tierra, que abrió su boca para recibir de tus manos la
sangre de tu hermano!
Este artículo es uno de
varios que el Señor me ha dado sobre las iniquidades nacionales; escribo
principalmente sobre Argentina porque es lo que más conozco y de lo que puedo
hablar con autoridad, pero en esencia, las iniquidades nacionales no son muy
diferentes de un país a otro, menos aún en relación con los países
latinoamericanos.
No puedo decir que haya
pasado exactamente lo mismo en todas las naciones, al menos no en la misma
magnitud, pero si algo caracterizó siempre a la sociedad argentina, y ahora a
prácticamente todo el mundo, es la polarización social. Pero va más allá que
eso, no se trata de una simple división; es un odio mortal.
Oscar Robla, en su página
www.oscarrobla.com, hace un análisis de la historia argentina en base al mito
de Gualichu y Chachao en donde muestra esta situación en detalle. Entre
paréntesis, estos dos muy bien pudieran representar al hombre fuerte de
Argentina, o al menos a uno de los principados más importantes.
La historia argentina está
llena de luchas fratricidas, entre sí y con los países limítrofes, con los que
tenemos muchas más similitudes que diferencias. Cuando este odio no se
manifestó en forma de guerras, se mantuvo encendido como discursos sociales y
políticos enconados, como posturas políticas irreductibles.
Esto no es nuevo ni raro en
el mundo, pero es más común cuando hay composiciones étnicas claramente
diferenciadas, es decir, grupos humanos distintos originados hace muchos
siglos. En Argentina es más extraño porque si bien provenimos de muchos
orígenes diversos, la mayoría tenemos una fuerte (o total) ascendencia europea.
Las divisiones no se dan tanto entre “razas” históricamente confrontadas sino
entre grupos sociales de formación relativamente reciente (ricos contra pobres)
o grupos ideológicos, a veces con pocas décadas de historia (izquierda contra
derecha, peronismo contra “oligarquía”, etc.).
Las luchas entre hermanos
no son nuevas. Los pueblos originarios las tuvieron, y sangrientas por cierto.
Los primeros pobladores de estas tierras se encargaron de eliminar a la mayor
cantidad de originarios posible, y luego a los descendientes de negros y a los
gauchos, especialmente en la tristemente célebre guerra contra el Paraguay.
Luego, la historia de la joven nación hasta nuestros días muestra claramente
como la alternancia periódica en el poder de uno u otro grupo llevó consigo la
persecución y a veces asesinato de los disidentes.
Esta siembra de sangre no
termina nunca, al contrario, tal como dice Génesis, la sangre derramada pide
más sangre, y el ciclo se repite con otros nombres, otros ideales y otros
escenarios tecnológicos, pero con el mismo espíritu. El oprimido, cuando toma
poder, se vuelve opresor, y reaviva el ciclo, justificándose a sí mismo. Y la
tierra recibe sangre tras sangre, maldición tras maldición.
Con mucha astucia, poderes
foráneos mantienen viva la llama del odio, para sacar provecho. Inglaterra, en
los orígenes de nuestras naciones, avivó primero la independencia de España, y
luego sembró estratégicamente guerras y discordias para evitar que Sudamérica
se uniera, habiendo aprendido de la experiencia norteamericana. Estados Unidos
tomó luego la posta e hizo lo suyo con, por ejemplo, la fatídica “Escuela de
las Américas” y su participación en todos los regímenes militares del siglo
pasado.
Pero la iglesia no es menos
culpable:
1 Corintios 6:5-10 RVC
5 Les digo esto para
avergonzarlos. ¿Acaso no hay entre ustedes siquiera uno que sea sabio y que
pueda servir de juez entre sus hermanos?
6 ¡Y es que no sólo se
pelean entre hermanos, sino que lo hacen en presencia de los incrédulos!
7 Sin duda, ya es bastante
grave que haya pleitos entre ustedes. ¿No sería mejor pasar por alto la ofensa?
¿No sería mejor dejar que los defrauden?
8 ¡Pero el caso es que son
ustedes los que cometen el agravio, y los que defraudan, y lo hacen contra los
hermanos!
9 ¿Acaso no saben que los
injustos no heredarán el reino de Dios? No se equivoquen: ni los fornicarios,
ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan
con hombres,
10 ni los ladrones, ni los
avaros, ni los borrachos, ni los malhablados, ni los estafadores, heredarán el
reino de Dios.
Aún las iglesias
evangélicas abrigan en su seno a hordas de falsos hermanos que mienten, estafan
y roban, ¡hablo con conocimiento! Y ni que hablar de los pastores que abusan de
sus congregaciones, pecado especialmente común en Argentina (y en toda
Latinoamérica).
“¿Acaso soy yo el guardián
de mi hermano?” preguntó Caín, y la respuesta obvia era: ¡SÍ!
Aunque la nación es capaz
de grandes muestras de solidaridad entre compatriotas, también es capaz del
odio más enconado. Este odio se fundamenta en una “deshumanización” del otro:
mi hermano ya deja de ser mi hermano y casi que deja de ser un ser humano, se
hace depositario de todos los males y perversiones imaginables (y otras tantas
inimaginables) por lo que el odio no solo está justificado, sino que se vuelve
perfectamente necesario. La iniquidad de Caín está asociada a un espíritu de
“fantasía”: la construcción de un “ideal de enemigo” alejado de la realidad.
Debemos cortar con esta
insidiosa iniquidad. Primero debemos arrepentirnos nosotros, pedir perdón por
todas las ocasiones en que no fuimos “guardianes” de nuestros hermanos, y
perdonar. ACLARO: perdonar no es ser tan necio de volver a “meter la cabeza”
donde no debo, o dejar sin denunciar hechos claramente ilegales y lesivos para
las personas. Perdonar es primariamente un hecho espiritual, es liberar de MI
juicio al hermano y liberarlo de la deuda que tiene conmigo, porque mi Padre me
perdonó en Cristo una deuda MUCHÍSIMO mayor. Pero eso no soluciona el problema
ni lo exime del juicio del Padre o de la justicia humana si correspondiera, ni
restaura la relación. Llegar a esto último, la reconciliación, sería el ideal,
y debemos avanzar en ese sentido, conforme el Espíritu vaya sanando nuestros
corazones y nos guíe en acciones pertinentes.
Debemos aplicar la sangre
de Cristo a tanta sangre derramada en la tierra y a tanto odio expresado día a
día por millones de ciudadanos. Debemos asumir en nosotros la culpa y llevarla
ante el Señor. Y debemos realizar acciones proféticas y concretas de
reconciliación entre hermanos. La sangre de Cristo es la justicia perfecta, ¡no
el olvido indulgente!, y a veces será necesario que haya justicia humana,
aunque sean acciones pasadas en el tiempo.
La Iglesia debe
reconciliarse, sin embargo esto no será posible hasta que unos cuantos lobos
con piel de oveja, emisarios mismos del infierno, sean expuestos y expulsados
de ella. Hermanos, no todos los que parecen cristianos lo son, y la
reconciliación entre hermanos en la fe sólo es posible… ¡entre hermanos en la
fe! Algunos que están adentro no son hermanos y nunca lo fueron, a esos hay que
expulsarlos, no hay reconciliación, solo juicio, porque quizás así se
arrepientan y escapen del infierno, pero en todo caso, no son hoy nuestros
hermanos y no hay relación para restablecer con ellos. La reconciliación es en
base a la norma de justicia divina y estos no pueden seguirla, por lo que
intentan una falsa unión política, ¡hay que escapar de eso!
Y debemos “devolverle” la
humanidad al otro, a los otros; los ricos, los pobres, los de izquierda, los de
derecha. Esto no significa acordar con ellos, sino reconocerlos humanos, de la
misma “pasta” con la que todos estamos hechos.
Y debemos celebrar esta
diferencia, esta dualidad (no me refiero a la falsa diversidad de la que hablan
los que pervierten el diseño original de Dios), porque en la naturaleza los
“polos opuestos” son los que mantienen la tensión creativa: estructura –
proceso, masculino – femenino, vida – muerte; el Creador ha diseñado la
naturaleza con “opuestos”, en cuyo encuentro hay creación y recreación de vida,
de variedad.
Dios ha diseñado a
Argentina (y probablemente a muchas naciones) como “dos hermanos”, iguales pero
distintos, que han vivido enojados pero que se necesitan y no se pueden separar
(la nación no se ha separado, a pesar de los conflictos que tuvo). Debemos
reconocerlo, conocernos, amarnos y celebrarlo. Cuando lo hagamos, cuando amemos
y aceptemos las diferencias con las que Dios diseñó las distintas culturas y
sociedades, y nos preocupemos unos por otros, para suplir las necesidades de
cada uno, y nos valoremos unos a otros, se desatará un poder creativo y de vida
que será de tremenda bendición.
Isaías 11:13 RVC
13 Entonces se disipará la
envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraín no tendrá
envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín;
Esta promesa, que
propiamente corresponde para el futuro, nos da un principio que podemos aplicar
y reclamar.
Hacia la fecha en que
escribo este artículo, Argentina está recién intentando salir de más de una
década en la que se avivó por conveniencia política este odio entre hermanos, y
muchos cristianos todavía están contaminados con este espíritu, algunos por la
ideología política y otros por cualquier otra razón aparentemente no conexa,
pero que se alimenta del mismo principado. No será fácil, y hace falta recibir
sanidad del Espíritu, pero es el primer paso necesario, por lo que debemos
dejar de lado el orgullo y la autosuficiencia y reconocer nuestra necesidad de
sanidad para que el Señor pueda obrar.
Socialmente es también una
de las cosas que deja heridas más profundas, infecciones abiertas que son
mantenidas así por diversos poderes de turno u organizaciones para que los espíritus
de ira y odio tengan una amplísima pista de aterrizaje. Hace falta sanidad
sobrenatural. Normalmente diversos organismos de derechos humanos, que nacen
con un reclamo justo, fácilmente devienen en “vientres de ira”, manteniendo
encendida la llama ya no de la justicia, sino del odio que luego se vuelve
contra los grupos que “son parecidos” a los que en el pasado infligieron el
daño.
¡Señor, te pedimos perdón
por la sangre que derramaron nuestras manos y las manos de nuestros padres,
cuando no fuimos guardianes de nuestros hermanos! ¡Que Tu Espíritu traiga
reconciliación entre nosotros!
Danilo Sorti
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