domingo, 3 de septiembre de 2017

215. La comodidad de no perdonar

Marcos 11:25-26 RVC
25 Y cuando oren, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les perdone a ustedes sus ofensas.
26 Porque si ustedes no perdonan, tampoco su Padre que está en los cielos les perdonará a ustedes sus ofensas.»

Lucas 6:37 RVC
37 »No juzguen, y no serán juzgados. No condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados.

Colosenses 3:13 RVC
13 Sean mutuamente tolerantes. Si alguno tiene una queja contra otro, perdónense de la misma manera que Cristo los perdonó.

El perdón es la base de la vida cristiana. No pudimos entrar por primera vez al trono de gracia sin haber antes recibido el perdón por medio de Cristo. ¡Tampoco podemos volver si no lo seguimos recibiendo!

No había, y no hay, otro camino posible de acceso sino por medio del perdón, y su costo estuvo más allá de lo que realmente podemos dimensionar. Sinceramente, a veces me parece tan inútil intentar describir el costo que pagó Cristo, porque al final cualquier descripción termina hasta resultando ofensiva por todo lo que omite.

El perdón es el aceite que permite a la iglesia funcionar como Cuerpo, diría que es casi como su sangre vital, porque no puede haber vida en la comunidad de los santos si no hay perdón. Muy pronto el Espíritu se aparta de los que retienen el perdón, ¿y cómo no pasaría eso, si no perdonar es negar al Señor que los perdonó primero?

Incluso el “perdón a uno mismo” es parte fundamental del crecimiento cristiano; no hacerlo nos lleva inevitablemente al estancamiento primero y a la apostasía después.

¡Pero es tan fácil no perdonar…! Y tiene tantos “beneficios”…

Vivimos en un mundo que ha hecho un “culto” de la falta de perdón, y de maneras muy sutiles, tanto que resulta prácticamente imposible cuestionarlas en público. De la mano de los diversos movimientos sociales que reclaman justicia por crímenes del pasado, se ha soltado un espíritu de revancha y de falta de perdón. ¿Y quién puede siquiera hablar de perdón cuando se trata de genocidios o crímenes impunes cubiertos por redes de ocultamiento? Claro, acá no hablamos del perdón espiritual, sino de una realidad humana que requiere justicia, es verdad, pero el espíritu de falta de perdón se monta por demás de fácil sobre esos reclamos e infecta a toda una sociedad.

Esos grupos y las personas que los integran llegan a construir su identidad en base a la falta de perdón disfrazada de “búsqueda de justicia”. Hermanos, ¡nadie más justo que Dios, ante quién absolutamente ninguna falta queda borrada si es que no le fue aplicada la sangre de Cristo! El hecho es que se hace socialmente aceptable la identidad basada en la falta de perdón, y ese mismo modelo se lleva luego a la iglesia y al ámbito espiritual.

Y entonces, tenemos una forma de identidad que es relativamente fácil de obtener, porque, ¿quién no fue herido, y profundamente herido en este mundo contemporáneo?; que tiene cierto reconocimiento y prestigio social, y que cumple funciones psicológicas importantes. Porque la falta de perdón me evita hacer el doloroso esfuerzo de perdonar, de “despojarme” del deseo de venganza, de “soltarle el cuello” simbólicamente al ofensor, de dejar la justicia en manos de Dios, o aún más, de no reclamar justicia porque el perdón de Cristo ha sido mucho mayor que la ofensa recibida.

Por las dudas aclaro que estoy hablando a nivel personal, no social ni legal, ¡de ninguna manera estoy diciendo que debemos dejar los genocidios del pasado y presente “como si nada”! Claramente Dios sigue siendo un Dios de justicia y no bendecirá a los pueblos que toleran la injusticia. Y tampoco me estoy diciendo que perdonar significa volver a exponerme al ataque de una persona nociva (como suele suceder con las mujeres golpeadas): ¡una cosa es perdonar y otra muy diferente es ser un tonto!

Aclarado esto, vuelvo a decir que todos tenemos muchas razones para no perdonar, y es muy fácil disfrazarlas de “justicia”.

No perdonar me evita tener que enfrentar el vacío que quedaría en mi personalidad si de repente sacara la enorme estructura psicológica que se ha creado durante años con la falta de perdón y que ha llegado a ser parte constitutiva de mí, algo incluso por lo que otros me identifican.

No perdonar me evita cambiar, y todo lo que ello implica. ¡Mejor aún!, no perdonar hace que pueda justificar perfectamente mis propios pecados y mis propias injusticias porque “total, como me hicieron tanto daño, no hay nada de malo con que yo les devuelva algo de eso, o que mantenga este vicio, o que insulte y me enoje por cualquier cosa…”

Y todavía tenemos algo incluso “más maravilloso”: cuando mi hermano me ofendió en el pasado, yo puedo recordarle continuamente sus ofensas para que no me moleste ni pretenda hacerme cambiar en el presente. ¡Y hay que estar bien afirmado en Cristo para resistir con amor cuando nos hacen esto!

Resumiendo, la falta de perdón nos permite forjar una “identidad” sin demasiado esfuerzo, nos justifica plenamente en nuestras actitudes pecaminosas, y es una herramienta formidable para hacer callar al otro, además de que está socialmente aceptado. Pero hay un “pequeño” problema: ¡es absolutamente contrario al mandato de Cristo, y absolutamente contrario a Su obra redentora! Y es el camino seguro para quedarse en el arrebatamiento (y no hay “segunda vuelta” como algunos cristianos me dicen, aunque usted no lo crea…) cuando no para irse derechito hacia el horno eterno. ¿No es un precio demasiado alto para una necedad?

No tenemos el poder de perdonar en nosotros mismos, no es posible y ni deberíamos intentarlo con nuestras propias fuerzas. Pero es perfectamente posible y maravilloso hacerlo con el poder del Espíritu Santo. Es solo Su potencia fluyendo en nosotros la que, literalmente como un río, puede arrastrar todo rencor, todo dolor, todo resentimiento, toda falta de perdón. Basta solo con “sacar el tapón” y el río empieza a fluir, y en su fluir trae sanidad, trae perdón, trae gozo. Y al final, perdonar resulta tan fácil, tan natural. Y cuando aplicamos justicia, porque somos llamados para hacerlo, es verdaderamente la justicia de Dios, perfecta, no contaminada con nuestra pobre e incorrecta justicia humana.

¿Estás dispuesto a soltar el perdón? ¿Hacia otros y hacia vos mismo (y algunos incluso “hacia” Dios)? Te aclaro que deberás reconstruir buena parte de tu personalidad después de eso y que no será fácil el proceso, pero al final resulta maravilloso.

¡Oh Señor, ayudanos a perdonar!


Danilo Sorti




Ayúdanos a llevar el mensaje.
Oprima aquí para enviarnos tu ofrenda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario