Hebreos 12:15 RVC
15 Tengan cuidado. No vayan a perderse la
gracia de Dios; no dejen brotar ninguna raíz de amargura, pues podría
estorbarles y hacer que muchos se contaminen con ella.
Este es quizás el pasaje más conocido que
menciona a la “amargura”, pero no es el único, de hecho una búsqueda por
palabra nos arroja unos cuantos resultados en toda la Biblia; la “amargura” no
es algo desconocido para los hijos de Dios ni “pasado por alto” por el Santo
Espíritu.
Esta “raíz de amargura” que menciona el autor
de Hebreos, seguramente Pablo, tiene una particularidad muy importante: no
viene “del mundo”, no la trae el recién convertido, no es el resultado de una
vida pasada sin Cristo. Aunque todo eso puede influir, y lo hace, esta
“amargura” surge en la misma vida cristiana, es más, el pasaje nos sugiere que
estos “brotes de amargura” no son algo raro o inusual, sino más bien
relativamente frecuentes. Dado que usa la expresión “raíz” y no “semilla”,
podríamos suponer que esta amargura, que en algún momento se manifiesta, ya
estaba latente; de todas formas necesita ser “regada” por las aguas de la
decepción para poder brotar.
Preexistente o no, lo cierto es que en el
caminar cristiano hay momentos de tropiezos y “marcha atrás”, tal como el
trasfondo de la carta de Hebreos lo indica. Y estos “brotes de amargura” surgen
debido a determinados sucesos.
Una definición de amargura es: sentimiento
duradero de frustración, resentimiento o tristeza, especialmente por haber
sufrido una desilusión o una injusticia. “En el griego del Nuevo Testamento,
“amargura” proviene de una palabra que significa punzar. Su raíz hebrea agrega
la idea de algo pesado. Finalmente, el uso en el griego clásico revela el
concepto de algo fuerte. La amargura, entonces, es algo fuerte y pesado que
punza hasta lo más profundo del corazón.” (Chuy Olivares, “La amargura”).
Podemos identificar relativamente bien las
raíces de amargura que se originan por los problemas comunes a todas las
personas: de salud, sociales, económicos, frustraciones personales, etc.; y
podemos tener una respuesta bíblica relativamente fácil para cada uno de ellos.
Nos resulta bastante más difícil y delicado identificar las raíces de amargura
que se originan por los problemas de la comunidad de la fe, por la teología y
la práctica del cristianismo.
Surgen amarguras por el trato injusto que nos
damos los unos a los otros, cuando, esperando amor, atención o simplemente, un
oído atento, ignoro a mi hermano semana tras semana. Surgen amarguras cuando se
privilegian a unos en perjuicio de otros, cuando solo algunos tienen
oportunidades de ministerio mientras que otros hermanos, que saben
perfectamente que fueron llamados y ungidos, no pueden acceder a ninguna
oportunidad significativa.
Pero hay aún otras más difíciles de reconocer
y de quitar: son las amarguras “históricas”, que se transmiten a través de las
teologías y de la enseñanza de la Palabra; amarguras muy bien “justificadas”
con la Biblia. Cuando a principios del siglo XX comienza el movimiento
pentecostal, y, particularmente en las décadas siguientes, más avanzado el
siglo pasado, se extiende y gana fama y visibilidad, los cristianos evangélicos
más “tradicionales” desarrollaron raíces de amargura por los excesos cometidos
(y que se siguen cometiendo) en “nombre del Espíritu”; cuando se usan los dones
para ganar fama, para arrastrar a la gente hacia una persona; cuando se
menosprecia a los cristianos “bíblicos” que no manifiestan tanta
“espectacularidad” pero que tienen un conocimiento profundo de la Palabra. Esta
amargura llega a contaminar iglesias y denominaciones enteras, se transmite en
los seminarios y se justifica con versículos bíblicos. Pero del “otro lado” también
se desarrollan raíces de amargura debido a las críticas ácidas que se reciben,
y al rechazo hacia las manifestaciones genuinas del Espíritu.
Más adelante en el tiempo, al momento que el
Espíritu estaba restaurando el ministerio apostólico y los falsos apóstoles
empezaron a aparecer y construir sus pequeños imperios eclesiásticos, y a
acumular títulos y honores sobre sí, los cristianos más bíblicos desarrollaron
amargura debido al aparente “éxito numérico” de estos, y a como simplemente
arrasaron con iglesias enteras.
Y podríamos seguir ahondando; cada mover del
Espíritu, grande o pequeño, inevitablemente fue acompañado de excesos, y ésta
gente tuvo “éxito” durante un tiempo, el suficiente como para generar raíces de
amargura en los aparentemente “fracasados”. Sería largo hablar de la forma de
actuar de Dios, de lo genuino versus lo
que aparenta serlo, y de por qué el Señor permite que cierta gente tenga “fama”
durante un tiempo; lo cierto es que estos procesos generan amarguras muy
profundas en amplios segmentos del Cuerpo de Cristo, que al final les impiden
expresar libremente lo que el Espíritu genuinamente les ha dado.
Creo yo que hoy en día hay muchas posiciones
doctrinales que se mantienen en buena medida por ocultas raíces de amargura
disfrazadas de posiciones teológicas o argumentaciones. A veces se construyen
“trincheras” doctrinales para evitar perder la posición.
Cada uno de nosotros podemos saber cuáles son
las “amarguras teológicas” de nuestros corazones, algunas las hemos generado
nosotros mismos y otras las hemos recibido y aceptado junto con la enseñanza
bíblica que recibimos. Sea como sea, son “nuestras”, y por eso mismo podemos
librarnos de ellas. No es necesario aceptar lo que está mal, aunque sí recibir
lo genuino del Espíritu que está en la base de toda distorsión subsiguiente.
Finalmente, sea por lo que sea, nuevas raíces
de amarguras aparecen en la vida cristiana, y unas cuantas de ellas gracias a
lobos con piel de cordero que se infiltran en cada mover genuino de Dios. Dado
que muchos, demasiados, de ellos se han colado en el pueblo santo en décadas
pasadas, muchas, ¡demasiadas! Raíces de amargura han brotado en las iglesias.
Necesitamos acabar con ellas. Unos versículos antes del que leímos tenemos una
solución:
Hebreos 12:1-3 RVC
1 Por lo tanto, también nosotros, que tenemos
tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del
pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante.
2 Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador
de la fe, quien por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el
oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios.
3 Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió
tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se
desanimen.
¡Señor, ayúdanos a librarnos de raíces de
amargura, manifiestas y ocultas!
Danilo Sorti
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