domingo, 13 de agosto de 2017

121. Avaricia…

Proverbios 23:6-8 RVC
6 No compartas la mesa con el avaro; no quieras llenarte con sus deliciosos platillos,
7 porque en su interior sigue siendo avaro. Te invitará a comer y beber, pero no te invitará de corazón.
8 Después vomitarás lo que hayas comido, y habrás desperdiciado tus halagos.


El diccionario de la Real Academia Española define sucintamente “avaro” como: “que reserva, oculta o escatima algo”. Y ya podemos imaginarnos que “avaro”  no necesariamente se aplica al dinero o los bienes materiales: podemos ser avaros con nuestros conocimientos, con nuestro amor, o con las oportunidades que les negamos a otros. Y quiero detenerme en esto último.

Todos nosotros (o por lo menos, casi todos) tenemos en mayor o menor medida un “capital social” que podemos compartir. Aunque es un tema muy interesante y largo de hablar, podríamos empezar a definir “capital social” como aquellas relaciones de buena voluntad que otros tienen para con nosotros. De manera más simple, podemos hablar de amigos y contactos que “están ahí”, es decir, no necesariamente estamos haciendo algo con ellos o armando un negocio o aprovechando alguna oportunidad que nos brindan, pero al menos están “disponibles” para cuando los necesitemos.

Dentro de las iglesias es claro que los líderes, especialmente el pastor principal de cada congregación, son quienes más capital social tienen, dentro de la congregación y en círculos más o menos amplios fuera de ella. Aunque no lo sean económicamente, muchos de ellos son “ricos” en cuanto a relaciones; pueden levantar el teléfono y encontrar a alguien del otro lado que los escuche.

Por qué razón ha llegado a concentrarse tanto “capital social” en tan pocas personas y hay tan poco distribuido entre tantos, es otro tema que no voy a tocar aquí, aunque no creo que el principio sea muy diferente a lo que está ocurriendo en el mundo hoy, con sus riquezas concentradas cada vez en menos manos.

A lo largo de mi vida he podido observar y más de una vez sufrir en carne propia, que muchos de estos líderes caen dentro del calificativo de “avaros espirituales”. Es decir, muestran una congregación llena de oportunidades para el ministerio y hacen muy atractivas invitaciones. Se muestran muy generosos con las posibilidades de crecer en el servicio y en el conocimiento de Dios. Pero luego de “participar de sus comidas” finalmente uno descubre que siguen siendo avaros, porque en definitiva no hay oportunidades ni de progresar en el servicio ni de crecer en el conocimiento de Dios y, además, hay que desechar lo que se recibió porque era comida contaminada.

Digo esto porque hay muchas atracciones seductoras, con las que diversas iglesias (grandes y pequeñas) captan la voluntad de hermanos fieles y entusiastas, haciéndoles perder tiempo, ánimo y a veces, la fe. Hermanos, debemos estar prevenidos y mirar más en profundidad.

Otra forma sutil de hacer lo mismo es prometer el servicio o algún tipo de conquista espiritual pero luego de pasar por un período de entrenamiento o santificación. Bueno, eso no está mal en sí mismo, el problema es cuando dicho período se prolonga indefinidamente, es decir, cuando uno nunca es lo “suficientemente bueno” como para calificar para el ministerio. Esto se puede ver con relativa facilidad: si en esa iglesia uno encuentra hermanos de años que todavía siguen preparándose antes de poder hacer algo o recibir un reconocimiento, o bien no hay un “límite definido de tiempo” a partir del cual uno puede servir, nos encontramos ante “avaros ministeriales”.

Amados, todo esto no es para echar tierra a las iglesias porque, al fin y al cabo, nadie está exento de errores, sino para que seamos sabios en la administración de lo más valioso que Dios nos ha dado: nuestra vida, nuestro tiempo, nuestros recursos y relaciones. Dios es el único Juez y muy pronto se sentará en su trono a dictar sentencia, pero no debemos ser necios. El engaño generalmente parte de “creerse” la publicidad de que vamos a hacer “grandes cosas” (según los estándares de esas iglesias, no según los estándares divinos) y de que ellos tienen el (único) camino para que lo logremos. Haciendo “lo pequeño” que se nos es dado a cada uno de nosotros descubriremos que detrás de una cocina se pueden conquistar naciones, que frente a una clase de primaria se cambia el rumbo de una sociedad, que acomodando las sillas de una congregación se trae la presencia de Dios, y muchas cosas parecidas, que los “grandes predicadores” normalmente se encargan de ocultar.

Hermanos, no seamos engañados. Antes de ir detrás de las lucecitas de colores, oremos mucho al Señor y obtengamos una confirmación indudable de lo que debamos hacer.

Una aclaración necesaria: los líderes tienen la responsabilidad de habilitar para el ministerio sólo a quienes están adecuadamente capacitados (aunque esta función no corresponde excluyentemente a ellos), y a veces podemos tener mucha voluntad pero muy pocas credenciales espirituales como para desarrollar una función. En liderazgos sanos, cuando eso ocurre recibimos un adecuado análisis de nuestras falencias, se nos ofrece la ayuda necesaria y se nos muestran los plazos y etapas para superarlas.

¡Señor, danos amor para todos nuestros hermanos, pero también sabiduría para saber con quién relacionarnos!



Danilo Sorti




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