2 Timoteo 2:24-26 RVC
24 Y el siervo del Señor no debe ser
contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido;
25 que corrija con mansedumbre a los que se
oponen, por si acaso Dios les concede arrepentirse para que conozcan la verdad
26 y escapen del lazo del diablo, en el cual
se hallan cautivos y sujetos a su voluntad.
La mansedumbre nos da la idea de paz y
tranquilidad, pero en un contexto de presión y dificultad: manso es aquel que
resiste “sin protestar”. Está claro que este fruto es muy fácil de
malinterpretar y abusar.
La mansedumbre se confunde muy fácilmente con
debilidad o tolerancia de la injusticia; pero no es ese su verdadero
significado y el ejemplo más claro lo tenemos en Jesús:
Mateo 11:25-30 RVC
25 En ese momento, Jesús dijo: «Te alabo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque estas cosas las escondiste de los
sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.
26 Sí, Padre, porque así te agradó.
27 El Padre me ha entregado todas las cosas,
y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo,
y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.
28 Vengan a mí todos ustedes, los agotados de
tanto trabajar, que yo los haré descansar.
29 Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan
de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma;
30 porque mi yugo es fácil, y mi carga es
liviana.»
Al mismo momento en que expresa Su autoridad
y dominio, se califica como “manso” porque lleva el “yugo” que le corresponde,
el mismo yugo que nos invita a llevar a nosotros y que parece tan pesado y
difícil pero que paradójicamente Jesús mismo califica de “fácil y liviano”.
Un caballo manso es el que no corcovea cuando
se lo monta, un buey manso es el que hace el trabajo que se le pide sin
rebelarse, un perro manso es el que no muerde y se acerca a su dueño; la
creación nos “explica” qué significa ser manso.
Alguien no es manso porque tiene una vida
tranquila y pacífica, sin motivos para enojarse o pelear, manso es el que EN
MEDIO de las circunstancias difíciles e incluso injustas acepta su cuota de
sufrimiento, pero no por debilidad o imposibilidad, sino porque sabe
ciertísimamente que es la medida que Dios mismo permitió.
Podemos parecer mansos porque no nos
rebelamos ante determinadas situaciones cuando en realidad lo haríamos si
pudiéramos; la mansedumbre es un fruto que produce nuestro espíritu y Dios lo
puede ver (o no) allí. También podemos parecer mansos cuando en realidad
estamos siendo tolerantes contra la injusticia que sufrimos o que sufren los
nuestros: eso no es mansedumbre, ¡eso es pecado! En ninguna parte de la Biblia
se supone que debamos tolerar las injusticias y el sufrimiento “porque sí”;
pero la Biblia dice:
1 Pedro 2:19-24 RVC
19 El soportar sufrimientos injustos es digno
de elogio, si quien los soporta lo hace por motivos de conciencia delante de
Dios.
20 Porque ¿qué mérito hay en soportar malos
tratos por hacer algo malo? Pero cuando se sufre por hacer el bien y se aguanta
el castigo, entonces sí es meritorio ante Dios.
21 Y ustedes fueron llamados para esto.
Porque también Cristo sufrió por nosotros, con lo que nos dio un ejemplo para
que sigamos sus pasos.
22 Cristo no cometió ningún pecado, ni hubo
engaño en su boca.
23 Cuando lo maldecían, no respondía con
maldición; cuando sufría, no amenazaba, sino que remitía su causa al que juzga
con justicia.
24 Él mismo llevó en su cuerpo nuestros
pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la
justicia. Por sus heridas fueron ustedes sanados.
Aquí hay una injusticia; hay gente que la
está sufriendo y no puede hacer nada al respecto, notemos que la Biblia no dice
nada respecto a “aceptar” la injusticia, lo que indica es a “soportarla”
sabiendo que el Señor la está permitiendo, que Él lo pasó primero, y que, por
lo tanto, junto con Él seremos recompensados. Muchas veces esto es inevitable,
pero quedarse en medio de una situación injusta por el simple hecho de “hacer
mérito” no tiene sentido. La mansedumbre solo es tal cuando atravesamos los
sufrimientos que el Señor ha permitido para nosotros con una actitud de paz en
el corazón.
Esto solo puede surgir cuando el Espíritu nos
transmite esa misma paz, esto es, cuando nos trae la convicción de que junto
con Cristo, nosotros también seremos recompensados y de que nuestros
sufrimientos redundarán en más gloria: una recompensa eterna para nosotros y la
justicia del Reino en esta tierra. Tertuliano escribió en el año 197: "La sangre [de los mártires] es semilla
de los cristianos"; y en un sentido más general, todo sufrimiento injusto
de los hijos de Dios es una ofrenda que Dios NO PASA POR ALTO. Puede ser que no
haya una acción en el momento, puede ser que pasen años, a veces siglos, pero
no se olvida delante del Trono.
Apocalipsis
8:4-6 RVC
4 De la mano del ángel subió el humo del
incienso a la presencia de Dios, junto con las oraciones de los santos.
5 El ángel tomó el incensario, lo llenó con
fuego del altar, y ese fuego lo arrojó a la tierra. Hubo entonces truenos,
voces, relámpagos y un terremoto.
6 Los siete ángeles se dispusieron a tocar
las siete trompetas que tenían.
Aquí sube el clamor de los santos, sus
oraciones, delante de la misma presencia del Padre, y ya Dios no puede
soportarlo más y comienzan Sus juicios, para traer definitivamente justicia a
la tierra y acabar con el sistema de gobierno opresivo y perverso que mantiene
a la humanidad cautiva desde los tiempos de Babel.
La mansedumbre, o la falta de ella, es algo
difícil de ver en lo exterior; y precisamente la falta de mansedumbre es lo que
llamamos envidia, ¿por qué? Porque mientras la mansedumbre nace de la paz de un
espíritu que escucha a la voz del Espíritu que le recuerda en cada momento que
tiene un lugar seguro y una recompensa en los cielos, que es necesario
atravesar ese sufrimiento porque eso redundará en más gloria, la envidia surge
de no escuchar esa voz, ¿por qué? Definimos a la envidia como el deseo ardiente
y destructivo de lo que no tenemos, pero lo cierto es que cada persona en este
mundo, si se comparara en términos absolutos con el resto de la humanidad,
carecería de una infinidad de cosas.
Sin embargo, la envidia se enfoca en alguien
cercano y desea precisamente ESO que tiene a la vez que NO DESEA muchas otras
cosas que podría tener genuinamente y sin problemas, es decir, mientras que la
persona envidiosa seguramente tiene mucho, o podría tenerlo, no valora nada de
eso sino que se concentra en algo que no tiene, y que razonablemente no puede
tener (al menos no sin una intervención sobrenatural, pero que probablemente no
ocurra); eso que no tiene es “su cuota” de sufrimiento. En vez de aceptarlo y
atravesarlo con la esperanza en la recompensa, que puede venir en esta vida o
no, pero que va a venir, pierde la paz tratando de conseguirlo por medio de las
trampas, la guerra, la pelea, el enojo.
Vuelo a decir que esto no significa aceptar
situaciones injustas como la esclavitud, el abuso, el maltrato, la opresión
económica, y dejar que los impíos sigan haciendo lo que quieran; esto significa
remitir la “causa al que juzga con justicia”, esto es Dio. La mansedumbre
implica renunciar a “solucionar” un problema por mis propios criterios y
dejarlo en las manos de Dios. La envidia consiste en “agarrar bien fuerte” al
problema y tratar de solucionarlo yo, lo cual termina por ocupar toda mi mente
y mis energía, haciéndome olvidar de las muchas cosas que sí tengo, de las
muchas más que puedo conseguir, y de la mucho más enorme recompensa que me
espera en los cielos.
Como dije ya en varias oportunidades, la
corrupción de la mansedumbre es tolerar las injusticias SIN ENCOMENDARLAS al
Juez, es decir, sino orar por ellas, sin buscar una eventual solución de parte
de Dios, con lo cual nosotros mismos, aunque sufrimos la injusticia, nos
volvemos injustos, y si tuviéramos la oportunidad, cometeríamos exactamente la
misma injusticia sobre otros; y sobre eso ya hay bastante escrito.
El sistema económico actual no puede
funcionar si los consumidores no envidian, ¿Cómo vender tantas cosas
superfluas? ¿Qué harían las revistas de farándulas? ¿Por qué la gente iría a
ver esculturales cuerpos casi desnudos en un teatro? ¿Cómo crecerían las ventas
de autos deportivos, teléfonos de última generación, ropa lujosa, etc., etc.?
Las iglesias de la prosperidad han “santificado” a la envidia y los mismos
predicadores luchan por ser ellos mismos objetos de envidia material, mostrarse
exitosos, exhibiendo relojes y trajes que cuestan varios sueldos mensuales (si
no más) del asistente promedio. Pero cuidado, porque incluso podemos envidiar
el genuino crecimiento espiritual de los hermanos, tal como le pasó a Caín, que
tuvo envidia del grado de comunión que Abel tenía con Dios, olvidándose de que
él mismo también estaba hablando directamente con el Creador, algo que los
hombres de los tiempos posteriores muy difícilmente lograron, aún los más
santos de ellos.
La mansedumbre, como fruto del Espíritu,
surge de recibir Su testimonio y de ser llevados espiritualmente a esos lugares
en los cuales está nuestra recompensa. La envidia anida en el alma, que rechaza
el testimonio del espíritu y procura resolver los problemas por sus propios
medios. Pero la mansedumbre no es injusticia.
Danilo Sorti
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