sábado, 30 de septiembre de 2017

264. Los sentimientos básicos de la humanidad y la obra del Espíritu: temor versus amor, la obra del Hijo

1 Juan 4:13-21 RVC
13 En esto sabemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que él nos ha dado de su Espíritu.
14 Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
15 Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios en él.
16 Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.
17 En esto se perfecciona el amor en nosotros: para que tengamos confianza en el día del juicio, pues como él es, así somos nosotros en este mundo.
18 En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. Por lo tanto, el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.
19 Nosotros lo amamos a él, porque él nos amó primero.
20 Si alguno dice: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ha visto?
21 Nosotros recibimos de él este mandamiento: El que ama a Dios, ame también a su hermano.

Génesis 3:4-5 RVC
4 Entonces la serpiente le dijo a la mujer: «No morirán.
5 Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal.»

Si Dios es amor, la raíz de todo pecado es, entonces, la falta de amor o bien, tener “otro” amor. La raíz de la tentación en Edén no fue otra cosa sino un “cambio de amor”, el engaño consistió en decir: “Dios realmente no los ama porque les ha privado de algo que sería para su beneficio”. En el fondo, la raíz de TODOS NUESTROS PECADOS es la misma: rechazamos la voluntad de Dios porque lo rechazamos a Él; no se trata de un análisis racional de causa – consecuencia, es una cuestión estrictamente personal: caemos en el orgullo, que es amor propio desordenado, porque hemos decidido que no podemos amar a “ese Dios” que en realidad no busca el bien para nosotros. Esa es la raíz de todo engaño, y esa misma es la raíz más profunda de todo pecado, aunque por nuestra naturaleza caída se nos dificulte encontrar la conexión profunda.

La Real Academia Española define al temor como: Pasión del ánimo, que hace huir o rehusar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso. Presunción o sospecha. Recelo de un daño futuro. Es algo tan intuitivo en todos los seres humanos que prácticamente no necesita definición.

El temor es la consecuencia de la falta de amor, cuando decidimos que no amaríamos a Dios, por lo que tampoco lo obedeceríamos, además de la culpa y la vergüenza, vino el temor, porque nuestro espíritu sabe perfectamente que Él es el Juez, y que Él castiga (por más que los apostolobos se esfuercen en enseñar lo contrario), y que si estamos sin Su protección, quedamos expuestos a la voluntad de los espíritus malvados y de cuánta cosa ocurra en la naturaleza o entre los hombres. Las sociedades que están basadas principalmente en el temor, como los pueblos originarios y tribales, ocupan mucha de su actividad religiosa tratando de apaciguar a esos espíritus. Algunas de las herejías modernas hacen algo parecido al enseñarnos que tenemos que “apaciguar” a Dios, o “ganar sus bendiciones” mediante nuestro sacrificio; la enseñanza más difundida en la actualidad sobre el diezmo encaja perfectamente allí.

El temor es quizás el sentimiento que subyace en todas las acciones de las personas y de las naciones; se lo disimula de cientos de miles de formas, se lo viste con cientos de miles de ropajes distintos, pero si escarbamos un poco en las palabras y motivaciones de las personas encontramos temor. Prácticamente todo nuestro mundo actual está construido en base al temor; todo el desarrollo de la ciencia, la creciente producción de armamentos, la actividad política… No quiero decir que el temor sea la única motivación que existe, pero creo que es la principal y que siempre está presente.

Salmos 111:9-10 RVC
9 El Señor rescató a su pueblo, y estableció su pacto para siempre. El nombre del Señor es santo y temible.
10 El principio de la sabiduría es el temor al Señor. Quienes practican esto adquieren entendimiento y alaban al Señor toda su vida.

Así como la culpa es un sentimiento genuino y necesario para que nos acerquemos al que nos justifica, la vergüenza para que nos acerquemos al que nos cubre, el temor nos permite reconocer al Dios Todopoderoso que sigue estando allí y que es verdaderamente temible, y de esta forma adquirir la sabiduría para vivir. Se ha dicho muchas veces que “el temor es el principio de la sabiduría, pero no debemos quedarnos solo en el principio”. El temor, al igual que la culpa y la vergüenza, son sentimientos genuinos y con los que debemos tratar, pero no con nuestras propias fuerzas o criterios sino con los de Dios.

El temor, cuando es conducido hacia Dios, nos permite entrar en el Camino: es sabio temer al castigo, es prudente temer al infierno, es sensato temer a una vida sin la protección de Dios. Uno de los argumentos favoritos de los ateos es que los cristianos “somos cobardes porque tenemos miedo a la muerte”, y el corolario que los más inteligentes callan pero piensan es: “nosotros no, somos valientes”. Mis queridos hermanos, ¡es una necedad no temer a lo que debemos temer! Y por otro lado, ABSOLUTAMENTE TODOS los seres humanos tenemos miedo a diversas cosas, aunque lo disfracemos.

Reconocer el miedo es el primer paso para acercarnos al verdadero objeto de nuestro miedo: Dios. Quizás la principal falsa respuesta que el mundo ofrece ante el sentimiento del miedo sea, precisamente, la alternativa de Satanás: el orgullo, enfrentar al objeto del miedo “haciéndose fuerte” uno mismo, usando las propias fuerzas según el propio criterio. Frente a un estado de cosas (que no es más que la máscara que oculta a Dios) adverso, me armo de fuerzas y por mí mismo enfrento esa realidad. Como se ve, hay un límite delgado entre la sana autoestima y el esfuerzo que se nos requiere hacer, y el orgullo.

La otra falsa solución es la idolatría, que en el ámbito cristiano se puede manifestar como avaricia, que es lo que domina a los cristianos de la prosperidad, pero también como idolatría al pastor o apóstol, también muy común, o incluso a la denominación o a una posición teológica, o al ministerio, o a lo que sea que parezca santo y válido, pero termine ocupando el lugar de Dios.

Cuando rechazamos todas estas falsas soluciones no nos queda otra que acercarnos a Dios, habiendo vencido primero el temor que nos impedía hacerlo. Pero eso no es posible si no recibimos primero Su amor, ¡es absurdo acercarnos al “enemigo” si este primero no nos dio señal de paz!

Romanos 5:10 RVC
10 Porque, si cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, mucho más ahora, que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.

Dios nos puso en paz, Él nos reconcilió, Él despejó todo el camino, preparó la mesa, puso el banquete y un enorme cartel de bienvenida, ¡y se sentó a la mesa a esperarnos! Él nos brindó todo el amor posible a través del sacrificio de Cristo quien, propiamente, es la persona de la Trinidad que mejor encarna, para nosotros, el amor. Claro, es la naturaleza de toda la Deidad, pero es en Cristo que se nos manifestó a nosotros, seres caídos y apartados de toda gracia. En Cristo se mostró una vez cuando creímos y en Cristo se sigue mostrando por la eternidad.

Somos libres del temor cuando aceptamos y creemos en el amor de Dios; el temor viene por la expectativa de castigo o desprotección, y nuestros pecados como cristianos dejan huecos en la muralla de protección por los que pueden alcanzarnos los dardos del enemigo; la solución a eso no es más que recibir el amor de Dios que nos capacita y nos llena, que nos asegura Su protección, guía  y provisión, por lo que la fe surge espontáneamente, y junto con ella, la santidad y la cobertura.

¿Cómo ponemos esto en acción? Como todo, permitiendo que el Espíritu nos muestre las áreas de nuestro temor, aquellas en las que no hemos sido perfeccionados, en las que el amor de Dios no penetró aún y en las que seguimos creyendo y obedeciendo al Enemigo. Y luego, como niños, recibir el amor que Dios está dispuesto a darnos:

Marcos 10:15 RVC
15 De cierto les digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»

¿Quién está más preparado que un niño para recibir amor?

Una advertencia. Después de habernos hecho pecar, Satanás puede utilizar un argumento poderoso: “ya le fallaste a Dios, Él no te va a volver a recibir”. Y así, aunque permanezcamos en el Reino, nos mantiene a una distancia “prudente” de la Fuente de Amor. Pero, Dios dijo:

Mateo 18:21-22 RVC
21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: «Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?»
22 Jesús le dijo: «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

“Setenta veces siete” no quiere decir literalmente “setentaisiete”, sino siempre que haya arrepentimiento genuino. ¿Y acaso Él no estará dispuesto a hacer lo mismo? El único pecado que ya no tiene perdón es el que aparta o desoye al Espíritu Santo, sin el cual no hay arrepentimiento posible.

Creceremos en amor en la medida que creamos y recibamos Su amor, que es inagotable, aunque no nos queda más remedio que reconocer, como Pedro:

Juan 21:15-17 RVC
15 Cuando terminaron de comer, Jesús le dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?» Le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero.» Él le dijo: «Apacienta mis corderos.»
16 Volvió a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?» Pedro le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero.» Le dijo: «Pastorea mis ovejas.»
17 Y la tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?» Pedro se entristeció de que la tercera vez le dijera «¿Me quieres?», y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.

Nuestro amor para con Él JAMÁS alcanzará a ser como el Suyo, ¡pero aún así nos seguirá amando con todo SU AMOR!

¡Señor, nos acercamos sin temor ante ti!


Danilo Sorti





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