sábado, 30 de septiembre de 2017

269. La benignidad como fruto del Espíritu

Tito 3:3-7 RVC
3 Porque en otro tiempo nosotros también éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de diversos deleites; vivíamos en malicia y envidia, nos aborrecían y nos aborrecíamos unos a otros.
4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
5 nos salvó, y no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
6 el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador,
7 para que al ser justificados por su gracia viniéramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.


La misma palabra griega que se traduce por benignidad en Gálatas 5:22 es la que aquí aparece como “bondad”, aunque su verdadero significado puede no resultar muy evidente porque se confunde con algo más general como el amor o la misericordia, pero significa más bien una disposición benigna del corazón que se manifiesta en hechos de misericordia, en dar algo al necesitado. También se puede traducir como gentileza, en donde la faceta de “acciones” está más clara.

Pero si profundizamos en el texto de Tito, vemos que esa “bondad de Dios” en realidad no se refiere al sentimiento de amor o a la disposición del corazón de Dios hacia nosotros, sino al mayor acto de “dar” de todos los tiempos: la entrega de Su Hijo para nuestra salvación. La misericordia, “dolor del corazón”, es el sentimiento interno que impulsa a la benignidad, la acción de dar algo para ayudar al otro, que en realidad no lo merece, por lo que no es propiamente un acto de “justa retribución” o recompensa (como sí ocurrirá cuando lleguemos al cielo) sino de amor inmerecido en acción.

Una ilustración muy linda de este principio aplicado a los seres humanos la vemos en el episodio del naufragio de Pablo; aunque la palabra griega que se use no sea la misma que en gálatas, el concepto sí:

Hechos 28:1-2 RVC
1 Una vez a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta.
2 Allí los habitantes nos trataron con mucha amabilidad. Como estaba lloviendo y hacía mucho frío, nos recibieron a todos con una fogata que hicieron.

Al fin y al cabo, no era necesario ayudar tanto a un grupo de reos que iban camino a Roma y que ni siquiera pertenecían a su misma raza.

El pecado puesto a la amabilidad es la avaricia, que no hay que confundir con el ahorro muchas veces necesario; propiamente ser “avaro” implica acumular más allá de lo que moralmente deberíamos, aunque legalmente no esté penado, debido a que no damos en las oportunidades que se nos presentan para hacerlo. Uno suele pensar en dinero y bienes materiales, pero también la avaricia se expresa de otras formas: negando gestos de amor, tiempo para ayudar al otro e incluso no siendo generosos con las oportunidades, dones o ministerios que tenemos.

La avaricia es una forma de idolatría, tal como dice la Palabra, porque estamos confiando en aquello que acumulamos, precisamente lo acumulamos  porque hemos puesto nuestra esperanza y seguridad allí. Es muy difícil no ser “avaro” en el mundo de hoy, principalmente motivado por el temor: inseguridad a perder el trabajo, a crisis económicas, a ser desplazado de un lugar de privilegio, grandes e impredecibles cambios que están ocurriendo constantemente… Y no es sencillo que el cristiano, inserto en ese mundo, cambie rápidamente. Por otro lado, el sistema económico actual no podría funcionar si no fuera por el exagerado deseo de poseer de los “consumidores” (no ya “personas”, sino solamente “consumidores”), por lo que en todo sentido el empuje es hacia el deseo de poseer.

El espíritu puede dar generosamente cuando está conectado a la Fuente que Todo lo da. No podemos dar más que Dios, no podemos agotar las reservas divinas y el espíritu lo sabe, aunque el alma generalmente no. El espíritu es quien entiende que todos los bienes materiales vienen en definitiva del Dador, por lo que no tiene problema en ser generoso.

Una forma de expresar esta generosidad es la amabilidad en el trato interpersonal: nos damos respeto y privilegio mutuamente, nos honramos mutuamente, cedemos nuestro lugar para la comodidad del otro. Aunque está bastante vacía de contenido, la amabilidad es reconocida como un valor social y es, quizás, la primera forma de expresar amor hacia un extraño (también a los conocidos). Pero dar respeto y privilegio a otro implica “correrme” del centro de la escena, humillarme, “perder” algo de mi posición de privilegio, y por eso empieza a escasear hoy.

La benignidad es desvirtuada en forma de prodigalidad (ya Aristóteles entendía esto), que es el dar en exceso, malgastar la propia fortuna. Esto se aplica tanto al dinero como a los recursos en general, el tiempo, la salud, etcétera. ¿Cuál es el límite? El propósito de Dios, la Voz misma del Padre indicando cuando sí y cuando no. Hay un ejemplo muy interesante en Juan 4:

Juan 4:6-8 RVC
6 Allí estaba el pozo de Jacob, y como Jesús estaba cansado del camino, se sentó allí, junto al pozo. Eran casi las doce del día.
7 Una mujer de Samaria vino a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
8 Y es que sus discípulos habían ido a la ciudad para comprar de comer.

Aquí lo vemos completamente agotado, descansando al lado del pozo. Sabemos lo que ocurrió después, Jesús confrontó a la samaritana y dio inicio al “despertar samaritano”, que luego continuaría Felipe en el relato de Hechos 8. Razonablemente, Jesús debía descansar, cuidar su propio cuerpo, pero al cumplir la perfecta voluntad de Dios lo vemos un rato después:

Juan 4:31-32 RVC
31 Mientras tanto, con ruegos los discípulos le decían: «Rabí, come.»
32 Pero él les dijo: «Para comer, yo tengo una comida que ustedes no conocen.»

¡Ni hambre tenía! Pero esto es una muestra de la verdadera generosidad en el propósito de Dios: inevitablemente Dios suple: recursos, salud, vida, ministerio, familia …

Mateo 19:29 RVC
29 Cualquiera que, por causa de mi nombre, haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, mujer, hijos, o tierras, recibirá cien veces más, y también heredará la vida eterna.

Entonces, en el propósito perfecto de Dios, podemos dar con generosidad y aún más allá, y no sufriremos pérdida. Pero cuando esto no ocurre, debemos revisar si estamos siendo benignos o si solamente estamos dejando que nos estrujen.

Resumiendo, la benignidad puede florecer cuando estamos claramente unidos al Dador, a la fuente inagotable, y cuando vemos los bienes materiales con ojos espirituales. Más allá de eso, si seguimos con criterios del alma, es difícil no ser avaros, aún con mensajes muy bíblicos y desafiantes.


Danilo Sorti




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