Hebreos 11:1-2 RVC
1 Ahora bien, tener fe es estar seguro de lo
que se espera; es estar convencido de lo que no se ve.
2 Gracias a ella, nuestros antepasados fueron
reconocidos y aprobados.
La fe es una de las tres virtudes básicas del
cristiano que el Espíritu establece en respuesta a los tres sentimientos
básicos del hombre caído, en este caso, fe en respuesta a la vergüenza. Fe es
también la actitud del corazón que nos llevó primero a creer para salvación, y
aunque es imposible sin el Espíritu, no es exactamente el fruto que aquí se
menciona. El fruto de la fe, en consonancia con los otros, implica una
manifestación externa en la vida del cristiano, es la fe que nos lleva a creer
en el “día a día”, a realizar las “obras de fe”, es decir, realizar acciones o
mantener creencias que no necesariamente son lógicas para el paradigma social
dominante, porque se ha creído a la voz del Espíritu que se ha escuchado en el
espíritu.
Esta palabra “fe” aparece en el Nuevo Testamento
con dos sentidos principales; por un lado se refiere a la fe para salvación o a
creer y practicar las enseñanzas de Cristo; y por otro lado es la fe que
alcanza el milagro, lo imposible, lo asombroso, aunque eso no necesariamente
implique “éxito” desde el punto de vista humano:
Hebreos 11:33-39 RVC
33 que por la fe conquistaron reinos,
impartieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,
34 apagaron fuegos impetuosos, escaparon del
filo de la espada, sacaron fuerzas de flaqueza, llegaron a ser poderosos en
batallas y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros.
35 Hubo mujeres que por medio de la
resurrección recuperaron a sus muertos. Pero otros fueron atormentados, y no
aceptaron ser liberados porque esperaban obtener una mejor resurrección.
36 Otros sufrieron burlas y azotes, y hasta
cadenas y cárceles.
37 Fueron apedreados, aserrados, puestos a
prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de un lado a otro cubiertos de
pieles de oveja y de cabra, pobres, angustiados y maltratados.
38 Estos hombres, de los que el mundo no era
digno, anduvieron errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y
por las cavernas de la tierra.
39 Y aunque por medio de la fe todos ellos
fueron reconocidos y aprobados, no recibieron lo prometido.
Desde que Dios “desató” el poder de la fe,
allá en las primeras décadas del siglo XX, Satanás comenzó a trabajar para
transformar esa fe en pensamiento positivo, en “fe en la fe”, es decir, “fe
porque sí”, como actitud del alma y no como fruto del Espíritu. Aunque desde
afuera no pueda distinguirse fácilmente, la raíz de ambas es muy diferente:
mientras la “fe” del alma está basada en las buenas intenciones y en un
pensamiento positivo, de esperanza, aunque también puede ser un pensamiento
pseudorreligioso o metafísico, que en el fondo es muy cercano a la hechicería,
que dice que “si creo, va a ocurrir”. En definitiva, es fe sin Dios, no porque
rechace necesariamente a Dios, de hecho muchas cosas se hacen en nombre de Dios
por medio de esa fe, e incluso el Señor puede bendecirlas; pero es “fe sin
Dios” porque no parte del verdadero origen de la fe: escuchar la voz del
Espíritu, creerla y actuar en consecuencia.
Aclaro: es perfectamente posible que Dios
hable al corazón de las personas sin que estas sepan que se trata en efecto de
Su voz, y crean en esa “voz interior” que les dice que hagan algo, y tienen
éxito con ello. Eso no es más que parte del diseño divino que se manifiesta en
todo ser humano aunque sea incrédulo, y Dios lo hace por amor a Su creación. Mucha
de la obra del Evangelio ha sido así, pero eso es el “plan B”, no la voluntad
perfecta, y esa actitud es muy fácil que se contamine con “buenas intenciones”
que están muy lejos del propósito divino.
Escuchar – creer – actuar, es la secuencia de
la fe, para salvación y como Fruto del Espíritu. Esa fe se manifiesta casi
siempre en obras “locas”, fuera de la “lógica”, pero es respaldada y obtiene
recompensa, aunque no siempre en esta vida.
Pero en su sentido más básico, la fe no
necesariamente implica esas “grandes cosas”, sino creer en la provisión divina
en todos los ámbitos en el “día a día”. Y lo que ocupa la mayor parte del
tiempo de cualquier persona no son precisamente las “grandes cosas” sino la
cotidianeidad. Ese ha sido otra desviación que fácilmente Satanás trajo a
partir del Evangelio de la Fe que el Espíritu derramó en el siglo XX: hacer
creer que la vida y ministerio cristiano solo consiste en “lo grande y
espectacular”; eso sentó las bases para el surgimiento de las iglesias modelo
Laodicea.
La fe nos permite confiar en la provisión
diaria, en la fructificación de nuestros esfuerzos hechos conforme Su
propósito, en que Él suplirá lo que nos falte y nos proveerá cuando llegue la
necesidad. La fe nos permite tanto ahorrar porque Él lo manda como no hacerlo
por la misma razón. La fe nos permite multiplicar las provisiones, multiplicar
el tiempo, recortar los gastos de salud. La fe nos permite escuchar la voz de
Dios a cada momento, nos permite encontrar las respuestas fácilmente, nos
permite vivir en paz y seguridad, nos permite saber lo que va a pasar cuando es
necesario que lo sepamos y confiar plenamente en la providencia divina cuando
no es necesario que conozcamos el futuro. En todo sentido, la fe nos permite
“no acumular” y no desesperarnos por tener más allá de lo que razonablemente
podemos y debemos tener, porque estamos escuchando permanentemente la voz del
Padre que nos dice: “este es el camino, Yo soy tu proveedor, Yo te protejo”.
Por lo tanto, quizás el pecado “opuesto” a la
fe no sea propiamente la incredulidad sino la lascivia, que consiste en buscar
la satisfacción de los deseos de la manera más grande e inmediata posible, de
absolutamente todos los deseos, ¿por qué? Porque no se puede esperar, “no hay
futuro” en el cual podremos disfrutar de lo que anhelamos y quizás mucho más de
lo que hoy imaginamos. No hay recompensa por el esfuerzo, no hay "banco
celestial” en el cual depositar nuestra buenas obra y del cual podamos en el
futuro extraer recursos, literalmente “no hay futuro” porque no hay Alguien que
nos tome en cuenta y que pueda proveernos más adelante. Por ello, se hace
necesario disfrutar todo lo que venga a la mano, todo lo que se desee, aquí y
ahora, y de la manera más intensa posible, porque eso es lo “único” que queda: lo
que uno alcanzó a acumular o vivir.
“No hay futuro” fue el lema que se implantó a
fuego en la cultura mundial a partir de la postguerra, cuando la guerra fría y
el crecimiento del poderío atómico anunciaban los desastres venideros. “No hay
futuro” es lo que la gente sin Dios hoy siente en su interior, ¡y tienen mucha
razón! El sistema actual SIN DIOS no tiene futuro, y todos los que lo sigan,
tampoco.
Como es algo culturalmente tan fuerte, no
desaparece del cristiano así nomás. Quizás el temperamento sanguíneo sea el que
más fácilmente caiga en la lascivia: tan dado como es a divertirse y buscar el
placer en el momento, le resulta especialmente difícil negarse algo hoy para
confiar en la provisión futura.
Por lo tanto, necesitamos recordar y que se
nos recuerde, que Dios es el Dios proveedor del presente y del futuro,
necesitamos alimentar nuestro espíritu con los testimonios de provisión de la
Palabra y de la historia, necesitamos recordar las veces que Dios lo hizo con
nosotros mismos.
La fe puede ser, aparentemente, “exagerada”
en aquellos que desarrollan una conducta imprudente hacia el futuro,
excesivamente desprendida en el presente, tomando desafíos enormes que Dios no
los llamó a realizar. En el fondo, no es más que un problema del alma que necesita
demostrar que puede tomar grandes desafíos para sentirse valiosa.
Apocalipsis 14:9-12 RVC
9 A los dos ángeles los siguió un tercero,
que a grandes voces decía: «El que adore a la bestia y a su imagen, y acepte
llevar su marca en la frente o en la mano,
10 también beberá del vino de la ira de Dios,
que ha sido vaciado puro en la copa de su ira, y será atormentado con fuego y
azufre delante de los santos ángeles y del Cordero.
11 El humo de su tormento subirá por los
siglos de los siglos, pues ni de día ni de noche tendrán reposo los que adoren
a la bestia y a su imagen, ni nadie que acepte llevar la marca de su nombre.»
12 Aquí se verá la paciencia de los santos,
de los que obedecen los mandamientos de Dios y mantienen la fe en Jesús.
La fe alcanzará su máxima expresión durante
el tiempo de los juicios, en los santos que se conviertan ahí, rechazando la
marca de la bestia, ese famoso chip que durante décadas fue solo motivo de
especulación teológica pero que hoy lo estamos viendo con nuestros propios ojos,
y que significará no poder participar de absolutamente nada de la actividad
económica mundial. Sólo quedará confiar totalmente en la provisión divina, que
el mismo Señor está anunciando que vendrá para ellos.
Mientras tanto, hay otro “chip” que no es material
pero que en esencia no es muy diferente: someterse a las reglas de juego del
sistema económico actual, transformarse en un “engranaje” más, para recibir su
provisión. Esto implica ceder nuestro tiempo pero también nuestras fuerzas,
nuestra salud y aún buena parte de nuestro pensamiento e intereses. Hoy y ahora
hay una “marca” que no debemos aceptar, pero eso implica el fruto de la fe.
Nuestra decisión es la que “habilita” al Espíritu para que lo desarrolle en
nosotros, y esa fe verdadera será la que nos permitirá recibir la provisión
necesaria.
Danilo Sorti
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