viernes, 18 de agosto de 2017

168. La medicina amarga…

¿Quién no ha tenido que tomar a veces alguna medicina amarga? ¿Algún té de hierbas que preparó la abuela…? Con el avance de la ciencia médica, los medicamentos se volvieron más “amigables” para tomar, aunque no por eso dejan de tener problemas; a veces no tienen gusto amargo pero pueden producir una buena gastritis. A veces no son las medicinas sino las prácticas médicas: un yeso nos soluciona una quebradura, pero hay que llevarlo varias semanas; una operación nos puede salvar la vida, pero el proceso lleva tiempo, y normalmente uno tiene que cuidarse de por vida de algunas cosas. En definitiva, tenemos muchos avances médicos (y otros tantos que son más bien “retrocesos”, pero ese es otro tema…), pero casi nunca resulta agradable someterse al proceso.

Esto es una poderosa lección en el ámbito espiritual, especialmente en relación con la realidad actual de la Iglesia. Sabemos que el Cuerpo de Cristo ha sido inundado de herejías y falsos apóstoles y profetas; ha habido una verdadera avalancha de engaño y los sobrevivientes tratan de mantener la cabeza a flote en medio del lodo y las piedras. ¿Qué se hace con eso? Como si fuera un cáncer agresivo, es necesaria una operación importante, rayos y una larga quimioterapia. Nada de eso es agradable, y los que tuvieron que pasar por todo el proceso pueden dar testimonio. ¿Podría evitarse el proceso? Sí, es muy sencillo; simplemente dejando que el cáncer avance…

Todos los cristianos que han recibido la luz del Espíritu se enfrentan hoy a este dilema: dejar que el cáncer satánico acabe por corromper totalmente al Cuerpo de Cristo, o afrontar las dificultades del tratamiento.

El tratamiento es doloroso, largo y muy difícil; no hay “médico” humano que pueda llevarlo a cabo, sólo el Espíritu a través de los santos. Pero si los santos no están dispuestos a aplicar dicho tratamiento, deberá hacerlo el Padre a través de la naturaleza, y eso es mucho peor. ¿Pero acaso no está sucediendo esto último? Sí, y cada vez más, porque no hubo santos fieles que estuvieran dispuestos a hacer su parte. ¿Cuál es?

Orar, sí. Escudriñar las escrituras para conocer la verdad y no dejarse engañar. Crecer en comunión y santidad. Pero también confrontar; y “por amor a la unidad” (¿unidad de qué? De la verdadera Iglesia seguro que no) no se hizo. Los líderes rapaces acallaron la voz de los verdaderos profetas, pero muchos también se llamaron al silencio, temiendo o haciendo más caso a esas voces humanas que a la misma voz de Dios.

La “medicina” que necesita la Iglesia desesperadamente hoy no es agradable; ni para el que la “recibe” ni para el que la “da”; pero es necesaria. Uno no siempre está tomando medicamentos (excepto si se cae bajo las garras de Pharmakeia) y no todos son llamados a la función “médica”; pero hay un momento en que hace falta.

Y ya que estamos haciendo una comparación con la medicina, veamos que dijo el mismo Hipócrates, hace más de 26 siglos: “Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina.” El avance de la alimentación sana conoce muy bien este concepto, ¡que perfectamente se aplica en lo espiritual! Cuando nuestro alimento espiritual es sano, no nos enfermamos y no necesitamos ningún tratamiento severo y doloroso; cuando el alimento espiritual es malo, bueno, ya se sabe.

Muchos se llenan la boca hoy de palabras, pretendiendo transmitir “al pueblo” las palabras de Dios, pero los hechos demuestras exactamente lo contrario: un alimento contaminado ha enfermado gravemente a la Iglesia. La solución no es agradable, pero es necesaria. Si el Señor te llama a “aplicar medicina”, ¿estás dispuesto? Si el Señor te llama a “recibir medicina”, ¿estás dispuesto?

Proverbios 4:20-22 RVC
20 Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones.
21 No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón.
22 Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo.


Danilo Sorti




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