Efesios 5:21-24 RVC
21 Cultiven entre ustedes la mutua sumisión,
en el temor de Dios.
22 Ustedes, las casadas, honren a sus propios
esposos, como honran al Señor;
23 porque el esposo es cabeza de la mujer,
así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su
Salvador.
24 Así como la iglesia honra a Cristo, así
también las casadas deben honrar a sus esposos en todo.
Efesios 5:21-24 DHH
21 Estén sujetos los unos a los otros, por
reverencia a Cristo.
22 Las esposas deben estar sujetas a sus
esposos como al Señor.
23 Porque el esposo es cabeza de la esposa,
como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo; y él es también su
Salvador.
24 Pero así como la iglesia está sujeta a
Cristo, también las esposas deben estar en todo sujetas a sus esposos.
1 Timoteo 2:9-12 RVC
9 Quiero también que las mujeres se vistan
con ropa decorosa, con pudor y modestia, y no con peinados ostentosos, ni con
oro, ni perlas, ni vestidos costosos,
10 sino con buenas obras, como corresponde a
las mujeres que profesan la piedad.
11 Que la mujer aprenda en silencio y con
toda sujeción,
12 pues no permito que la mujer enseñe ni
ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio.
1 Corintios 11:16 RVC
16 Pero si alguno quiere discutir acerca de
esto, yo digo que nosotros no tenemos otra costumbre, ni las iglesias de Dios.
El rol de la mujer dentro de la iglesia sigue
siendo controversial en la mayoría del mundo latinoamericano. Dado que el tema
tiene muchos malos entendidos, debo aclarar que me molesta cuando algunos
cristianos ocupan tanto tiempo y espacio explicando por qué (supuestamente) la
mujer no puede desarrollar tal o cual ministerio; según entiendo la Biblia, la
mujer puede hacer todo lo que Dios le mande hacer, y Él no hace diferencia.
Sinceramente, querría que los que gastan tanto tiempo en eso expliquen por qué
tenemos tantos hombres que ocupan tantos ministerios y son tan corruptos y
satánicos…
Dios no hace diferencias, y la única salvedad
a esto son los hábitos culturales en un lugar y sociedad determinados, que
pueden hacer muy difícil o imposible el ministerio de la mujer; digo,
“salvedad” no porque Dios cambie de opinión, sino por la dureza de mente de la
gente, y para evitar que Sus siervas sean expuestas innecesariamente.
Dicho esto, no es menos cierto que hombres y
mujeres tenemos nuestros “pecados favoritos”, y aunque no creo que podamos ni
debamos hacer una diferenciación demasiado tajante en este aspecto, podemos y
debemos reconocer que hay tendencias que se manifiestan preferentemente en unos
o en otros; por nuestra constitución
biológica y / o por los contextos sociales en que nos toca vivir.
La mujer, en el mundo antiguo y durante buena
parte del resto de la historia (y aún en el presente) ha sido un “ciudadano de
segunda”. Tampoco deberíamos generalizar excesivamente esta observación porque
siempre ha habido diferencias entre sociedades, pero en esencia fue así y
continúa siéndolo en muchos lugares, quizás no en las grandes ciudades, pero
saliendo de ellas sí.
La realidad de la naciente iglesia era muy
distinta a la de la sociedad en extremo dividida de la época:
Gálatas 3:27-28 RVC
27 Porque todos ustedes, los que han sido
bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo.
28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo
ni libre; no hay varón ni mujer, sino que todos ustedes son uno en Cristo
Jesús.
Este fue el diseño original del Señor para Su
Iglesia. No alcanzó a cumplirse completamente en ese tiempo, solo en parte;
este “mandato” aún está esperando su cumplimiento definitivo durante este
período de la historia. Aquellos que tan ardientemente critican a las mujeres
pastoras o profetas, deberían leer y entender el profundo significado de estas
palabras. Si para Dios no hay diferencias entre hombre y mujer en cuanto a su
posibilidad de acceso al Trono de Gracia, ¿qué más somos nosotros para hacer
diferencias en el ministerio dentro de la Iglesia? ¿No estamos poniéndonos en
el lugar del Señor?
Sin embargo, había razones prácticas para
poner límites en el ministerio femenino, y creo que una de las más importantes
la expone Pablo en 1 Corintios 11:16, “nosotros no tenemos otra costumbre, ni
las iglesias de Dios”. Había una impronta cultural demasiado fuerte como para
aceptar esa libertad, y si aquella iglesia hubiera permitido algunas cosas, se
habría vuelto excesivamente escandalosa para aquella sociedad.
Pero también había una razón más práctica: “pues
no permito que la mujer enseñe ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que
guarde silencio”. ¿Cómo reaccionarían aquellas mujeres, oprimidas por
generaciones, en un contexto de total libertad? Pues bien, repitiendo los
mismos patrones, avasallando y dominando apenas tuvieran oportunidad. Hermanos,
no idealicemos, ¡seguimos siendo seres humanos pecadores!
Mi ciudad es conocida por la libertad de
acción y desarrollo de las mujeres… y por los excesos que suelen cometer
algunos (pocos, pero ruidosos) grupos feministas cuando hay congresos;
realmente llegan a un nivel de violencia física y verbal increíble. No es un
“comentario machista” decir que algunas mujeres “liberadas” pueden ser en
extremo violentas, es algo muy propio de la naturaleza humana y les aseguro que
lo he visto claramente.
Las mujeres de los tiempos neotestamentarios
no estaban acostumbradas a la vida pública, no habían recibido instrucción para
participar en la ekklesía, la asamblea de ciudadanos, y tenían demasiada
opresión a cuestas como para librarse de ellos fácilmente. Era por demás de
probable (al menos en el contexto al que Pablo dirige esas palabras) que su
accionar terminara siendo abusivo.
Pero hay más. La recomendación de Pablo hacia
la mujer no era la de “amar”, como sí se la da al hombre, sino la de
“respetar”, “honrar”, “estar sujeta”, aunque esta última expresión ha sido tan
mal interpretada que resulta casi imposible usarla sin generar un montón de
connotaciones negativas. Y esto tiene sus raíces en el espíritu de menosprecio.
De nuevo, si la mujer ha sido menospreciada durante milenios, ¿podríamos
esperar otra cosa?
Pero no es sólo por lo que ha recibido,
podemos ir al Huerto del Edén y ver a la mujer conversando con el ser viperino,
desatendiendo el mandato de Dios y sin buscar consejo en su esposo; ella no
estaba diseñada para enfrentar sola ese nivel de engaño, no estaba preparada
para ese nivel de “lucha espiritual”, pero implícitamente menospreció a su
esposo y tomó una decisión que no le correspondía, al menos no de manera
inconsulta. Allí nació la semilla de menosprecio y falta de respeto hacia el
esposo.
Quizás el amor, que es mucho más natural en
la mujer que en el hombre, que nos lleva a “fundirnos” con la otra persona,
también nos lleve a considerarlo “un igual” o incluso “un inferior”, con lo que
termino aplicando criterios de menosprecio que vive quien ama o considerarlo
“tan familiar” que no pueda ver la grandeza que encierra. Esto último le pasó
al mismo Señor:
Marcos 3:21 DHH
21 Cuando lo supieron los parientes de Jesús,
fueron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco.
No, decididamente, su propia familia no
entendió “ni un rábano”. ¿De qué nos asombramos nosotros cuando nuestras
propias familias tampoco nos entienden…? ¡¿Y de qué se asombra nuestra familia
cuando nosotros no los entendemos?!
Es difícil hablar de respeto hoy porque
demasiadas veces el “respeto al esposo” es en realidad sometimiento a caprichos
y abusos de un hombre tan “poco hombre” que necesita demostrar que vale algo
infligiendo daño en alguien más débil físicamente. Pero no todos los hombres
son así y también se ha vuelto un estereotipo entre las mujeres catalogar la
obediencia al esposo como un “sometimiento”.
Los mensajes religiosos “exaltan” a la mujer
cristiana que se somete a humillaciones y arbitrariedades “por obediencia a
Cristo”. ¡Hermanos, eso no es más que asquerosa religión! ¿Dónde se supone que
nuestra estupidez genera méritos en los cielos? La religión nos lleva a creer
que “sufrir cualquier cosa” por Cristo tiene valor, pero eso es absurdo; el
mismo Jesucristo evitó todas las veces que lo quisieron apedrear o matar, y Él
SE ENTREGÓ VOLUNTARIAMENTE cuando fue el momento dispuesto por el Padre. Y así,
puede haber momentos en que el Señor permita que suframos por Él, y eso tiene
un gran valor en el cielo; pero hay otras muchas ocasiones en que someterse a
un hombre desquiciado es una gran necedad y un terrible mal para los hijos, que
terminan siendo rehenes de una religiosidad enfermiza, tanto del padre como de
la madre.
Pero de la misma forma, hay muchas otras
ocasiones en las que tomar una actitud de menosprecio hacia el esposo que Dios
ha puesto al lado es una MUY PELIGROSA NECEDAD. Dios mismo ha establecido un
orden, muchas veces no se cumple y Él promete ser el esposo de la desamparada;
pero cuando se cumple, Él se manifestará a través de los medios que dispuso.
Así como Dios dotó a la mujer de
características propias que los hombres no tenemos, o nos cuesta mucho más
desarrollar, Dios dotó al hombre también de características especiales que la
mujer no tiene, o, también, le cuesta mucho desarrollar. ¿Por qué esforzarnos
en ser lo que no somos, no es más práctico aceptar y valorar las fortalezas del
otro?
De nuevo, no quiero ser exclusivista con
esto, creo firmemente en la igualdad y la compañía mutua, sin embargo, en Su Creación,
Dios mismo “se dividió” en el hombre y la mujer, y no estamos completos el uno
sin el otro. Pero hay un nivel de respeto entre “dos que andan juntos” que debe
mantenerse, y la mujer no tiene NINGÚN PERMISO ESPECIAL para faltar a ese
respeto; ninguno de los dos lo tiene.
Si a este panorama le agregamos el espíritu
de “machismo inverso” que se ha levantado en los movimientos feministas, la
falta de respeto y el menosprecio hacia el hombre “está en el aire” que
respiran las mujeres hoy, por lo que la presión se incrementa.
Amor y equilibrio, respeto mutuo, valoración
y estima del uno hacia el otro; ese es el modelo original, y no quita las
diferencias ni los puntos fuertes de uno, que el otro debe respetar.
Necesitamos restaurar ese modelo. ¿Qué pasa cuando somos imperfectos, estando
dentro del modelo general de Dios? Bueno, deberemos aprender y deberemos
ayudarnos unos a otros; y si hubiera algún líder cristiano santo y capacitado
(de los que escasean mucho hoy), sería de gran ayuda en el proceso.
Danilo Sorti
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