lunes, 14 de agosto de 2017

159. Raíces de amargura entre los mensajeros de Dios

Hebreos 12:15 RVC
15 Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría estorbarles y hacer que muchos se contaminen con ella.

Este es quizás el pasaje más conocido que menciona a la “amargura”, pero no es el único, de hecho una búsqueda por palabra nos arroja unos cuantos resultados en toda la Biblia; la “amargura” no es algo desconocido para los hijos de Dios ni “pasado por alto” por el Santo Espíritu.

Esta “raíz de amargura” que menciona el autor de Hebreos, seguramente Pablo, tiene una particularidad muy importante: no viene “del mundo”, no la trae el recién convertido, no es el resultado de una vida pasada sin Cristo. Aunque todo eso puede influir, y lo hace, esta “amargura” surge en la misma vida cristiana, es más, el pasaje nos sugiere que estos “brotes de amargura” no son algo raro o inusual, sino más bien relativamente frecuentes. Dado que usa la expresión “raíz” y no “semilla”, podríamos suponer que esta amargura, que en algún momento se manifiesta, ya estaba latente; de todas formas necesita ser “regada” por las aguas de la decepción para poder brotar.

Preexistente o no, lo cierto es que en el caminar cristiano hay momentos de tropiezos y “marcha atrás”, tal como el trasfondo de la carta de Hebreos lo indica. Y estos “brotes de amargura” surgen debido a determinados sucesos.

Una definición de amargura es: sentimiento duradero de frustración, resentimiento o tristeza, especialmente por haber sufrido una desilusión o una injusticia. “En el griego del Nuevo Testamento, “amargura” proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que punza hasta lo más profundo del corazón.” (Chuy Olivares, “La amargura”).

Podemos identificar relativamente bien las raíces de amargura que se originan por los problemas comunes a todas las personas: de salud, sociales, económicos, frustraciones personales, etc.; y podemos tener una respuesta bíblica relativamente fácil para cada uno de ellos. Nos resulta bastante más difícil y delicado identificar las raíces de amargura que se originan por los problemas de la comunidad de la fe, por la teología y la práctica del cristianismo.

Surgen amarguras por el trato injusto que nos damos los unos a los otros, cuando, esperando amor, atención o simplemente, un oído atento, ignoro a mi hermano semana tras semana. Surgen amarguras cuando se privilegian a unos en perjuicio de otros, cuando solo algunos tienen oportunidades de ministerio mientras que otros hermanos, que saben perfectamente que fueron llamados y ungidos, no pueden acceder a ninguna oportunidad significativa.

Pero hay aún otras más difíciles de reconocer y de quitar: son las amarguras “históricas”, que se transmiten a través de las teologías y de la enseñanza de la Palabra; amarguras muy bien “justificadas” con la Biblia. Cuando a principios del siglo XX comienza el movimiento pentecostal, y, particularmente en las décadas siguientes, más avanzado el siglo pasado, se extiende y gana fama y visibilidad, los cristianos evangélicos más “tradicionales” desarrollaron raíces de amargura por los excesos cometidos (y que se siguen cometiendo) en “nombre del Espíritu”; cuando se usan los dones para ganar fama, para arrastrar a la gente hacia una persona; cuando se menosprecia a los cristianos “bíblicos” que no manifiestan tanta “espectacularidad” pero que tienen un conocimiento profundo de la Palabra. Esta amargura llega a contaminar iglesias y denominaciones enteras, se transmite en los seminarios y se justifica con versículos bíblicos. Pero del “otro lado” también se desarrollan raíces de amargura debido a las críticas ácidas que se reciben, y al rechazo hacia las manifestaciones genuinas del Espíritu.

Más adelante en el tiempo, al momento que el Espíritu estaba restaurando el ministerio apostólico y los falsos apóstoles empezaron a aparecer y construir sus pequeños imperios eclesiásticos, y a acumular títulos y honores sobre sí, los cristianos más bíblicos desarrollaron amargura debido al aparente “éxito numérico” de estos, y a como simplemente arrasaron con iglesias enteras.

Y podríamos seguir ahondando; cada mover del Espíritu, grande o pequeño, inevitablemente fue acompañado de excesos, y ésta gente tuvo “éxito” durante un tiempo, el suficiente como para generar raíces de amargura en los aparentemente “fracasados”. Sería largo hablar de la forma de actuar de Dios,  de lo genuino versus lo que aparenta serlo, y de por qué el Señor permite que cierta gente tenga “fama” durante un tiempo; lo cierto es que estos procesos generan amarguras muy profundas en amplios segmentos del Cuerpo de Cristo, que al final les impiden expresar libremente lo que el Espíritu genuinamente les ha dado.

Creo yo que hoy en día hay muchas posiciones doctrinales que se mantienen en buena medida por ocultas raíces de amargura disfrazadas de posiciones teológicas o argumentaciones. A veces se construyen “trincheras” doctrinales para evitar perder la posición.

Cada uno de nosotros podemos saber cuáles son las “amarguras teológicas” de nuestros corazones, algunas las hemos generado nosotros mismos y otras las hemos recibido y aceptado junto con la enseñanza bíblica que recibimos. Sea como sea, son “nuestras”, y por eso mismo podemos librarnos de ellas. No es necesario aceptar lo que está mal, aunque sí recibir lo genuino del Espíritu que está en la base de toda distorsión subsiguiente.

Finalmente, sea por lo que sea, nuevas raíces de amarguras aparecen en la vida cristiana, y unas cuantas de ellas gracias a lobos con piel de cordero que se infiltran en cada mover genuino de Dios. Dado que muchos, demasiados, de ellos se han colado en el pueblo santo en décadas pasadas, muchas, ¡demasiadas! Raíces de amargura han brotado en las iglesias. Necesitamos acabar con ellas. Unos versículos antes del que leímos tenemos una solución:

Hebreos 12:1-3 RVC
1 Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.
2 Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.
3 Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen.

¡Señor, ayúdanos a librarnos de raíces de amargura, manifiestas y ocultas!


Danilo Sorti




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