domingo, 3 de septiembre de 2017

190. Un buen diagnóstico sin el poder para cambiar…

1 Corintios 2:4-5 RVC
4 Ni mi palabra ni mi predicación se basaron en palabras persuasivas de sabiduría humana, sino en la demostración del Espíritu y del poder,
5 para que la fe de ustedes no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Santiago 2:15-16 RVC
15 Si un hermano o una hermana están desnudos, y no tienen el alimento necesario para cada día,
16 y alguno de ustedes les dice: «Vayan tranquilos; abríguense y coman hasta quedar satisfechos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve eso?

Lucas 24:19 RVC
19 «¿Y qué ha sucedido?», preguntó Jesús. Y ellos le respondieron: «Lo de Jesús de Nazaret, que ante Dios y ante todo el pueblo era un profeta poderoso en hechos y en palabra.


El poder de Dios se manifiesta de diversas formas. En el caso que menciona Pablo se trataba de señales milagrosas; en el caso de Santiago, de la manifestación práctica del amor de Dios a través de los hechos de los hermanos; en el caso de Jesús, tanto en palabras como en todo tipo de obras. ¿Y qué tiene que ver todo esto con el título del artículo?

Uno de los “vicios” más frecuentes que tenemos los cristianos cuando aconsejamos a otro, y que de hecho es común en todo ámbito de la actividad humana, es el dar buenos consejos y buenos análisis de la situación… ¡pero nada más!

Es claro que un buen análisis es muy importante, y yo no estoy hablando en contra de ello. Aún más, como muchos “análisis” que uno escucha realmente son incompletos o errados, brindar uno completo y certero es muy valioso.

Pero la fase en que es necesario exponer la situación con claridad es, obviamente, la primera; la segunda es la solución, es decir, brindar las herramientas adecuadas, y ahí tenemos algunos problemas importantes. Es muy frustrante escuchar maravillosos análisis y quedarse sin herramientas para resolverlo. “Usted tiene una atadura generacional en tal o cual área”. “Aquí hay una opresión demoníaca”. “Todavía le falta mucho a tu ministerio”. Y otras cosas por el estilo… ¿Quién no ha tenido alguna herida al respecto?

El análisis del problema es, por supuesto, “palabras”. Un buen análisis permite ofrecer “buenas palabras”, el primer paso para la solución. Un mal análisis ofrece “malas palabras”, el primer paso para un intento de solución infructuoso, frustrante. La palabra tiene poder, claro, pero solo tiene el poder de Dios cuando son las palabras de Dios, cuando están verdaderamente inspiradas por el Espíritu. Las palabras que diga yo, como hijo de Dios, como ministro, como profeta, como pastor, o lo que fuera, no necesariamente tienen el poder de Dios, porque ningún siervo de Dios tiene “automáticamente” la inspiración divina por más títulos o trayectoria que tenga. Cuando mis palabras no tienen el poder de Dios, pueden constituir solo un buen análisis humano, ¡o ni siquiera eso!

Un buen análisis humano puede llegar a las causas humanas de un problema, y eso es algo. Un mal análisis me llevará inevitablemente a causas erróneas, o a interrelaciones erróneas; y probablemente esté basado en clichés y algún tipo de manipulación emocional, es decir, que “toque los botones” precisos para que se disparen una serie de emociones fuertes que “capturen” la mente y lo hagan creíble.

Sea como fuera, cualquier análisis que me conduzca por caminos errados es terriblemente frustrante, porque primero debí haberme expuesto ante alguien contándole mi problema, creyendo que recibiría una guía adecuada; y si luego acepté lo que me dijo, me puse a trabajar sobre determinadas áreas para finalmente no lograr el resultado esperado. ¡Qué pérdida de tiempo y qué frustración! Creo que bastante de lo que escuchamos en consejería cristiana y desde los púlpitos se parece a esto.

Pero el “buen análisis” sin las recomendaciones para cambiar, aquello de lo que hablábamos al principio, es muy parecido al “análisis erróneo” del que hablamos en los párrafos anteriores. Si hay un análisis basado fielmente en la Palabra de Dios, es casi inevitable que haya una instrucción para cambiar, porque Dios respalda Sus palabras dichas a través de Sus hijos; y si el consejero no lo dijera, el Espíritu Santo casi seguro se encargará de hacerlo luego. Cuando hay un “buen análisis” sin ningún tipo de ayuda genuina para cambiar… ¿será tan bueno dicho análisis? Yo sé que el tema es más complicado que eso, pero si hay palabras inspiradas por el Espíritu, el mismo Espíritu no puede dejar Su mensaje inconcluso. “Buenos análisis” que me dejan luego sin un camino claro de cambio, o son erróneos, o fueron dichos con el espíritu incorrecto (desinterés, resentimiento, ira), o en el mejor de los casos, fueron incompletos. Y si ese es el asunto, ¿por qué debería hacerles tanto caso? Dios habla a través de cualquiera, ¡profetizó a través de Caifás!, por lo que no dejaría de escucharlos, pero los tomaría “con pinzas”, sometiéndolos al filtro del Espíritu antes de creerlos.

Como Cuerpo, el Señor nos manda ayudarnos unos a otros, pero debemos reconocer que estamos flojos en eso. Podemos dar “buenos consejos” y desentendernos luego de la situación; es decir, podemos ser “poderosos” en palabras, pero totalmente faltos en obras. Jesús no se preocupaba en explicarle a los que venían a Él cómo y cuándo había entrado el demonio en ellos, ¡los liberaba! No digo que lo primero esté mal, ¡pero lo más interesante es lo segundo!

Hay veces en que solo podemos dar palabras, pero nada evita que podamos dar también una oración, cumpliendo el mandato de:

Santiago 5:16 RVC
16 Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es muy poderosa y efectiva.

Algo tan sencillo como eso es a la vez un hecho poderoso, orar unos por otros desata un poder que difícilmente se manifieste en las oraciones individuales.

A veces podemos hacer más, muchas veces deberemos guiar a las personas hacia quiénes les puedan ayudar. Quizás la mayoría de las veces podamos ayudar sólo en un momento o en área del problema, y en otras simplemente acompañar a nuestro hermano y estar presentes, ¡y eso puede ser mucho!

Como el vicio de dar “buenos consejos” sin herramientas o ayudas para cambiar está tan extendido, debemos estar alertas y pedirle al Señor que nos ayude a modificar esta actitud. Aunque lo que dijo Pablo en el pasaje siguiente fue en otro contexto, creo que el consejo es más que válido para esta situación:

1 Corintios 14:27-28 DHH
27 Y cuando se hable en lenguas extrañas, que lo hagan dos personas, o tres cuando más, y por turno; además, alguien debe interpretar esas lenguas.
28 Pero si no hay nadie que pueda interpretarlas, que estos no hablen en lenguas delante de toda la comunidad, sino en privado y para Dios.

Lenguas públicas sin intérprete no resultaban muy útiles, especialmente en el contexto de la iglesia de Corinto. Un buen análisis de problema, sin “interpretar” como dicho análisis se aplica en la solución, tampoco es muy útil, así que cuando el Señor nos da la capacidad de entender las causas de algo, pidámosle también la capacidad de guiar hacia su solución.

Una aclaración. Aquellos que pueden utilizar bien un análisis sin que se le ofrezca una solución son, precisamente, los que ya han transitado un largo camino y tienen el conocimiento y los recursos como para entender la aplicación y encontrar ellos mismos la solución. Casi que no es necesario explicarles el problema, solo sirve para confirmar lo que ya están viendo pero tienen dudas. No todos están en esa situación. Seguramente todos tienen algún área en la que sí, y unas cuantas en las que no. Como siempre, necesitaremos la guía del Espíritu tanto si pretendemos dar consejo como si pretendemos pedirlo.


Danilo Sorti




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