Tito 3:3-7 RVC
3 Porque en otro tiempo nosotros también
éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de
diversos deleites; vivíamos en malicia y envidia, nos aborrecían y nos
aborrecíamos unos a otros.
4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios,
nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
5 nos salvó, y no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
6 el cual derramó en nosotros abundantemente
por Jesucristo, nuestro Salvador,
7 para que al ser justificados por su gracia
viniéramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.
La misma palabra griega que se traduce por
benignidad en Gálatas 5:22 es la que aquí aparece como “bondad”, aunque su
verdadero significado puede no resultar muy evidente porque se confunde con
algo más general como el amor o la misericordia, pero significa más bien una
disposición benigna del corazón que se manifiesta en hechos de misericordia, en
dar algo al necesitado. También se puede traducir como gentileza, en donde la
faceta de “acciones” está más clara.
Pero si profundizamos en el texto de Tito,
vemos que esa “bondad de Dios” en realidad no se refiere al sentimiento de amor
o a la disposición del corazón de Dios hacia nosotros, sino al mayor acto de
“dar” de todos los tiempos: la entrega de Su Hijo para nuestra salvación. La
misericordia, “dolor del corazón”, es el sentimiento interno que impulsa a la
benignidad, la acción de dar algo para ayudar al otro, que en realidad no lo
merece, por lo que no es propiamente un acto de “justa retribución” o
recompensa (como sí ocurrirá cuando lleguemos al cielo) sino de amor inmerecido
en acción.
Una ilustración muy linda de este principio
aplicado a los seres humanos la vemos en el episodio del naufragio de Pablo;
aunque la palabra griega que se use no sea la misma que en gálatas, el concepto
sí:
Hechos 28:1-2 RVC
1 Una vez a salvo, supimos que la isla se
llamaba Malta.
2 Allí los habitantes nos trataron con mucha
amabilidad. Como estaba lloviendo y hacía mucho frío, nos recibieron a todos
con una fogata que hicieron.
Al fin y al cabo, no era necesario ayudar
tanto a un grupo de reos que iban camino a Roma y que ni siquiera pertenecían a
su misma raza.
El pecado puesto a la amabilidad es la
avaricia, que no hay que confundir con el ahorro muchas veces necesario;
propiamente ser “avaro” implica acumular más allá de lo que moralmente
deberíamos, aunque legalmente no esté penado, debido a que no damos en las
oportunidades que se nos presentan para hacerlo. Uno suele pensar en dinero y
bienes materiales, pero también la avaricia se expresa de otras formas: negando
gestos de amor, tiempo para ayudar al otro e incluso no siendo generosos con
las oportunidades, dones o ministerios que tenemos.
La avaricia es una forma de idolatría, tal
como dice la Palabra, porque estamos confiando en aquello que acumulamos,
precisamente lo acumulamos porque hemos
puesto nuestra esperanza y seguridad allí. Es muy difícil no ser “avaro” en el
mundo de hoy, principalmente motivado por el temor: inseguridad a perder el
trabajo, a crisis económicas, a ser desplazado de un lugar de privilegio,
grandes e impredecibles cambios que están ocurriendo constantemente… Y no es
sencillo que el cristiano, inserto en ese mundo, cambie rápidamente. Por otro
lado, el sistema económico actual no podría funcionar si no fuera por el
exagerado deseo de poseer de los “consumidores” (no ya “personas”, sino
solamente “consumidores”), por lo que en todo sentido el empuje es hacia el
deseo de poseer.
El espíritu puede dar generosamente cuando
está conectado a la Fuente que Todo lo da. No podemos dar más que Dios, no
podemos agotar las reservas divinas y el espíritu lo sabe, aunque el alma
generalmente no. El espíritu es quien entiende que todos los bienes materiales
vienen en definitiva del Dador, por lo que no tiene problema en ser generoso.
Una forma de expresar esta generosidad es la
amabilidad en el trato interpersonal: nos damos respeto y privilegio
mutuamente, nos honramos mutuamente, cedemos nuestro lugar para la comodidad
del otro. Aunque está bastante vacía de contenido, la amabilidad es reconocida
como un valor social y es, quizás, la primera forma de expresar amor hacia un
extraño (también a los conocidos). Pero dar respeto y privilegio a otro implica
“correrme” del centro de la escena, humillarme, “perder” algo de mi posición de
privilegio, y por eso empieza a escasear hoy.
La benignidad es desvirtuada en forma de prodigalidad
(ya Aristóteles entendía esto), que es el dar en exceso, malgastar la propia
fortuna. Esto se aplica tanto al dinero como a los recursos en general, el
tiempo, la salud, etcétera. ¿Cuál es el límite? El propósito de Dios, la Voz
misma del Padre indicando cuando sí y cuando no. Hay un ejemplo muy interesante
en Juan 4:
Juan 4:6-8 RVC
6 Allí estaba el pozo de Jacob, y como Jesús
estaba cansado del camino, se sentó allí, junto al pozo. Eran casi las doce del
día.
7 Una mujer de Samaria vino a sacar agua, y
Jesús le dijo: «Dame de beber.»
8 Y es que sus discípulos habían ido a la
ciudad para comprar de comer.
Aquí lo vemos completamente agotado,
descansando al lado del pozo. Sabemos lo que ocurrió después, Jesús confrontó a
la samaritana y dio inicio al “despertar samaritano”, que luego continuaría
Felipe en el relato de Hechos 8. Razonablemente, Jesús debía descansar, cuidar
su propio cuerpo, pero al cumplir la perfecta voluntad de Dios lo vemos un rato
después:
Juan 4:31-32 RVC
31 Mientras tanto, con ruegos los discípulos
le decían: «Rabí, come.»
32 Pero él les dijo: «Para comer, yo tengo
una comida que ustedes no conocen.»
¡Ni hambre tenía! Pero esto es una muestra de
la verdadera generosidad en el propósito de Dios: inevitablemente Dios suple:
recursos, salud, vida, ministerio, familia …
Mateo 19:29 RVC
29 Cualquiera que, por causa de mi nombre,
haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, mujer, hijos, o tierras,
recibirá cien veces más, y también heredará la vida eterna.
Entonces, en el propósito perfecto de Dios,
podemos dar con generosidad y aún más allá, y no sufriremos pérdida. Pero
cuando esto no ocurre, debemos revisar si estamos siendo benignos o si
solamente estamos dejando que nos estrujen.
Resumiendo, la benignidad puede florecer
cuando estamos claramente unidos al Dador, a la fuente inagotable, y cuando
vemos los bienes materiales con ojos espirituales. Más allá de eso, si seguimos
con criterios del alma, es difícil no ser avaros, aún con mensajes muy bíblicos
y desafiantes.
Danilo Sorti
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