sábado, 30 de septiembre de 2017

271. El fruto de la fe: obediencia en el camino

Hebreos 11:1-2 RVC
1 Ahora bien, tener fe es estar seguro de lo que se espera; es estar convencido de lo que no se ve.
2 Gracias a ella, nuestros antepasados fueron reconocidos y aprobados.

La fe es una de las tres virtudes básicas del cristiano que el Espíritu establece en respuesta a los tres sentimientos básicos del hombre caído, en este caso, fe en respuesta a la vergüenza. Fe es también la actitud del corazón que nos llevó primero a creer para salvación, y aunque es imposible sin el Espíritu, no es exactamente el fruto que aquí se menciona. El fruto de la fe, en consonancia con los otros, implica una manifestación externa en la vida del cristiano, es la fe que nos lleva a creer en el “día a día”, a realizar las “obras de fe”, es decir, realizar acciones o mantener creencias que no necesariamente son lógicas para el paradigma social dominante, porque se ha creído a la voz del Espíritu que se ha escuchado en el espíritu.

Esta palabra “fe” aparece en el Nuevo Testamento con dos sentidos principales; por un lado se refiere a la fe para salvación o a creer y practicar las enseñanzas de Cristo; y por otro lado es la fe que alcanza el milagro, lo imposible, lo asombroso, aunque eso no necesariamente implique “éxito” desde el punto de vista humano:

Hebreos 11:33-39 RVC
33 que por la fe conquistaron reinos, impartieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,
34 apagaron fuegos impetuosos, escaparon del filo de la espada, sacaron fuerzas de flaqueza, llegaron a ser poderosos en batallas y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros.
35 Hubo mujeres que por medio de la resurrección recuperaron a sus muertos. Pero otros fueron atormentados, y no aceptaron ser liberados porque esperaban obtener una mejor resurrección.
36 Otros sufrieron burlas y azotes, y hasta cadenas y cárceles.
37 Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de un lado a otro cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pobres, angustiados y maltratados.
38 Estos hombres, de los que el mundo no era digno, anduvieron errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra.
39 Y aunque por medio de la fe todos ellos fueron reconocidos y aprobados, no recibieron lo prometido.

Desde que Dios “desató” el poder de la fe, allá en las primeras décadas del siglo XX, Satanás comenzó a trabajar para transformar esa fe en pensamiento positivo, en “fe en la fe”, es decir, “fe porque sí”, como actitud del alma y no como fruto del Espíritu. Aunque desde afuera no pueda distinguirse fácilmente, la raíz de ambas es muy diferente: mientras la “fe” del alma está basada en las buenas intenciones y en un pensamiento positivo, de esperanza, aunque también puede ser un pensamiento pseudorreligioso o metafísico, que en el fondo es muy cercano a la hechicería, que dice que “si creo, va a ocurrir”. En definitiva, es fe sin Dios, no porque rechace necesariamente a Dios, de hecho muchas cosas se hacen en nombre de Dios por medio de esa fe, e incluso el Señor puede bendecirlas; pero es “fe sin Dios” porque no parte del verdadero origen de la fe: escuchar la voz del Espíritu, creerla y actuar en consecuencia.

Aclaro: es perfectamente posible que Dios hable al corazón de las personas sin que estas sepan que se trata en efecto de Su voz, y crean en esa “voz interior” que les dice que hagan algo, y tienen éxito con ello. Eso no es más que parte del diseño divino que se manifiesta en todo ser humano aunque sea incrédulo, y Dios lo hace por amor a Su creación. Mucha de la obra del Evangelio ha sido así, pero eso es el “plan B”, no la voluntad perfecta, y esa actitud es muy fácil que se contamine con “buenas intenciones” que están muy lejos del propósito divino.

Escuchar – creer – actuar, es la secuencia de la fe, para salvación y como Fruto del Espíritu. Esa fe se manifiesta casi siempre en obras “locas”, fuera de la “lógica”, pero es respaldada y obtiene recompensa, aunque no siempre en esta vida.

Pero en su sentido más básico, la fe no necesariamente implica esas “grandes cosas”, sino creer en la provisión divina en todos los ámbitos en el “día a día”. Y lo que ocupa la mayor parte del tiempo de cualquier persona no son precisamente las “grandes cosas” sino la cotidianeidad. Ese ha sido otra desviación que fácilmente Satanás trajo a partir del Evangelio de la Fe que el Espíritu derramó en el siglo XX: hacer creer que la vida y ministerio cristiano solo consiste en “lo grande y espectacular”; eso sentó las bases para el surgimiento de las iglesias modelo Laodicea.

La fe nos permite confiar en la provisión diaria, en la fructificación de nuestros esfuerzos hechos conforme Su propósito, en que Él suplirá lo que nos falte y nos proveerá cuando llegue la necesidad. La fe nos permite tanto ahorrar porque Él lo manda como no hacerlo por la misma razón. La fe nos permite multiplicar las provisiones, multiplicar el tiempo, recortar los gastos de salud. La fe nos permite escuchar la voz de Dios a cada momento, nos permite encontrar las respuestas fácilmente, nos permite vivir en paz y seguridad, nos permite saber lo que va a pasar cuando es necesario que lo sepamos y confiar plenamente en la providencia divina cuando no es necesario que conozcamos el futuro. En todo sentido, la fe nos permite “no acumular” y no desesperarnos por tener más allá de lo que razonablemente podemos y debemos tener, porque estamos escuchando permanentemente la voz del Padre que nos dice: “este es el camino, Yo soy tu proveedor, Yo te protejo”.

Por lo tanto, quizás el pecado “opuesto” a la fe no sea propiamente la incredulidad sino la lascivia, que consiste en buscar la satisfacción de los deseos de la manera más grande e inmediata posible, de absolutamente todos los deseos, ¿por qué? Porque no se puede esperar, “no hay futuro” en el cual podremos disfrutar de lo que anhelamos y quizás mucho más de lo que hoy imaginamos. No hay recompensa por el esfuerzo, no hay "banco celestial” en el cual depositar nuestra buenas obra y del cual podamos en el futuro extraer recursos, literalmente “no hay futuro” porque no hay Alguien que nos tome en cuenta y que pueda proveernos más adelante. Por ello, se hace necesario disfrutar todo lo que venga a la mano, todo lo que se desee, aquí y ahora, y de la manera más intensa posible, porque eso es lo “único” que queda: lo que uno alcanzó a acumular o vivir.

“No hay futuro” fue el lema que se implantó a fuego en la cultura mundial a partir de la postguerra, cuando la guerra fría y el crecimiento del poderío atómico anunciaban los desastres venideros. “No hay futuro” es lo que la gente sin Dios hoy siente en su interior, ¡y tienen mucha razón! El sistema actual SIN DIOS no tiene futuro, y todos los que lo sigan, tampoco.

Como es algo culturalmente tan fuerte, no desaparece del cristiano así nomás. Quizás el temperamento sanguíneo sea el que más fácilmente caiga en la lascivia: tan dado como es a divertirse y buscar el placer en el momento, le resulta especialmente difícil negarse algo hoy para confiar en la provisión futura.

Por lo tanto, necesitamos recordar y que se nos recuerde, que Dios es el Dios proveedor del presente y del futuro, necesitamos alimentar nuestro espíritu con los testimonios de provisión de la Palabra y de la historia, necesitamos recordar las veces que Dios lo hizo con nosotros mismos.

La fe puede ser, aparentemente, “exagerada” en aquellos que desarrollan una conducta imprudente hacia el futuro, excesivamente desprendida en el presente, tomando desafíos enormes que Dios no los llamó a realizar. En el fondo, no es más que un problema del alma que necesita demostrar que puede tomar grandes desafíos para sentirse valiosa.

Apocalipsis 14:9-12 RVC
9 A los dos ángeles los siguió un tercero, que a grandes voces decía: «El que adore a la bestia y a su imagen, y acepte llevar su marca en la frente o en la mano,
10 también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero.
11 El humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, pues ni de día ni de noche tendrán reposo los que adoren a la bestia y a su imagen, ni nadie que acepte llevar la marca de su nombre.»
12 Aquí se verá la paciencia de los santos, de los que obedecen los mandamientos de Dios y mantienen la fe en Jesús.

La fe alcanzará su máxima expresión durante el tiempo de los juicios, en los santos que se conviertan ahí, rechazando la marca de la bestia, ese famoso chip que durante décadas fue solo motivo de especulación teológica pero que hoy lo estamos viendo con nuestros propios ojos, y que significará no poder participar de absolutamente nada de la actividad económica mundial. Sólo quedará confiar totalmente en la provisión divina, que el mismo Señor está anunciando que vendrá para ellos.

Mientras tanto, hay otro “chip” que no es material pero que en esencia no es muy diferente: someterse a las reglas de juego del sistema económico actual, transformarse en un “engranaje” más, para recibir su provisión. Esto implica ceder nuestro tiempo pero también nuestras fuerzas, nuestra salud y aún buena parte de nuestro pensamiento e intereses. Hoy y ahora hay una “marca” que no debemos aceptar, pero eso implica el fruto de la fe. Nuestra decisión es la que “habilita” al Espíritu para que lo desarrolle en nosotros, y esa fe verdadera será la que nos permitirá recibir la provisión necesaria.


Danilo Sorti





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