Marcos 11:25-26 RVC
25 Y cuando oren, si tienen algo contra
alguien, perdónenlo, para que también su Padre que está en los cielos les
perdone a ustedes sus ofensas.
26 Porque si ustedes no perdonan, tampoco su
Padre que está en los cielos les perdonará a ustedes sus ofensas.»
Lucas 6:37 RVC
37 »No juzguen, y no serán juzgados. No
condenen, y no serán condenados. Perdonen, y serán perdonados.
Colosenses 3:13 RVC
13 Sean mutuamente tolerantes. Si alguno
tiene una queja contra otro, perdónense de la misma manera que Cristo los
perdonó.
El perdón es la base de la vida cristiana. No
pudimos entrar por primera vez al trono de gracia sin haber antes recibido el
perdón por medio de Cristo. ¡Tampoco podemos volver si no lo seguimos
recibiendo!
No había, y no hay, otro camino posible de
acceso sino por medio del perdón, y su costo estuvo más allá de lo que
realmente podemos dimensionar. Sinceramente, a veces me parece tan inútil
intentar describir el costo que pagó Cristo, porque al final cualquier
descripción termina hasta resultando ofensiva por todo lo que omite.
El perdón es el aceite que permite a la
iglesia funcionar como Cuerpo, diría que es casi como su sangre vital, porque
no puede haber vida en la comunidad de los santos si no hay perdón. Muy pronto
el Espíritu se aparta de los que retienen el perdón, ¿y cómo no pasaría eso, si
no perdonar es negar al Señor que los perdonó primero?
Incluso el “perdón a uno mismo” es parte
fundamental del crecimiento cristiano; no hacerlo nos lleva inevitablemente al
estancamiento primero y a la apostasía después.
¡Pero es tan fácil no perdonar…! Y tiene
tantos “beneficios”…
Vivimos en un mundo que ha hecho un “culto”
de la falta de perdón, y de maneras muy sutiles, tanto que resulta
prácticamente imposible cuestionarlas en público. De la mano de los diversos
movimientos sociales que reclaman justicia por crímenes del pasado, se ha
soltado un espíritu de revancha y de falta de perdón. ¿Y quién puede siquiera
hablar de perdón cuando se trata de genocidios o crímenes impunes cubiertos por
redes de ocultamiento? Claro, acá no hablamos del perdón espiritual, sino de
una realidad humana que requiere justicia, es verdad, pero el espíritu de falta
de perdón se monta por demás de fácil sobre esos reclamos e infecta a toda una
sociedad.
Esos grupos y las personas que los integran
llegan a construir su identidad en base a la falta de perdón disfrazada de
“búsqueda de justicia”. Hermanos, ¡nadie más justo que Dios, ante quién
absolutamente ninguna falta queda borrada si es que no le fue aplicada la
sangre de Cristo! El hecho es que se hace socialmente aceptable la identidad
basada en la falta de perdón, y ese mismo modelo se lleva luego a la iglesia y
al ámbito espiritual.
Y entonces, tenemos una forma de identidad
que es relativamente fácil de obtener, porque, ¿quién no fue herido, y
profundamente herido en este mundo contemporáneo?; que tiene cierto
reconocimiento y prestigio social, y que cumple funciones psicológicas
importantes. Porque la falta de perdón me evita hacer el doloroso esfuerzo de
perdonar, de “despojarme” del deseo de venganza, de “soltarle el cuello”
simbólicamente al ofensor, de dejar la justicia en manos de Dios, o aún más, de
no reclamar justicia porque el perdón de Cristo ha sido mucho mayor que la
ofensa recibida.
Por las dudas aclaro que estoy hablando a
nivel personal, no social ni legal, ¡de ninguna manera estoy diciendo que
debemos dejar los genocidios del pasado y presente “como si nada”! Claramente
Dios sigue siendo un Dios de justicia y no bendecirá a los pueblos que toleran
la injusticia. Y tampoco me estoy diciendo que perdonar significa volver a
exponerme al ataque de una persona nociva (como suele suceder con las mujeres
golpeadas): ¡una cosa es perdonar y otra muy diferente es ser un tonto!
Aclarado esto, vuelvo a decir que todos
tenemos muchas razones para no perdonar, y es muy fácil disfrazarlas de
“justicia”.
No perdonar me evita tener que enfrentar el
vacío que quedaría en mi personalidad si de repente sacara la enorme estructura
psicológica que se ha creado durante años con la falta de perdón y que ha
llegado a ser parte constitutiva de mí, algo incluso por lo que otros me identifican.
No perdonar me evita cambiar, y todo lo que
ello implica. ¡Mejor aún!, no perdonar hace que pueda justificar perfectamente
mis propios pecados y mis propias injusticias porque “total, como me hicieron
tanto daño, no hay nada de malo con que yo les devuelva algo de eso, o que
mantenga este vicio, o que insulte y me enoje por cualquier cosa…”
Y todavía tenemos algo incluso “más
maravilloso”: cuando mi hermano me ofendió en el pasado, yo puedo recordarle
continuamente sus ofensas para que no me moleste ni pretenda hacerme cambiar en
el presente. ¡Y hay que estar bien afirmado en Cristo para resistir con amor
cuando nos hacen esto!
Resumiendo, la falta de perdón nos permite
forjar una “identidad” sin demasiado esfuerzo, nos justifica plenamente en
nuestras actitudes pecaminosas, y es una herramienta formidable para hacer
callar al otro, además de que está socialmente aceptado. Pero hay un “pequeño”
problema: ¡es absolutamente contrario al mandato de Cristo, y absolutamente
contrario a Su obra redentora! Y es el camino seguro para quedarse en el
arrebatamiento (y no hay “segunda vuelta” como algunos cristianos me dicen,
aunque usted no lo crea…) cuando no para irse derechito hacia el horno eterno.
¿No es un precio demasiado alto para una necedad?
No tenemos el poder de perdonar en nosotros
mismos, no es posible y ni deberíamos intentarlo con nuestras propias fuerzas.
Pero es perfectamente posible y maravilloso hacerlo con el poder del Espíritu
Santo. Es solo Su potencia fluyendo en nosotros la que, literalmente como un
río, puede arrastrar todo rencor, todo dolor, todo resentimiento, toda falta de
perdón. Basta solo con “sacar el tapón” y el río empieza a fluir, y en su fluir
trae sanidad, trae perdón, trae gozo. Y al final, perdonar resulta tan fácil,
tan natural. Y cuando aplicamos justicia, porque somos llamados para hacerlo,
es verdaderamente la justicia de Dios, perfecta, no contaminada con nuestra
pobre e incorrecta justicia humana.
¿Estás dispuesto a soltar el perdón? ¿Hacia
otros y hacia vos mismo (y algunos incluso “hacia” Dios)? Te aclaro que deberás
reconstruir buena parte de tu personalidad después de eso y que no será fácil
el proceso, pero al final resulta maravilloso.
¡Oh Señor, ayudanos a perdonar!
Danilo Sorti
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