domingo, 13 de agosto de 2017

101. Los dones que recibimos para dar

1 Corintios 12:7 DHH
7 Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos.


Los capítulos 12 al 14 constituyen la sección más grande en todo el Nuevo Testamento sobre los dones espirituales. Una de las ideas centrales está en este versículo: “para provecho de todos”.

Los dones no son para usufructo personal; aunque el Señor puede permitir en Su gracia que recibamos un pago por ministrar (en la iglesia) con los dones que Él nos dio, de todas formas no son para que nos aprovechemos de ellos. De hecho, los dones “no funcionan” con la persona que los ejerce y casi que tampoco con la familia más cercana (a veces creo que ESPECIALMENTE NO funcionan con ellos… pero puede ser una herida personal que todavía no haya sanado…). Los dones “relucen”, por así decirlo, cuando los utilizamos para bendecir a los otros; no podemos “alimentarnos” de ellos, pero podemos “dar de comer” a otros. Hay una “parábola secular” que lo ilustra muy bien, no la voy a desarrollar aquí pero se puede encontrar fácilmente en la Red buscando: “el país de las cucharas largas”.

Durante la época de la iglesia de Filadelfia, que terminó en los últimos años del siglo pasado, esta verdad se vivió con mucha fuerza, y si bien hubo mucho debate y confrontación de doctrinas, el amor y la ministración entre hermanos florecía por todas partes.

La realidad cambió rápidamente, y hoy nos encontramos de lleno en la época de la iglesia de Laodicea, en la cual el individualismo y la autosuficiencia han sido entronadas en toda la sociedad y en las congregaciones. No hay que asombrarse demasiado, al fin y al cabo es el proyecto masónico que comenzó con la Revolución Francesa y que está llegando a su “cumplimiento”.

Es lógico que en ese contexto la enseñanza sobre los dones se haya “perdido”, y que los hermanos sean en la práctica tan resistentes a querer aprender sobre ellos. Simplemente no les interesa. Están buscando “grandes palabras y revelaciones”, también en consonancia con el espíritu de Laodicea, que presume de grandeza aunque sea absolutamente miserable. En la medida que las “grandes revelaciones” y las “profundas enseñanzas” acaparan los corazones de los hermanos, las verdades simples y humildes, como la de los dones espirituales, quedan juntando polvo en un rincón…

Rick Joyner afirma, refiriéndose al espíritu de Laodicea, que “el Señor da la segunda promesa más grande dada en cualquiera de las edades de la iglesia a los que venzan en Laodicea. Esto es probablemente debido a que el espíritu de tibieza de esta edad es una de las cosas más difíciles de vencer.”

Esta tibieza es la que, entre otras cosas, nos hace ser también tibios en nuestras relaciones los unos con los otros. Y, de nuevo, el ejercicio de los dones espirituales no tiene mucho lugar allí.

Laodicea puede “ver” y anhelar aquellos dones que son más espectaculares, precisamente los que difícilmente pueden construir cimientos sólidos y duraderos en la iglesia. Los dones para alcanzar a multitudes son una bendición (cuando son usados conforme el propósito de Dios, algo que hoy escasea), pero generalmente no son los que pueden cimentar a los creyentes en la fe, para ello hace falta un trabajo largo y paciente de dones menos espectaculares.

Todos hemos recibido dones y somos llamados a usarlos; sabemos que el espíritu de este siglo, que es muy fuerte, nos impide no solamente hacerlo sino incluso percibir y valorar adecuadamente la enseñanza sobre los dones. La mayoría de los cristianos de Laodicea no vencerán, y tendrán que quedarse en el “recuperatorio”… es decir, en el período de la Tribulación. ¿Venceremos nosotros o seremos uno más de ellos? ¡Que el Señor nos ayude!


Danilo Sorti




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