domingo, 3 de septiembre de 2017

205. La raíz de iniquidad nacional de idolatría

Jeremías 2:5 DHH
5 El Señor les dice:
“¿Qué de malo encontraron en mí sus antepasados,
que se alejaron de mí?
Se fueron tras dioses que no son nada,
y en nada se convirtieron ellos mismos.

2 Corintios 3:18 RVC
18 Por lo tanto, todos nosotros, que miramos la gloria del Señor a cara descubierta, como en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

Este es un artículo de una serie sobre iniquidades nacionales. Escribo enfocado en las iniquidades de Argentina porque es de lo que mejor puedo hablar, pero en el fondo no son muy diferentes las iniquidades de todos los países de Latinoamérica.

En lo profundo, nada altera tanto la identidad como la idolatría. Habiendo decidido que “podíamos seguir otro camino” que no fuera el de Dios, sino nuestro propio camino, terminamos cayendo presa de los “dioses” de este mundo. En esencia la raíz del pecado no se originó en la idolatría de otros dioses sino en la “autoidolatría”, es decir, hacernos dioses a nosotros mismos, poner nuestra propia capacidad, entendimiento y voluntad al mismo nivel que Dios.

Pero este primer paso inmediatamente nos lleva a un segundo: la idolatría propiamente dicha, y esta tiene un enorme potencial para alterar nuestra identidad, llegando al extremo en que los demonios pueden tomar posesión de las personas y expresarse “libremente” a través de ellas. Sin necesidad de llegar a ese extremo, el simple hecho de “mirar al ídolo”, es decir, de tenerlo como referencia, como punto de apoyo, hace que seamos transformados a esa misma imagen.

El principio espiritual funciona en el Reino de Dios (en realidad, ahí se originó): cuando miramos al Señor, somos transformados a Su imagen.

Todas las naciones están presa de la idolatría; ya sabemos que “ídolo” puede ser tanto un ser espiritual expresado como un “santo”, un dios, una estatua, etc., como algo más abstracto pero no menos demoníaco: el progreso, la tecnología, el dinero, el orgullo nacional, y otros muchos.

En lo que respecta a Argentina, la tendencia a la idolatría es tal que rápidamente una persona con cierta fama se transforma en uno, y si llega a tener una muerte más o menos trágica, no pasan muchos días hasta que se le levanten altares. Pero la idolatría se da perfectamente hacia los vivos; como ejemplo, mitad broma y mitad serio, podemos citar a la “iglesia maradoniana”. Por supuesto, junto con esto existe un gran “panteón” de dioses y semidioses, con bastante preferencia por los “vernáculos”, aquellos más parecidos “a nosotros”, los “más humanos”, es decir, aquellos que menos cualidades “santas” demuestren.

Esta forma de idolatría no es, por supuesto, única de Argentina; simplemente estoy diciendo que es muy común aquí, y que su capacidad para degradar la imagen de las personas es enorme, porque voluntariamente no se busca un “modelo superior”, aunque sea ideal, falso o contaminado, se busca un modelo “real” (porque la “honestidad” es uno de los valores más estimados en esta sociedad) que se destaque el algo, pero cuyas cualidades morales dejan muchísimo que desear. Se busca alguien que tenga éxito principalmente en ser reconocido por la sociedad.

De nuevo, nos encontramos con un terrible problema de identidad: el éxito consiste en que muchos reconozcan al exitoso, es decir, hace falta la aprobación social para “ser alguien”. Y al buscar un ídolo muy pobre en cualidades morales, la moralidad del seguidor desaparece rápidamente.

Esta forma de idolatría tiene que ver fuertemente con la exaltación desmedida de líderes paternalistas y el odio desmedido hacia los contrarios, también con la búsqueda de “superpastores” y “superapóstoles” dentro de la iglesia.

Y en este ámbito casi no hace falta hablar de un hecho harto frecuente: obedecer a los hombres antes que a Dios, exaltar a los hombres y sus palabras por encima de la Biblia, que casi no conocen. Dios “está muy lejos”, pero el pastor “está cerca”, entonces prefieren escucharlo a él; repiten sus palabras como palabras de Dios, se alegran en sus viajes y en sus “éxitos ministeriales” en el exterior como si fueran suyos, se sienten orgullosos de su progreso material (a costa suya, claro) y es una gran ovación cuando aparece en el púlpito.

Otra vez: esto tampoco ocurre únicamente en Argentina, pero este tipo de idolatría y sus diversas manifestaciones es ESPECIALMENTE terrible porque el Señor ha visitado nuestra nación ya varias veces con avivamientos que cubrieron el país, el Señor nos ha provisto de ministerios de gran valor y con muchos recursos para conocer la verdad, el Señor ha abierto los cielos para que Su luz pueda resplandecer libremente sobre todo aquel que lo quiera buscar. Si aún después de toda la misericordia que ha tenido sobre este país la gente sigue volviendo sus ojos a la idolatría, ¿qué más queda? Aunque no hablé aquí de eso, también tenemos formas mucho más “bajas” y “pesadas” de idolatría, por ejemplo, el “Gauchito Gil” que hace relativamente pocos años se “asoció” con “San La Muerte”.

Debemos arrepentirnos de esta idolatría, empezando por la iglesia ¡y siguiendo un buen rato más con ella! No podemos juzgar a la nación por idolatrar a hombres si dentro del pueblo de Dios se menciona mucho más veces el nombre del pastor Fulano o Mengano que el nombre de Jesucristo, las palabras de ese tal Fulano o Mengano que la Biblia misma.

Debemos recuperar la alegría de la verdadera adoración; y cuando nos enfocamos en el verdadero Dios, ¡somos verdaderamente bendecidos! En esencia, la idolatría busca la satisfacción de las necesidades humanas sin tener que llevar una vida santa en consecuencia, por eso se busca un “dios” más relajado moralmente. Pero nada de esto satisface lo profundo del corazón ni mucho menos rinde frutos de bendición. Más temprano que tarde, estos ídolos con pies “de barro” (y también piernas, torso, brazos, cabeza…) muy rápidamente dejan de contestar.

2 Corintios 5:17 DHH
17 Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo.

Todas las naciones tienen fuertes raíces de idolatría, que son fáciles de identificar mirando el presente y la historia, llegando hasta épocas precolombinas. La idolatría requiere una lucha espiritual importante porque nos enfrentamos cara a cara con los principados que se esconden detrás de sistemas y estructuras, pero no nos olvidemos que Dios es también un Dios de guerra.

¡Señor, danos el valor y la determinación!


Danilo Sorti




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